viernes, febrero 15, 2013

Somos diferentes

Tenía que pasar por la oficina de Correos que, por supuesto, está en una zona donde aparcar forma parte de las proezas propias de Superman. Menos mal, que hay una zona de parking bastante cerca, que tiene, eso sí, el inconveniente de que es zona azul. Pero no hay alternativa. 

Nada más entrar en la zona azul, me encuentro con que hay un coche que deja una plaza. Es un coche pequeño, conducido por una señora bastante mayor. Pongo el intermitente, paro el coche y espero a que la señora salga. Todo va bien, hasta que de pronto, en mitad de la operación de salida del vehículo, la señora se para, impidiendo que yo coloque mi coche en posición e inicie la maniobra de aparcar. Transcurren unos segundos en los que la señora continúa con el coche parado y yo, esperando a que me dejara el sitio. 

Haciendo gala de la paciencia que me caracteriza, en esos momentos empiezo a soltar espumarajos por la boca: que si a ver si te crees que estás conduciendo un tanque; que los he visto más rápidos; que con esa edad, no deberías ni salir de la cama y lindezas por el estilo. Seguramente, sólo fueron unos pocos segundos, pero a mí se me estaba haciendo eterna la situación. De pronto, la señora del pelo cano y de pequeña estatura, se baja del coche y se dirige hacia mí. 

Empiezo a elucubrar qué puede necesitar de mí y es entonces cuando se me ocurre que tal vez se le haya olvidado algo y se haya arrepentido de dejar la plaza de aparcamiento. Doy marcha atrás y ella, se me acerca a la ventanilla. La señora, con evidentes rasgos de ser extranjera, me da el ticket de aparcamiento que había sacado y del que sobraba tiempo como para tomarse un aperitivo. Fue entonces cuando me regalé con la frase: “Carlitos, esto te pasa por gilipollas y bocazas”. 

Ha sido un gesto, simple, sencillo; realizado con toda la naturalidad por una persona, que es evidente, está acostumbrada a hacerlo. Un simple gesto que denota el respeto por los demás, la capacidad de convivir y el sentido de la educación y la urbanidad que le inculcaron siendo niña y que con la mayor naturalidad, ha trasladado, como corresponde, a su nuevo país de residencia. Y entonces es cuando descubro, que somos muy distintos.

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