El grupo de amigos lo componían
dos parejas (hetero) y sus respectivos hijos: una chica y un chico. Al subirse al
coche todos ellos, en Madrid, el objetivo era acercarse a un pueblo de la costa
gallega, de la provincia de La Coruña, a disfrutar de un largo puente. O sea
que tenían por delante unas cuantas horas que tratarían de hacer amenas, sobre
todo para los niños. No tenían pensado batir ningún récord de velocidad y por
eso se habían planteado el viaje como algo relajante, para disfrutar de la
conversación, de la música y del paisaje.
De repente, justo cuando acababan
de dejar atrás Puerta Hierro y enfilaban por la A-6 camino de A Coruña, la niña
de sus amigos, que era tartaja, preguntó:
- -Ffffffff……….fffffffff……….fal…………..fal….falta....mmmm………mmmmmm…….mu………………mucho?
En ese momento, al conductor del
vehículo, - el único que disponía del permiso de conducir de todo el grupo - se
le dispararon todas las alarmas disponibles en su cerebro. Un detalle que nadie
le había advertido, era la dificultad de la niña de sus amigos para articular
una frase entera sin engancharse, lo cual, no era en sí algo a tener en cuenta…salvo
que, al mismo tiempo, - y ahí radicaba el verdadero problema- lo conjugues con
un nivel de impaciencia rayando en la obsesión. El pobre hombre, no sólo iba a
tener que conducir todo el camino, todo el tiempo, sino que acababa de
descubrir que, además, lo que en un principio parecía que iba a ser un plácido
viaje, estaba destinado a convertirse en una pesadilla que pondría a prueba su
ya demostrada paciencia tibetana.
La niña, además del defecto en el
habla, debía sumar alguno que otro relacionado con el tiempo, porque cuando
pasaban por Aravaca, apenas unos minutos después, volvió a interesarse:
Ahí fue cuando el conductor,
decidió poner en práctica sus conocimientos de relajación mental, de
abstracción del entorno y de autosugestión contra el dolor, a fin de poder
controlarse y evitar parar el coche en una gasolinera y hacer como que se
olvidaba de la niña, algo que, - tal vez – también agradecerían sus propios
padres.
De momento, lo que en un
principio se había considerado como un largo paseo hasta su destino en la costa
gallega, se convirtió por mor de las circunstancias, en una carrera al más puro
estilo Canon Ball. Al tiempo que intentaba controlar sus impulsos asesinos para
con la impaciente niña, que desde el asiento trasero amenazaba su paz interior,
debía prestar la máxima atención a la carretera, porque había decidido que,
probablemente, iba a batir el récord de velocidad en el trayecto
Madrid-Cedeira.
A velocidad normal, existían grandes probabilidades de que, o
bien la niña sería inmolada, o bien la amistad con sus progenitores se vería
definitivamente afectada. Cualquiera de ambas alternativas, era igual de desagradable.
Por tanto, sólo cabía una medida paliativa, como era la de apretar el
acelerador y derrapar en las curvas.
A pesar de eso y de parar las
menos veces posibles para no alargar el viaje más de lo estrictamente
necesario, el viaje fue un suplicio chino, porque la susodicha, volvía a preguntar cada 5 minutos, si faltaba mucho. Y todavía quedaban los días de
estancia en el pueblo.
Algo debieron ver los padres de
la criatura; algún gesto casi imperceptible debieron vislumbrar cuando llegó la
hora del regreso, porque se buscaron una excusa para permanecer en el lugar más
tiempo, visitar a unos supuestos parientes y así evitar tener que regresar en
el coche y hacerles sufrir de nuevo a sus amigos, un viaje de vuelta como el
que les había traído. Ellos tomarían el tren de regreso a Madrid, otro día.
A pesar de los años transcurridos
desde entonces, y aunque la susodicha sea ya una adulta, en estos días de
confinamiento obligado y sine die, no me la imagino soportando estoicamente el
enclaustramiento por el coronavirus. Que Nuestro Señor asista y proteja a quien
esté cerca de ella.
Amén.