Cada vez que nos sacude una gota fría, una
DANA o un Diluvio Universal, surgen como las setas los que reclaman que hay que
limpiar los cauces de los ríos y que esa falta de limpieza fue la razón
fundamental por la que se produjo el desastre de turno. Y por consiguiente, las
consabidas acusaciones a los organismos públicos, empezando por el ayuntamiento
de turno, la confederación hidrográfica pertinente, la Comunidad Autónoma y de
ahí, para arriba.
Y sin embargo, parece que debido a nuestra
latitud, las denominadas popularmente gotas frías, son tan ineludibles como los
tornados en el medio oeste norteamericano, los tifones en Asia o los huracanes
en el Caribe y el Atlántico.
En primer lugar deberíamos por comenzar
explicando algo que aparentemente es obvio y es que los cauces de los ríos, no
son como las cañerías de casa; no son tubos, perfectamente limpios, por los que
circula el agua sin ningún impedimento. Los ríos, tienen en sus márgenes,
vegetación que crece espontáneamente, en su fondo, piedras, algas y otros tipos
de plantas y además, su trayectoria se encuentra en muchos casos, con
obstáculos naturales, como meandros, paredes rocosas, etc.
Por tanto, la primera pregunta que me hago es
¿qué significa limpiar el cauce de un río? Y la segunda, si esa limpieza es
realmente necesaria y efectiva.
A tenor que lo que se explica en este enlace
(ver AQUÍ)
se dice literalmente: “La limpieza es una actuación destructiva del
cauce, que no sirve para reducir los riesgos de inundación y que puede originar
graves consecuencias, tanto en el medio natural como en los usos humanos del
espacio fluvial” Con lo cual, parece que éstos, lo tienen claro y
desmontan de un plumazo esa teoría de que hay limpiar con Cristasol los ríos.
Por otro lado, hay que destacar
que cuando llueve de manera torrencial, como en una gota fría, rara vez lo hace
en la cabecera de un río y aunque lo hiciera, no hay ríos capaces de soportar
un caudal de 300 litros en 6 horas. Lamentablemente, en España hemos tenido el
año pasado un claro ejemplo de que todas estas presunciones no sirven de nada
cuando se produce la tragedia de Sant Llorenç, en Mallorca, (octubre de 2018) donde
cayeron más de 180 litros por
metro cuadrado, 150 de ellos, en menos de dos horas y que provocaron varios
muertos e innumerables destrozos materiales. Y algo más lejano en el tiempo,
está la tragedia del camping de Biescas (agosto 1996 - ver más detalles AQUÍ), en el que el camping
estaba situado sobre el cono de deyección del río Gállego.
Otro aspecto a tener en cuenta pero que casi
nunca se menciona, es el ansia sin límites de construir viviendas en zonas en
las que el paso del agua se hace obligatorio o en sus aledaños. No se puede impedir
la natural circulación del agua y por ende, aunque en la mayoría de los casos,
los cauces de los riachuelos, arroyos y demás, vayan secos, o casi, nunca hay
que olvidar que tarde o temprano por ahí pasará agua. Y mucha. Eso lo
descubrieron no hace mucho tiempo bastantes habitantes de Fuengirola, que
solían aparcar sus vehículos en el cauce de una riera que habitualmente está
seca…hasta que un día bajó por allí el Danubio y se llevó todos los coches
aparcados directamente al mar, que estaba a 100 metros. Desde entonces, no he
visto ningún coche más aparcado allí.
Por tanto, la tesis de que estas catástrofes
se pueden evitar o aliviar limpiando los cauces de los ríos, es radicalmente
falsa, toda vez que, como ya se ha mencionado, con ese volumen de agua, no hay
río ni embalse que lo soporte y como queda detallado en el enlace anterior,
además puede ser peor el remedio que la enfermedad.
Lo lamentable, aparte de la pérdida de vidas
humanas y de los bienes materiales, es que toda esa agua se pierde y en este
caso, de la vega del Segura, es aún más hiriente, por cuanto es una zona
necesitada de agua con frecuencia. De ahí la obra de ingeniería trasvase
Tajo-Segura.