Vivimos tiempos de
tribulaciones, penurias y desesperanzas. Siempre se podrá comparar con otros
períodos de la historia, y equiparar con lo que por entonces sentían las
personas. Imagino que los que tuvieron que vivir hace 100 años la Primera
Guerra Mundial y sus consecuencias, no debían estar mucho más alegres que los 5
millones de parados que hoy en día, hay en España; o los que sufrieron la Gran
Depresión del 29, pero supongo que el mero hecho de que en España haya un 27%
de paro, es un motivo suficientemente justificado para poder expresarme en
estos términos.
Aquellos que están a punto de
licenciarse en sus estudios universitarios, no tienen demasiadas esperanzas en
poder conseguir un trabajo; ni que éste tenga alguna relación – ni siquiera
remota – con sus estudios; ni tampoco que dicha ocupación sea a tiempo
completo, ni que les permita su independencia económica y con ello, poder
planificar mínimamente su futuro más inmediato. Por no esperar, ni siquiera
esperan que el trabajo lo puedan conseguir en España. Los que ya terminaron sus
estudios, seguramente podrán dar testimonio de la cruda realidad a sus futuros
compañeros en la cola del desempleo. Y los que hace tiempo que dejaron de ser
jóvenes y han sido apartados del mundo laboral y les han dejado en la cuneta,
mantienen todavía menos esperanzas de que algún coche escoba, les recoja y les
lleve a la meta, como a los ciclistas que abandonan la carrera. Sobre todo,
porque ya ni siquiera tienen claro dónde está la meta ni cuál es su carrera.
En tiempos de crisis – y
comparaciones al margen, éstos lo son objetivamente – son muchos los que con la
mejor de las intenciones, intentan aportar su grano de arena para ayudar al
prójimo. Es en medio de las dificultades, cuando cada uno descubre quién
permanece a su lado, quién es un verdadero amigo, de quién puedes fiarte y de
quién debes huir como de la peste. Muchos son los que aconsejan - y con razón -
que aquellos que se encuentren “en transición laboral” - que es una expresión que me encanta, por su
delicadeza - deben tener bien presente
que a partir del minuto 1, su trabajo consiste en buscar trabajo. A partir de
ese punto, se puede empezar a reconstruir la escala de tiempos, que de repente,
ha saltado por los aires en el mismo momento en el que en tu empresa te
comunica que ya no te necesitan. Y la escala de tiempos, no es lo único que
tienes que reconstruir. No es aconsejable perderlo de vista. No es un tema
baladí.
Cada vez con mayor frecuencia,
encuentro artículos, colaboraciones, estudios, consejos profesionales y demás,
cuya finalidad es la de intentar orientar al sujeto en cómo debe crear,
organizar y presentar su CV. Y cada vez más, tengo la impresión, de que con el
devenir de los tiempos, las nuevas tecnologías, las nuevas tendencias, la
competitividad y el desequilibrio entre oferta y demanda, hacer un CV se
asemeja más a un casting para una película de Hollywood. Parece que ya no basta
con hacer un CV en formato Word. Ahora tienes que hacer un vídeo, cantar –
literalmente – tus excelencias, ayudarte de tus colegas y profesores de la
universidad para que digan que eres un tipo serio y trabajador, y después
colgarlo todo eso en Youtube, acompañado por una música de fondo que sea
pegadiza. Y si lo bailas en plan flashmob, queda súper chulo.
Vale. Todo eso me parece bien.
Para mi gusto, demasiado fasto, pompa y alharaca, pero vale. Al fin y al cabo,
se trata de vender tu imagen, tus conocimientos y tus experiencias y aunque
creo que si seguimos por esa línea, alguno va a terminar contratando a Spielberg
para hacer un video clip de su CV, acepto pulpo como animal de compañía.
Pero mucho antes que hacer un
buen CV – que es importante – y redactar una carta de presentación estándar;
mucho antes de organizarte el día, fijando una hora para levantarse, para
desayunar, para asearse, para leer la prensa, para hacer algo de ejercicio,
etc, intentando establecer un equilibrio entre actividades productivas – o sea,
las que están enfocadas a la búsqueda de empleo - y aquellas que se corresponden con el poco
ocio al que tienes derecho, mucho antes que todo eso, digo, hay algo esencial
en situaciones de emergencia: mantener el equilibrio mental y psicológico. Lo
que yo denomino la mente de acero en tiempos de guerra.
Porque si todo lo que antes
hemos mencionado es importante, la psicología del individuo es el mayor capital
que tiene. Lo demás se puede aprender, adaptar, cambiar o anular, en función de
las necesidades, pero si uno pierde la fe en sí mismo, sólo le queda esperar al
coche escoba.
La primera víctima potencial de
todo “trabajador en transición” – eufemismo de lo que antes se conocía como
parado o desempleado – es su propia autoestima. Y es un gran error, aunque
comprensible. Muchas personas no son capaces de establecer una clara
diferenciación entre el trabajo que desarrollan y lo que ellos son como seres
humanos.
Como ser humano, tú eres capaz
de hacer cosas que por diversas circunstancias, no has dedicado tiempo a
desarrollar. Pues ahora, puede ser un momento ideal para intentarlo.
El trabajo, por muy interesante
y complicado que sea, sólo es una forma de pagar facturas y si tú no haces ese
trabajo, lo hará otro. De hecho, cuando te despiden o cuando te jubilas, viene
otro. Pero como ser humano, eres irremplazable. A tu mujer, a tus hijos, a tus
padres, a tus amigos, no se les puede obligar a que acepten a otro que no seas
tú. Te quieren tal y como eres con tus manías, tus virtudes y tus defectos. Al
otro, a ese que se levanta a las 7 para ir al trabajo y hace cosas basadas en
sus conocimientos, habilidades y experiencia, a ese, se le puede cambiar
siempre.
No hace mucho escuchaba a un
conferenciante estadounidense decir: “No debes preocuparte por si te van
despedir del trabajo o no. Es un hecho que antes o después, te despedirán. Lo
único que debería preocuparte es el CUANDO”.
Ser despedido, no es un delito,
no hay por qué ocultarlo a tu familia ni hablar en voz baja para que no se
enteren los vecinos. ¡Si ya lo saben, leche! ¿No ves que te ven cada día
comprando en el súper o en el bar, a unas horas en las que deberías estar
trabajando?
No te han despedido porque hayas
sido un ladrón – aquí no se despide a nadie por eso, se le nombra
Vicepresidente de alguna comisión – o le hayas tirado los tejos a la mujer del
Director General o de tu jefe – aquí te vienen las televisiones y te ofrecen
exclusivas millonarias-. Te han despedido porque eres más barato en la cola del
paro que cobrando una nómina. No es que hicieras mal tu trabajo; eso no tiene
nada que ver. Es cuestión de edad: o has nacido demasiado tarde – eres muy
joven y sin experiencia- o has nacido demasiado pronto – eres mayor y la
experiencia se la pasan por el Arco del Triunfo- . Es pues una cuestión, en la
que tú no puedes influir.
Por tanto, la primera batalla
que hay que ganar es la de la autoestima.
Como en toda guerra – y buscar
empleo, lo es - hay que establecer unos objetivos – militares, por supuesto,
como dijo aquel. Y para conseguir esos objetivos, debes establecer una
estrategia. La conveniencia o no de ceñirse a la estrategia y no modificarla,
vendrá dada, en general, por los frutos que se vayan cosechando, pero no es muy
aconsejable cambiar de estrategia con frecuencia.
Una vez que hemos conseguido que
los bombazos que explotan a nuestro alrededor no nos desorienten, y nos perturben
lo imprescindible, el siguiente paso, como en toda estrategia militar, es la
disciplina.
Del mismo modo que antes
llevabas la rutina de levantarte a una hora, salir al trabajo, trabajar 8 horas
y volver a casa, ahora tienes que reorganizar el tiempo y cumplir fielmente y
sin excusas el plan. No lo olvides: estamos en guerra y en tiempos de guerra a
los que no cumplen las órdenes, se les fusila por traidores. Y en este caso,
además, tú eres tu propio comandante – lo cual es una ventaja. Así que no te hagas trampas, porque sería
igual de estúpido que hacer trampas en el solitario.
Perseverancia. No abandones
jamás. Si te rindes, has perdido el juego. Si te caen bombas, te pones el
escudo antimisiles, te metes en la trinchera y a esperar que escampe. Paciencia.
Y por último, lo más difícil y
algo muy importante: es absolutamente imprescindible intentar mantener la moral
alta. Cuando alguien te pregunte “¿qué tal estás?”, no significa que le tienes
que contar todos tus problemas. Es una pregunta retórica. Todos saben cómo
estás o al menos, son perfectamente capaces de imaginarlo. Si intentas
transmitir optimismo en una entrevista de trabajo, tendrás más opciones de cara
a obtener un empleo. Las empresas – lamentablemente – no quieren deprimidos ni
gente con problemas. Hay que mantener el espíritu firme.
Cuando vienen mal dadas, suelo
acordarme de un viejo poema de Kipling que se llama “Si” (IF). El comienzo es
como sigue:
Si guardas en tu puesto la cabeza
tranquila
cuando todo a tu lado es cabeza perdida;
si en ti mismo tienes una fe que te
niegan
y nunca desprecias las dudas que ellos
tengan;
si esperas en tu puesto, sin fatiga en
la espera;
si, engañado, no engañas……
Creo que describe mucho mejor
yo, lo que se necesita para sobrevivir a una crisis, o como dice el poema “para
ser un hombre”.
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