Alfonsito,
tenía suerte. Sus padres, a pesar de pertenecer a una clase social media, hicieron
un esfuerzo económico constante para que él pudiera asistir a un colegio
privado. Religioso, por supuesto, como era costumbre de la época. El único
inconveniente era que el colegio estaba en el otro extremo de Madrid con
respecto a su casa.
Durante sus
primeros años no tuvo mayores problemas de desplazamiento. Le llevaba su padre
o un hermano mayor. La cosa se empezó a complicar cuando, primero, su padre
fallece y finalmente, al cumplir los 11 años, resulta imposible acercarle al
colegio y atender al mismo tiempo las obligaciones laborales del adulto en
cuestión.
Por tanto,
Alfonsito, con 11 años, debe levantarse a las 07.00 de la mañana, para
desayunar y salir zumbando camino del colegio. Para ello, se verá en la
obligación de coger dos autobuses: uno para que le lleve desde su casa hasta la
Puerta del Sol y allí tomar otro que recorrerá todo el itinerario de principio
a fin y que en la última parada recorrido, le dejará a 10 minutos andando de su
colegio. Y tendrá que procurar llegar antes de las 09.00 porque si llega tarde,
hay castigo. Claro, que te castiguen por algo que es culpa tuya, puede valer,
pero que te castiguen por culpa del tráfico de Madrid o de la avería del
autobús, sienta fatal. Tal vez por eso, Alfonsito desde entonces, prefiere
llegar 15 minutos antes a una cita, que 15 segundos después.
Al mediodía,
la hora de salida era las 13.30. La inmensa mayoría de los compañeros de
Alfonsito, vivían cerca del colegio. Así que, algunos aprovechaban para
quedarse un rato jugando al fútbol en el patio y después se iban a casa a comer
tranquilamente. Mientras algunos tenían esa opción, Alfonsito tenía que salir
despendolado del colegio, para, cuesta arriba, llegar hasta la parada de
autobús que le llevaría hasta Sol, para desandar el camino que había hecho por
la mañana. Después de otros 2 autobuses a la carrera, conseguía llegar a su
casa, donde no le quedaba más remedio que comer como los pavos, si quería
retomar una vez más, el itinerario de los dos autobuses camino de vuelta al
colegio, y entrar antes de las 15.30h, so pena de nuevo castigo. Evidentemente,
no llegaba a tiempo nunca, por mucho que Einstein tuviera algunas ideas
revolucionarias al respecto. O sea, que a Alfonsito, le castigaban día sí y día
también, por vivir lejos del colegio y no disponer de chofer.
El día lectivo
terminaba en el colegio a las 18.00h, pero entonces, Alfonsito, tenía que
volver a coger otros 2 autobuses de regreso a su casa. Raro era que llegara
antes del las 19.30 y era a partir de ese momento, cuando Alfonsito, que
llevaba en danza 12 horas, tenía 11 años o poco más, debía comenzar a hacer los
deberes que le habían puesto en el colegio de curas al que tenía la suerte de
asistir. Y como tenía que madrugar, Alfonsito solía acostarse a eso de las
21.00-21.30h, con la música de la familia telerín. No era por tanto de extrañar
que al cabo de poco tiempo y con la vida que llevaba Alfonsito, acabara con un
diagnóstico de gastritis, o sea, principio de úlcera a la que sin duda
contribuyó con afán desmedido algún cura que le hacía - literalmente - la vida
imposible. Nada serio. Varios meses sin acudir al colegio y un régimen
alimenticio suave, fueron la medicina que, como bálsamo de fierabrás, le curó.
O al menos eso, pareció.
Hoy, los
padres de los alumnos de primaria, los alumnos y algunas asociaciones de
profesores, se echan las manos a la cabeza por el volumen exagerado de tareas
que deben acometer los niños de los colegios en España. Incluso, los
estudiantes, tan proclives a ello siempre, organizan manifestaciones en apoyo
del fin de los deberes. Poco importa que alguno de los asistentes a esas
manifestaciones de supuestos estudiantes, lo haga acompañado de una pancarta
con faltas de ortografía que denotan, no sólo su nulo nivel cultural, sino lo
estéril que resulta invertir más dinero en semejante acémila. Y eso que hoy, ya
no hay que traducir del latín, con su diccionario y todo ni tampoco se estudia
a Kant ni al resto de filósofos.
Alfonsito,
en sus tiempos, entre sus deberes, además de la lengua de Homero, no sólo
figuraban las matemáticas o la física. Tenía lengua española, historia, dibujo
o química, por poner sólo algunos ejemplos. Y todo eso, después de llevar 12
horas zascandileando por todo Madrid y haciéndose habitual de los autobuses y
sus cobradores.
Año tras
año, el Informe PISA, coloca al sistema educativo español donde se merece. Un
año puede deberse a una casualidad, pero cuando las posiciones son casi
inexorablemente las mismas y por los mismos motivos, es evidente que define un sistema.
Me parece
absurdo que a los niños se les obligue a unas jornadas tan extensas, so
pretexto de que hay que cubrir el plan definido para ello. Se me ocurren varias
alternativas, una de las cuales, podría ser acortar los períodos de vacaciones y no
tener dos semanas de vacaciones en Navidad, otra más en Semana Santa y alguna
más entre medias para “ir a esquiar”. Pero sobre todo, me parece
desproporcionado en comparación con el horario de los profesores.
¿Sabes cuál
es el promedio de horas lectivas de un profesor en un colegio público? Respuesta:
alrededor de 15 o 16 a la semana.
¿Y se
pretende que los niños le dediquen 9 o 10 u 11, diarias, incluidos fines de
semana? ¿Para después obtener los patéticos resultados que obtenemos siempre?
No parece
razonable una exigencia de este calibre a los niños. Pero sin llegar a lo que
pasó Alfonsito, - incluido el principio de úlcera de estómago- también se puede
sobrevivir.
Se aduce en
favor de los deberes en casa, la necesidad de inculcar el principio de esfuerzo.
No me parece mal concepto, pero no me encaja con el hecho de que a sus padres, ciertas
empresas intenten retenerles poniendo en práctica una ley llamada de conciliación
familiar. A no ser que el concepto de conciliación, tenga que ver con el hecho
de que los padres deben estar en casa temprano para colaborar con los deberes
de sus hijos y a ver si hay suerte y les aprueban en el colegio, que todo puede
pasar.
Tengo un íntimo
amigo, profesional desde hace muchos años en el mundo financiero, que ha estado
ayudando a uno de sus hijos con una tesis sobre un tema en el que mi amigo es
experto…y a su hijo le han suspendido! Así que no sería extraño que cualquier
niño suspenda la lengua, por ejemplo, una asignatura que han convertido en un
auténtico suplicio de estudio.
Ni tanto ni
tan calvo.
Decía
Einstein: “No hay nada más absurdo que pretender que las cosas cambien, haciendo
lo mismo de siempre”.
Pues habrá
que ir a Finlandia y estudiar cómo lo hacen.