sábado, mayo 31, 2025

Somos un extraño país.

Hace unos días recibí una llamada justo en el momento en el que iba a comenzar a comer. Se trataba de una encuesta de carácter político. Concretamente sobre el aumento en el gasto militar que se nos exige desde la OTAN. Me pareció un asunto de tanta importancia que no me importó postergar unos minutos el almuerzo.



Lo que me sorprendió fue la primera pregunta. Reconozco que no era la primera vez que en casa recibimos alguna llamada de este tipo, pero lo normal, es que las preguntas ofrezcan algunas alternativas ya cerradas: A, B, C, mucho, poco, nada, etc.  Sin embargo, en esta ocasión la pregunta fue totalmente abierta: «En su opinión, cuál es el problema más grave que tiene España»

Y de la respuesta que di, viene esta reflexión.

Llevamos una buena temporada a base de escándalo semanal en la prensa y su correspondiente trifulca en el Congreso. Todo lo cual, hasta cierto punto, me parece lógico y normal. Los que están en el Congreso, están porque les hemos votado nosotros, así es que ni entiendo ni comparto que algunos se rasguen las vestiduras y acusen a los diputados de “no ponerse de acuerdo”. Pero, oiga usted: ¿acaso se ha puesto usted de acuerdo con su vecino o su cuñado a la hora de ir a votar? ¿Acaso no ha votado cada uno a quien ha elegido? Entonces, ¿de qué se extraña que haya voces discordantes en el Congreso si es ahí donde se representa a todos los españoles?

Cada día nuestra capacidad de asombro se pone a prueba: Un día nos despertamos con las maniobras de todo un fiscal general empeñado a llevarse por delante a Aysuo de la forma que sea; otro día sabemos de los motes con el que el presidente se refiere a miembros del Consejo de ministros, la mayoría de ellos, de desprecio. Otro día descubrimos que hemos estado pagando con nuestros impuestos los viajes en avión oficial de una fulana que acompañaba a un ministro. Y después hasta le pagamos sueldos en empresas públicas, a esas fulanas. Y para más inri, ni siquiera iban a trabajar.

Un número desconocido de supuestos asesores con salario inusualmente indecente para lo que se supone que hacen. Nepotismo a cara descubierta, favoreciendo a docenas (tal vez cientos o miles) de personas por ser colegas del partido, del sindicato, de ambos o simplemente familiares directos o indirectos, con lo que la red se extiende hasta el infinito.

Y todo eso en un país con un índice de paro que es el doble de la media en Europa. Un país en el que las familias tienen dificultad para llegar a fin de mes; les resulta complicado poder alimentarse adecuadamente, porque el precio de la carne y del pescado les obliga a comer menos del que sería aconsejable.

La lista de escándalos es tan amplia, tan diversa, que paraliza la imaginación de cualquiera.

Sin embargo, y con todo y con eso, lo que más me preocupa no son los miles de sueldos escandalosos que pagamos a estómagos agradecidos de los partidos. Lo que más me preocupa es que la propia estructura del Estado está siendo atacada desde dentro con un auténtico Caballo de Troya.

Hubo un momento de nuestra historia en la que todos, absolutamente todos, sin excepción, remamos en la misma dirección. Fue el período constituyente que culminó el 6 de diciembre de 1978 cuando los españoles aprobamos por abrumadora mayoría la nueva Constitución. Una Constitución que aparcaba el pasado y que miraba al futuro.

Pero con el transcurrir de los años cada vez es más acusada la sensación de que algo se les pasó a los redactores de la Carta Magna. Tal vez fueron las prisas o tal vez fue, simplemente, que a nadie se le pasó por la imaginación que se intentara destruir el andamio desde el mismo poder.

Porque hay instituciones que son y DEBEN SER ajenas a los partidos políticos. Y cuando un gobierno se jacta de que la Fiscalía depende del gobierno, y se la apropia, la democracia está en serio riesgo de desaparecer.

Y esta idea del Caballo de Troya me trae recuerdos históricos que no me gustaría nada se repitieran en España. Por ejemplo, Hitler.

El partido que fundó se presentó a las elecciones generales y en un principio lo único que consiguió fue hacer el ridículo. Lo siguió intentando y finalmente – no quiero extenderme mucho -, el 30 de enero de 1933, Hitler fue nombrado canciller de Alemania por el presidente Hindenburg. A partir de ese momento, destruyó lo que de democracia había en esa Alemania y la convirtió en un estado fascista. El resto ya lo conocemos.

Un poco más tarde, tras la Segunda Guerra Mundial, los países detrás del telón de acero, fueron sucumbiendo a las maniobras de los diferentes Partidos Comunistas de cada país, quienes manipulando las elecciones, las urnas, las leyes y todo lo que se les ponía por delante, terminaron acaparando el poder en todos y cada uno de esos países, siguiendo las instrucciones de Moscú.

Una trayectoria parecida es la que siguieron algunos dictadores hispanoamericanos como Hugo Chávez en Venezuela, Daniel Ortega en Nicaragua, o más recientemente, Putin. Entraron en política con leyes democráticas y en cuanto pudieron, cambiaron las leyes y la Constitución para perpetuarse en el poder y convertir sus países en dictaduras comunistas.

En España se pretende instaurar y extender una censura periodística, estableciendo una censura desde la propia Cámara.

21/03/2025 

«El Gobierno y sus socios han registrado una propuesta de modificación del Reglamento del Congreso que permitirá impedir el trabajo a los periodistas en la Cámara.

El texto, apoyado por Sumar, Podemos, ERC, Junts, Bildu, PNV, BNG y Coalición Canaria, al que ha tenido acceso OKDIARIO, establece que la Mesa de la Cámara – en la que PSOE y Sumar tienen mayoría- adoptará las medidas adecuadas en cada caso, para facilitar a los medios de comunicación social la información sobre las actividades de los distintos órganos del Congreso de los Diputados.

En este contexto, «regulará el procedimiento para la concesión y renovación de credenciales a los representantes gráficos y literarios de los distintos medios, con objeto de que puedan acceder a los locales del recinto parlamentario que se les destine y a las sesiones a que puedan asistir».

Los ataques a los jueces son cotidianos y hasta las promueve el propio ministro de Justicia. Con ello se está dinamitando el respeto a la estructura básica de cualquier democracia y la separación de poderes.

Si el Tribunal Constitucional y el CGPJ están al servicio del gobierno de turno, ya no existe democracia.

Si se censuran a los medios de comunicación porque denuncian las corrupciones, ya no hay libertad de expresión.

La democracia se basa en un conjunto de contrapesos, de mutuos controles entre instituciones, que deberían impedir la deriva dictatorial de cualquier aspirante a detentar el poder de modo transitorio y que pretenda perpetuarse en él.

Pero cuando se retuercen los conceptos básicos se está atentando contra los cimientos de la propia democracia.

La malversación de dinero público debería ser un delito, aquí y en Tombuctú. Y no es aceptable el falso argumento de que, si quien ha robado, lo ha hecho en beneficio propio y exclusivo o bien, ha sido para favorecer a sus amigos. Es decir, no debería servir la excusa de que no se ha metido el dinero en su bolsillo.

Robar es robar, y si aquellos que defraudan a Hacienda tienen que responder de sus actos, los que desvían fondos públicos para otros fines que los previstos, deberían hacer lo mismo.

Y, sin embargo, en este extraño país en el que parece que no pasa nada porque la vida sigue como si tal cosa, cada día nos enteramos de cosas que, en cualquier otro país, habrían hecho caer al gobierno tras numerosas, tumultuosas y violentas manifestaciones callejeras.

Recordemos, lo sucedido en nuestro país vecino, en Francia, con los “chalecos amarillos”. Esta movilización tiene su origen en la difusión en las redes sociales de llamadas de los ciudadanos a protestar contra el alza en el precio de los combustibles, la injusticia fiscal y la pérdida del poder adquisitivo. 

El movimiento también se extendió, en menor medida, a otros países vecinos principalmente BélgicaPaíses BajosAlemaniaItalia, y España.

Y aquí, en España, tenemos que soportar el acoso a los jueces y fiscales que no se arredran ante las amenazas del gobierno. Nos enteramos que pagamos sueldos a prostitutas y que ni siquiera van a trabajar a la empresa pública. Que pagamos los destrozos en algún Parador consecuencia de una fiesta salvaje con esas mismas prostitutas (u otras). Que la familia del presidente, padres, esposa, hermano y cuñado (de momento), se han beneficiado de dinero público en función de su situación y acceso al poder.

¿Alguien se imagina qué habría pasado en Francia, en Alemania o en Finlandia, con sólo la cuarta parte de lo que está pasando aquí?

Por cierto, y ya para terminar, mi respuesta a esa pregunta que me hicieron en la encuesta que mencionaba al principio, fue: «EL GOBIERNO».

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