Él sólo tenía una foto de tamaño reducido. Una foto de carné. Ella se la había enviado, después de insistir un poco, adjunta en uno de los últimos correos que se habían intercambiado a lo largo de los últimos dos meses. Para él, la lectura de sus emails, se había convertido en algo tan importante como el respirar. Necesitaba descubrir cada mañana en su bandeja de entrada, el correspondiente correo enviado por Marina que, poco a poco, le iba conquistando su atención.
Los correos eran largos, sin
faltas de ortografía, algo en lo que él ponía un énfasis tan especial, que
rayaba la obsesión. Eso de saber escribir adecuadamente, denotaba un nivel de
educación, de formación cultural, que a él le gustaba. Esa era, exactamente,
una de las características que más le importaba a Dani cuando se inscribió en
el portal de citas: dar con el perfil adecuado. Adecuado, ¿para
qué? Pues Dani, con el tiempo, aprendió a usar esa nueva herramienta de conocer
gente a base de portales de internet. Era una nueva herramienta y algo más
compleja de usar que un martillo o una llave inglesa. Pero de todo se aprende,
y él, con el tiempo, fue adquiriendo las habilidades necesarias para encontrar
la veta de oro, la aguja en el pajar y separar la cangalla de lo valioso.
¿Perfil adecuado? ¿Cuál era el
perfil adecuado para Dani? En cierta ocasión leyó un proverbio oriental que
venía a decir algo así: “Cuando busques esposa, procura encontrar a una mujer
con la que te guste charlar. A partir de cierto momento, eso será a lo que
dediques más tiempo en tu vida”. Pero ¿buscaba esposa, Dani? Exactamente, no
era eso. Lo que buscaba, de momento, era encontrar a alguien a quien le gustara
conversar, aunque de momento fuera a través del correo electrónico. Algo que,
en principio, podría parecer impersonal, pero que, en realidad, todo dependía
del interés del que lo escribe por mostrarse y plasmar en cada mensaje, lo que
alberga su corazón y su cerebro.
Marina y Dani, llevaban unos dos
meses email va, email viene. Algo que a él le llamaba mucho la atención, era la
hora que figuraba en el encabezado de la correspondencia. Normalmente, era de
madrugada, pasada la medianoche, y en alguna ocasión, cerca de las dos de la
mañana. Dani se preguntaba qué razones podría tener ella para estar al pie del
ordenador tan tarde, para responder al correo que él le había enviado ese día
por la mañana al levantarse. Escribir aquellos correos, debía suponer para ella
un esfuerzo, aunque solamente fuera por la extensión, la cuidada selección de
las expresiones, la perfecta estructuración de las ideas. Y, además, al día
siguiente ella tenía que madrugar para ir al trabajo.
Ese era otro aspecto que le
preocupaba, y mucho, a Dani. El trabajo. Para ser más exactos, la falta de
trabajo que venía padeciendo desde hacía unos meses. Desde luego, Marina
conocía desde el primer momento su situación personal, porque Dani no quería
que, entre ellos, hubiera ningún malentendido, al margen de lo que el destino
les tuviera guardado. Dani siempre iba de frente y por derecho. Ese era su
lema: “soy lo que ves. Si te gusta, bien. Si no te gusta, también”. Además, no
era un criminal. Sólo era uno de los millones de desempleados que había.
Dani, no dejaba de atormentarse
con imaginar que Marina en algún momento, encontraría a alguien con dinero, o
simplemente, con trabajo; alguien que pudiera invitarla a cenar, a salir, a ir
al cine. Incluso, quién sabe, a pasar un fin de semana romántico en alguna casa
rural. Mientras que él, ¿qué podía ofrecerla? ¿Bonitas palabras, sinceridad?
¿Sería eso suficiente? Dani se había encariñado de una desconocida a través de
los correos que ésta le enviaba y tenía miedo de perderla. ¿Perderla? Para
perder algo, primero debes haberlo tenido y Dani sólo tenía correos. Correos y
una foto pequeña que todavía no sabía si se correspondía con la persona real.
Una foto que miraba ensimismado, casi como cuando se mira a un cuadro,
observando los más nimios de talles, las pinceladas, la luz, las sombras. Analizaba
cada gesto de esa imagen en busca de algo que le delatara que el rostro que
veía no era posible que existiera en la vida real. No podía ser tan afortunado.
La sonrisa, saltaba a la vista que no era forzada, era natural, sencilla,
abierta. La mirada, limpia. El gesto, sereno. La belleza, elegante.
Dani, a través de los correos de
Marina, y también de lo que creía adivinar de la foto de carné, tenía la imagen
de una mujer, cariñosa, sencilla, inteligente, culta, comprensiva y un poco
pija. Y eso le gustaba. Él no soportaba el perfil progre o chabacano. Él sólo había
perdido el empleo, pero no la clase ni el gusto. La imagen que le devolvía esa
pequeña instantánea, reflejaba un rostro dulce. Encajaba exactamente con la
idea que Dani se había hecho después de leer sus largos y encantadores emails.
Y también encajaba con la imagen física que se había hecho después de haber
hablado con Marina, un par de veces o tres. Su voz era dulce, delicada. Y,
además, tenía sentido del humor, algo que, para él, también era muy importante.
Mientras la esperaba en la puerta
del pub en el que habían quedado para conocerse, Dani miraba y volvía a mirar el
retrato que Marina le había enviado. Al menos, si vamos a quedar, - le había
dicho en una charla que tuvieron unos días antes-, dame una pista de con quién
me voy a tomar una copa. No vaya a ser que quede con otra sin darme cuenta, le
había dicho en plan de broma. Ella, aceptó y le envió la única que tenía
disponible.
Nadaba en un mar de dudas, de
miedos, de angustias, mientras la esperaba. Se preguntaba si la foto, se
correspondería con la realidad o si, por el contrario, sería uno de esos trucos
que usan algunas personas para aparentar lo que no son. Miraba la foto, una y
otra vez. Escudriñaba a los viandantes que pasaban por delante del pub, a fin
de ver si era ella. Estaba de pie, a la puerta del establecimiento, soportando el
intenso frío del invierno madrileño, como correspondía a finales de ese mes de
enero. Esperaba, consumido por la excitación y por sus miedos, y su complejo de
desempleado, la llegada de quien hacía algunas semanas, ocupaba toda su
atención emocional. La mujer que, con sus correos, le sacaba momentáneamente
del frustrante trabajo de buscar trabajo.
Finalmente, la vio aparecer. Supo
que era ella nada más verla. No necesitó comprobar en esta ocasión si se
correspondía con la persona de la foto. Era tal y como la había soñado.
Y en ese mismo instante, Dani lo
supo. No tuvo ninguna duda. En ese mismo instante, Dani se enamoró de Marina.
Sin remisión. Solamente necesitó una foto y unos emails.
Sólo esperaba estar a la altura
de esa princesa; de Marina.
1 comentario:
Muy romántico
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