Hay mucha gente que es una
ferviente defensora de la educación pública. Los hay que son casi enemigos
acérrimos de la privada y/o de la concertada. Sin ir más lejos, la mayoría de
este infame gobierno, proclama su enemistad contra la educación privada y
concertada, aunque no se les caiga la cara de vergüenza, sabiendo que la mitad
de ellos, han estudiado en este sistema de educación, comenzando por el Dr.
Fraude del presidente.
Yo tengo cerca a unos amigos que
eran unos enamorados convencidos de las enormes ventajas de la pública. Y digo
eran.
Y es que siempre hay un momento
en esta vida en el que de repente, te das cuenta que todos esos preceptos,
principios inamovibles, sólidos y bien cimentados, te los pasas por el forro
cuando el problema te toca a ti directamente. O sea, como el “coletas” con los
chalets de 600.000 euros con jardín y guardaespaldas.
Resulta que estos amigos,
convencidos irredentos de la educación pública, han llevado a sus hijos a
institutos públicos. Hasta que descubren que su hija adolescente, tiene una
serie de amistades de esas que normalmente se califican como “poco
recomendables”. Tan poco recomendables, que toman una drástica decisión, que da
al traste con todos sus principios.
Deciden que la familia entera,
matrimonio y tres hijos, tienen que trasladarse a 100 kilómetros de su
domicilio habitual. El objetivo era evitar que la niña siguiera en contacto con
esa pandilla tan poco apropiada.
La verdad es que tienen suerte de
poder tomar una decisión como esa. A 100 kms de distancia, disponían de otra
vivienda. Ahora, la niña y su hermano el pequeño, van a un colegio privado, a
razón de 1.000€ al mes CADA UNO. Total 2.000€ al mes por el colegio de los
niños.
Y ahora viene la parte
desconcertante de la historia.
La niña, decide quedar con parte
de esos amigos, y ya puestos, pues qué mejor sitio que la casa de sus padres
donde han vivido siempre. Así es que, un viernes cualquiera, la niña aterriza
con una amiga, su pareja y otro menda, el estereotipo de un auténtico macarra
de libro.
Durante la tarde, el grupo de
jóvenes, lo pasa en la piscina. Por la noche, es cuando sentados en la terraza,
y molestando a todo el barrio con sus voces que reverberan entre los edificios,
comienza el show.
El macarra, evidentemente bajo
los efectos del alcohol, de la sisha que estaban fumando en la típica pipa
árabe, o de ambos, pretendía saltar desde la terraza al vacío, imagino que con
la intención de emular a Superman. Pero al parecer, el macarra necesitaba más
acción, más adrenalina y es entonces cuando se dirige a la niña, la anfitriona,
y le dice: “Bueno tía, dame un besito ya que yo no he venido aquí para esto”. El
macarra estaba alienado por sus hormonas.
Durante los dos días siguientes,
no se les volvió a oír, pero estar, estaban. Confieso que, en algún momento,
estuve tentado de acudir a la puerta de su vivienda y ofrecerle (al macarra) o
algún tipo de reconstituyente, o de alimento sólido, no fuera a perder el
conocimiento por exceso de virilidad. Pero también dudaba de si esperar a su
aparición por la puerta y dedicarle una ovación y sacarle en hombros de la
urbanización.
Uno, que es muy ingenuo, estaba
preocupado por lo que la madre de la pobre criaturita desvalida, podría estar
pensando acerca de lo que podría estar haciendo su damisela. La respuesta, la
tuve ayer.
Por circunstancias que no vienen
al caso, compartimos con la madre de la ursulina pubescente, la preocupación de
que la niña frecuentara a cierto tipo de macarras, y entonces fue cuando mi
desconcierto alcanzó el clímax.
Porque resulta desconcertante,
que cuando le comentas a una madre, que su hija adolescente, ha estado tres
días casi ver la luz del sol, acompañada únicamente por el macarra, el mismo macarra
cuya sola presencia motivó la mudanza de la familia a cien kms de distancia; el
mismo macarra que la noche de su llegada, le exigió a la niña que le diera algo
más que marihuana y alcohol y se lo dejó bien clarito: “no he venido aquí para
esto”; el mismo macarra que se bebió su alcohol (el del padre), se acostó en su
cama (la de la madre) y se folló a su niña, a ese mismo macarra, lo calificó
como “un buen chico”. Que era un amigo de toda la vida y que ese chico, tenía
novia.
Y fue entonces cuando me planteé
varias cuestiones: Y ésta ¿qué necesita para calificar a un chico como malo? ¿Qué
tenga delitos de sangre, violación en manada o similar? ¿Cómo es posible que el
mismo razonamiento que se usa para migrar 100 kms, se vuelva del revés y de
pronto el macarra se convierte en un buen chico? ¿Cómo es posible que unos
convencidos socialistas de voto y urna a diario, sean capaces de cagarse en sus
principios y llevar a sus hijos al colegio más caro de toda la provincia? A
esta última, sí que tengo una respuesta clara: y es que una cosa son los
principios ideológicos teóricos y otra que a tu hija se la esté beneficiando un
macarra.
Así es que el corolario de esta
historia es:
La madre, cada día, conduce 200
kms para ir y volver del trabajo. Cien de ida y cien de vuelta. TODOS LOS DÍAS.
Del colegio público, han pasado
al privado más caro de la provincia: 2.000 euros al mes por dos niños.
Y claro, todo eso está muy bien,
si exceptuamos un par de detalles de escasa importancia. Primero, que ellos,
tienen la posibilidad de elegir si se exilian o no a una segunda vivienda.
Segundo, que el hecho de pagar 2.000€ al mes por el colegio de dos hijos, más
la universidad del mayor en Granada, no supone que a continuación tengan que
limosnear en la puerta de la iglesia los domingos.
Pero ¿y los que no disfrutan de
esas condiciones?
¡HAY QUE VER, QUÉ CARO RESULTA LA
EDUCACIÓN PÚBLICA!