Desventurado García era un buen hombre al que
la vida no es que le hubiera golpeado, es que le estaba vapuleando. Era como si
le hubieran hecho subir al ring a enfrentarse a Casius Clay en sus mejores
tiempos, y no hacía más que recibir golpes por todas partes, que le mantenían
en un estado catatónico, grogui, pero en pie, por lo que seguía recibiendo
estopa de lo lindo. Podría haber optado por tirar la toalla, rendirse, hacerse
el muerto, o salir huyendo de aquel combate en las que llevaba las de perder, pero
su pundonor y su carácter indomable se lo impedían. En el fondo de su inocente alma,
pretendía que, o bien Casius Clay se aburriría de su superioridad, o bien, que
terminara por cansarse físicamente. El caso es que Desventurado, sobrevivía
peleando como un jabato contra una mole invisible, cuyos golpes, a pesar de
todo, dolían.
Subsistía en un apartamento del que sabía que
tendría que salir más pronto que tarde, porque sus escasos ingresos apenas
alcanzaban para comer, pagar la calefacción, la luz, internet, el mínimo uso
del móvil, el seguro del coche y la escasa gasolina que usaba, a no ser que
fuera absolutamente necesario para trasladarse a alguna entrevista de trabajo,
que realmente, eran pocas o ninguna. Es decir, mantenía los servicios mínimos,
imprescindibles, para poder seguir buscando trabajo, tarea que le llevaba más
de diez horas diarias desde hacía más de un año.
Había reducido la ingesta de alimentación a
una ración semejante a la de un eritreo, lo cual, había contribuido a tener una
figura algo más estilizada.
A pesar del frío de aquel invierno, no se
podía permitir dormir con la calefacción encendida. Así es que por las noches,
se escondía bajo la sábana y el edredón con los que se cubría, y procuraba no moverse
demasiado ni sacar mucho la cara, no se fuera a gangrenar algo. Lo malo era
cuando tenía que levantarse en mitad de la noche al baño. Afortunadamente, el
suplicio no duraba mucho porque el baño lo tenía enfrente del dormitorio y
cuando salía de su cubículo calentito, procuraba taparlo para sentir algo de
calor a su regreso.
Había desarrollado unas normas de estricto
cumplimiento, casi de disciplina militar. Cada día, se levantaba a las nueve,
encendía la calefacción y se disponía a desayunar un café y dos madalenas, para
posteriormente, cuando ya había entrado un poco en calor tanto él como el
apartamento, meterse en la ducha y disfrutar del agua hirviendo que le ayudaría
durante algún tiempo a mantener una temperatura asequible. A pesar de todo, el
único radiador del que disponía el apartamento en el salón, estaba estropeado y
no calentaba lo suficiente, lo que obligaba a Desventurado, a permanecer con el
plumas puesto, la mayor parte de su jornada.
Después de asearse, se sentaba delante de su
ordenador, con la vana esperanza de ver si tenía alguna respuesta a las docenas
de currículos que había enviado en su bandeja de entrada. Una vez verificado el
silencio por vía del correo, como cada día, se disponía a navegar por internet
en busca de ofertas de empleo, en España y en el extranjero, tarea a la que
dedicaba la mayor parte del tiempo.
En alguna ocasión, abandonaba la obsesiva
búsqueda de empleo tan sólo unos minutos, a fin de trasladarse al supermercado más
cercano a comprar lo imprescindible para subsistir.
A pesar de su lacrimógena situación, había conocido
a una mujer a la que, al parecer, por alguna extraña razón, no le importaba
mucho la situación tan precaria por la que Desventurado estaba atravesando. Es
más, él sintió desde el principio que ella estaba su lado, le apoyaba, le
aconsejaba y le animaba a no desanimarse. Dado que ella trabajaba, sólo podían
verse los fines de semana y su plan, la verdad sea dicha, no es que fuera como
para tirar cohetes.
Desventurado García, pasaba los viernes por
la tarde por casa de su nueva amiga que afortunadamente, no distaba mucho de
donde él vivía, con lo que el gasto de gasolina, era mínimo. Luego, regresaban al apartamento de Desventurado
y si el tiempo lo permitía, daban un ligero paseo por la zona, antes de
cobijarse en la casa, donde como único lujo, se tomaban una copa, veían la tele
o algún DVD, cenaban espaguetis y después hacían el amor. Lo peor de todo, es
que de madrugada, Desventurado debía devolver a su chica a su casa, más que
nada porque la cama de Desventurado era individual y a duras penas cabían los
dos y así, era imposible dormir. La operación, con escasas variaciones, se
repetía los sábados y los domingos.
Pasaba el tiempo y la situación de Desventurado
ni mejoraba ni tenía visos de que fuera a hacerlo a corto plazo, lo cual,
suponía una carga emocional importante en su ánimo. La situación económica fue empeorando,
hasta hacerse casi insostenible. Hasta que un día llegó al máximo de lo
ridículo.
Desventurado, como cada viernes, debía ir a
buscar a su chica, pero el depósito de gasolina de su coche, estaba casi en el
nivel de asfixia. Claro que su cuenta corriente, estaba aún peor y no tendría
ingresos hasta el día siguiente. De la tarjeta, mejor ni hablar. Así es que la
alternativa era o no ver a su chica o gastar algo de dinero en gasolina. Estuvo
haciendo cálculos infinitesimales y logarítmicos acerca de cuánto podría gastar
su coche en los trayectos, habida cuenta de que la verdad, es que el coche
gastaba poco, pero lo que se le iba a pedir al vehículo, rayaba la proeza y la
entrada en el libro Guiness. Finalmente, tomó la decisión.
Se presentó en la gasolinera más cercana a su
domicilio y con extremo cuidado - no fuera a pasarse- , rellenó el depósito con
3 euros! No tres litros, tres euros. Eso le daba para algo más de dos litros y
esperaba que fuera suficiente.
Con más orgullo que vergüenza, pasó por caja
y el dependiente debió quedarse estupefacto al comprobar que había mecheros que
gastaban más. Es de suponer que el hombre debió pensar que no iba a ir muy
lejos, y lo cierto es que Desventurado, también se lo temía. El caso es que se
dirigió a buscar a su chica, a velocidad reducida para consumir menos y tuvo la
suerte de que el coche no le dejara tirado por falta de combustible.
Desde entonces está seguro que ostenta el
record mundial de echar menos gasolina en un coche y que no se pare.
Como fue la última vez que utilizó esa
gasolinera, también está convencido de que el dependiente piensa que se quedó
tirado en mitad de ninguna parte.