De un tiempo a esta parte, se ha puesto de
moda enjuiciar el pasado, con los ojos y los principios del presente. No
importa cuán alejado esté ese pasado. Da igual que se refiera a la Conquista de
América por parte de los españoles, la epopeya de dar la vuelta al mundo en un
barco, los desastres de nuestra guerra civil, con sus muertos y asesinatos por
ambas partes, o los excesos de cualquier político, productor de cine o cantante, en su relación
con las mujeres. Da igual. Al cabo de 30 años o de 500, siempre sale alguien
criticando, enjuiciando o directamente condenando, las acciones de aquellos que
en la mayor parte de las ocasiones, ya no pueden defenderse, y en el mejor de
los casos, su imagen queda destrozada para siempre.
Recuerdo en estos momentos casos como los de Fatty Arbuckle, el
actor de Hollywood acusado injustamente de violación y aunque fue declarado
inocente, su carrera se terminó definitivamente. Y sin embargo, un mujeriego y
vicioso empedernido como Errol
Flynn, que se cepillaba todo lo que se movía, al margen del género a que
perteneciera, murió como consecuencia de sus propios excesos (drogas, alcohol y
sexo, fundamentalmente) sin haber sido denunciado nunca, a pesar de que hubo
sospechas de que pudiera haber tenido sexo con una chica de 16 años.
Los casos de Harvey Weinstein, Woody Allen,
Kevin Spacey, Michael Jackson o Roman Polanski, son otros bien conocidos, a los
que hay que añadir el de algunos futbolistas, tanto de ahora como de hace años.
Recuerdo por ejemplo a Alexanco,
jugador del Barça, o más recientemente al propio Cristiano Ronaldo.
Me guardo mi propia interpretación de cuáles fueron
los auténticos motivos que impulsaron a esas supuestas víctimas, a actuar como
lo hicieron entonces y el por qué de su cambio de actitud ahora.
Remontándonos a la Conquista de América, los
hay que pretenden hacernos creer que los pobres Aztecas, eran unas hermanas de
la caridad y que los españoles éramos unos asesinos, salvajes y violadores. Desde
luego, no enviamos a la flor y nata de nuestra sociedad, pero tampoco por ello
hay que exagerar la cosa. Y a esos que acusan de genocidas a los Cortés,
Pizarro, Orellana y demás, habría que preguntarles cómo fue posible que 300
españoles, pudieran someter a un imperio de 10 millones de habitantes con sus
correspondientes ejércitos, por muy salvaje que se fuera. Y de paso,
preguntarles por sus admirados Josif Stalin, Pol Pot, Fidel Castro, Nicolás
Maduro, Mao Tse Tung, y compañía.
Y si continuamos mirando al pasado con los
ojos actuales, no deberíamos pasar por alto el soez comportamiento de los
albañiles de las obras, que subidos en los andamios, piropeaban - o eso pretendían
ellos - a las mujeres que tenían la desgracia de pasar cerca del alcance de sus
voceríos y aguantar estoicamente el chaparrón de groserías que les caían de
dichos andamios. Dado que estamos en una vorágine revisionista del pasado,
propongo que iniciemos una cruzada en busca de todos aquellos obreros de la
construcción, para que se enfrenten a la justicia bajo la acusación de abusos
verbales, incitación al pecado o cualquier otra barbaridad que se le pueda
ocurrir a cualquier imbécil con un micrófono en la mano.
Ahora, el que ha salido a la palestra, ha
sido nuestro Plácido Domingo. Algo que ha sorprendido a todos. Y lo lamentable
en este asunto, es que las denuncias se producen de forma anónima, sin aportar
pruebas - al menos que sepamos de momento - y transcurridos 30 años de los
supuestos hechos. Es decir, una caza de brujas al más puro estilo macartista, y precisamente
por los mismos que pretenden deslegalizar los juicios sumarísimos que se
realizaron tras la guerra civil española, por parte del franquismo. Un
contrasentido en sus propios términos.
Lo más grave de este tipo de casos que salen
a los medios de comunicación, lo explicó claramente el actual Ministro de Cultura
(cuyo nombre no recuerdo, como tampoco recuerdo el de sus compañeros del
Consejo): “El problema de este tipo de informaciones, es la condena mediática”,
es decir, aquella que, al margen de la que pudiera derivarse de los tribunales,
ya se ha dictado en contra del sujeto. Y es aquí donde entran en juego una
serie de factores personales, entre los que se encuentran, los prejuicios -
fundamentales para poder sostener una posición u otra - y las simpatías o
antipatías por el individuo.
Hoy, por ejemplo, en un lamentable intento de
justificar lo que todavía no se ha demostrado, he tenido que leer que Plácido
se había casado muy joven y que se había divorciado y vuelto a casar. Con lo
cual, me temo que me acaban de meter en una categoría nueva, al más puro estilo
católico retrógrado, cuando se negaba la comunión y los sacramentos a los
divorciados. Lo curioso es que este tipo de planteamientos, sean defendidos en
pleno siglo XXI por individuos cuya
inclinación religiosa, dudo mucho que se acerque a la de los integristas
católicos, o simplemente católicos. Pero ahí no acaba la “acusación”. Al
parecer, otro individuo, colega de Plácido, como Pavarotti, ahora resulta sospechoso
de haber sido un mujeriego, por el hecho de haberse casado con su secretaria
que era 40 años más joven que él. Y por ende, como ambos son colegas y han
disfrutado de una vida “disipada” para el normal proceder del resto de los
mortales, seguro que son culpables…de algo.
Hasta donde alcanza mi memoria, Henry Kissinger, el ex
Secretario de Estado Norteamericano, es culpable de muchas cosas, entre otras,
de casarse con su propia secretaria. Menos conocido es el caso de Manuel Pimentel,
Ministro con Aznar y la que fuera su compañera de partido Alicia Sánchez
Camacho, fruto de cuya relación tienen un hijo. Y ya metidos en faena, hay
que recordar que nuestro Premio Nobel, Camilo José Cela se casó cuando tenía 75
años, con una periodista, Marina Castaño, que entonces tenía 34, o el propio Nelson
Mandela, con fama de mujeriego desde los tiempos de estudiante. Así es que de alguna forma, todos estos
personajes, deben ser culpables de algo relacionado con los abusos, las
violaciones o en general, un comportamiento inadecuado con las mujeres.
Me parece lamentable, triste y sobre todo,
preocupante, que los medios de comunicación, cuya principal tarea es la de
informar, se dediquen a lanzar acusaciones sin fundamento. Debería existir una
ley que obligara a esos mismos medios a publicar la absolución de los acusados,
cuando se diera el caso, con la misma relevancia con la que se informó de su
detención. Porque todos hemos visto cómo se detienen a famosos, cómo son
introducidos en los coches policiales, cómo son interrogados en los juicios,
pero no hay muchos casos en los que esos mismos medios, divulguen la puesta en
libertad de los acusados, con lo que aquello de “calumnia, que algo queda”, se
vuelve cada día más cierto.
Deberíamos seguir el sabio consejo de Homero:
“Dejemos que el pasado sea el
pasado” o el de Sócrates: “El pasado
tiene sus códigos y costumbres”.