sábado, octubre 21, 2023

Las conjuras contra mí

No sé si es algo común que le sucede a todo el mundo, pero a mí me llama mucho la atención.

Hubo un tiempo en el que cada vez que lavaba el coche, llovía al día siguiente o a las pocas horas. De hecho, recuerdo que un día empezó a llover cuando sacaba el coche por la rampa después de lavarlo. Se ve que el que gestionaba lo de la lluvia estaba ansioso por fastidiarme. Aquello me afectó de tal forma que, a pesar de haber transcurrido decenas de años, sigo mediatizado por el trauma de gastarme el dinero en lavar el coche y que se vuelva a ensuciar al poco tiempo. La consecuencia es que, actualmente, el coche tiene más mierda que el palo de un gallinero y mantengo la esperanza de que, próximamente, cuando saque el coche a pasear, me caiga un diluvio de esos que caen por Madrid, que se te moja hasta los calzoncillos y me limpie el coche y además gratis.

Otra cosa en la que me fijo mucho es cuando busco un sitio para aparcar. Yo tenía un amigo que era capaz de aparcar en la puerta de unos grandes almacenes – ya desaparecidos – en plena calle Serrano y en Navidades. Insultante. Yo, no. A mí, lo que me suele pasar – y me trae por la calle de la amargura – es que después de dar más vueltas a la manzana que un tiovivo, cuando al final no me ha quedado más remedio que meterlo en un parking de esos que cuando vas a pagar, abres las piernas y apoyas los brazos contra la pared, pasas por delante de la puerta del sitio al que vas y tienes plazas para escoger. Es como si alguien, mediante el uso fraudulento de un satélite, estuviera vigilando mi coche y de repente diera la orden de ocupar todos los espacios libres y al ver que ya he metido el coche en un aparcamiento de pago, diera la orden contraria y todos los agentes, dejaran los huecos para otros.

Hoy, sin ir más lejos, me ha vuelto a pasar.

En una decisión que bordea la odisea hoy hemos decidido ir a El Corte Inglés de Málaga. Mientras conducía, intentaba recordar cuándo fue la última vez que habíamos estado en la capital y hemos llegado a la conclusión de que debió ser a primeros de este año.

Al llegar a los aledaños del establecimiento, nos hemos dado una enorme alegría porque después de unos 10 o 12 años, por fin han terminado las obras de acondicionamiento de la avenida y de la rotonda donde debes girar noventa grados a tu izquierda para dirigirte al parking de ECI. Es como si en la Castellana de Madrid, estuvieran todo ese tiempo haciendo obras en la Cibeles y tuvieran que desviar el tráfico por calles paralelas y obligarte a realizar más kilómetros que una maratón.

Después de atravesar la gran avenida principal de Málaga, no sin esfuerzo y tiempo, hemos conseguido llegar hasta la calle donde se entra al parking de los grandes almacenes. Había una cola considerable, pero hemos asumido que, al ser sábado, debía ser normal. Pero eso pronto ha dejado de ser normal. Aquello no avanzaba. Delante de nosotros debía haber unos15 o 20 coches y el movimiento era tan escaso y tan lento, que he tomado la decisión de apagar el motor, en vez de esperar a que se parase solo. Imagino que habremos estado allí, muertos de asco, al menos 10 minutos. Al final, hemos supuesto que la dificultad era que el aparcamiento estaba tan lleno, que hasta que no salía un vehículo no se levantaba la barrera o no dejaban pasar a nadie. El caso es que, hemos decidido salirnos de la fila y buscar un aparcamiento de pago situado en una calle cercana.

El aparcamiento lo hemos encontrado sin problema. El problema ha venido después cuando hemos descubierto que, dentro del parking, había doble sentido de circulación y que los coches que entraban, lo hacían por el mismo sitio por que el usaban los que querían salir. Por supuesto, el espacio para todo ello era absolutamente insuficiente, por lo que las maniobras de los vehículos obligaban a hacer una especie de Tetris improvisado, buscando espacios inverosímiles, ocupando temporalmente plazas desocupadas o destinadas a personas discapacitadas o a coches eléctricos para recargar, todo ello con el fin de que ambos coches, el que salía y el que entraba, pudieran continuar sin hacerse ningún rasguño entre ellos. Finalmente, y después de no pocas maniobras, he conseguido colocar el coche en una plaza destinada a personas discapacitadas, con lo que he permitido que los dos coches que quería tomar la salida, pudieran pasar. Era tal la dificultad que mi mujer me ha dicho que, si ella se hubiera encontrado en una situación así, no habría sido capaz de continuar y le habría pedido ayuda a alguien. Y no es de las que pide ayuda. Si lo sabré yo.

Una vez solventada la prueba de habilidad del parking de las narices sin daños en el coche, nos hemos dirigido hacia El Corte Inglés. Lo verdaderamente irritante de esta historia es que, cuando hemos llegado al semáforo que hay justo frente a la entrada del parking en la acera de enfrente, dicha entrada estaba vacía. La interminable cola de coches en la que nos hemos eternizado esperando nuestro turno para entrar, se había disuelto como por arte de magia y estaba totalmente expedita. No había nadie y los coches que entraban lo hacían sin ningún problema.

¿Es o no es como para coger un Kaláshnikov?

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