miércoles, junio 18, 2025

La Santa Inquisición en Sigüenza.

Los salones de los grandes hoteles y Paradores Nacionales suelen ser lugares idóneos para celebrar toda clase de eventos y convenciones. Pero la que me encontré en el Parador de Sigüenza era un tanto peculiar. Los allí reunidos pertenecían a laCongregación para la Custodia de la Santa Fe”; o lo que otrora fue conocido con el afamado nombre de la Santa Inquisición.

Imagen de Andreas Lischka en Pixabay

Por cierto, sirva como un simple apunte histórico que Joseph Ratzinger, antes de ser elegido Papa con el nombre de Benedicto XVI, fue Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Bien, la verdad era que los comensales que poblaban las mesas en el comedor eran cuando menos originales.  

Justo al solicitar el postre, en el pasillo, junto a nuestra mesa, se saludaron dos personas que participaban del congreso. Se mantuvieron así, de pie y charlando unos breves instantes y de pronto, uno de ellos cayó fulminado al suelo, en lo que parecía ser una pérdida de conocimiento, una lipotimia, un ataque al corazón o algo parecido.  La disposición de las personas era tal, que la cara del que había desfallecido, estaba justo a los pies de nuestra mesa y por tanto podíamos comprobar el grado extremo de palidez de su rostro.

Inmediatamente, se congregaron a su alrededor un número enorme de sacerdotes, todos ellos vestidos “de civil”. En un momento dado, uno de ellos gritó “¡a doctor, a doctor!”, mientras otro, procedía a darle sus últimos sacramentos, en inglés, lo que confería a la escena un dramatismo mayor.

Mi amiga, de nacionalidad inglesa, mostró sus más que razonables dudas acerca de si el individuo en cuestión era ya un cadáver o no. En palabras del inefable John K. Tool y su inolvidable personaje Ignatius J. Reilly: “se le había cerrado el píloro”.

Yo aposté a que sí. A que había palmado.

A renglón siguiente, mi amiga, superada por la sitación, se mostró preocupada por el protocolo que debía seguirse en semejantes circunstancias; a saber, si era aceptable terminarse el postre como si nada hubiera sucedido, o si, por el contrario, deberíamos abandonar la mesa y el postre. Mi respuesta fue tajante:

 

           _   Yo el postre no se lo perdono a nadie.

 

Y mi amigo, pareja de la británica, apostilló:


        _Además, como es de la Inquisición, seguro que ya está en El Cielo.

 

Mientras   se   desarrollaba   esta   escena   Berlanguiana más propia de “La escopeta nacional”, un   camarero   con   su correspondiente bandeja, se hacía paso entre la multitud de testigos orantes que rodeaban al que estaba en el suelo y ni corto ni perezoso, pasaba por encima “del difunto”, para seguir cumpliendo con su obligación, lo que terminó por descolocar definitivamente los estrictos esquemas mentales de Tracy, la británica.

Finalmente, después de terminar con los postres y pagar la cuenta y nos fuimos hacia la salida del comedor, eso sí, con sumo cuidado de no pasar por encima del “muerto”, no fuera que ello nos provocara una especie de maldición.

Al llegar a la puerta también allí se había arremolinado un montón de curiosos que deseaban conocer cuál era el motivo de que tanta gente estuviera alrededor de una persona tirada en el suelo, y porqué. De pronto y para asombro de todos, el señor que estaba en el suelo, se levantó, muy pálido eso sí, y comenzó a excusarse con todos los presentes y a dar las gracias a todos los que le habían atendido.

 

_     ¡Es un milagro! - exclamó en voz baja un impresionable testigo que estaba junto a la puerta del comedor.


_     No, señor, - respondió un camarero, que también asistía como espectador a la función-. Es que Sigüenza está a una altura considerable y estos señores, que ya son muy mayores, vienen aquí, comen y beben en exceso y luego pasa lo que pasa. Esto no se crea que es la primera vez que lo veo. Aquí pasa a menudo.