sábado, enero 04, 2014

La compra de estómagos agradecidos.



En algún momento, más temprano que tarde, se debatirá en Las Cortes la denominada Ley de financiación de partidos políticos. Entre otras muchas razones, se pretende poner orden y concierto, luz y taquígrafos, a todo lo referente a las donaciones que se pueden dar a las formaciones políticas, evitando (en la medida de lo posible) el tráfico de influencias, los sobornos, los trapicheos y todas las figuras delictivas habidas y por haber, o por lo menos, carentes de ética de las que hemos sido – y seguimos siendo – testigos, día sí y día también.

Me parece buena idea la de convertir en delito lo que ahora mismo no lo es. Me refiero a la financiación ilegal de un partido político. Y me parece también buena idea, que se castigue con ejemplaridad a todos los golfos, sinvergüenzas y parásitos que se han metido en política a trincar, como alguno ha confesado a micrófono cerrado. Lo que sucede es que una cosa es que sea buena idea y otra que se pueda llevar a la práctica o que se pueda verificar. España es un país en el que las cosas no funcionan del todo bien, pero no por falta de legislación, sino por falta de voluntad, de medios, de cultura responsable y cumplidora con el orden, o una mezcla de todas ellas y algunas más.

Todo eso está muy bien y veremos cómo se desarrollan los acontecimientos. Pero ahora me gustaría referirme a la otra parte de la historia, a aquella que se refiere a la compra de voluntades por parte del gobierno de turno, para asegurarse un futuro más plácido. 

¿O es que no deberíamos prestar atención a los privilegios y prebendas que las autoridades de todo signo, otorgan a sus amigos, con la única finalidad de comprar los juicios favorables? Y en este saco, no sólo están los que realizan el manejo de fondos con destinos inciertos o totalmente ajenos a lo inicialmente previsto. Aquí están metidos los medios de comunicación (radio, prensa, televisión), la educación, sindicatos y todo aquel cuya voz se pueda escuchar y por tanto, pueda servir para encauzar opiniones y votos. Dicho en Román paladino: comprar estómagos agradecidos.

Del mismo modo que se debe poner freno y límite al tráfico de influencias entre empresas, organizaciones, particulares y políticos – aunque sea complicado- es hora de que nos planteemos seriamente que también hay que controlar el dinero público que va a parar a los bolsillos de aquellos cuya exclusiva finalidad es la de bailar el agua a quien les paga. Quien quiera adláteres y lameculos, que se los pague de su bolsillo particular y que no distraiga dinero de todos, para promocionar su particular tendencia política.

Resumiendo, a ver si poco a poco vamos puliendo el sistema y vamos consiguiendo llevar un control racional del uso del erario público, tanto por parte de las empresas y particulares hacia los políticos, como en sentido inverso también.


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