Si algo caracteriza a Rafa Nadal, es lo bien
amueblada que ha tenido siempre su cabeza. Algo que en la mayoría de los casos,
no suele ser habitual entre deportistas de élite. Aunque siempre ha habido
honrosas excepciones entre las que cabe destacar, por ejemplo, a Jorge Valdano
o Emilio Butragueño, que me pillan más cerca.
Más allá de los éxitos deportivos que ha
atesorado el mallorquín, su personalidad dentro y fuera de la pista de tenis,
ha trascendido a lo meramente deportivo. Rafa, es el paradigma del hijo que
todos querrían tener, el novio o marido que muchas desearían para ellas o sus
hijas, el amigo que sabes que siempre va a estar a tu lado si lo necesitas. En
definitiva, una persona sana, equilibrada, de la que no se tienen noticias de
que jamás haya dado una voz más alta que otra. Educado y cortés, con todos.
Incluso con aquellos que en su día le acusaron de doparse. Esa fue la única vez
que hemos visto a nuestro Rafa, realmente enfadado.
Las personas públicas, se dediquen a lo que
se dediquen, tienen una obligación inherente a su popularidad. Son un espejo en
el que millones de personas se miran. Son escrutados a través del microscopio
de la prensa y los medios, como si de un virus extraño se tratara. Hay quien
soporta esa presión casi insufrible y hay quien se rompe por el camino. A Rafa,
nunca le hemos visto mala cara.
En la historia de nuestro deporte, han
proliferado los héroes, que como tales, han sido pioneros, han crecido gracias
a sus propios esfuerzos y de pronto, han nacido para el común de los mortales.
Mariano Haro, que sólo los más talluditos
recordarán, fue un atleta español, criado en tierras de Palencia. El hombre se
las veía tiesas con los Keniatas y Etíopes y siempre quedaba detrás de ellos.
Luego vinieron los Abascal, Fermín Cacho y compañía.
Ángel Nieto, fue el que dio a conocer el
motociclismo en España. Después, vinieron todos los demás y hoy dominamos todas
las categorías, en todas las carreras.
Manuel Santana, es el responsable de que
media España se quedara pegada a su televisor en B/N durante una eterna
madrugada, mientras jugaba un partido de tenis trascendental, en las antípodas,
en Australia y sobre hierba.
Andrés Gimeno, Juan Gisbert, con su típico
pañuelito al cuello, estilo John Wayne, Lis Arilla, Manuel Orantes, Juan Manuel
Couder, son otros nombres ligados a la
historia de nuestro tenis. Y no olvidemos a Juan José Castillo, el comentarista
de TVE que hizo que todos amáramos el tenis.
Mientras estos éxitos sucedían de Pascuas a
Ramos, más fruto del heroísmo personal que de una planificación deportiva, la
selección española de fútbol, las pasaba canutas en cualquier competición
internacional. Y encima, cuando conseguíamos algún gol fantasma, por ejemplo
contra Brasil, nos vacilaban y no lo concedían.
Emiliano, Sevillano, Cabrera, Luyck, Nino
Buscató, y otros muchos, fueron los responsables en su día de hacer que el
baloncesto sea lo que representa hoy en España. De jugar en frontones y casi en
gimnasios, a ser capeones de Europa, sub campeones Olímpicos y pelear cara a
cara con los intocables americanos.
Todos ellos se han ganado a pulso un lugar en
la historia de nuestro deporte. Todos ellos tienen nuestro respeto y nuestra
admiración. Pero lo de Rafa Nadal, va incluso más allá.
Porque todos hemos sido testigos de cómo
forzó la recuperación de una muy seria lesión en la muñeca para poder
participar en los JJOO. Y todos
recordamos que aún así, ganó un Oro y una plata, vendiendo muy cara su derrota
ante Nishikori. Luego, lo pagó caro.
Si hay algo que nos une a todos en el respeto
y admiración a Rafa, es su pasión por su país. Por su bandera y por su himno.
Al contrario que algunos otros, que parece que les cuesta
trabajo ponerse la camiseta de España - o reniegan después de haberlo hecho -,
respetar el himno y respetar a la bandera, Rafa Nadal hace gala de su
españolismo, perfectamente compatible con sentirse mallorquín. Y ese es uno de
los factores que más contribuyen a que todos, queramos a Rafa. Porque Rafa es
de todos. Precisamente por no haber hecho jamás ninguna declaración en contra
de nada ni de nadie. Por no haber perdido los papeles - como otros - y pensar
que por ser famoso, uno puede expresar sus pensamientos más íntimos y no obtener
una contestación a cambio.
El arma principal de Rafa, es su poder mental.
Su fortaleza está tan bien asentada, que es ahí donde comienza a vencer a sus
rivales. Después del ajedrez, el tenis es un deporte enormemente mental, psicológico
y ahí Rafa, es simplemente, implacable. Lo hemos visto muchas veces a lo largo
de estos años.
Vimos consolar a su amigo Federer que lloraba
de impotencia, después de perder contra Rafa. Hemos visto a Djokovic, fuera de
sí, hablar con su raqueta, romperla y
estallar de ira. El otro día a Wawrinka, jurar en arameo y romper una raqueta,
desesperado porque no había forma de intentar ganar a Rafa. Jamás hemos visto a
Rafa un mal gesto en la pista, romper una raqueta o chillar y protestar como lo
hacía el desagradable de John McEnroe.
Por eso, el éxito de Rafa Nadal, y sobre
todo, el respeto de todos, va más allá de sus títulos, de su lucha en la pista
y fuera de ella. Porque en el fondo, Rafa Nadal es un caballero, educado y
respetuoso con todos; de comportamiento exquisito, pero absolutamente letal
cuando le tienes al otro lado de la pista.
Como ya dijo en su día él mismo: “No sólo
importa ganar. También importa el cómo”.
En Roland Garros, van a hacerle una estatua,
para que quede constancia para la posteridad, que una vez hubo un jugador de
tenis, que jamás daba una bola por perdida. Que no perdonaba un punto a nadie.
Que obligaba al rival a dar un golpe más. Que no sabía lo que era rendirse. Y
que a pesar de todo eso, siempre se mostró como un señor.
Muchos y variados son los premios y distinciones
que ha obtenido en España, pero creo que a la vista de la respuesta que ha
tenido Francia con nuestro héroe, deberíamos hacer algo más que ponerle su
nombre a la pista central del Real Club de Tenis Barcelona o concederle el
premio Juan Antonio Samaranch.
Y si no existe, se inventa.