Hoy me he levantado a las 6 de la mañana. Hacía mucho que no hacía esas obscenidades. Probablemente desde los tiempos en que vivía en San Lorenzo de El Escorial y tenía que bajar a Madrid a trabajar. Además, en los días más crudos del invierno, tenía que ponerle las cadenas al coche. Por lo de la nieve y eso. Pero astutamente, deduje que, si las ponía la noche anterior y movía el coche sólo un poco, evitaba que nadie me las robara y por la mañana perdía menos tiempo. Pero eso sí, cuando llegabas a la A-6, tenías que parar y quitarlas, como hacían todos los vehículos estacionados en el arcén. ¡Qué tiempos aquellos de frío, nieve y atascos!
Pero
no, el motivo de levantarme hoy a las 6 no era la nieve ni que tuviera que ir a
trabajar a ninguna parte. Lo que tenía que hacer, aparte de ducharme, era estar
en el hospital a las 08.00 porque operaban a mi mujer. A pesar de ser agosto y
de que medio mundo está de vacaciones, hay gente que todavía trabaja y no
quería que por cualquier circunstancia pudiera encontrarme con un problema de
tráfico que me impidiera llegar a la hora. Soy un firme seguidor de las
enseñanzas de Will Grissom, el de CSI Las Vegas: “Espera lo inesperado”.
Además, estaba el tema del aparcamiento y cuanto antes llegáramos al hospital más
probabilidades teníamos de aparcar dentro del recinto y no “por los
alrededores”.
Hemos
salido con tiempo suficiente y nos hemos dirigido hacia el hospital. En el
camino, ambos hemos ido algo preocupados; más ella que yo, claro. La doctora
que le había atendido previamente le había dado un pronóstico muy pesimista
para su ojo. De hecho, fue tan pesimista que la propia doctora confesó que le
sorprendía mucho la “entereza” con la que mi mujer afrontó el diagnóstico.
Básicamente, le transmitió que había bastantes posibilidades de que saliera del
quirófano con el ojo en un bolsillo y que después sólo se trataba de escoger
uno de cristal que hiciera juego con el bueno, o decantarse por un parche como
la princesa de Éboli o la tristemente desaparecida, María de Villota.
Claro,
la doctora confundió lo que ella creyó que era “entereza” con lo que realmente
pensaba mi mujer que era más cercano a la “incredulidad”. Pero lo que esa
doctora no sabe es que mi mujer sabía que no pasaría nada de eso porque no lo
había visto en su carta Astral. Y si ella no lo ve en la carta astral,
simplemente no sucede. Y así ha sido.
Y
por fortuna, la doctora se fue de vacaciones y el cirujano que le iba a operar sería
otro compañero, de rango superior.
Antes
de acudir a la cita del quirófano, mi mujer se hizo un curso avanzado y en modo
exprés, del tipo de intervención, las diferentes técnicas, lo que te hacen,
cómo, las posibles consecuencias, el índice de éxito, el posoperatorio…Yo creo
que, si se presentara a un examen en la Universidad, aprobaría (sin cartas de
recomendación, no como otras). Como Leonardo di Caprio en esa película con Tom
Hanks: “Atrápame si puedes”. Según decía, estudió una semana, se presentó al
examen de derecho del Estado de Georgia y aprobó. Realmente, era abogado (más o
menos).
Bueno,
volvamos al hilo principal.
Hemos
llegado con tiempo suficiente al hospital; hemos aparcado dentro del recinto y hemos
ido a la ventanilla que nos han dicho. Luego nos han dado el número de la habitación
a la que debíamos ir.
Al
entrar en la habitación hacía un calor sofocante. Había un aparato de aire
acondicionado, pero el mando a distancia estaba en el puesto central de
enfermería. He sospechado que me iban a cobrar por usarlo y he preferido abrir
el ventanal de la terraza que da a un jardín. Al hacerlo, he comprobado que los
dos millones de cotorras argentinas que debían habitar el árbol que hay justo
enfrente, mantenían una animada charla entre ellas, todas a la vez y luchando
por ver quién piaba más fuerte.
Lo
de la tele sí que va pagando. Hay un cartel en el que te indican qué debes
hacer y cómo para poder ver la TV. Nosotros hemos dado por hecho, que no
pasaríamos la noche en el hospital. Y por eso he pasado de la tele.
Un
poco después ha venido una pareja de enfermeros y la han preparado para bajar
al quirófano. Me han dejado acompañarla hasta la puerta de entrada al mismo.
Después, sólo quedaba esperar. Nos habían hablado de 3 o 4 horas de operación.
Eso fue la que pronosticó lo del ojo en la mano. Así es que, como yo tampoco
había desayunado me he ido a la cafetería.
Al
cabo de media hora, como mucho, ya estaba sentado frente al quirófano,
esperando la salida. He hecho acopio de toda la paciencia de la que soy capaz,
porque iba preparado para estar allí sentado varias horas.
Un
par de horas después, un poco antes de mediodía, ha salido el cirujano y me ha
puesto al día. Al parecer, antes de entrar al quirófano, mi mujer ha mantenido
con él una conversación acerca de cómo iba a operarla y según me ha confesado
el propio doctor, estaba muy satisfecho de haberla “casi” convencido del todo
de que podía confiar en él. Podría decirse que ha sido una especie de
negociación entre el cirujano y la paciente. Todo había salido bien.
Todavía
han tardado una hora y media en sacarla de la zona de quirófanos. Era pasada la
una, pero ha salido totalmente recuperada hablando y riendo.
A
partir de ahora, empezaba la segunda parte de este proceso.
Una
parte esencial para el éxito en este tipo de operaciones de retina consiste en
que el paciente debe estar con la cabeza mirando al suelo todo el tiempo, sin
excepción, durante 2 semanas. Mi mujer – por supuesto – ya lo sabía porque lo
había aprendido en su curso acelerado por YouTube, pero en ningún momento,
nadie del hospital le había predispuesto a un entrenamiento psicológico para
poder afrontar esta dura etapa del posoperatorio.
Como
lo sabíamos de antemano, antes de la operación comenzamos a buscar – ella
comenzó a buscar – una tienda donde alquilasen una silla especialmente diseñada
para estos menesteres. Por supuesto, hay una versión china, que al parecer es
un “cagarro” y luego está la otra, la buena. La buena, además, también lleva
incorporado el paquete para descansar en la cama, porque en la cama, también
debes permanecer boca abajo. Así es que, el kit completo lo forman una silla
que hay que montar como si te la mandara IKEA, y un kit para la cama, lleno de
cojines y almohadones y un soporte para apoyar la cabeza.
Encontramos
una tienda en Madrid que la alquila por semanas. La encargamos por internet y
la teníamos en casa en 24 horas.
A
media tarde, mi mujer estaba hasta el gorro de estar en el hospital y quería
regresar a casa cuanto antes. Así es que iniciamos el protocolo de salida.
Previsoramente,
ya nos habíamos traído de casa el dispositivo para apoyar la cabeza en él
dentro del coche. Tiene forma de herradura, con una altura de unos 10 cms entre
la base, que apoyas en las rodillas o en cualquier superficie plana y el cojín,
en el que apoyas la cabeza.
Llegamos
a casa sin problemas.