lunes, julio 29, 2024

La cita

Él sólo tenía una foto de tamaño reducido. Una foto de carné. Ella se la había enviado, después de insistir un poco, adjunta en uno de los últimos correos que se habían intercambiado a lo largo de los últimos dos meses. Para él, la lectura de sus emails, se había convertido en algo tan importante como el respirar. Necesitaba descubrir cada mañana en su bandeja de entrada, el correspondiente correo enviado por Marina que, poco a poco, le iba conquistando su atención.

Los correos eran largos, sin faltas de ortografía, algo en lo que él ponía un énfasis tan especial, que rayaba la obsesión. Eso de saber escribir adecuadamente, denotaba un nivel de educación, de formación cultural, que a él le gustaba. Esa era, exactamente, una de las características que más le importaba a Dani cuando se inscribió en el portal de citas: dar con el perfil adecuado. Adecuado, ¿para qué? Pues Dani, con el tiempo, aprendió a usar esa nueva herramienta de conocer gente a base de portales de internet. Era una nueva herramienta y algo más compleja de usar que un martillo o una llave inglesa. Pero de todo se aprende, y él, con el tiempo, fue adquiriendo las habilidades necesarias para encontrar la veta de oro, la aguja en el pajar y separar la cangalla de lo valioso.

¿Perfil adecuado? ¿Cuál era el perfil adecuado para Dani? En cierta ocasión leyó un proverbio oriental que venía a decir algo así: “Cuando busques esposa, procura encontrar a una mujer con la que te guste charlar. A partir de cierto momento, eso será a lo que dediques más tiempo en tu vida”. Pero ¿buscaba esposa, Dani? Exactamente, no era eso. Lo que buscaba, de momento, era encontrar a alguien a quien le gustara conversar, aunque de momento fuera a través del correo electrónico. Algo que, en principio, podría parecer impersonal, pero que, en realidad, todo dependía del interés del que lo escribe por mostrarse y plasmar en cada mensaje, lo que alberga su corazón y su cerebro.

Marina y Dani, llevaban unos dos meses email va, email viene. Algo que a él le llamaba mucho la atención, era la hora que figuraba en el encabezado de la correspondencia. Normalmente, era de madrugada, pasada la medianoche, y en alguna ocasión, cerca de las dos de la mañana. Dani se preguntaba qué razones podría tener ella para estar al pie del ordenador tan tarde, para responder al correo que él le había enviado ese día por la mañana al levantarse. Escribir aquellos correos, debía suponer para ella un esfuerzo, aunque solamente fuera por la extensión, la cuidada selección de las expresiones, la perfecta estructuración de las ideas. Y, además, al día siguiente ella tenía que madrugar para ir al trabajo.

Ese era otro aspecto que le preocupaba, y mucho, a Dani. El trabajo. Para ser más exactos, la falta de trabajo que venía padeciendo desde hacía unos meses. Desde luego, Marina conocía desde el primer momento su situación personal, porque Dani no quería que, entre ellos, hubiera ningún malentendido, al margen de lo que el destino les tuviera guardado. Dani siempre iba de frente y por derecho. Ese era su lema: “soy lo que ves. Si te gusta, bien. Si no te gusta, también”. Además, no era un criminal. Sólo era uno de los millones de desempleados que había.

Dani, no dejaba de atormentarse con imaginar que Marina en algún momento, encontraría a alguien con dinero, o simplemente, con trabajo; alguien que pudiera invitarla a cenar, a salir, a ir al cine. Incluso, quién sabe, a pasar un fin de semana romántico en alguna casa rural. Mientras que él, ¿qué podía ofrecerla? ¿Bonitas palabras, sinceridad? ¿Sería eso suficiente? Dani se había encariñado de una desconocida a través de los correos que ésta le enviaba y tenía miedo de perderla. ¿Perderla? Para perder algo, primero debes haberlo tenido y Dani sólo tenía correos. Correos y una foto pequeña que todavía no sabía si se correspondía con la persona real. Una foto que miraba ensimismado, casi como cuando se mira a un cuadro, observando los más nimios de talles, las pinceladas, la luz, las sombras. Analizaba cada gesto de esa imagen en busca de algo que le delatara que el rostro que veía no era posible que existiera en la vida real. No podía ser tan afortunado. La sonrisa, saltaba a la vista que no era forzada, era natural, sencilla, abierta. La mirada, limpia. El gesto, sereno. La belleza, elegante.

Dani, a través de los correos de Marina, y también de lo que creía adivinar de la foto de carné, tenía la imagen de una mujer, cariñosa, sencilla, inteligente, culta, comprensiva y un poco pija. Y eso le gustaba. Él no soportaba el perfil progre o chabacano. Él sólo había perdido el empleo, pero no la clase ni el gusto. La imagen que le devolvía esa pequeña instantánea, reflejaba un rostro dulce. Encajaba exactamente con la idea que Dani se había hecho después de leer sus largos y encantadores emails. Y también encajaba con la imagen física que se había hecho después de haber hablado con Marina, un par de veces o tres. Su voz era dulce, delicada. Y, además, tenía sentido del humor, algo que, para él, también era muy importante.

Mientras la esperaba en la puerta del pub en el que habían quedado para conocerse, Dani miraba y volvía a mirar el retrato que Marina le había enviado. Al menos, si vamos a quedar, - le había dicho en una charla que tuvieron unos días antes-, dame una pista de con quién me voy a tomar una copa. No vaya a ser que quede con otra sin darme cuenta, le había dicho en plan de broma. Ella, aceptó y le envió la única que tenía disponible.

Nadaba en un mar de dudas, de miedos, de angustias, mientras la esperaba. Se preguntaba si la foto, se correspondería con la realidad o si, por el contrario, sería uno de esos trucos que usan algunas personas para aparentar lo que no son. Miraba la foto, una y otra vez. Escudriñaba a los viandantes que pasaban por delante del pub, a fin de ver si era ella. Estaba de pie, a la puerta del establecimiento, soportando el intenso frío del invierno madrileño, como correspondía a finales de ese mes de enero. Esperaba, consumido por la excitación y por sus miedos, y su complejo de desempleado, la llegada de quien hacía algunas semanas, ocupaba toda su atención emocional. La mujer que, con sus correos, le sacaba momentáneamente del frustrante trabajo de buscar trabajo.

Finalmente, la vio aparecer. Supo que era ella nada más verla. No necesitó comprobar en esta ocasión si se correspondía con la persona de la foto. Era tal y como la había soñado.  

Y en ese mismo instante, Dani lo supo. No tuvo ninguna duda. En ese mismo instante, Dani se enamoró de Marina. Sin remisión. Solamente necesitó una foto y unos emails.

Sólo esperaba estar a la altura de esa princesa; de Marina.

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