No sé si es algo común que le sucede a todo el mundo, pero a mí me llama mucho la atención.
Hubo un tiempo en el que cada vez
que lavaba el coche, llovía al día siguiente o a las pocas horas. De hecho,
recuerdo que un día empezó a llover cuando sacaba el coche por la rampa después
de lavarlo. Se ve que el que gestionaba lo de la lluvia estaba ansioso por
fastidiarme. Aquello me afectó de tal forma que, a pesar de haber transcurrido
decenas de años, sigo mediatizado por el trauma de gastarme el dinero en lavar
el coche y que se vuelva a ensuciar al poco tiempo. La consecuencia es que,
actualmente, el coche tiene más mierda que el palo de un gallinero y mantengo
la esperanza de que, próximamente, cuando saque el coche a pasear, me caiga un
diluvio de esos que caen por Madrid, que se te moja hasta los calzoncillos y me
limpie el coche y además gratis.
Otra cosa en la que me fijo mucho
es cuando busco un sitio para aparcar. Yo tenía un amigo que era capaz de
aparcar en la puerta de unos grandes almacenes – ya desaparecidos – en plena
calle Serrano y en Navidades. Insultante. Yo, no. A mí, lo que me suele pasar –
y me trae por la calle de la amargura – es que después de dar más vueltas a la
manzana que un tiovivo, cuando al final no me ha quedado más remedio que
meterlo en un parking de esos que cuando vas a pagar, abres las piernas y
apoyas los brazos contra la pared, pasas por delante de la puerta del sitio al
que vas y tienes plazas para escoger. Es como si alguien, mediante el uso
fraudulento de un satélite, estuviera vigilando mi coche y de repente diera la
orden de ocupar todos los espacios libres y al ver que ya he metido el coche en
un aparcamiento de pago, diera la orden contraria y todos los agentes, dejaran
los huecos para otros.
Hoy, sin ir más lejos, me ha
vuelto a pasar.
En una decisión que bordea la odisea
hoy hemos decidido ir a El Corte Inglés de Málaga. Mientras conducía, intentaba
recordar cuándo fue la última vez que habíamos estado en la capital y hemos
llegado a la conclusión de que debió ser a primeros de este año.
Al llegar a los aledaños del
establecimiento, nos hemos dado una enorme alegría porque después de unos 10 o
12 años, por fin han terminado las obras de acondicionamiento de la avenida y
de la rotonda donde debes girar noventa grados a tu izquierda para dirigirte al
parking de ECI. Es como si en la Castellana de Madrid, estuvieran todo ese
tiempo haciendo obras en la Cibeles y tuvieran que desviar el tráfico por
calles paralelas y obligarte a realizar más kilómetros que una maratón.
Después de atravesar la gran
avenida principal de Málaga, no sin esfuerzo y tiempo, hemos conseguido llegar
hasta la calle donde se entra al parking de los grandes almacenes. Había una
cola considerable, pero hemos asumido que, al ser sábado, debía ser normal.
Pero eso pronto ha dejado de ser normal. Aquello no avanzaba. Delante de
nosotros debía haber unos15 o 20 coches y el movimiento era tan escaso y tan
lento, que he tomado la decisión de apagar el motor, en vez de esperar a que se
parase solo. Imagino que habremos estado allí, muertos de asco, al menos 10
minutos. Al final, hemos supuesto que la dificultad era que el aparcamiento
estaba tan lleno, que hasta que no salía un vehículo no se levantaba la barrera
o no dejaban pasar a nadie. El caso es que, hemos decidido salirnos de la fila
y buscar un aparcamiento de pago situado en una calle cercana.
El aparcamiento lo hemos
encontrado sin problema. El problema ha venido después cuando hemos descubierto
que, dentro del parking, había doble sentido de circulación y que los coches
que entraban, lo hacían por el mismo sitio por que el usaban los que querían salir.
Por supuesto, el espacio para todo ello era absolutamente insuficiente, por lo
que las maniobras de los vehículos obligaban a hacer una especie de Tetris improvisado,
buscando espacios inverosímiles, ocupando temporalmente plazas desocupadas o
destinadas a personas discapacitadas o a coches eléctricos para recargar, todo
ello con el fin de que ambos coches, el que salía y el que entraba, pudieran
continuar sin hacerse ningún rasguño entre ellos. Finalmente, y después de no
pocas maniobras, he conseguido colocar el coche en una plaza destinada a
personas discapacitadas, con lo que he permitido que los dos coches que quería
tomar la salida, pudieran pasar. Era tal la dificultad que mi mujer me ha dicho
que, si ella se hubiera encontrado en una situación así, no habría sido capaz
de continuar y le habría pedido ayuda a alguien. Y no es de las que pide ayuda.
Si lo sabré yo.
Una vez solventada la prueba de
habilidad del parking de las narices sin daños en el coche, nos hemos dirigido
hacia El Corte Inglés. Lo verdaderamente irritante de esta historia es que,
cuando hemos llegado al semáforo que hay justo frente a la entrada del parking
en la acera de enfrente, dicha entrada estaba vacía. La interminable cola de
coches en la que nos hemos eternizado esperando nuestro turno para entrar, se
había disuelto como por arte de magia y estaba totalmente expedita. No había
nadie y los coches que entraban lo hacían sin ningún problema.
¿Es o no es como para coger un Kaláshnikov?