jueves, enero 09, 2014

Mente de acero para tiempos de guerra.



Vivimos tiempos de tribulaciones, penurias y desesperanzas. Siempre se podrá comparar con otros períodos de la historia, y equiparar con lo que por entonces sentían las personas. Imagino que los que tuvieron que vivir hace 100 años la Primera Guerra Mundial y sus consecuencias, no debían estar mucho más alegres que los 5 millones de parados que hoy en día, hay en España; o los que sufrieron la Gran Depresión del 29, pero supongo que el mero hecho de que en España haya un 27% de paro, es un motivo suficientemente justificado para poder expresarme en estos términos.

Aquellos que están a punto de licenciarse en sus estudios universitarios, no tienen demasiadas esperanzas en poder conseguir un trabajo; ni que éste tenga alguna relación – ni siquiera remota – con sus estudios; ni tampoco que dicha ocupación sea a tiempo completo, ni que les permita su independencia económica y con ello, poder planificar mínimamente su futuro más inmediato. Por no esperar, ni siquiera esperan que el trabajo lo puedan conseguir en España. Los que ya terminaron sus estudios, seguramente podrán dar testimonio de la cruda realidad a sus futuros compañeros en la cola del desempleo. Y los que hace tiempo que dejaron de ser jóvenes y han sido apartados del mundo laboral y les han dejado en la cuneta, mantienen todavía menos esperanzas de que algún coche escoba, les recoja y les lleve a la meta, como a los ciclistas que abandonan la carrera. Sobre todo, porque ya ni siquiera tienen claro dónde está la meta ni cuál es su carrera.

En tiempos de crisis – y comparaciones al margen, éstos lo son objetivamente – son muchos los que con la mejor de las intenciones, intentan aportar su grano de arena para ayudar al prójimo. Es en medio de las dificultades, cuando cada uno descubre quién permanece a su lado, quién es un verdadero amigo, de quién puedes fiarte y de quién debes huir como de la peste. Muchos son los que aconsejan - y con razón - que aquellos que se encuentren “en transición laboral”  - que es una expresión que me encanta, por su delicadeza -  deben tener bien presente que a partir del minuto 1, su trabajo consiste en buscar trabajo. A partir de ese punto, se puede empezar a reconstruir la escala de tiempos, que de repente, ha saltado por los aires en el mismo momento en el que en tu empresa te comunica que ya no te necesitan. Y la escala de tiempos, no es lo único que tienes que reconstruir. No es aconsejable perderlo de vista. No es un tema baladí.

Cada vez con mayor frecuencia, encuentro artículos, colaboraciones, estudios, consejos profesionales y demás, cuya finalidad es la de intentar orientar al sujeto en cómo debe crear, organizar y presentar su CV. Y cada vez más, tengo la impresión, de que con el devenir de los tiempos, las nuevas tecnologías, las nuevas tendencias, la competitividad y el desequilibrio entre oferta y demanda, hacer un CV se asemeja más a un casting para una película de Hollywood. Parece que ya no basta con hacer un CV en formato Word. Ahora tienes que hacer un vídeo, cantar – literalmente – tus excelencias, ayudarte de tus colegas y profesores de la universidad para que digan que eres un tipo serio y trabajador, y después colgarlo todo eso en Youtube, acompañado por una música de fondo que sea pegadiza. Y si lo bailas en plan flashmob, queda súper chulo.

Vale. Todo eso me parece bien. Para mi gusto, demasiado fasto, pompa y alharaca, pero vale. Al fin y al cabo, se trata de vender tu imagen, tus conocimientos y tus experiencias y aunque creo que si seguimos por esa línea, alguno va a terminar contratando a Spielberg para hacer un video clip de su CV, acepto pulpo como animal de compañía.

Pero mucho antes que hacer un buen CV – que es importante – y redactar una carta de presentación estándar; mucho antes de organizarte el día, fijando una hora para levantarse, para desayunar, para asearse, para leer la prensa, para hacer algo de ejercicio, etc, intentando establecer un equilibrio entre actividades productivas – o sea, las que están enfocadas a la búsqueda de empleo -  y aquellas que se corresponden con el poco ocio al que tienes derecho, mucho antes que todo eso, digo, hay algo esencial en situaciones de emergencia: mantener el equilibrio mental y psicológico. Lo que yo denomino la mente de acero en tiempos de guerra.

Porque si todo lo que antes hemos mencionado es importante, la psicología del individuo es el mayor capital que tiene. Lo demás se puede aprender, adaptar, cambiar o anular, en función de las necesidades, pero si uno pierde la fe en sí mismo, sólo le queda esperar al coche escoba.

La primera víctima potencial de todo “trabajador en transición” – eufemismo de lo que antes se conocía como parado o desempleado – es su propia autoestima. Y es un gran error, aunque comprensible. Muchas personas no son capaces de establecer una clara diferenciación entre el trabajo que desarrollan y lo que ellos son como seres humanos.
Como ser humano, tú eres capaz de hacer cosas que por diversas circunstancias, no has dedicado tiempo a desarrollar. Pues ahora, puede ser un momento ideal para intentarlo.

El trabajo, por muy interesante y complicado que sea, sólo es una forma de pagar facturas y si tú no haces ese trabajo, lo hará otro. De hecho, cuando te despiden o cuando te jubilas, viene otro. Pero como ser humano, eres irremplazable. A tu mujer, a tus hijos, a tus padres, a tus amigos, no se les puede obligar a que acepten a otro que no seas tú. Te quieren tal y como eres con tus manías, tus virtudes y tus defectos. Al otro, a ese que se levanta a las 7 para ir al trabajo y hace cosas basadas en sus conocimientos, habilidades y experiencia, a ese, se le puede cambiar siempre.

No hace mucho escuchaba a un conferenciante estadounidense decir: “No debes preocuparte por si te van despedir del trabajo o no. Es un hecho que antes o después, te despedirán. Lo único que debería preocuparte es el CUANDO”.

Ser despedido, no es un delito, no hay por qué ocultarlo a tu familia ni hablar en voz baja para que no se enteren los vecinos. ¡Si ya lo saben, leche! ¿No ves que te ven cada día comprando en el súper o en el bar, a unas horas en las que deberías estar trabajando?
No te han despedido porque hayas sido un ladrón – aquí no se despide a nadie por eso, se le nombra Vicepresidente de alguna comisión – o le hayas tirado los tejos a la mujer del Director General o de tu jefe – aquí te vienen las televisiones y te ofrecen exclusivas millonarias-. Te han despedido porque eres más barato en la cola del paro que cobrando una nómina. No es que hicieras mal tu trabajo; eso no tiene nada que ver. Es cuestión de edad: o has nacido demasiado tarde – eres muy joven y sin experiencia- o has nacido demasiado pronto – eres mayor y la experiencia se la pasan por el Arco del Triunfo- . Es pues una cuestión, en la que tú no puedes influir.

Por tanto, la primera batalla que hay que ganar es la de la autoestima.

Como en toda guerra – y buscar empleo, lo es - hay que establecer unos objetivos – militares, por supuesto, como dijo aquel. Y para conseguir esos objetivos, debes establecer una estrategia. La conveniencia o no de ceñirse a la estrategia y no modificarla, vendrá dada, en general, por los frutos que se vayan cosechando, pero no es muy aconsejable cambiar de estrategia con frecuencia.
Una vez que hemos conseguido que los bombazos que explotan a nuestro alrededor no nos desorienten, y nos perturben lo imprescindible, el siguiente paso, como en toda estrategia militar, es la disciplina.

Del mismo modo que antes llevabas la rutina de levantarte a una hora, salir al trabajo, trabajar 8 horas y volver a casa, ahora tienes que reorganizar el tiempo y cumplir fielmente y sin excusas el plan. No lo olvides: estamos en guerra y en tiempos de guerra a los que no cumplen las órdenes, se les fusila por traidores. Y en este caso, además, tú eres tu propio comandante – lo cual es una ventaja.  Así que no te hagas trampas, porque sería igual de estúpido que hacer trampas en el solitario.

Perseverancia. No abandones jamás. Si te rindes, has perdido el juego. Si te caen bombas, te pones el escudo antimisiles, te metes en la trinchera y a esperar que escampe. Paciencia.

Y por último, lo más difícil y algo muy importante: es absolutamente imprescindible intentar mantener la moral alta. Cuando alguien te pregunte “¿qué tal estás?”, no significa que le tienes que contar todos tus problemas. Es una pregunta retórica. Todos saben cómo estás o al menos, son perfectamente capaces de imaginarlo. Si intentas transmitir optimismo en una entrevista de trabajo, tendrás más opciones de cara a obtener un empleo. Las empresas – lamentablemente – no quieren deprimidos ni gente con problemas. Hay que mantener el espíritu firme.

Cuando vienen mal dadas, suelo acordarme de un viejo poema de Kipling que se llama “Si” (IF). El comienzo es como sigue:

Si guardas en tu puesto la cabeza tranquila
cuando todo a tu lado es cabeza perdida;
si en ti mismo tienes una fe que te niegan
y nunca desprecias las dudas que ellos tengan;
si esperas en tu puesto, sin fatiga en la espera;
si, engañado, no engañas……

Creo que describe mucho mejor yo, lo que se necesita para sobrevivir a una crisis, o como dice el poema “para ser un hombre”.

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