El año 1992 fue un año mágico para España. Parecía que todo lo que pasara en el planeta Tierra, tenía que estar centrado aquí. Se celebró el 500 aniversario del Descubrimiento, se celebraron los JJOO en Barcelona y para guinda del pastel, la Expo de Sevilla. Luego, más tarde, se fueron conociendo algunos de los entresijos de alguno de estos eventos, pero eso es harina de otro costal.
Es
fácil entender, por tanto, que aquellos que vaticinaron que a partir del 93 se
avecinaba una crisis brutal, acertaron y a nadie le extrañó. Todas las
inversiones que se habían realizado para tan magnos acontecimientos, habían
supuesto un enorme sacrificio y tan deprisa como se fueron terminando los
fastos, fue aumentando el índice de paro. Y Rafa fue uno de ellos.
Aparte
de perder el empleo, por el camino perdió la casa que se había comprado justo
un mes antes de quedarse sin trabajo. Al menos, por suerte, pero, sobre todo,
por la mediación de la directora de su banco con el que tenía la hipoteca,
consiguió un comprador, al que le malvendió el apartamento, un poco antes de
que se iniciaran los trámites de embargo de la propiedad.
Al cabo
de un tiempo que le pareció infinito, la venta de su vivienda coincidió con la
aparición de un nuevo empleo, aunque, a decir verdad, lo de empleo era más bien
un eufemismo. La categoría estaba tres peldaños por debajo de la que tenía en
su empleo inmediatamente anterior y el sueldo era, casi exactamente, la mitad.
Pero no le iba a hacer ascos al tema. Lo malo vino después.
El
trabajo en sí no estaba tan mal. Se trataba de un cliente del sector banca, que
estaba en medio de una fusión con otra entidad. Eso inducía a pensar en la
posibilidad de que el empleo fuera estable en el tiempo. Al fin y al cabo,
estaba acostumbrado a tener contrato indefinido.
La
primera sorpresa fue precisamente esa: que el contrato era por obra. Tuvo que
preguntar en qué consistía esa modalidad de la que nunca, hasta entonces, había
oído hablar y que, sin embargo, le iba a resultar tan familiar a partir de ese
momento. Con lo del sueldo, tuvo que hacer números e investigar también en
cuánto se quedaba al mes, porque a Rafa le sonaba que era como la mitad de lo
que ganaba antes y no se hacía a la idea. Pero después de todo, no se iba a
quejar. Firmaría lo que fuese. Además, había vendido su casa, aunque por 4
millones de pesetas menos de lo que había costado 2 años antes. ¡Pero bah!
Tampoco se iba a preocupar por eso. Había conseguido eliminar la amenaza de la
hipoteca que ya le había costado Dios y ayuda pagar hasta entonces. Un problema
menos.
Como
siempre pasa en estos casos, se presentó en las oficinas de su nueva empresa
para formalizar el contrato. Y en cuanto estampó su firma en un contrato en
blanco – algo que no había hecho jamás y que no le gustó nada – fue
directamente a su nuevo destino. No quería dar la impresión de ser un
“problemático”, en caso de que se hubiera puesto a reclamar que el contrato
estaba sin rellenar. La cosa era trabajar, cuanto antes y de lo que fuese.
Al
llegar a su nuevo destino, vio un edificio enorme, como suele ser habitual.
Tras el protocolo de identificación y de solicitud de la ficha correspondiente
para poder entrar y salir por los tornos, bajaron una planta, camino de su
nuevo destino. Le presentaron a su nuevo jefe de Proyecto y a los compañeros
que, como él, se incorporaban ese mismo día o llevaban sólo unos pocos. El jefe
de proyecto, Gregorio, que tenía pinta de ser una buena persona – y luego lo
demostró –, les reunió a todos en una mesa grande de reuniones.
- Bienvenidos. Yo soy Gregorio, el jefe de Proyecto. Ahora sólo tengo la
intención de hacer las presentaciones y que nos conozcamos todos. Luego, en los
próximos días, nos iremos reuniendo para tratar de abordar el trabajo y demás.
- ¿Cuál es el horario? – preguntó Fernando, uno de los recién
incorporados, para abrir el fuego.
- Pues me alegro que me hagas esa pregunta. El horario, es de verano: de
08.00 – 15.00. Pero, además, en invierno, las horas se computan semanalmente,
lo que quiere decir que si el viernes a las 12.00 de la mañana ya habéis hecho
las 40 horas semanales, os podéis marchar. Siempre y cuando, claro, consideréis
que vuestro trabajo no lleva retraso.
El
resto de la reunión transcurrió por los mismos derroteros. Se trataba de
ubicarse y conocer las reglas del juego para saber por dónde se iban a mover.
Como ya advirtió Gregorio, en los próximos días ya entrarían a abordar el
trabajo concreto.
La sala
en la que iban a trabajar, era un sótano de dimensiones gigantescas, sin luz
natural, sin discreción alguna porque todo era diáfano, sin mamparas, con
cientos de personas diseminados en sus mesas y en el que cohabitaban diferentes
empresas sub contratadas por el banco. Había un ventanuco al final de la sala,
que daba directamente a un terraplén y por el que tan sólo se podía adivinar si
era de día o de noche. Dadas las circunstancias tan penosas, tanto de ubicación
como las laborales de su contrato, Fernando – alias el asturiano – y Rafa,
decidieron bautizar a su nuevo lugar de trabajo como “la galera”.
Pronto
descubrió Rafa que la empresa de servicios en la que trabajaba, tenía dos
clases de trabajadores: los blancos, es decir, aquellos trabajadores que
llevaban en la empresa varios años y que, por tanto, disfrutaban de un contrato
indefinido, y por otro, los negros, o sea, los que como él, estaban siendo
subcontratados por esa misma empresa de servicios, pero con condiciones muy
diferentes.
Pero la
gran sorpresa llegó con su primera nómina, algo que siempre se espera con
especial ilusión. Para empezar, Rafa estaba acostumbrado a cobrar el primero de
cada mes y aquí, resulta que estaban a día 7 y ya se estaba comiendo las uñas.
Y todavía no había recibido la copia sellada del contrato.
Finalmente,
la chica que hacía las veces de secretaria del jefe, Pilar, les llamó y les
entregó un sobre con su nómina. Rafa no se había percatado. Se limitó a ver el
recuadro de “líquido a percibir” y pasó por alto la categoría y todo lo demás.
Fue Fernando el que le hizo llamar su atención.
- Oye, Rafa. ¿Te has dado cuenta de que la fecha de alta del contrato en
la Seguridad Social es del 08 de agosto?
- Pues no.
- ¿Tú también tienes en la nómina esa fecha? – preguntó Fernando.
- A ver…sí.
- ¡Serán hijos de puta! – dijo el asturiano.
- ¿Qué pasa, macho?
- ¿Que qué pasa? Que estamos en manos de un pirata. Que tú y yo llevamos
aquí currando desde el día 1 de agosto y que este hijoputa nos ha robado una
semana. Una semana que no nos paga en la nómina, y que, por tanto, no nos paga
en la liquidación por despido y que tampoco computa para nuestra jubilación ni
el paro. ¡Eso es lo que pasa!
Y Rafa,
se quedó con cara de tolili y pensando cómo era posible aquello. Una cosa es
que las condiciones laborales hubiesen cambiado por motivo de la crisis, pero
otra distinta, es que se hubieran hecho con el poder gentes como Francis Drake
o Barbanegra.
Unos
días después, Fernando – que, entre otras cosas, estaba afiliado a CCOO – le
informó.
- ¿Tú sabes por qué el pirata nos ha robado una semana de sueldo?
- ¿Porque le apetecía? – bromeó Rafa.
- Resulta que este cliente, está harto de que todas las empresas que
subcontratan, les envíen inútiles, y entonces, de modo unilateral, han decidido
que los primeros 7 días, no los pagan porque consideran que no son productivos.
Así es que, al menos a nuestra empresa – no sé a las demás – le descuentan una
semana por todo aquel que subcontratan.
- Oye, y ya puestos, ¿te has enterado de porqué cobramos casi a mediados
de mes? – preguntó Rafa que estaba empezando a ser consciente del hoyo en el
que se había metido.
- Ah, eso también tiene tela – le dijo el asturiano-. Resulta que como el cliente no paga hasta el día 5 o así, éstos no sueltan la mosca hasta que no tienen la pasta en el banco. Y eso gracias a que tienen un acuerdo con el cliente y les pagan cada mes y a comienzos, que, si no, nos iban a dar por saco.