Hace ya
bastante tiempo que me siento abrumado y escandalizado por las terribles
imágenes de seres humanos que, huyendo de sus países en guerra, terminan
muriendo en el mar o por el camino, en tierra firme. Yo comprendo que cuando en
tu ciudad caen barriles repletos de explosivos lanzados desde helicópteros por
parte del gobierno de tu propio país, o misiles lanzados por aviones rusos a
los que tu presidente Asad ha solicitado ayuda, no deben quedar muchas
alternativas que “salir de naja”, que diría el inefable Ramoncín.
Me
cuesta más trabajo entender cómo estos mismos emigrantes se ponen en manos de la
más deleznable categoría de carroñeros humanos, que se lanza a por estas
víctimas propiciatorias, a desposeerlas de todo lo material que puedan,
principalmente dinero en metálico, y en miles de ocasiones, su propia vida. Una
cosa es que en siglos pretéritos, el mercado de esclavos fuera legal y las
costas africanas se vieran visitadas con asiduidad por los barcos en busca de
“material” y otra muy diferente, es que ahora los esclavos se presenten voluntarios.
Uno,
cuando empieza a escuchar bombas, coge lo necesario y huye. Y los españoles, de
salir corriendo con una mano delante y otra detrás, sabemos por experiencia. La
más reciente, nuestra guerra civil. Muchos, decidieron terminar en Francia y así
hoy podemos decir orgullosos – es un decir – que el primer ministro francés es
Manuel Valls, la alcaldesa de París es Anne Hidalgo, el jefe de los huelguistas
de la todopoderosa CGT, Philippe
Martínez, también es español y por si alguno no lo sabe, el actor Jean Reno,
sus padres son de Cádiz. Los que no prefirieron Francia y tuvieron oportunidad
de elegir, se decantaron por Latinoamérica. Misma lengua, mismas tradiciones,
misma religión y aunque todo proceso de adaptación siempre es traumático, - más si cabe por razones ideológicas- al
menos con todos esos condicionantes, uno podía vivir dignamente y en un mundo
civilizado. Argentina, México y -no nos olvidemos- Venezuela, fueron países que
acogieron a miles de españoles y su integración en la sociedad, no supuso
mayores retos. Es decir, cuando uno huye, el concepto de proximidad con
respecto al país del que se sale corriendo, parece evidente.
Pero lo
que no termino de entender - por mucho que lo intento - es esa suerte de
“turismo de guerra” que estamos viviendo. Me explico.
No
entiendo que a un iraquí, de pronto, se le pase por la cabeza sopesar si su
destino más inmediato debe ser Suecia, Alemania o la Costa del Azahar. Haciendo
comparaciones, es como si a un españolito de 1939 (o del 36, depende) se le
hubiera ocurrido marcharse al Tíbet, simplemente porque allí no tienen armas.
Porque lo malo de todo esto – y es aquí donde quiero llegar – es que ahora en
Europa – y en España – nos encontramos con que tenemos que hacer un esfuerzo
para integrar a estos pobres migrantes y para ello, les ponemos casa, colegios,
profesores de español y hasta hay alguno que exige puestos en la universidad
gratis. ¡Y hasta ahí podíamos llegar!
Resulta
que los españoles por culpa de la crisis, nos hemos comido una mierda como el
sombrero de un picaor de grande y ahora, por un mal entendido sentido de la
solidaridad, les regalamos a estos migrantes – árabes y musulmanes - lo que no
hemos dado a los propios españoles que han sido desahuciados de sus viviendas,
no por que cayeran bombas, sino porque no tenían dinero para afrontar la
hipoteca. Parece que hemos elegido ser lo que vulgarmente se llama “cascabel en
casa ajena”, que viene a querer decir que tratamos mejor a los extranjeros que
a los nacionales. Si de solidaridad se trata, empecemos por los de casa y demos
una vivienda a aquellos que han sido desposeídos de la suya. Me parece
elemental, querido Watson.
Cuando
uno tiene que salir por piernas – digamos, por ejemplo, un iraquí – mirando el
mapa, dispone de suficientes alternativas que, a mi modo de ver, son bastante
más naturales, coherentes y sobre todo, baratas.
Por
ejemplo, Irak tiene frontera directa con Jordania, Arabia Saudita e Irán. Son
países donde no hay guerras, árabes, de religión musulmana y tradiciones,
imagino que no muy diferentes entre sí. En cualquier caso, no me creo que
Suecia – que por cierto están hasta los cojopios de los emigrantes – sea un
país más adecuado para acogida, que Jordania, por ejemplo.
Si
continuamos observando el mapa, al norte de Irán y a orillas del Mar Caspio,
disponen de un país rico y sin guerras como Azerbaiyán, cuyo mayor delito, es financiar
al equipo que suele quedar segundo en la final de la Champions. Y un poquito
más al norte, Georgia y en el lado opuesto del Mar Caspio, Turkmenistán. En
cualquiera de estos casos, son países relativamente próximos, y de similares
características en cuanto a costumbres y religión, y en ninguno de ellos, hay
guerras. Entonces, ¿a santo de qué plantearse recorrer parte de Oriente Medio y
de Europa con el riesgo de perderlo todo, incluido la vida? Pues empiezo a
pensar que las razones, son una mezcla de motivos.
Las
diferencias entre las distintas sectas religiosas, parecen ser más profundas
que las existentes con las imperantes en Europa.
El
tratamiento que probablemente deparan a sus migrantes en los países que he
mencionado, me atrevo a sospechar que difiere bastante del exquisito trato que
reciben en Europa.
Y en
cuanto a la tan manida libertad, no termino de creerme que alguien que nunca ha
disfrutado de ella, pueda echarla en falta, por lo que me inclino a pensar que
en principio, no forma parte de su escala de prioridades.
Vale.
Pero es que entonces, esto no es exactamente un emigrante por motivos de
guerra. Cuando un emigrante de guerra empieza a seleccionar destinos, se
asemeja bastante a lo que se hace en vacaciones: turismo. Es como
si a un hambriento, le ofreces un bocata de calamares y te dice que prefiere
unas alubias con almejas y un buen “Ribera de Duero”. Difícil de entender, no?
Alemania
ha acogido a 800.000 emigrantes, aparte de los 4 millones de turcos que ya
viven allí. Esta situación, a mi modo de ver, es una bomba de relojería cuyas
consecuencias todavía estamos lejos de anticipar. Por ejemplo, en la Nochevieja
pasada, ya hemos visto algo de lo que puede pasar en breve: miles de mujeres de
diferentes ciudades alemanas, denunciaron haber sido objeto de abusos, acosos y
violaciones, por parte de algunos de esos emigrantes. Y es “natural”. ¿Natural?
Pues sí, porque El Corán deja a la mujer a la altura de un simple animal y eso,
siempre que sea musulmana. La mujer que ni siquiera es musulmana, sólo es algo
para utilizar.
Y ahora
se supone que somos nosotros los que vamos a tener que hacer el esfuerzo por
integrar en nuestra sociedad a unos individuos que vienen del lado oscuro de la
Luna y cuyos principios, valores y costumbres, están en las antípodas de los
nuestros.
Una
cosa es la solidaridad y otra es otorgar a esos emigrantes, favores y
privilegios que no han tenido algunos españoles, que con su esfuerzo han
contribuido a que España sea lo que es.