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sábado, julio 13, 2024

Paradojas.

El otro día me dio por pensar acerca de lo retorcidos que somos los humanos. La cantidad de contradicciones con las que convivimos y las paradojas que nos envuelven.

Por ejemplo, desde siempre me ha encantado escribir con pluma estilográfica. De hecho, me subyuga todo lo relacionado con la papelería y la escritura. Hasta el punto que en cierta ocasión, estuve valorando seriamente montar un negocio basado en una franquicia sobre el tema. Afortunadamente, me quitaron de la cabeza esa idea otros franquiciados de la misma marca.

Un escaparate de una papelería ejerce sobre mí el mismo poder de atracción que el de una pastelería, con sus bombones, sus pasteles, sus tartas, sólo que esos dulces han mutado en papeles, cuartillas, bolígrafos, carpetas, agendas y grapadoras.

A pesar de eso, el caso es que me sigue fascinando tener esa agradable sensación de comprobar cómo se desliza suavemente la punta de la pluma por el papel, casi satinado. Por el contrario, odio a muerte esos folios en los que escribir se asemeja a hacerlo sobre papel de lija, en un ejercicio que se debería realizar con un cincel y empuñando el objeto que escribe como si se tratara de un puñal. El papel debe ser tan suave como si fuera de seda. No soporto escuchar el rasgar de la pluma. Me da grima. No aguanto sentir esa aspereza.

A lo largo de mi vida he tenido diferentes tipos de plumas. La mayor parte de ellas, de regalo. Al no ser fumador ni bebedor, los que me conocían sabían de mi manía por las plumas y de vez en cuando me caía alguna por mi cumpleaños. Las he tenido de esas que tenías que meterlas en un tintero y absorber el líquido para llenar el depósito. Eso implicaba tener un tintero y tener que usar un trapo para secar después la pluma y sobre todo que la plumilla quedara impoluta, brillante. Lamentablemente, en alguna de mis múltiples mudanzas tuve que dejar atrás tanto al tintero como a una de mis plumas preferidas, una Mont Blanc que me regalaron los compis de la oficina. ¡Qué sensación tan lujuriosa la de observar cómo una plumilla resplandeciente, iba dejando su rastro de tinta sobre el papel! No hay nada como una mudanza para ir dejando pedazos de ti, como un leproso.

En un proceso evolutivo, ese tipo de plumas tenían el inconveniente de que, si te quedabas sin tinta, te veías obligado a echar mano de un bolígrafo y eso constituía una blasfemia epistolar. La alternativa de disponer siempre de un tintero a mano, quedaba descartada. Así es que surgieron los cartuchos de tinta que son como diminutos supositorios con los que se alimenta a la pluma por la retaguardia. La gran ventaja es que estos mini depósitos sí podían estar permanentemente a disposición del escribidor, porque en el cuerpo de la propia pluma, entraba uno de repuesto.

Aunque el principal problema que tienen todas las plumas, al margen de si son de un tipo o de otro, es que, si no escribes a menudo con ellas, la tinta se seca. Existen métodos para limpiar las plumillas, consistentes, básicamente, en introducirlas en solución de vinagre reducido con algo de agua, pero mi experiencia con ese sistema es que, si la tinta se ha muerto de inanición, es decir, si los cartuchos hace tiempo que han pasado a mejor vida y se han quedado escleróticos, ya no te sirve ni la tinta, ni la pluma, ni nada de nada.

Desde que el uso del ordenador y su teclado se implantaron en nuestra cotidianeidad, el uso de plumas, incluso de bolígrafos, ha quedado casi en exclusiva para tomar algunas notas y poco más. No conozco a casi nadie que escriba a mano. Eso, entre otras cosas, hace que se vaya perdiendo la calidad de la caligrafía y cada día, eso que escribes, parece más un jeroglífico o signos de taquigrafía o la escritura de alguien que sufre los últimos estertores antes de fenecer, en vez de algo legible.

Y aquí estoy, anhelante de escribir con pluma, sobre un papel tan suave que hacerlo, sea como deslizarse sobre hielo. Y como ni escribo, ni tengo ese papel, me conformo con un bolígrafo especial, a tres euros la unidad, que debo comprar en establecimientos especializados y cuyo modo de escribir es tan suave que parece una pluma.

Pero no es una pluma.

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