lunes, septiembre 24, 2018

Los de ENDESA y la madre que los parió.


Las compañías eléctricas son como los del Ministerio de Hacienda, el Ayuntamiento o los médicos forenses: jamás te dan una buena noticia. Día tras día y año tras año, cada vez que saltan a la palestra de las páginas de las noticias, es para aguarnos la fiesta. Y además, sus enrevesados criterios por los cuales nos chupan la sangre, los esconden detrás de unas ininteligibles facturas, dignas de un Máster en la U. Rey Juan Carlos.

En este caso, voy a hablar de las prácticas de ENDESA, pero bien podría valer cualquiera, porque en el fondo, igual que las petroleras, constituyen casi una mafia.

La situación es la siguiente: vivienda vacacional en la costa de Cádiz. O sea, que sólo está habitada de junio a septiembre y no el 100% de todo ese tiempo. Sin embargo, desde hace algunos años, el recibo de la luz ha venido sufriendo un aumento paulatino sin una razón que lo justifique. 

De entrada, los 80 vecinos de la urbanización, disponen de un contador moderno. El único que sigue siendo de los tiempos de Maricastaña es el nuestro. Y nadie sabe dar una explicación. De hecho, no hay ningún teléfono de asistencia para que puedan informarte.

El caso es que, aparte de lo del contador, cuando repasas las facturas de los últimos años, te das cuenta que hay un factor por el que te están clavando - literalmente - unos 40 euros por el morro. El concepto dice lo siguiente: “por no disponer de ICP”. ¿Y qué es el ICP? Es el interruptor de control de potencia. Es decir, el aparato que viene a sustituir a los antiguos “plomos” que saltaban cuando se pretendía consumir más potencia de la contratada. Aunque lo más curioso es que dicho importe, varía de un mes a otro y no hay dos iguales. Pues bien, a ese misterioso importe fluctuante, hay que añadirle el IVA y hasta el momento presente, el importe acumulado de lo facturado, asciende a más de 1.200€. 

Pero es que hay más. Una cosa es tener el contador de la luz, de los tiempos de Herodes el Grande y otra es que hace casi dos años, que no va nadie a leerlo. Y claro cuando te pones a echar números y certificas que incluso en invierno, te están metiendo unas clavadas por un consumo que no se está produciendo, es cuando decides ponerte el cuchillo entre los dientes y vas en busca del primer oficinista de ENDESA que te cruces.

Lo normal en casos así, sería acudir a la oficina que ENDESA tuviera en el municipio. Sería lo normal, pero en este caso, ENDESA ha decidido cerrar dicha oficina. Y entonces comienzas por internet la búsqueda de la más cercana, a ser posible, en la propia provincia de Cádiz. Después de dedicar un buen rato a dicha tarea, consigues descubrir que tienes dos oficinas a tu disposición: una en el Puerto de Santa María y otra en Jerez. Eso sí, por más que has insistido, no consigues obtener ningún teléfono de la oficina de el Puerto. 

Como tu GPS está tan obsoleto como el contador de la luz, tienes que echar mano de las últimas tecnologías de las que dispones, porque no es capaz de saber dónde narices está la dirección que le has puesto. Tu teléfono móvil, una App y tu pantalla de navegación de tu coche, te resuelven el problema. Ya has encontrado la dirección que buscabas.  ¡Y una mierda!

Cuando tu GPS ultra moderno extra luxury king size, te dice eso de “ha llegado a su destino”, lo que tienes a tu alrededor no es una oficina de ENDESA, sino una urbanización de chalets, en mitad de ninguna parte y ni rastro de los cabrones de la luz. Así es que, dado que ya no te queda otra alternativa, le vuelves a introducir a tu GPS la dirección de Jerez. Y rapidito que cierran a las 19.30 y ya son casi las 18.30.

Evitando con sumo cuidado las direcciones prohibidas -desconocidas para el obsoleto GPS-, llegas a Jerez, a una encrucijada de callejuelas, donde está prohibida la circulación de vehículos, a excepción de los propios vecinos. Con la hora de cierre de la oficina amenazando con que el viajecito sea en balde, tienes la enorme suerte de poder aparcar el coche en zona azul. A partir de ahí, y habiendo sido generoso con el tiempo de aparcamiento, decides preguntar dónde está la maldita oficina de ENDESA. Se van a enterar!

Sudando por cada pelo una gota y más cabreado que una mona, consigues entrar en la dichosa oficina, escondida en una zona peatonal del centro. Al entrar, a tu derecha, hay una serie de puestos de trabajo, numerados y vacíos. Tan sólo está ocupado uno de ellos por una señorita. Frente a ella, a tu izquierda, hay una máquina expendedora de tickets de turno, clasificados por conceptos, lo cual, la verdad, resulta estúpido, pues sólo hay una persona para atender al público, sea cual fuere el motivo. Éste, el público, está al fondo de la sala, cómodamente instalado en sus asientos y disfrutando del aire acondicionado.  El problema es que hay tanta gente, que no hay sitio para sentarse todos. Tú llevas en una mano, una bolsa con toda la documentación y en la otra, todas las armas disponibles para asesinar al primer incauto que intente vacilarte con las facturas.

El ritmo de atención es lento. Sólo hay una chica. Ya son las 18.30 y empiezas a preguntarte hasta qué hora vas a estar allí, aguantando que te toque el turno. Pronto lo vas a descubrir.

Una señora, harta de esperar su turno, finalmente se levanta y se encamina hacia la salida. Al pasar por delante de la señorita, mantiene con ella una conversación muy ilustradora. La señora se queja amargamente, de la lentitud en atender al público y de que sólo hubiera una persona a tal efecto. La señorita, manteniendo el tono de cordialidad de la señora, le informa que en todas las oficinas de ENDESA, sucede exactamente lo mismo: que sólo hay una persona atendiendo al público y además proporciona dos datos esclarecedores: “Yo, no soy de ENDESA. Yo soy de una empresa subcontratada por ENDESA, exactamente igual que todas las demás personas que usted va a encontrar en cualquiera de las oficinas”. Y el segundo dato, resulta aún más revelador: “además, le digo una cosa: a las 19.30 se apagan los ordenadores”.

Tú, que has echado la tarde viajando por las autopistas de Cádiz, sediento de venganza y de sangre, de repente te han chafado el plan. Porque, primero, parece claro que a las 19.30, cuando “se apaguen los ordenadores”, vas a estar todavía pendiente de que te toque el turno, porque los que tienes delante, no se van a ir, porque están para gestionar el bono social. Y segundo, ¿de qué sirve intentar asesinar a la rubia que está atendiendo, si es una subcontratada y tu problema le resbala por la pechera? Si lo máximo que va a hacer por ti es rellenar un formulario y tú te vas a ir por donde has venido, con el rabo entre las piernas, cabreado y sin venganza. Así es que después de una breve consulta con tu parienta, llegas a la conclusión de que es mejor dejar vivir a la rubia, que bastante tiene con tener que estar una bochornosa tarde de verano en Jerez, currando hasta las 19.30, y lo más seguro que con una mierda de contrato temporal, para cubrir la baja de algún empleado de primera que por las mañanas no trabaja y por las tardes, no va. Así decides poner la denuncia directamente en una organización de consumidores, especializada en el tema.

ENDESA, en su día y sin consultar a Dios ni al diablo, cambió los antiguos contadores de toda la urbanización, menos uno: el tuyo. Como consecuencia, tampoco instaló el maldito ICP o delimitador de potencia, por lo que además, te está clavando más de 40€ mensuales + IVA, por supuesto. Y para terminar de redondear el abuso, como eres el único que tiene un contador del año de la peste bubónica, hace casi dos años que no acude ningún ser humano a leer el consumo, por lo que ENDESA - los hijos de su augusta progenitora- han decidido que te van a cobrar cada mes - incluidos los de todo el invierno - lo que les salga de su santos cojopios.

Y esta, señoras y señores, es la triste historia de un usuario de una compañía como ENDESA, que suministra electricidad a una pequeña población de la costa gaditana.

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