sábado, febrero 18, 2017

Periodistas y censura



En nuestra cándida adolescencia, esa etapa de nuestro desarrollo en la que creíamos que los valores y los principios eran sólo unos, inalienables, inalterables y sempiternos, muchos pensábamos que todos los jueces eran justos, porque sólo había una justicia y todos los periodistas decían la única verdad, porque sólo había una verdad. De hecho, dicho así, parece un ejercicio de lógica filosófica con las dos premisas principales y la conclusión aún por definir.

Luego, a medida que hemos ido abandonando la ingenuidad y adentrándonos en el mundo real, nos hemos ido dando cuenta que los jueces no siempre son justos, que los periodistas, en ocasiones, no cuentan toda la verdad y que los valores pueden ser diversos. Que aquellos que no compartimos debemos simplemente respetarlos y que verdades, lo que se dice verdades, puede haber más de una. Todo eso hace que vivir sea mucho más difícil, complejo e inseguro, pero si te adaptas, la navegación se hace más placentera sin que por ello, uno tenga que renunciar a sus propios valores - entre los que se encuentra el respeto a  los valores de otros -, a sus principios - entre los que se encuentra aceptar los de otros - ni a su esencia como ser humano.

Pero al mismo tiempo y en paralelo, uno no puede evitar poner de manifiesto “las cojeras” de algunos de esos que se supone que están ahí para proclamar la verdad o al menos para no ocultar lo que saben, y lo hacen, encima, para su propio beneficio. Es como si un reportero de guerra, fuese testigo de una masacre y en su cámara fotográfica sólo hubiera imágenes bucólicas de paisajes de ensueño, llenos de paz, de colorido y de belleza, mientras a sus espaldas las víctimas de esa guerra están despedazadas, o desangrándose lentamente. En casos así uno estaría en el derecho de acusar al periodista de traición a la verdad, porque lo cierto es que los muertos los tiene detrás. De mirar para otro lado y reflejar sólo la mitad del entorno. Eso es tendencioso y eso no forma parte de los valores del periodista. Las informaciones tendenciosas, no son periodismo, forman parte de los beneficios personales que obtiene el periodista.

Hace poco en un artículo de El País (http://ccaa.elpais.com/ccaa/2016/11/12/catalunya/1478969761_639424.html) se abordaba el llamado fracaso del periodismo en referencia al triunfo de Trump en EEUU.

El triunfo de Donald Trump puede considerarse un fracaso del periodismo. Los medios no han sabido o no han podido hacer frente al alud de noticias falsas, muchas veces instadas por el propio equipo de Trump, que han inundado la red y dominado la “conversación” pública durante la campaña electoral. Esta evidencia, amargamente resaltada el viernes en el VI Congreso de Periodistas de Cataluña por el norteamericano Dan Guillmor —bloguero, escritor y uno de los impulsores del llamado periodismo ciudadano— nos sitúa ante un escenario nuevo de inquietantes consecuencias.
Algunos analistas han definido este escenario como el de la “posverdad”, en el que lo que importa en el discurso público no es la fidelidad a los hechos o a los datos, sino ofrecer una versión verosímilpor supuesto interesadaaunque no se ajuste a la realidad. Ese escenario da lugar a una mezcla enmarañada de tergiversaciones y falsedades que se abren camino con facilidad en medio de un gran ruido mediático que no permite distinguir la verdad de la mentira. Ya ocurrió en la campaña del Brexit y ahora se ha repetido en las elecciones presidenciales norteamericanas, con consecuencias devastadoras en ambos casos.

Es decir, que ahora hay una clase de periodismo que no se limita a informar de lo que ocurre o a investigar. Ahora hay una clase de periodismo que se limita a publicar lo que algunos tienen interés en que los demás crean. En crear estados de opinión basados en premisas falsas o medio falsas. Y a eso se le llama en ocasiones falsear, en otras intoxicar, dependiendo del grado de mentira que ocupe la información.

Pero no es el tema de Trump el único sobre el que se escriben “posverdades” o verdades a medias. Hay asuntos que con el devenir de los años, han caído en manos de ciertos grupos de presión, amparados por leyes, ministerios, abogados y periodistas, y que han convertido su leitmotiv en una especie de gueto ideológico, en el que solamente pueden opinar aquellos que van a favor del “pensamiento único” y todo aquel que se atreva a opinar en contra de sus postulados, se enfrentará a todo el peso del poder de sus medios o a su censura previa. Me refiero a la mal llamada violencia machista.

Tal es el caso de José Francisco. Escritor aficionado, su estilo no es que fuera a pasar a la posteridad de la literatura ni probablemente fuera a ganar ningún premio ni galardón. Él solía bromear con una anécdota que le ocurrió en cierta ocasión, visitando un pueblo de León; Castrillo de Polvazares. Entró en una tienduca y se encontró con un vino que lucía una etiqueta bastante peculiar. El vino se llamaba: “Vinazo de la polla en vinagre” y ciertamente la etiqueta hacía mención a un ave gallinácea joven. En la parte de atrás, se podía leer: “Este vino nunca ganado ningún premio de ninguna clase porque nunca nos hemos presentado a ningún concurso”. El precio de 2.000 pesetas de las de entonces, le pareció un robo, pero accedió a comprarlo porque le pareció simpático. Más tarde cuando llegó a su domicilio y lo probó, confirmó que había participado voluntariamente en un auto expolio. Pues bien, José Francisco afirmaba que probablemente sus escritos, aunque realizados con mucho cariño y esfuerzo, tuvieran el mismo destino que aquel vinazo de la polla en vinagre: nunca ganarían ningún concurso.

El caso es que José Francisco se empeñó en publicar al menos uno de sus libros. Al fin y al cabo, después de unos diez años intentándolo, había conseguido contactar con una editorial que no le iba a cobrar nada por publicarlo. 

Una vez publicado, quedaba la parte más interesante cual era, dar visibilidad al libro. Echó mano de todos sus contactos, amistades, agenda de emails, contactos de redes sociales y dejó para el final, el premio gordo.

Su vecina, era una estrella mediática de la radio. José Francisco partía de la base que no tenía nada que perder y que al menos, lo intentaría. Para recibir un “no” por respuesta, siempre tenía tiempo. Su relación de vecinos no es que fuese muy intensa. Era simplemente correcta: ¿te importa regarme las plantas mientras estoy de vacaciones? ¿Me delegas tu voto para la junta de vecinos? ¿Me cuidas al gato unos días mientras estamos fuera?, eran las peticiones más habituales. Así que, pensando en aquello de que hoy por mí, mañana por ti, José Francisco le comunicó de manera bastante informal a su vecina, la estrella mediática, en una de esas escasas ocasiones en las que coincidían en el garaje o en el ascensor, que le habían publicado un libro. Ella, pareció sorprenderse y alegrarse al tiempo y quedaron para hablar del asunto más tranquilamente al cabo de unos días. Fueron semanas, pero el caso es que se vieron.

José Francisco, la verdad, es que tan sólo quería indagar las posibilidades reales que tenía de poder hacer una mínima publicidad de sus escritos y estaba abierto a todo tipo de sugerencias y posiciones. En su visita de cortesía a la estrella mediática, se acompañó de un ejemplar de su libro recientemente editado con el fin de que al menos, su hipotética benefactora, tuviera un elemento de causa en lo que basar su posterior apoyo. 

La charla - entre dulces y café - se desarrollaba de manera informal en la cocina de la susodicha. Dada la escasa relación personal entre ellos y la sorpresa que representó para la estrella de la radio saber que tenía un vecino con aspiraciones a Vargas Llosa, los primeros minutos los pasó José Francisco explicando de dónde le venía aquella vena literaria. 

Todo parecía ir sobre ruedas. La estrella, le comentó que había un programa en su emisora en la que podría tener cabida. José Francisco, no se lo podía creer. Le iban a hacer una entrevista en una emisora para hablar de su libro. Todo era como un sueño.
    - Te he traído un ejemplar para que le eches un vistazo - le dijo mientras alargaba la mano con el libro.
Ella lo cogió y - mientras saboreaba un café - comenzó a leer la portada y la contra portada. En ella se mencionaba, casi de pasada, que en el interior había un buen racimo de historias y eventos, y que alguno de ellos venía a demostrar que a veces, algunos hombres son también víctima de abusos por parte de ciertas mujeres. Sin duda, no era ese el objeto fundamental ni siquiera principal del libro, pero se incluyó a vuela pluma, como un reclamo, un inocente intento de llamar algo la atención del hipotético lector.
    - Desde luego - comenzó a hablar la estrella - con todos los casos de crímenes machistas que hay cada semana, ni se te ocurra mencionar lo de los abusos de las mujeres...incluso aunque sea verdad.
    - Yo creo - continuó la estrella mediática - que dentro de 2 semanas hay un hueco para poder hacer la entrevista.
    - Estupendo - respondió José Francisco. Quedo a la espera de tus noticias.

Pasaron varios meses de aquella conversación y José Francisco continuaba sin tener noticias de la supuesta entrevista y tuvo que admitir, muy a su pesar, que la razón de tal silencio era no haber superado la censura previa, algo que parecía un concepto más de la época del NODO y de Franco que de los tiempos corrientes. La censura, no por el contenido de su libro, ya que probablemente, la estrella ni se lo leyó, sino por la interpretación exagerada, sesgada y claramente de feminista activa, de una frase encaminada a suscitar el interés del lector, fuese del género que fuese.

Y así, José Francisco, descubrió que existe un periodismo de trinchera; un periodismo de clase; un periodismo de género. Que la censura pervive en según qué entornos. Un periodismo que se basa en escribir a favor de corriente y no en indagar o denunciar posibles abusos que al final resulten contra producentes a aquellos que los denuncian, a los que los propagan o a quienes los sufren. Incluso, aunque tales abusos sean ciertos.

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