El otro día me dio por pensar acerca de lo retorcidos que somos los humanos. La cantidad de contradicciones con las que convivimos y las paradojas que nos envuelven.
Por ejemplo, desde siempre me ha
encantado escribir con pluma estilográfica. De hecho, me subyuga todo lo
relacionado con la papelería y la escritura. Hasta el punto que en cierta
ocasión, estuve valorando seriamente montar un negocio basado en una franquicia
sobre el tema. Afortunadamente, me quitaron de la cabeza esa idea otros
franquiciados de la misma marca.
Un escaparate de una papelería
ejerce sobre mí el mismo poder de atracción que el de una pastelería, con sus
bombones, sus pasteles, sus tartas, sólo que esos dulces han mutado en papeles,
cuartillas, bolígrafos, carpetas, agendas y grapadoras.
A pesar de eso, el caso es que me
sigue fascinando tener esa agradable sensación de comprobar cómo se desliza
suavemente la punta de la pluma por el papel, casi satinado. Por el contrario, odio
a muerte esos folios en los que escribir se asemeja a hacerlo sobre papel de
lija, en un ejercicio que se debería realizar con un cincel y empuñando el
objeto que escribe como si se tratara de un puñal. El papel debe ser tan suave
como si fuera de seda. No soporto escuchar el rasgar de la pluma. Me da grima.
No aguanto sentir esa aspereza.
A lo largo de mi vida he tenido
diferentes tipos de plumas. La mayor parte de ellas, de regalo. Al no ser
fumador ni bebedor, los que me conocían sabían de mi manía por las plumas y de
vez en cuando me caía alguna por mi cumpleaños. Las he tenido de esas que
tenías que meterlas en un tintero y absorber el líquido para llenar el
depósito. Eso implicaba tener un tintero y tener que usar un trapo para secar
después la pluma y sobre todo que la plumilla quedara impoluta, brillante.
Lamentablemente, en alguna de mis múltiples mudanzas tuve que dejar atrás tanto
al tintero como a una de mis plumas preferidas, una Mont Blanc que me regalaron
los compis de la oficina. ¡Qué sensación tan lujuriosa la de observar cómo una
plumilla resplandeciente, iba dejando su rastro de tinta sobre el papel! No hay
nada como una mudanza para ir dejando pedazos de ti, como un leproso.
En un proceso evolutivo, ese tipo
de plumas tenían el inconveniente de que, si te quedabas sin tinta, te veías
obligado a echar mano de un bolígrafo y eso constituía una blasfemia epistolar.
La alternativa de disponer siempre de un tintero a mano, quedaba descartada.
Así es que surgieron los cartuchos de tinta que son como diminutos supositorios
con los que se alimenta a la pluma por la retaguardia. La gran ventaja es que
estos mini depósitos sí podían estar permanentemente a disposición del
escribidor, porque en el cuerpo de la propia pluma, entraba uno de repuesto.
Aunque el principal problema que
tienen todas las plumas, al margen de si son de un tipo o de otro, es que, si
no escribes a menudo con ellas, la tinta se seca. Existen métodos para limpiar
las plumillas, consistentes, básicamente, en introducirlas en solución de
vinagre reducido con algo de agua, pero mi experiencia con ese sistema es que,
si la tinta se ha muerto de inanición, es decir, si los cartuchos hace tiempo
que han pasado a mejor vida y se han quedado escleróticos, ya no te sirve ni la
tinta, ni la pluma, ni nada de nada.
Desde que el uso del ordenador y
su teclado se implantaron en nuestra cotidianeidad, el uso de plumas, incluso
de bolígrafos, ha quedado casi en exclusiva para tomar algunas notas y poco
más. No conozco a casi nadie que escriba a mano. Eso, entre otras cosas, hace
que se vaya perdiendo la calidad de la caligrafía y cada día, eso que escribes,
parece más un jeroglífico o signos de taquigrafía o la escritura de alguien que
sufre los últimos estertores antes de fenecer, en vez de algo legible.
Y aquí estoy, anhelante de
escribir con pluma, sobre un papel tan suave que hacerlo, sea como deslizarse
sobre hielo. Y como ni escribo, ni tengo ese papel, me conformo con un
bolígrafo especial, a tres euros la unidad, que debo comprar en
establecimientos especializados y cuyo modo de escribir es tan suave que parece
una pluma.
Pero no es una pluma.