viernes, junio 03, 2016

¿Emigrantes o turistas?



Hace ya bastante tiempo que me siento abrumado y escandalizado por las terribles imágenes de seres humanos que, huyendo de sus países en guerra, terminan muriendo en el mar o por el camino, en tierra firme. Yo comprendo que cuando en tu ciudad caen barriles repletos de explosivos lanzados desde helicópteros por parte del gobierno de tu propio país, o misiles lanzados por aviones rusos a los que tu presidente Asad ha solicitado ayuda, no deben quedar muchas alternativas que “salir de naja”, que diría el inefable Ramoncín. 

Me cuesta más trabajo entender cómo estos mismos emigrantes se ponen en manos de la más deleznable categoría de carroñeros humanos, que se lanza a por estas víctimas propiciatorias, a desposeerlas de todo lo material que puedan, principalmente dinero en metálico, y en miles de ocasiones, su propia vida. Una cosa es que en siglos pretéritos, el mercado de esclavos fuera legal y las costas africanas se vieran visitadas con asiduidad por los barcos en busca de “material” y otra muy diferente, es que ahora los esclavos se presenten voluntarios.

Uno, cuando empieza a escuchar bombas, coge lo necesario y huye. Y los españoles, de salir corriendo con una mano delante y otra detrás, sabemos por experiencia. La más reciente, nuestra guerra civil. Muchos, decidieron terminar en Francia y así hoy podemos decir orgullosos – es un decir – que el primer ministro francés es Manuel Valls, la alcaldesa de París es Anne Hidalgo, el jefe de los huelguistas de la todopoderosa  CGT, Philippe Martínez, también es español y por si alguno no lo sabe, el actor Jean Reno, sus padres son de Cádiz. Los que no prefirieron Francia y tuvieron oportunidad de elegir, se decantaron por Latinoamérica. Misma lengua, mismas tradiciones, misma religión y aunque todo proceso de adaptación siempre es traumático,  - más si cabe por razones ideológicas- al menos con todos esos condicionantes, uno podía vivir dignamente y en un mundo civilizado. Argentina, México y -no nos olvidemos- Venezuela, fueron países que acogieron a miles de españoles y su integración en la sociedad, no supuso mayores retos. Es decir, cuando uno huye, el concepto de proximidad con respecto al país del que se sale corriendo, parece evidente.

Pero lo que no termino de entender - por mucho que lo intento - es esa suerte de “turismo de guerra” que estamos viviendo. Me explico.

No entiendo que a un iraquí, de pronto, se le pase por la cabeza sopesar si su destino más inmediato debe ser Suecia, Alemania o la Costa del Azahar. Haciendo comparaciones, es como si a un españolito de 1939 (o del 36, depende) se le hubiera ocurrido marcharse al Tíbet, simplemente porque allí no tienen armas. Porque lo malo de todo esto – y es aquí donde quiero llegar – es que ahora en Europa – y en España – nos encontramos con que tenemos que hacer un esfuerzo para integrar a estos pobres migrantes y para ello, les ponemos casa, colegios, profesores de español y hasta hay alguno que exige puestos en la universidad gratis. ¡Y hasta ahí podíamos llegar!

Resulta que los españoles por culpa de la crisis, nos hemos comido una mierda como el sombrero de un picaor de grande y ahora, por un mal entendido sentido de la solidaridad, les regalamos a estos migrantes – árabes y musulmanes - lo que no hemos dado a los propios españoles que han sido desahuciados de sus viviendas, no por que cayeran bombas, sino porque no tenían dinero para afrontar la hipoteca. Parece que hemos elegido ser lo que vulgarmente se llama “cascabel en casa ajena”, que viene a querer decir que tratamos mejor a los extranjeros que a los nacionales. Si de solidaridad se trata, empecemos por los de casa y demos una vivienda a aquellos que han sido desposeídos de la suya. Me parece elemental, querido Watson.

Cuando uno tiene que salir por piernas – digamos, por ejemplo, un iraquí – mirando el mapa, dispone de suficientes alternativas que, a mi modo de ver, son bastante más naturales, coherentes y sobre todo, baratas.

Por ejemplo, Irak tiene frontera directa con Jordania, Arabia Saudita e Irán. Son países donde no hay guerras, árabes, de religión musulmana y tradiciones, imagino que no muy diferentes entre sí. En cualquier caso, no me creo que Suecia – que por cierto están hasta los cojopios de los emigrantes – sea un país más adecuado para acogida, que Jordania, por ejemplo.

Si continuamos observando el mapa, al norte de Irán y a orillas del Mar Caspio, disponen de un país rico y sin guerras como Azerbaiyán, cuyo mayor delito, es financiar al equipo que suele quedar segundo en la final de la Champions. Y un poquito más al norte, Georgia y en el lado opuesto del Mar Caspio, Turkmenistán. En cualquiera de estos casos, son países relativamente próximos, y de similares características en cuanto a costumbres y religión, y en ninguno de ellos, hay guerras. Entonces, ¿a santo de qué plantearse recorrer parte de Oriente Medio y de Europa con el riesgo de perderlo todo, incluido la vida? Pues empiezo a pensar que las razones, son una mezcla de motivos.

Las diferencias entre las distintas sectas religiosas, parecen ser más profundas que las existentes con las imperantes en Europa. 

El tratamiento que probablemente deparan a sus migrantes en los países que he mencionado, me atrevo a sospechar que difiere bastante del exquisito trato que reciben en Europa.

Y en cuanto a la tan manida libertad, no termino de creerme que alguien que nunca ha disfrutado de ella, pueda echarla en falta, por lo que me inclino a pensar que en principio, no forma parte de su escala de prioridades.

Vale. Pero es que entonces, esto no es exactamente un emigrante por motivos de guerra. Cuando un emigrante de guerra empieza a seleccionar destinos, se asemeja bastante a lo que se hace en vacaciones: turismo. Es como si a un hambriento, le ofreces un bocata de calamares y te dice que prefiere unas alubias con almejas y un buen “Ribera de Duero”. Difícil de entender, no?

Alemania ha acogido a 800.000 emigrantes, aparte de los 4 millones de turcos que ya viven allí. Esta situación, a mi modo de ver, es una bomba de relojería cuyas consecuencias todavía estamos lejos de anticipar. Por ejemplo, en la Nochevieja pasada, ya hemos visto algo de lo que puede pasar en breve: miles de mujeres de diferentes ciudades alemanas, denunciaron haber sido objeto de abusos, acosos y violaciones, por parte de algunos de esos emigrantes. Y es “natural”. ¿Natural? Pues sí, porque El Corán deja a la mujer a la altura de un simple animal y eso, siempre que sea musulmana. La mujer que ni siquiera es musulmana, sólo es algo para utilizar. 

Y ahora se supone que somos nosotros los que vamos a tener que hacer el esfuerzo por integrar en nuestra sociedad a unos individuos que vienen del lado oscuro de la Luna y cuyos principios, valores y costumbres, están en las antípodas de los nuestros.

Una cosa es la solidaridad y otra es otorgar a esos emigrantes, favores y privilegios que no han tenido algunos españoles, que con su esfuerzo han contribuido a que España sea lo que es.

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