De entrada, debo aclarar que mis conocimientos filosóficos y legales sobre estos conceptos, no me permiten ir más allá de un planteamiento sencillo y comprensible. Por otra parte, me parecería un ladrillo meterse en estos berenjenales en pleno verano y sin anestesia.
Pero la cuestión es que, el otro
día en las noticias, informaron de una denuncia de una chica en las fiestas de Pamplona.
Que, al parecer, la chica había conocido a una persona o varias y al subir a un
piso, había surgido el problema (abuso, intento de violación, tocamientos o
como quiera que se denomine ahora) y que lo había denunciado. Bien.
Eso suscitó una interesante
conversación con mi mujer, acerca de si acaso la chica no tenía derecho a ir
donde quisiera, con quien quisiera y hacer lo que le diera la real gana. Y sí,
claro que tiene derecho a todo eso, pero aparte de la libertad de elección, en
donde la chica eligió optar por un “sí”, podría haber optado por un “no”, y
eso, también es libertad. Pero entonces ¿cuál es la diferencia entre una y otra
opción? Pues lo que podríamos llamar el sentido común y la responsabilidad, que
suelen ir bastante unidos.
Si yo, hombre, se me ocurriera
por algún tipo de enajenación mental, acudir a las fiestas de los San Fermines,
debería ser consciente de que del millón de personas que hay pululando por
Pamplona y sus alrededores, la inmensa mayoría va, como mínimo, bolinga. Puede
que algunos vayan más puestos de otras sustancias más peligrosas y puede que
los haya que lleven el paquete completo: alcohol, canuto y cocaína. Sea como
fuere, debería ser consciente de dónde me estoy metiendo.
Bien. Ya sé dónde estoy. Ahora,
resulta que conozco a un grupo de tíos. Todos somos hombres. No nos conocemos
de nada. Todos estamos pedo, bolingas o alguno vomitando por las esquinas la
primera papilla. Vale. Y entonces va uno y dice “vamos a mi casa”. Y yo,
hombre, en compañía de otros hombres, todos borrachos, digo que tururú. ¿Por
qué? Sentido común, responsabilidad.
Si yo decido ir a África y pasear
a pie por la sabana, como lo hacía Robert Redford, debería ser consciente de
los riesgos que corro. Estoy rodeado de animales salvajes que me ven como
comida. Les da igual que yo sea socio de PACMA, enemigo de los abrigos de
pieles, de los toros y hasta vegano recalcitrante. A mí me ve una leona y me
come. Para ella no es una opción elegir entre comer o no. Para mí sí era una
opción elegir entre ir a la sabana o no, pasear a pie o ir mejor y más
protegido en un vehículo y con mi cámara de fotos. ¿Acaso no soy libre de
elegir cómo quiero andar por la sabana? Sí, por supuesto, pero entre tus
diferentes libertades – hay varios tipos de libertad – también podías haber
elegido una con menos riesgos para tu vida. Se llama sentido común y eso es
algo que la leona no tiene.
Hoy me llegan unas fotos – unas veinte
o así - de las mismas fiestas. En ellas se ve a una muchedumbre, todos empapados
de alcohol por fuera y por dentro, con la ropa de color rosáceo y en todas las
fotos, un número considerable de chicas, alguna completamente desnuda y el
resto enseñando lo que les apetecía en ese momento. ¿Son libres de hacerlo?
Claro. ¿Tienen derecho a ser respetadas? Por supuesto. La pregunta clave es
¿quién las va a respetar si todos los demás están borrachos? Alguno habrá que
se le vaya la mano y que confunda el atún con el betún. ¿Alguien va a evitar
las peleas entre machos por una hembra? Seguro que alguna chica denuncia
tocamientos deshonestos. Bien hecho, pero, primero, va a ser complicado
demostrar quién ha sido de los cien mil que la rodeaban, y segundo, ¿cuál es el
objetivo: divertirse o ganar un juicio por tocamientos?
La cuestión es: ¿es absolutamente
imprescindible quedarme en pelotas delante de miles de borrachos para pasármelo
bien? No. Esa es una opción. Opción que no ha tenido en cuenta el sentido común,
porque son conceptos diferentes.
En un artículo titulado
“Claves Conceptuales”, Alvaro d’Ors afirma que la libertad es “presupuesto
esencial de la responsabilidad” y agrega que ésta consiste en la voluntad de
“optar” por los propios actos, aunque sea sin posibilidad de elección
alternativa. Se centra, pues, en la dimensión del libre albedrío. Así, aclara
que no resulta necesario que se presenten diversas posibilidades entre las
cuales elegir, porque lo fundamental reside en la posibilidad que tiene el
hombre de ejercitar la opción; en ese caso, el ejercicio de la libertad
consistirá en la decisión entre elegir o no; y, en todo caso, en aceptar
internamente o no la situación que se vive. ( [1])
En los años en los que el gran
Hemingway visitaba Pamplona y la ponía en el mapa, no creo en absoluto, que la
gente se lo pasara peor que ahora por el hecho de no desnudarse en público.
Lo de llegar a casa sola, de
noche y borracha, puede que sea el objetivo de alguien que viaja con escoltas
permanentemente, pero, en cualquier caso, no estaría de más, aunque sólo fuera
por precaución, tomar ciertas medidas de seguridad.
Es igual que con el sexo. A nadie
en su sano juicio se le ocurre mantener relaciones con un desconocido/a, sin
protección. En eso, además de la libertad de poder hacerlo se aplica el sentido
común.
[1] Maria Alejandra Vanney. Universidad Austral /
Universidad de Navarra
LIBERTAD,
RESPONSABILIDAD Y SENTIDO COMÚN EN EL PENSAMIENTO DE ÁLVARO D’ORS
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