En nuestra cándida adolescencia, esa etapa de
nuestro desarrollo en la que creíamos que los valores y los principios eran
sólo unos, inalienables, inalterables y sempiternos, muchos pensábamos que
todos los jueces eran justos, porque sólo había una justicia y todos los
periodistas decían la única verdad, porque sólo había una verdad. De hecho,
dicho así, parece un ejercicio de lógica filosófica con las dos premisas
principales y la conclusión aún por definir.
Luego, a medida que hemos ido abandonando la ingenuidad
y adentrándonos en el mundo real, nos hemos ido dando cuenta que los jueces no
siempre son justos, que los periodistas, en ocasiones, no cuentan toda la
verdad y que los valores pueden ser diversos. Que aquellos que no compartimos
debemos simplemente respetarlos y que verdades, lo que se dice verdades, puede
haber más de una. Todo eso hace que vivir sea mucho más difícil, complejo e
inseguro, pero si te adaptas, la navegación se hace más placentera sin que por
ello, uno tenga que renunciar a sus propios valores - entre los que se
encuentra el respeto a los valores de
otros -, a sus principios - entre los que se encuentra aceptar los de otros -
ni a su esencia como ser humano.
Pero al mismo tiempo y en paralelo, uno no
puede evitar poner de manifiesto “las cojeras” de algunos de esos que se supone
que están ahí para proclamar la verdad o al menos para no ocultar lo que saben,
y lo hacen, encima, para su propio beneficio. Es como si un reportero de
guerra, fuese testigo de una masacre y en su cámara fotográfica sólo hubiera
imágenes bucólicas de paisajes de ensueño, llenos de paz, de colorido y de
belleza, mientras a sus espaldas las víctimas de esa guerra están despedazadas,
o desangrándose lentamente. En casos así uno estaría en el derecho de acusar al
periodista de traición a la verdad, porque lo cierto es que los muertos los
tiene detrás. De mirar para otro lado y reflejar sólo la mitad del entorno. Eso
es tendencioso y eso no forma parte de los valores del periodista. Las
informaciones tendenciosas, no son periodismo, forman parte de los beneficios
personales que obtiene el periodista.
Hace poco en un artículo de El País (http://ccaa.elpais.com/ccaa/2016/11/12/catalunya/1478969761_639424.html)
se abordaba el llamado fracaso del periodismo en referencia al triunfo de Trump
en EEUU.
“El triunfo de Donald Trump puede considerarse un fracaso
del periodismo. Los medios no han sabido o no han podido hacer frente al alud
de noticias falsas, muchas veces instadas por el propio equipo de Trump, que
han inundado la red y dominado la “conversación” pública durante la campaña
electoral. Esta evidencia, amargamente resaltada el viernes en el VI Congreso
de Periodistas de Cataluña por el norteamericano Dan Guillmor —bloguero,
escritor y uno de los impulsores del llamado periodismo ciudadano— nos sitúa
ante un escenario nuevo de inquietantes consecuencias.
Algunos analistas han definido este escenario como el
de la “posverdad”, en el que lo que
importa en el discurso público no es la fidelidad a los hechos o a los datos,
sino ofrecer una versión verosímil —por
supuesto interesada— aunque no se
ajuste a la realidad. Ese escenario da lugar a una mezcla enmarañada de
tergiversaciones y falsedades que se abren camino con facilidad en medio de un
gran ruido mediático que no permite distinguir la verdad de la mentira. Ya
ocurrió en la campaña del Brexit y ahora se ha repetido en las elecciones
presidenciales norteamericanas, con consecuencias devastadoras en ambos casos.”
Es decir, que ahora hay una clase
de periodismo que no se limita a informar de lo que ocurre o a investigar.
Ahora hay una clase de periodismo que se limita a publicar lo que algunos tienen
interés en que los demás crean. En crear estados de opinión basados en premisas
falsas o medio falsas. Y a eso se le llama en ocasiones falsear, en otras
intoxicar, dependiendo del grado de mentira que ocupe la información.
Pero no es el tema de Trump el
único sobre el que se escriben “posverdades” o verdades a medias. Hay asuntos
que con el devenir de los años, han caído en manos de ciertos grupos de presión,
amparados por leyes, ministerios, abogados y periodistas, y que han convertido
su leitmotiv en una especie de gueto ideológico, en el que solamente pueden
opinar aquellos que van a favor del “pensamiento único” y todo aquel que se atreva
a opinar en contra de sus postulados, se enfrentará a todo el peso del poder de
sus medios o a su censura previa. Me refiero a la mal llamada violencia
machista.
Tal es el caso de José Francisco.
Escritor aficionado, su estilo no es que fuera a pasar a la posteridad de la
literatura ni probablemente fuera a ganar ningún premio ni galardón. Él solía
bromear con una anécdota que le ocurrió en cierta ocasión, visitando un pueblo
de León; Castrillo de Polvazares. Entró en una tienduca y se encontró con un
vino que lucía una etiqueta bastante peculiar. El vino se llamaba: “Vinazo de
la polla en vinagre” y ciertamente la etiqueta hacía mención a un ave
gallinácea joven. En la parte de atrás, se podía leer: “Este vino nunca ganado
ningún premio de ninguna clase porque nunca nos hemos presentado a ningún
concurso”. El precio de 2.000 pesetas de las de entonces, le pareció un robo,
pero accedió a comprarlo porque le pareció simpático. Más tarde cuando llegó a
su domicilio y lo probó, confirmó que había participado voluntariamente en un
auto expolio. Pues bien, José Francisco afirmaba que probablemente sus
escritos, aunque realizados con mucho cariño y esfuerzo, tuvieran el mismo
destino que aquel vinazo de la polla en vinagre: nunca ganarían ningún concurso.
El caso es que José Francisco se
empeñó en publicar al menos uno de sus libros. Al fin y al cabo, después de
unos diez años intentándolo, había conseguido contactar con una editorial que
no le iba a cobrar nada por publicarlo.
Una vez publicado, quedaba la
parte más interesante cual era, dar visibilidad al libro. Echó mano de todos
sus contactos, amistades, agenda de emails, contactos de redes sociales y dejó
para el final, el premio gordo.
Su vecina, era una estrella mediática de la radio. José Francisco partía de la base que no
tenía nada que perder y que al menos, lo intentaría. Para recibir un “no” por
respuesta, siempre tenía tiempo. Su relación de vecinos no es que fuese muy
intensa. Era simplemente correcta: ¿te importa regarme las plantas mientras
estoy de vacaciones? ¿Me delegas tu voto para la junta de vecinos? ¿Me cuidas
al gato unos días mientras estamos fuera?, eran las peticiones más habituales.
Así que, pensando en aquello de que hoy por mí, mañana por ti, José Francisco le
comunicó de manera bastante informal a su vecina, la estrella mediática, en una
de esas escasas ocasiones en las que coincidían en el garaje o en el ascensor,
que le habían publicado un libro. Ella, pareció sorprenderse y alegrarse al
tiempo y quedaron para hablar del asunto más tranquilamente al cabo de unos
días. Fueron semanas, pero el caso es que se vieron.
José Francisco, la verdad, es que
tan sólo quería indagar las posibilidades reales que tenía de poder hacer una
mínima publicidad de sus escritos y estaba abierto a todo tipo de sugerencias y
posiciones. En su visita de cortesía a la estrella mediática, se acompañó de un
ejemplar de su libro recientemente editado con el fin de que al menos, su
hipotética benefactora, tuviera un elemento de causa en lo que basar su
posterior apoyo.
La charla - entre dulces y café -
se desarrollaba de manera informal en la cocina de la susodicha. Dada la escasa
relación personal entre ellos y la sorpresa que representó para la estrella de
la radio saber que tenía un vecino con aspiraciones a Vargas Llosa, los
primeros minutos los pasó José Francisco explicando de dónde le venía aquella
vena literaria.
Todo parecía ir sobre ruedas. La
estrella, le comentó que había un programa en su emisora en la que podría tener
cabida. José Francisco, no se lo podía creer. Le iban a hacer una entrevista en
una emisora para hablar de su libro. Todo era como un sueño.
- Te he traído un ejemplar para que le eches un
vistazo - le dijo mientras alargaba la mano con el libro.
Ella lo cogió y - mientras
saboreaba un café - comenzó a leer la portada y la contra portada. En ella se
mencionaba, casi de pasada, que en el interior había un buen racimo de historias
y eventos, y que alguno de ellos venía a demostrar que a veces, algunos hombres
son también víctima de abusos por parte de ciertas mujeres. Sin duda, no era
ese el objeto fundamental ni siquiera principal del libro, pero se incluyó a
vuela pluma, como un reclamo, un inocente intento de llamar algo la atención
del hipotético lector.
- Desde luego - comenzó a hablar la estrella - con
todos los casos de crímenes machistas que hay cada semana, ni se te ocurra
mencionar lo de los abusos de las mujeres...incluso aunque sea verdad.
- Yo creo - continuó la estrella mediática - que
dentro de 2 semanas hay un hueco para poder hacer la entrevista.
- Estupendo - respondió José Francisco. Quedo a la
espera de tus noticias.
Pasaron varios meses de aquella
conversación y José Francisco continuaba sin tener noticias de la supuesta
entrevista y tuvo que admitir, muy a su pesar, que la razón de tal silencio era
no haber superado la censura previa, algo que parecía un concepto más de la
época del NODO y de Franco que de los tiempos corrientes. La censura, no por el
contenido de su libro, ya que probablemente, la estrella ni se lo leyó, sino por la
interpretación exagerada, sesgada y claramente de feminista activa, de una
frase encaminada a suscitar el interés del lector, fuese del género que fuese.
Y así, José Francisco, descubrió
que existe un periodismo de trinchera; un periodismo de clase; un periodismo de
género. Que la censura pervive en según qué entornos. Un periodismo que se basa
en escribir a favor de corriente y no en indagar o denunciar posibles abusos
que al final resulten contra producentes a aquellos que los denuncian, a los
que los propagan o a quienes los sufren. Incluso, aunque tales abusos sean
ciertos.