A comienzos de los años 80, la
playa de Es Trenc, en el sur de Mallorca, representaba toda una filosofía de
vida. Inaccesible por tierra, sólo había dos caminos posibles para lleharse
hasta allí. Atravesando la playa anterior de “El Marqués”, la única alternativa
terrestre viable, o bien, el acceso por mar mediante embarcación de recreo. Al
navegar por sus transparentes aguas azul turquesa y fondo arenoso, uno tenía la
sensación de llegar a una playa de algún continente lejano y exótico. En
cualquier caso, la playa era virgen, sin chiringuitos, sin tumbonas, sin vendedores
de relojes, sombreros y refrescos, y por tanto, estaba desierta. Tan sólo la
frecuentaba alguna pareja que elegía el paradisíaco lugar para hacer nudismo,
sin temor alguno a que nadie osara llamarles la atención, y algún que otro
paseante que proveniente de la playa del Marqués, había decidido dar un largo
paseo, bajo un tórrido sol y cuya arena blanca deslumbraba al visitante por
tanta luz.
Algunos años después, a algún nórdico
iluminado, se le ocurrió la feliz idea de destrozar el pinar que preservaba a
la playa del ataque terrestre de los humanos por su flanco norte y construir en
él un complejo hotelero encaminado a abarrotar el entorno de seres humanos
sedientos de lugares vírgenes a los que desvirgar. Fue entonces cuando las
fuerzas vivas de la zona se conjuraron a favor de mantener el estado de las
cosas y se creó una plataforma de protesta, de corte ecologista, que se llamó “Salvem
Es Trenc” (Salvemos Es trenc). Después
de no pocos esfuerzos, algún pleito y bastante tiempo, finalmente se consiguió
paralizar el mega proyecto de destrozar un entorno privilegiado.
Pero al igual que en toda
historia siempre hay un Judas - un traidor que siguiendo con la política del
supositorio (poco a poco pero hasta dentro) finalmente consigue lo que se
propone – en ésta también lo hubo. Cierto es que no se llegó a construir ningún
macro complejo de apartamentos, hoteles ni nada por el estilo, pero alguien
autorizó a abrir un camino que iba desde la carretera hasta la playa,
atravesando el enorme pinar que lo puebla.
Lo que al principio era un
camino, apenas accesible para personas y bicicletas, con el tiempo – política del
supositorio – se fue ensanchando y ensanchando. Lo que al principio era un
camino polvoriento de tierra, acabó convirtiéndose en un camino asfaltado y
apto para la circulación de vehículos. Y con los vehículos, llegaron sus
ocupantes. Y con sus ocupantes, llegó la destrucción de un entorno mítico, de
un paraje virgen y sin explotar, hasta convertirlo en un Benidorm mallorquín.
Hoy vemos en las noticias, que
aquellas playas desérticas, se han convertido en un hervidero de seres humanos,
ávidos de no se sabe muy bien qué, pero parece evidente que no de paz, sosiego
y tranquilidad. Que lo que en un principio era un "caminito" para acceder andando a la playa, ahora se ha convertido en una carretera por la que llegan miles de coches a un macro Parking, del que alguno, seguro, está sacando buenos réditos. Parece que a ciertos humanos, les subyuga la posibilidad de
acudir en masa adonde van miles de sus congéneres, atraídos por una especie de macabra
liturgia de secta autodestructiva.
Tal vez sea el momento de
reavivar aquel movimiento de “Salvem Es Trenc”, aunque mucho me temo que el
daño ya está hecho.