domingo, noviembre 20, 2016

Los deberes escolares



Alfonsito, tenía suerte. Sus padres, a pesar de pertenecer a una clase social media, hicieron un esfuerzo económico constante para que él pudiera asistir a un colegio privado. Religioso, por supuesto, como era costumbre de la época. El único inconveniente era que el colegio estaba en el otro extremo de Madrid con respecto a su casa.

Durante sus primeros años no tuvo mayores problemas de desplazamiento. Le llevaba su padre o un hermano mayor. La cosa se empezó a complicar cuando, primero, su padre fallece y finalmente, al cumplir los 11 años, resulta imposible acercarle al colegio y atender al mismo tiempo las obligaciones laborales del adulto en cuestión.

Por tanto, Alfonsito, con 11 años, debe levantarse a las 07.00 de la mañana, para desayunar y salir zumbando camino del colegio. Para ello, se verá en la obligación de coger dos autobuses: uno para que le lleve desde su casa hasta la Puerta del Sol y allí tomar otro que recorrerá todo el itinerario de principio a fin y que en la última parada recorrido, le dejará a 10 minutos andando de su colegio. Y tendrá que procurar llegar antes de las 09.00 porque si llega tarde, hay castigo. Claro, que te castiguen por algo que es culpa tuya, puede valer, pero que te castiguen por culpa del tráfico de Madrid o de la avería del autobús, sienta fatal. Tal vez por eso, Alfonsito desde entonces, prefiere llegar 15 minutos antes a una cita, que 15 segundos después.

Al mediodía, la hora de salida era las 13.30. La inmensa mayoría de los compañeros de Alfonsito, vivían cerca del colegio. Así que, algunos aprovechaban para quedarse un rato jugando al fútbol en el patio y después se iban a casa a comer tranquilamente. Mientras algunos tenían esa opción, Alfonsito tenía que salir despendolado del colegio, para, cuesta arriba, llegar hasta la parada de autobús que le llevaría hasta Sol, para desandar el camino que había hecho por la mañana. Después de otros 2 autobuses a la carrera, conseguía llegar a su casa, donde no le quedaba más remedio que comer como los pavos, si quería retomar una vez más, el itinerario de los dos autobuses camino de vuelta al colegio, y entrar antes de las 15.30h, so pena de nuevo castigo. Evidentemente, no llegaba a tiempo nunca, por mucho que Einstein tuviera algunas ideas revolucionarias al respecto. O sea, que a Alfonsito, le castigaban día sí y día también, por vivir lejos del colegio y no disponer de chofer.

El día lectivo terminaba en el colegio a las 18.00h, pero entonces, Alfonsito, tenía que volver a coger otros 2 autobuses de regreso a su casa. Raro era que llegara antes del las 19.30 y era a partir de ese momento, cuando Alfonsito, que llevaba en danza 12 horas, tenía 11 años o poco más, debía comenzar a hacer los deberes que le habían puesto en el colegio de curas al que tenía la suerte de asistir. Y como tenía que madrugar, Alfonsito solía acostarse a eso de las 21.00-21.30h, con la música de la familia telerín. No era por tanto de extrañar que al cabo de poco tiempo y con la vida que llevaba Alfonsito, acabara con un diagnóstico de gastritis, o sea, principio de úlcera a la que sin duda contribuyó con afán desmedido algún cura que le hacía - literalmente - la vida imposible. Nada serio. Varios meses sin acudir al colegio y un régimen alimenticio suave, fueron la medicina que, como bálsamo de fierabrás, le curó. O al menos eso, pareció.

Hoy, los padres de los alumnos de primaria, los alumnos y algunas asociaciones de profesores, se echan las manos a la cabeza por el volumen exagerado de tareas que deben acometer los niños de los colegios en España. Incluso, los estudiantes, tan proclives a ello siempre, organizan manifestaciones en apoyo del fin de los deberes. Poco importa que alguno de los asistentes a esas manifestaciones de supuestos estudiantes, lo haga acompañado de una pancarta con faltas de ortografía que denotan, no sólo su nulo nivel cultural, sino lo estéril que resulta invertir más dinero en semejante acémila. Y eso que hoy, ya no hay que traducir del latín, con su diccionario y todo ni tampoco se estudia a Kant ni al resto de filósofos.

Alfonsito, en sus tiempos, entre sus deberes, además de la lengua de Homero, no sólo figuraban las matemáticas o la física. Tenía lengua española, historia, dibujo o química, por poner sólo algunos ejemplos. Y todo eso, después de llevar 12 horas zascandileando por todo Madrid y haciéndose habitual de los autobuses y sus cobradores. 

Año tras año, el Informe PISA, coloca al sistema educativo español donde se merece. Un año puede deberse a una casualidad, pero cuando las posiciones son casi inexorablemente las mismas y por los mismos motivos, es evidente que define un sistema. 

Me parece absurdo que a los niños se les obligue a unas jornadas tan extensas, so pretexto de que hay que cubrir el plan definido para ello. Se me ocurren varias alternativas, una de las cuales, podría ser acortar los períodos de vacaciones y no tener dos semanas de vacaciones en Navidad, otra más en Semana Santa y alguna más entre medias para “ir a esquiar”. Pero sobre todo, me parece desproporcionado en comparación con el horario de los profesores.

¿Sabes cuál es el promedio de horas lectivas de un profesor en un colegio público? Respuesta: alrededor de 15 o 16 a la semana.

¿Y se pretende que los niños le dediquen 9 o 10 u 11, diarias, incluidos fines de semana? ¿Para después obtener los patéticos resultados que obtenemos siempre? 

No parece razonable una exigencia de este calibre a los niños. Pero sin llegar a lo que pasó Alfonsito, - incluido el principio de úlcera de estómago- también se puede sobrevivir. 

Se aduce en favor de los deberes en casa, la necesidad de inculcar el principio de esfuerzo. No me parece mal concepto, pero no me encaja con el hecho de que a sus padres, ciertas empresas intenten retenerles poniendo en práctica una ley llamada de conciliación familiar. A no ser que el concepto de conciliación, tenga que ver con el hecho de que los padres deben estar en casa temprano para colaborar con los deberes de sus hijos y a ver si hay suerte y les aprueban en el colegio, que todo puede pasar.

Tengo un íntimo amigo, profesional desde hace muchos años en el mundo financiero, que ha estado ayudando a uno de sus hijos con una tesis sobre un tema en el que mi amigo es experto…y a su hijo le han suspendido! Así que no sería extraño que cualquier niño suspenda la lengua, por ejemplo, una asignatura que han convertido en un auténtico suplicio de estudio.

Ni tanto ni tan calvo.

Decía Einstein: “No hay nada más absurdo que pretender que las cosas cambien, haciendo lo mismo de siempre”.

Pues habrá que ir a Finlandia y estudiar cómo lo hacen.

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