lunes, agosto 12, 2024

DIARIO DE UN PRINGAO. LUNES. 05/08/2024

Hoy me he levantado a las 6 de la mañana. Hacía mucho que no hacía esas obscenidades. Probablemente desde los tiempos en que vivía en San Lorenzo de El Escorial y tenía que bajar a Madrid a trabajar. Además, en los días más crudos del invierno, tenía que ponerle las cadenas al coche. Por lo de la nieve y eso. Pero astutamente, deduje que, si las ponía la noche anterior y movía el coche sólo un poco, evitaba que nadie me las robara y por la mañana perdía menos tiempo. Pero eso sí, cuando llegabas a la A-6, tenías que parar y quitarlas, como hacían todos los vehículos estacionados en el arcén. ¡Qué tiempos aquellos de frío, nieve y atascos!

Pero no, el motivo de levantarme hoy a las 6 no era la nieve ni que tuviera que ir a trabajar a ninguna parte. Lo que tenía que hacer, aparte de ducharme, era estar en el hospital a las 08.00 porque operaban a mi mujer. A pesar de ser agosto y de que medio mundo está de vacaciones, hay gente que todavía trabaja y no quería que por cualquier circunstancia pudiera encontrarme con un problema de tráfico que me impidiera llegar a la hora. Soy un firme seguidor de las enseñanzas de Will Grissom, el de CSI Las Vegas: “Espera lo inesperado”. Además, estaba el tema del aparcamiento y cuanto antes llegáramos al hospital más probabilidades teníamos de aparcar dentro del recinto y no “por los alrededores”.

Hemos salido con tiempo suficiente y nos hemos dirigido hacia el hospital. En el camino, ambos hemos ido algo preocupados; más ella que yo, claro. La doctora que le había atendido previamente le había dado un pronóstico muy pesimista para su ojo. De hecho, fue tan pesimista que la propia doctora confesó que le sorprendía mucho la “entereza” con la que mi mujer afrontó el diagnóstico. Básicamente, le transmitió que había bastantes posibilidades de que saliera del quirófano con el ojo en un bolsillo y que después sólo se trataba de escoger uno de cristal que hiciera juego con el bueno, o decantarse por un parche como la princesa de Éboli o la tristemente desaparecida, María de Villota.

Claro, la doctora confundió lo que ella creyó que era “entereza” con lo que realmente pensaba mi mujer que era más cercano a la “incredulidad”. Pero lo que esa doctora no sabe es que mi mujer sabía que no pasaría nada de eso porque no lo había visto en su carta Astral. Y si ella no lo ve en la carta astral, simplemente no sucede. Y así ha sido.

Y por fortuna, la doctora se fue de vacaciones y el cirujano que le iba a operar sería otro compañero, de rango superior.

Antes de acudir a la cita del quirófano, mi mujer se hizo un curso avanzado y en modo exprés, del tipo de intervención, las diferentes técnicas, lo que te hacen, cómo, las posibles consecuencias, el índice de éxito, el posoperatorio…Yo creo que, si se presentara a un examen en la Universidad, aprobaría (sin cartas de recomendación, no como otras). Como Leonardo di Caprio en esa película con Tom Hanks: “Atrápame si puedes”. Según decía, estudió una semana, se presentó al examen de derecho del Estado de Georgia y aprobó. Realmente, era abogado (más o menos).

Bueno, volvamos al hilo principal.

Hemos llegado con tiempo suficiente al hospital; hemos aparcado dentro del recinto y hemos ido a la ventanilla que nos han dicho. Luego nos han dado el número de la habitación a la que debíamos ir.

Al entrar en la habitación hacía un calor sofocante. Había un aparato de aire acondicionado, pero el mando a distancia estaba en el puesto central de enfermería. He sospechado que me iban a cobrar por usarlo y he preferido abrir el ventanal de la terraza que da a un jardín. Al hacerlo, he comprobado que los dos millones de cotorras argentinas que debían habitar el árbol que hay justo enfrente, mantenían una animada charla entre ellas, todas a la vez y luchando por ver quién piaba más fuerte.

Lo de la tele sí que va pagando. Hay un cartel en el que te indican qué debes hacer y cómo para poder ver la TV. Nosotros hemos dado por hecho, que no pasaríamos la noche en el hospital. Y por eso he pasado de la tele.

Un poco después ha venido una pareja de enfermeros y la han preparado para bajar al quirófano. Me han dejado acompañarla hasta la puerta de entrada al mismo. Después, sólo quedaba esperar. Nos habían hablado de 3 o 4 horas de operación. Eso fue la que pronosticó lo del ojo en la mano. Así es que, como yo tampoco había desayunado me he ido a la cafetería.

Al cabo de media hora, como mucho, ya estaba sentado frente al quirófano, esperando la salida. He hecho acopio de toda la paciencia de la que soy capaz, porque iba preparado para estar allí sentado varias horas.

Un par de horas después, un poco antes de mediodía, ha salido el cirujano y me ha puesto al día. Al parecer, antes de entrar al quirófano, mi mujer ha mantenido con él una conversación acerca de cómo iba a operarla y según me ha confesado el propio doctor, estaba muy satisfecho de haberla “casi” convencido del todo de que podía confiar en él. Podría decirse que ha sido una especie de negociación entre el cirujano y la paciente. Todo había salido bien.

Todavía han tardado una hora y media en sacarla de la zona de quirófanos. Era pasada la una, pero ha salido totalmente recuperada hablando y riendo.

A partir de ahora, empezaba la segunda parte de este proceso.

Una parte esencial para el éxito en este tipo de operaciones de retina consiste en que el paciente debe estar con la cabeza mirando al suelo todo el tiempo, sin excepción, durante 2 semanas. Mi mujer – por supuesto – ya lo sabía porque lo había aprendido en su curso acelerado por YouTube, pero en ningún momento, nadie del hospital le había predispuesto a un entrenamiento psicológico para poder afrontar esta dura etapa del posoperatorio.

Como lo sabíamos de antemano, antes de la operación comenzamos a buscar – ella comenzó a buscar – una tienda donde alquilasen una silla especialmente diseñada para estos menesteres. Por supuesto, hay una versión china, que al parecer es un “cagarro” y luego está la otra, la buena. La buena, además, también lleva incorporado el paquete para descansar en la cama, porque en la cama, también debes permanecer boca abajo. Así es que, el kit completo lo forman una silla que hay que montar como si te la mandara IKEA, y un kit para la cama, lleno de cojines y almohadones y un soporte para apoyar la cabeza.

Encontramos una tienda en Madrid que la alquila por semanas. La encargamos por internet y la teníamos en casa en 24 horas.

A media tarde, mi mujer estaba hasta el gorro de estar en el hospital y quería regresar a casa cuanto antes. Así es que iniciamos el protocolo de salida.

Previsoramente, ya nos habíamos traído de casa el dispositivo para apoyar la cabeza en él dentro del coche. Tiene forma de herradura, con una altura de unos 10 cms entre la base, que apoyas en las rodillas o en cualquier superficie plana y el cojín, en el que apoyas la cabeza.

Llegamos a casa sin problemas.

 (continuará)

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