sábado, octubre 28, 2023

El pirata

El año 1992 fue un año mágico para España. Parecía que todo lo que pasara en el planeta Tierra, tenía que estar centrado aquí. Se celebró el 500 aniversario del Descubrimiento, se celebraron los JJOO en Barcelona y para guinda del pastel, la Expo de Sevilla. Luego, más tarde, se fueron conociendo algunos de los entresijos de alguno de estos eventos, pero eso es harina de otro costal.

Es fácil entender, por tanto, que aquellos que vaticinaron que a partir del 93 se avecinaba una crisis brutal, acertaron y a nadie le extrañó. Todas las inversiones que se habían realizado para tan magnos acontecimientos, habían supuesto un enorme sacrificio y tan deprisa como se fueron terminando los fastos, fue aumentando el índice de paro. Y Rafa fue uno de ellos.

Aparte de perder el empleo, por el camino perdió la casa que se había comprado justo un mes antes de quedarse sin trabajo. Al menos, por suerte, pero, sobre todo, por la mediación de la directora de su banco con el que tenía la hipoteca, consiguió un comprador, al que le malvendió el apartamento, un poco antes de que se iniciaran los trámites de embargo de la propiedad.

Al cabo de un tiempo que le pareció infinito, la venta de su vivienda coincidió con la aparición de un nuevo empleo, aunque, a decir verdad, lo de empleo era más bien un eufemismo. La categoría estaba tres peldaños por debajo de la que tenía en su empleo inmediatamente anterior y el sueldo era, casi exactamente, la mitad. Pero no le iba a hacer ascos al tema. Lo malo vino después.

El trabajo en sí no estaba tan mal. Se trataba de un cliente del sector banca, que estaba en medio de una fusión con otra entidad. Eso inducía a pensar en la posibilidad de que el empleo fuera estable en el tiempo. Al fin y al cabo, estaba acostumbrado a tener contrato indefinido.

La primera sorpresa fue precisamente esa: que el contrato era por obra. Tuvo que preguntar en qué consistía esa modalidad de la que nunca, hasta entonces, había oído hablar y que, sin embargo, le iba a resultar tan familiar a partir de ese momento. Con lo del sueldo, tuvo que hacer números e investigar también en cuánto se quedaba al mes, porque a Rafa le sonaba que era como la mitad de lo que ganaba antes y no se hacía a la idea. Pero después de todo, no se iba a quejar. Firmaría lo que fuese. Además, había vendido su casa, aunque por 4 millones de pesetas menos de lo que había costado 2 años antes. ¡Pero bah! Tampoco se iba a preocupar por eso. Había conseguido eliminar la amenaza de la hipoteca que ya le había costado Dios y ayuda pagar hasta entonces. Un problema menos.

Como siempre pasa en estos casos, se presentó en las oficinas de su nueva empresa para formalizar el contrato. Y en cuanto estampó su firma en un contrato en blanco – algo que no había hecho jamás y que no le gustó nada – fue directamente a su nuevo destino. No quería dar la impresión de ser un “problemático”, en caso de que se hubiera puesto a reclamar que el contrato estaba sin rellenar. La cosa era trabajar, cuanto antes y de lo que fuese.

Al llegar a su nuevo destino, vio un edificio enorme, como suele ser habitual. Tras el protocolo de identificación y de solicitud de la ficha correspondiente para poder entrar y salir por los tornos, bajaron una planta, camino de su nuevo destino. Le presentaron a su nuevo jefe de Proyecto y a los compañeros que, como él, se incorporaban ese mismo día o llevaban sólo unos pocos. El jefe de proyecto, Gregorio, que tenía pinta de ser una buena persona – y luego lo demostró –, les reunió a todos en una mesa grande de reuniones.

    - Bienvenidos. Yo soy Gregorio, el jefe de Proyecto. Ahora sólo tengo la intención de hacer las presentaciones y que nos conozcamos todos. Luego, en los próximos días, nos iremos reuniendo para tratar de abordar el trabajo y demás.

    - ¿Cuál es el horario? – preguntó Fernando, uno de los recién incorporados, para abrir el fuego.

    - Pues me alegro que me hagas esa pregunta. El horario, es de verano: de 08.00 – 15.00. Pero, además, en invierno, las horas se computan semanalmente, lo que quiere decir que si el viernes a las 12.00 de la mañana ya habéis hecho las 40 horas semanales, os podéis marchar. Siempre y cuando, claro, consideréis que vuestro trabajo no lleva retraso.

El resto de la reunión transcurrió por los mismos derroteros. Se trataba de ubicarse y conocer las reglas del juego para saber por dónde se iban a mover. Como ya advirtió Gregorio, en los próximos días ya entrarían a abordar el trabajo concreto.

La sala en la que iban a trabajar, era un sótano de dimensiones gigantescas, sin luz natural, sin discreción alguna porque todo era diáfano, sin mamparas, con cientos de personas diseminados en sus mesas y en el que cohabitaban diferentes empresas sub contratadas por el banco. Había un ventanuco al final de la sala, que daba directamente a un terraplén y por el que tan sólo se podía adivinar si era de día o de noche. Dadas las circunstancias tan penosas, tanto de ubicación como las laborales de su contrato, Fernando – alias el asturiano – y Rafa, decidieron bautizar a su nuevo lugar de trabajo como “la galera”.

Pronto descubrió Rafa que la empresa de servicios en la que trabajaba, tenía dos clases de trabajadores: los blancos, es decir, aquellos trabajadores que llevaban en la empresa varios años y que, por tanto, disfrutaban de un contrato indefinido, y por otro, los negros, o sea, los que como él, estaban siendo subcontratados por esa misma empresa de servicios, pero con condiciones muy diferentes.

Pero la gran sorpresa llegó con su primera nómina, algo que siempre se espera con especial ilusión. Para empezar, Rafa estaba acostumbrado a cobrar el primero de cada mes y aquí, resulta que estaban a día 7 y ya se estaba comiendo las uñas. Y todavía no había recibido la copia sellada del contrato.

Finalmente, la chica que hacía las veces de secretaria del jefe, Pilar, les llamó y les entregó un sobre con su nómina. Rafa no se había percatado. Se limitó a ver el recuadro de “líquido a percibir” y pasó por alto la categoría y todo lo demás. Fue Fernando el que le hizo llamar su atención.

    - Oye, Rafa. ¿Te has dado cuenta de que la fecha de alta del contrato en la Seguridad Social es del 08 de agosto?

    - Pues no.

    - ¿Tú también tienes en la nómina esa fecha? – preguntó Fernando.

    - A ver…sí.

    - ¡Serán hijos de puta! – dijo el asturiano.

    - ¿Qué pasa, macho?

    - ¿Que qué pasa? Que estamos en manos de un pirata. Que tú y yo llevamos aquí currando desde el día 1 de agosto y que este hijoputa nos ha robado una semana. Una semana que no nos paga en la nómina, y que, por tanto, no nos paga en la liquidación por despido y que tampoco computa para nuestra jubilación ni el paro. ¡Eso es lo que pasa!

Y Rafa, se quedó con cara de tolili y pensando cómo era posible aquello. Una cosa es que las condiciones laborales hubiesen cambiado por motivo de la crisis, pero otra distinta, es que se hubieran hecho con el poder gentes como Francis Drake o Barbanegra.

Unos días después, Fernando – que, entre otras cosas, estaba afiliado a CCOO – le informó.

    - ¿Tú sabes por qué el pirata nos ha robado una semana de sueldo?

    - ¿Porque le apetecía? – bromeó Rafa.

    - Resulta que este cliente, está harto de que todas las empresas que subcontratan, les envíen inútiles, y entonces, de modo unilateral, han decidido que los primeros 7 días, no los pagan porque consideran que no son productivos. Así es que, al menos a nuestra empresa – no sé a las demás – le descuentan una semana por todo aquel que subcontratan. 

     - Oye, y ya puestos, ¿te has enterado de porqué cobramos casi a mediados de mes? – preguntó Rafa que estaba empezando a ser consciente del hoyo en el que se había metido.

     - Ah, eso también tiene tela – le dijo el asturiano-. Resulta que como el cliente no paga hasta el día 5 o así, éstos no sueltan la mosca hasta que no tienen la pasta en el banco. Y eso gracias a que tienen un acuerdo con el cliente y les pagan cada mes y a comienzos, que, si no, nos iban a dar por saco.

domingo, octubre 22, 2023

Irati

La llamada selva de Irati se encuentra en plenos Pirineos navarros. Es uno de los hayedos más grandes y mejor cuidados de Europa. Así es que el plan de recorrer a pie parte de sus senderos resultaba de lo más apetecible. Disfrutar de la naturaleza en estado puro, del aire sin contaminar, de un cielo limpio de nubes, del silencio, tan solo roto por mis propios pasos sobre la hojarasca y mi respiración algo agitada; contemplar los riachuelos que jugaban a esconderse entre la arboleda; el musgo adherido a la corteza de los árboles; toparse de improviso con caballos salvajes que pastaban apaciblemente en lo alto de las laderas de los montes o contemplar cómo yacían descansando algunas vacas de alguna granja cercana.

A cada paso se me antojaba un momento único e irrepetible digno de ser inmortalizado con mi cámara de fotos colgada al cuello. Los juegos de luces y sombras del sol escondiéndose entre los árboles, tan abigarrados que apenas entraban sus rayos; a veces se reflejaban en las charcas y humedales del bosque creando puntos brillantes como estrellas que titilaban sobre la superficie del agua; o intentando esconderse detrás de alguna nubecilla, casi deshilachada que pasaba por allí. Todo ello reconfortaba.

El suelo estaba húmedo y algo resbaladizo, sobre todo, por las hojas caídas, pero con un calzado apropiado no había problema. O eso pensé yo.

De repente, intenté ascender por un pequeño desnivel del bosque, en busca de la cúspide. Apoyé con fuerza el pie derecho y me dispuse a iniciar el ascenso de la colina, apoyando todo mi peso, con tan mala suerte que la bota falló en el agarre, el pie se escurrió por completo y el paso fue, en toda regla, un paso en falso. Lo peor fue que al perder el equilibrio y aunque seguía estando de pie, sentí un dolor insoportable en el costado derecho. Casi no podía respirar. Recostado contra la pared de la pendiente  me esforzaba por conseguir algo de aire para mis pulmones, mientras a mi alrededor se iba acumulando una multitud de senderistas que habían sido testigos del pequeño accidente. Todos ellos se mostraban preocupados y me preguntaban con insistencia si me encontraba bien, pero yo, sencillamente, no podía hablar. Si ni siquiera podía casi respirar ni llenar mis pulmones. Al cabo de unos segundos que me parecieron una eternidad, parecía que el oxígeno conseguía abrirse camino hasta los pulmones, pero tenía un intensísimo dolor en el pecho. No entendía nada.

Finalmente, aunque el lateral derecho me dolía mucho, pude tranquilizar a los que se habían reunido a mi alrededor y hacerles entender que no parecía que tuvieran que llevarme cadáver hasta el albergue más cercano. Lo curioso fue que mi preocupación, en esos momentos en que me faltaba el aire, era comprobar que a mi cámara de fotos no le había pasado nada. La llevaba colgada del cuello y temí que al golpearme con lo que fuese que me hubiera golpeado, se hubiera dañado. La cámara estaba intacta, no como yo, que estaba allí, con media docena de senderistas preocupados, a los que finalmente, les pude tranquilizar. Pero el costado me dolía y mucho.

Me ayudaron a incorporarme, aunque en realidad, tan solo estaba a medio sentar en el desnivel que pretendí subir. Aunque lo hicieron con sumo cuidado, aquello me dolía y mucho. Entonces comenzaron los consejos: “eso es que se ha roto una costilla”; “debería ir al médico”; “si es una costilla – decía otro – no hay nada que hacer: analgésico y reposo”. Al menos pude comprobar con mis propios ojos la fuente de mi desgracia y mi dolor. Al resbalar, me había clavado en las costillas las raíces de un árbol que sobresalían del terreno. Eso y que todo el peso de mi cuerpo se fue a estrellar contra lo menos indicado y más duro que había por allí.

Conseguí llegar a una farmacia. El hombre debía estar acostumbrado a toda clase de percances e incidencias de los urbanitas, que se aventuraban en terreno desconocido. “Paracetamol cada 8 horas y descanso”, ese fue su diagnóstico y coincidió con uno de los senderistas que se detuvo a interesarse por mi estado de salud: “si es una costilla, no hay nada más que hacer”.

Al menos pude recuperar la respiración, aunque no podía hinchar mucho el pecho; ni toser; ni reírme; ni hacer movimientos bruscos. Así es que respiraba menos aire, pero más rápido. Me tenía que vestir y desnudar a la velocidad a la que se mueve un camaleón: a cámara lenta. Tampoco podía caminar erguido. Iba encogido, como si tuviera chepa o la clavícula dislocada. Los traspiés eran como un sunami: las ondas de choque terminaban por llegar al costado. Andaba con pánico a pisar una hormiga no me fuera a doler aún más.

Se terminaron las excursiones por el idílico ambiente de Irati. Acostarme e incorporarme en la cama, me llevaba más tiempo que zigzaguear a un petrolero. Cambiar de postura era imposible: todos los órganos se desplazaban hacia las costillas doloridas y sólo podía estar boca arriba. Y gracias.

Ante semejante panorama, tuve que acortar los días de estancia y regresar a casa.

Por lo demás, muy bonito Irati. Un recuerdo imborrable. Muchas de mis fotos lo atestiguan.

sábado, octubre 21, 2023

Las conjuras contra mí

No sé si es algo común que le sucede a todo el mundo, pero a mí me llama mucho la atención.

Hubo un tiempo en el que cada vez que lavaba el coche, llovía al día siguiente o a las pocas horas. De hecho, recuerdo que un día empezó a llover cuando sacaba el coche por la rampa después de lavarlo. Se ve que el que gestionaba lo de la lluvia estaba ansioso por fastidiarme. Aquello me afectó de tal forma que, a pesar de haber transcurrido decenas de años, sigo mediatizado por el trauma de gastarme el dinero en lavar el coche y que se vuelva a ensuciar al poco tiempo. La consecuencia es que, actualmente, el coche tiene más mierda que el palo de un gallinero y mantengo la esperanza de que, próximamente, cuando saque el coche a pasear, me caiga un diluvio de esos que caen por Madrid, que se te moja hasta los calzoncillos y me limpie el coche y además gratis.

Otra cosa en la que me fijo mucho es cuando busco un sitio para aparcar. Yo tenía un amigo que era capaz de aparcar en la puerta de unos grandes almacenes – ya desaparecidos – en plena calle Serrano y en Navidades. Insultante. Yo, no. A mí, lo que me suele pasar – y me trae por la calle de la amargura – es que después de dar más vueltas a la manzana que un tiovivo, cuando al final no me ha quedado más remedio que meterlo en un parking de esos que cuando vas a pagar, abres las piernas y apoyas los brazos contra la pared, pasas por delante de la puerta del sitio al que vas y tienes plazas para escoger. Es como si alguien, mediante el uso fraudulento de un satélite, estuviera vigilando mi coche y de repente diera la orden de ocupar todos los espacios libres y al ver que ya he metido el coche en un aparcamiento de pago, diera la orden contraria y todos los agentes, dejaran los huecos para otros.

Hoy, sin ir más lejos, me ha vuelto a pasar.

En una decisión que bordea la odisea hoy hemos decidido ir a El Corte Inglés de Málaga. Mientras conducía, intentaba recordar cuándo fue la última vez que habíamos estado en la capital y hemos llegado a la conclusión de que debió ser a primeros de este año.

Al llegar a los aledaños del establecimiento, nos hemos dado una enorme alegría porque después de unos 10 o 12 años, por fin han terminado las obras de acondicionamiento de la avenida y de la rotonda donde debes girar noventa grados a tu izquierda para dirigirte al parking de ECI. Es como si en la Castellana de Madrid, estuvieran todo ese tiempo haciendo obras en la Cibeles y tuvieran que desviar el tráfico por calles paralelas y obligarte a realizar más kilómetros que una maratón.

Después de atravesar la gran avenida principal de Málaga, no sin esfuerzo y tiempo, hemos conseguido llegar hasta la calle donde se entra al parking de los grandes almacenes. Había una cola considerable, pero hemos asumido que, al ser sábado, debía ser normal. Pero eso pronto ha dejado de ser normal. Aquello no avanzaba. Delante de nosotros debía haber unos15 o 20 coches y el movimiento era tan escaso y tan lento, que he tomado la decisión de apagar el motor, en vez de esperar a que se parase solo. Imagino que habremos estado allí, muertos de asco, al menos 10 minutos. Al final, hemos supuesto que la dificultad era que el aparcamiento estaba tan lleno, que hasta que no salía un vehículo no se levantaba la barrera o no dejaban pasar a nadie. El caso es que, hemos decidido salirnos de la fila y buscar un aparcamiento de pago situado en una calle cercana.

El aparcamiento lo hemos encontrado sin problema. El problema ha venido después cuando hemos descubierto que, dentro del parking, había doble sentido de circulación y que los coches que entraban, lo hacían por el mismo sitio por que el usaban los que querían salir. Por supuesto, el espacio para todo ello era absolutamente insuficiente, por lo que las maniobras de los vehículos obligaban a hacer una especie de Tetris improvisado, buscando espacios inverosímiles, ocupando temporalmente plazas desocupadas o destinadas a personas discapacitadas o a coches eléctricos para recargar, todo ello con el fin de que ambos coches, el que salía y el que entraba, pudieran continuar sin hacerse ningún rasguño entre ellos. Finalmente, y después de no pocas maniobras, he conseguido colocar el coche en una plaza destinada a personas discapacitadas, con lo que he permitido que los dos coches que quería tomar la salida, pudieran pasar. Era tal la dificultad que mi mujer me ha dicho que, si ella se hubiera encontrado en una situación así, no habría sido capaz de continuar y le habría pedido ayuda a alguien. Y no es de las que pide ayuda. Si lo sabré yo.

Una vez solventada la prueba de habilidad del parking de las narices sin daños en el coche, nos hemos dirigido hacia El Corte Inglés. Lo verdaderamente irritante de esta historia es que, cuando hemos llegado al semáforo que hay justo frente a la entrada del parking en la acera de enfrente, dicha entrada estaba vacía. La interminable cola de coches en la que nos hemos eternizado esperando nuestro turno para entrar, se había disuelto como por arte de magia y estaba totalmente expedita. No había nadie y los coches que entraban lo hacían sin ningún problema.

¿Es o no es como para coger un Kaláshnikov?

El auditor

Como en toda multinacional americana que se precie, en el diseño de su organización la figura del D. Financiero no depende ni jerárquica ni funcionalmente del D. General, sino de un Súper Director Financiero, en la sede central de la empresa, normalmente, NY o Londres.  De esta manera se controla el funcionamiento de la sucursal, en este caso España, y se evita que el posible compadreo entre el General Manager y el financiero, acarree consecuencias no deseadas.

Este tipo de organización funcional, lleva aparejada la existencia de un departamento de auditoría interno, una especie de “asuntos internos” de la policía que vemos en las películas. Este departamento de auditoría interno, vela por el fiel cumplimiento de todas las normas de la empresa, no sólo los aspectos económicos o financieros, sino operativos, administrativos, de seguridad y ejecutivos. Su poder es temible y sus informes pueden hacer terminar a más de uno en la cola del paro si no le pone remedio a los consejos, directrices y sugerencias que emiten antes de abandonar el país.

Y para hacerlo más divertido, los auditores internos te visitan sin avisar. Es decir, que un día, un señor al que no conoces de nada y que habla americano – no inglés – llama a la puerta del despacho del D. Financiero y dice algo así: “Hello. I am the auditor and this is my team” o lo que es lo mismo: “aquí estamos porque hemos venido.” Es entonces cuando al financiero, se le caen sus atributos masculinos al suelo y empieza la partida.

Y exactamente así fue como José María, el D. Financiero de la compañía americana instalada en España, se enfrentó a los auditores de la empresa. Bueno, así, así, no exactamente. Fue su mano derecha, Marisa, la que recibió a los auditores porque José María no estaba en ese momento en su despacho. Marisa salió corriendo – literalmente –en busca de su jefe para informarle de la desagradable novedad. Salió con la cara desencajada y algo preocupada por la sonrisa algo sardónica que le había parecido atisbar en la cara del que se había presentado como auditor. Parecía que la sentencia estaba dictada de antemano y que el muy cabrón del auditor, no sólo lo sabía, sino que disfrutaba con su trabajo. Por eso, cuando José María se encontró de frente con Marisa y vio su cara, se preguntó qué estaría pasando.

Con la calma, parsimonia y seguridad en sí mismo que caracterizaban a José María – algo que algunos confundían con chulería madrileña – se paró frente a Marisa que a duras penas podía respirar. Entre que se había subido dos plantas por las escaleras, corriendo y el susto del auditor, su respiración parecía la de alguien a punto de sufrir un infarto.

-          Pero Marisita, hija, ¿dónde vas tan corriendo, que parece que te persigue Mefisto?

Marisa aguardó unos segundos hasta recuperar un poco el resuello y poder articular una frase inteligible.

-          Están………abajo………los ……….auditores – consiguió pronunciar no sin esfuerzo.

José María encajó el golpe con la serenidad de un flemático inglés, al que le acaban de anunciar que el té ya está listo y haciendo uso de su más que reconocido sentido del humor, no exento de mucha sorna e ironía, le respondió:

-          ¿Y por qué corres, criatura? No te preocupes. Hala, vamos a conocer a nuestros nuevos amigos – dijo con la intención de tranquilizar a Marisa.

Bajaron en el ascensor y así a Marisa le dio tiempo de recuperar totalmente el control y la respiración. Al salir en la planta 3, se dirigieron hacia el despacho de José María y fue entonces cuando se dio cuenta de que el auditor, parecía recién salido de un equipo de baloncesto de la NBA.

-          Pero, mira, Marisita. Si nuestro auditor es moreno – dijo en tono irónico haciendo referencia al color negro de la piel del individuo.

-          Buenos días – respondió “el negro” en perfecto español-. Me llamo Kevin T. Washington y soy el auditor asignado a su oficina. Hablo un poco de español – le espetó a la cara mientras gentilmente le alargaba la mano para estrechar la del alucinado José María que a duras penas podía mantener la boca cerrada y los ojos muy abiertos.

Había que estar allí para ver la cara de estupor y de vergüenza que se le quedó al tal José María. Pasó de estar convencido de que iba a dominar la situación desde el principio, a pensar que era muy probable que “el negro se la encalomara” por vía rectal hasta las amígdalas, como venganza por su comentario poco afortunado y con ello, pusiera en riesgo la credibilidad de toda la compañía en España, la de todo su personal, incluyendo al D. General, y su propio puesto de trabajo. Afortunadamente, Kevin, era un tipo majo, probablemente acostumbrado a comentarios peores en su propio país y no se tomó ninguna represalia por el inapropiado comentario de JM.

Después del revuelo inicial que se organizó en la compañía al conocerse la noticia de la presencia de los auditores, todo el mundo – en primer lugar - corrió a cambiarse la ropa interior y a prepararse para unas jornadas intensas y a permanecer a expensas de las solicitudes de los directores y gerentes a sus colaboradores más directos, a fin de satisfacer los requerimientos de los nuevos “inquisidores”.

Fue unos días después cuando Kevin aterrizó en el Departamento de Proceso de Datos, DP para los amigos. Allí, Kevin fue presentado a todo el personal – 15 personas – desde el director del departamento, hasta el último mono. Fue allí donde el pobre Kevin pudo comprobar que sus escasos conocimientos de español, tuvo que ponerlos en entredicho al escuchar hablar a José Luís en su “slang” particular.

José Luís , vivía según sus propias palabras en “El Bronx”. Al menos así calificaba él a esa parte del barrio de Manoteras donde vivía con su pareja y muy cerca de su madre. José Luís, solía mezclar palabras en castellano con otras que eran puro argot. Así solía hablar de “peluco” cuando se refería a un reloj, “tequi”, cuando hablaba de un coche y “colorao” cuando se refería al oro. Algunos de sus compañeros, tenían que pedirle de vez en cuando que tradujera los conceptos para poder seguir la conversación.

José Luís llevaba tiempo en la empresa, habiendo realizado trabajos administrativos. Debido a la política de la compañía de promocionar personal interno hacia otras funciones, se presentó a las pruebas para optar a un puesto en DP con resultado positivo. Fue así como comenzó a trabajar en dicho departamento, aunque manteniendo al principio la categoría anterior.

Fue justo en esos días de la presencia del auditor en DP, cuando recibió la nómina con la consiguiente revisión de su categoría y del salario asociado. La esperaba como agua de mayo, ilusionado por el cambio que ello le podría significar. Pero al abrir el sobre y ver la nómina, se escuchó en todo el departamento sus quejas y quebrantos:

-          ¡¡Me cago en mi puta madre!! – exclamó en una expresión muy típica de él-. ¡¡Que palmo pelas por currar!! ¡¡No te jode!!

El pobre Kevin, el auditor, que estaba enfrascado en su tarea y sus números, trabajando en un entorno donde no entendía el 99% de las cosas que se decían, y donde no hablaba con nadie salvo cuando se trataba de solventar alguna duda sobre algún aspecto de la auditoría, se vio sobresaltado por los aspavientos y los gestos de José Luís, que, a tenor de lo visto, miraba un papel como si le hubieran enviado forzoso a Vietnam, sin esconder en absoluto su más que justificado enfado.

El estupor de Kevin, que no entendía nada, se vio acrecentado cuando el tal José Luís, - que se había transformado en una milésima de segundo, de un aparente tipo majete y simpático, en una suerte de fiera corrupia de difícil control – se dirigió hacia él con un papel en la mano izquierda mientras que con la derecha, no dejaba de  golpearlo una y otra vez, como si le hubieran anunciado un embargo, un desahucio o la muerte de un ser querido, y gritando al mismo tiempo algo que Kevin no entendía:

-          ¡¡Que palmo pelas por currar!! – le gritaba José Luís al negro que hacía un esfuerzo sobre humano para intentar entender esa parte del español que sabía que se le estaba escapando, mientras aquel joven, evidentemente enfurecido, no hacía más que mostrarle un papel – origen sin duda de su encabronamiento – al que le estaba metiendo una paliza con su mano derecha.

Ante la cara de Kevin, mitad susto - porque ante la evidente actitud agresiva de José Luís, no sabía si en breve tendría que poner en práctica sus más que probables conocimientos de supervivencia callejera, adquiridos vaya usted a saber si en el Bronx auténtico - mitad incredulidad, José Luís intentó tranquilizarse y explicarle al negro, la situación que tanto le estaba afectando. Al principio, intentó explicárselo en castellano, pero habida cuenta de las dificultades que había de entendimiento entre el argot de José Luís y los escasos conocimientos de español de Kevin, finalmente José Luís, intentó explicarle el problema en inglés. Fue mucho peor, porque José Luís intentaba encontrar la traducción exacta de “palmar pelas por currar” y no supo.

Como colofón, después del berrinche que se llevó José Luís, Kevin – que consideraba que por el hecho de haber compartido con él ese dolor, le podía considerar un amigo – intentó preguntar en español algo que ni José Luís ni ninguno fue capaz de entender al principio. Parecía que Kevin quería visitar “El Pardo”, algo que sorprendió a todos. Después de un arduo intercambio de intentos, todos llegaron a la conclusión de que El Pardo, no tenía nada que ver con lo que Kevin quería. Finalmente, a uno se le encendió la única neurona y pronunció la palabra mágica que arrojó luz sobre la cuestión:

-          ¿Museo del Prado?

-          ¡¡YES!! - exclamó entusiasmado Kevin, viendo por fin cumplido su deseo de hacerse entender.

Después de indicarle dónde estaba y cómo ir, llegaron a la conclusión de que era poco probable que ese auditor, con aspecto de velocista olímpico, que hablaba un poco de español, tuviera ninguna relación con ningún barrio tipo “Bronx”. No encajaba con el perfil.

 

sábado, octubre 14, 2023

Confiesa todo lo que sabes

En la empresa multinacional en la que trabajaba Rafa, las cosas sucedían a una velocidad vertiginosa. Esto, unido a que muchas veces las decisiones estratégicas iban de un lado al otro del péndulo, confería al trabajo un grado de ansiedad y de incertidumbre grande.

Rafa llevaba poco más de 2 años en la empresa y su carrera estaba en lo más alto. Disfrutaba con su trabajo, tenía una gran autonomía, estaba muy considerado por sus jefes y mantenía excelentes relaciones tanto con sus compañeros de departamento como con el resto de empleados de la empresa. Tal era el aprecio que tenían sus superiores por su trabajo, que, en la evaluación del desempeño del año anterior, le concedieron la máxima puntuación posible, siendo el único empleado de la compañía en España que obtuvo semejante valoración. Lo que motivó, que el director general de la empresa, llamara a sus jefes más inmediatos, responsables de dicha valoración, para que lo justificaran y finalmente, se la concedieron.

El equipo del departamento liderado por el director, lo formaban un reducido número de personas (15), que, a pesar de sus enormes diferencias y características personales, habían conseguido hacer un grupo homogéneo, casi una piña. Algo que, sin advertirlo, había levantado recelos y envidias en otras áreas de la compañía.

De repente, un día, se rompe la magia. El director del departamento donde trabajaba Rafa había decidido abandonar la compañía. Rafa se sintió algo huérfano por la situación, aunque no tanto como cuando empezó a constatar, que no iba a ser el único. Se produjo una desbandada. Cada cierto tiempo, cada pocas semanas o meses, había alguien que se iba. El equipo, se desangraba.  Poco a poco, el desánimo fue inundando los corazones que no hacía mucho, rebosaban alegría, ilusiones y esperanzas.

Una vez que el director abandonó la compañía, no sin alguna lágrima por parte de alguna empleada de su departamento, el director general le comunicó tanto a Rafa como a otro Gerente del área – que eran los únicos que quedaban – que el puesto de director, quedaba vacante, o sea, OPEN, hasta que tomara una decisión. Mientras tanto, para cubrir la función, estaría de modo interino (acting) el director Administrativo, José Andrés Peñascal.

José Andrés Peñascal, era un tipo borde, grosero, de comportamiento chulesco y de carácter desabrido, que bien podía entrar una mañana temprano en el departamento que dirigía y decir a gritos:

   - ¡¡Sois una pandilla de hijos de putaaaaaa!!! ¡¡¡Me vais a hundiiiiiiiiiirrrr!!!

Lo cual, como es lógico suponer no agradaba en absoluto a los interpelados.

Al poco de cambiar de director de Informática por la marcha (casi huida) del anterior, Peñascal organizó una reunión entre sus Gerentes habituales del departamento que dirigía y los dos nuevos Gerentes, provenientes de Proceso de Datos: Rafa y Ángel. Peñascal, tenía por costumbre reunirse con sus Gerentes, una o dos veces por semana y en esa ocasión, quiso aprovechar la oportunidad e invitó a Rafa y Ángel.

     - Quiero empezar esta reunión – comenzó Peñascal – dando la bienvenida a nuestro grupo a Rafa y Ángel, como Gerentes del departamento de IT. Ahora todos formamos un solo equipo. Bienvenidos.

     - Muchas gracias, José Andrés, por tus cariñosas palabras – comenzó a responder Rafa.  La verdad es que Ángel y yo – Ángel, asentía con la cabeza – habíamos pensado en daros la bienvenida a todos vosotros a nuestro grupo de Gerentes de IT – risas soterradas entre alguno de los asistentes. Estamos muy contentos de que, a partir de ahora, formemos un solo equipo, compacto y unido. Bienvenidos.

Más adelante, en cierta ocasión, Rafa tuvo que atender a un nuevo empleado de la compañía y como establecía el protocolo de bienvenida, debía explicarle a qué se dedicaban en el departamento de Proceso de Datos. Le informó, a grandes rasgos de sus funciones y dibujó un mini organigrama en el que, según la información que le había proporcionado el mismo director general, la posición de D. de Proceso de Datos, estaba “OPEN”.

Unas horas más tarde, José Andrés Peñascal, sube a su departamento y le llama al despacho del antiguo director.

     - ¿Qué es eso? – le pregunta con malos modos y en un tono impertinente mientras hace un gesto sobre lo que hay en la pizarra de veleda.

      -    Eso, ¿el qué? – dijo Rafa que no entendía de qué iba la película.

     -   ¡Eso! ¡Eso!, ¿Qué pone ahí? PONE OPEN – cada vez en un tono menos admisible.

      -   ¡Evidentemente! – respondió Rafa.

     -   Pues no señor estás equivocado. ¡El director de Proceso de Datos, soy yo! – casi escupió el título.

    -   Pues no es eso lo que me dijo el director general. Por eso, pongo la información que tengo.

     -  ¡Pues no! ¡Pues no!, - exclamaba casi fuera de sí. ¡Soy Yo!

     - Pues enhorabuena. ¡Y ah!, no se te olvide comentarle al D. de Recursos Humanos, que lo publique en los tablones. Estoy seguro de que recibirás más felicitaciones. ¿Algo más?

Entonces, José André Peñascales, con toda la mala leche que era capaz de albergar – y eso era mucho -, se levantó, borró el organigrama de la pizarra y se marchó de allí sin decir palabra.

Ni qué decir tiene que las relaciones entre ellos, nunca fueron a mejor, claro. Un individuo como el Peñascales que le cogió ojeriza a Rafa porque un día llamó por teléfono preguntando por una persona y le respondió: “le estoy viendo por el cristal; llámale a la extensión ….”, pues era difícil congeniar con él. Según le confesó más tarde el propio Peñascales a Rafa, lo que esperaba era que Rafa le pasara directamente. A lo que Rafa le informó en ese momento de intimidad, que el botón correspondiente del teléfono de Rafa, no funcionaba y por eso no podía pasarle.

Como el Peñascales tenía un perfil administrativo, o sea, burócrata, de informática lo más que sabía, era usar una calculadora. Por eso y por su carácter, cuando le encomendaron la dirección del departamento técnico de Proceso de Datos, se sintió como un pulpo en un garaje. En vez de confiar en los profesionales que allí trabajaban y que lo hacían estupendamente, prefirió realizar una labor de seguimiento exhaustivo, casi de espionaje, para la cual, no tenía ni base ni conocimientos necesarios. Por eso, un día, le ordenó a Rafa, la cosa más absurda que nunca jamás había oído en su vida:

-          Ponme por escrito todo lo que sabes.

   - ¿Qué? – preguntó Rafa aturdido todavía por lo que había escuchado.

   -  Que me pongas por escrito todo lo que sabes.

   -  Todo lo que sé, ¿de qué? – alucinaba Rafa.

   -  De Informática. ¡Todo lo que sabes de informática!

Rafa no podía dar crédito que, a semejante animal, le hubieran regalado el puesto y el sueldo que tenía. Era la petición más absurda que había recibido jamás.

   -  En primer lugar, eso me llevaría años, con lo cual, el resultado no sería útil porque al terminar, estaría desfasado– respondió Rafa intentando ridiculizar al máximo a su oponente por semejante ocurrencia- En segundo lugar, no creo que le interese a nadie. Pero lo más importante de todo: todo eso que yo ya sé, ya está escrito. Lo tienes en todos esos manuales – le indicó con el dedo la dirección- que llenan las estanterías del suelo al techo en esa pared. Empieza por donde quieras.

Rafa acabaría fuera de la compañía, por mor del Peñascales. El Peñascales, también, pero más tarde y con más dinero. El suficiente como para montar un bufete de abogados, del que sigue viviendo hoy en día.

martes, octubre 10, 2023

Los coches eléctricos

Leo en la prensa que SEAT tiene previsto construir 500.000 coches eléctricos, de tipo urbano, en la planta de Martorell, lo que conlleva adaptarla, así como la de Landaben. En total supone para la compañía una inversión de unos 5.000 millones de euros.

Sin duda todo lo que sea inversión empresarial son buenas noticias para los trabajadores directos y los indirectos. Es algo tan importante, que el Rey Felipe, fue hace unos días a visitar la fábrica para apoyar, entre otras razones, este compromiso. Lamentablemente, ningún miembro de la Generalitat consideró importante asistir.

Esta inversión por los coches eléctricos necesita, además, de la creación de 3 fábricas de baterías para poder suministrarlas. Como la SEAT no es la única compañía que ha apostado por este tipo de energía, Zaragoza se ha ofrecido inteligentemente para que se instalen en su territorio, dada su situación geográfica equidistante de casi todos los fabricantes de automóviles. La cercanía de los proveedores, abarata costes de producción, un aspecto muy importante ya que el precio final del vehículo, sigue resultando algo más caro, lógico, en toda energía que necesita madurar.

Todavía hay muchos aspectos que deben afinarse hasta que los eléctricos puedan ser usados con las mismas facilidades con las que se usan los demás. La autonomía, el tiempo de recarga, los puntos de recarga tanto en ciudades como en carreteras, como en el hogar, etc. son algunos de esos problemas que hay que ir solucionando con el tiempo. 

Hasta aquí todo estupendo.

Pero como siempre, empiezo a plantearme algunas cuestiones. Por ejemplo, ¿qué tipo de componentes son la base de dichas baterías? Pues unos metales muy contaminantes, como el níquel, el cadmio, el mercurio y otros, dependiendo del tipo de batería. Vale. Entonces, ¿a la hora de reciclarlas? Pues tenemos un problema, lo cual, resulta bastante incomprensible eso de generar un problema medioambiental con unas baterías que, supuestamente, se fabrican para no contaminar el medio ambiente. Un poquito kafkiano.

Bueno, pero no seamos tiquismiquis. Seguro que hay más beneficios que inconvenientes. Vale. Fabricar esas baterías ¿es caro? Pues un poquito. De hecho, es uno de los componentes que más inciden en el precio final. El espacio que ocupan también es considerable porque actualmente, ocupan la mayor parte de la longitud de los vehículos. Y luego está el pequeño detalle de ver cómo se consigue que cada uno enchufe su coche por la noche en casa, cuando no hay enchufe en los garajes o simplemente, lo aparcas en la calle. Y el precio, que a tenor del que tiene la luz en estos momentos, va a costar un riñón.

Pero bueno, parafraseando a los de Monthy Python: aparte de que son contaminantes, caras de fabricar, tienen escasa autonomía, ocupan demasiado espacio y no se puede recargar en casi ningún sitio, por lo demás, todo estupendo.

Y mi pregunta es: ¿Y porqué no usamos el hidrógeno en vez de esas baterías?

Resulta difícil de entender que no se piense en el hidrógeno como elemento base, cuando es el gas más común en el planeta. Se ha usado hidrógeno para alimentar algunas fases del inmenso Saturno V, el cohete que ha puesto en órbita las naves Apolo, por ejemplo. Es barato de usar y menos contaminante que las baterías que se está pensando usar.

“El hidrógeno es, en muchos sentidos, el combustible perfecto. Es muy abundante, el más eficiente y no produce emisiones cuando se utiliza en una pila de combustible. No es tóxico, se puede producir a partir de recursos renovables y no es un gas de efecto invernadero. Se ha observado en numerosos estudios que el hidrógeno puede ser el único combustible alternativo que puede reducir la dependencia de un país al petróleo extranjero y reducir significativamente los gases de efecto invernadero al mismo tiempo.”

“El hidrógeno se puede utilizar en un motor de combustión interna o una pila de combustible para generar energía. Las pilas de combustible tienen la ventaja de una mayor eficiencia frente a los motores de combustión interna, lo que las convierte en el principal dispositivo para la conversión de hidrógeno en energía.” (fuente: Carburos Metálicos).

¿Cómo se produce el hidrógeno? (fuente: Juan Luis Soto, “El Economista”)

Al no existir apenas de forma libre en la naturaleza, para obtenerlo en grandes cantidades requiere un proceso industrial.

En la Tierra, el hidrógeno suele estar ligado a otros elementos. La asociación más abundante es con el carbono, con el que forma gas metano, y con el oxígeno para formar el líquido más abundante en nuestro planeta, el agua. La forma más limpia para obtener metano sin contaminar durante el proceso industrial es utilizar energías renovables como la eólica o la solar para producir una electrolisis que libere las moléculas de hidrógeno.

Hoy en día, la obtención del hidrógeno proviene en su 95 por ciento de fuentes de energía fósiles: el gas natural y el petróleo, o la biomasa derivada de la madera. Existen tres métodos industriales para obtener hidrógeno: la transformación molecular, la gasificación del carbón y la electrolisis del agua. Este último sistema, requiere de una gran cantidad de electricidad, lo que le convierte en discutible por su costo.

Existen diversos procedimientos industriales con los que finalmente, se obtiene hidrógeno. Personalmente, elimino los que tienen que ver con energías fósiles y me decanto por cualquiera de estas dos: 

Producción de hidrógeno por fermentación

Producción de hidrógeno por fermentación es la conversión de materia orgánica en biohidrógeno manifestada por un diverso grupo de bacterias por medio de enzimas en un proceso de tres pasos similar a la conversión anaeróbica. La fermentación sin presencia de luz, como su nombre lo indica no requiere luz, así que permite una producción constante de hidrógeno a partir de compuestos orgánicos a lo largo de día y noche. La fotofermentación difiere de la anterior porque solo se realiza en presencia de luz. Por ejemplo, al usar Rhodobacter sphaeroides SH2C puede usarse para convertir pequeños ácidos grasos en hidrógeno.4Electrohidrogénesis es usada en células de combustible microbiano.

Producción Biológica

El biohidrógeno puede producirse en un biorreactor de algas. A finales de los 1990s se descubrió que si a las algas se les priva de azufre cambiaran de producir oxígeno, la fotosíntesis normal, a la producción de hidrógeno.

¡Será por algas! Somos capaces de crear un maquinón de la releche en Suiza (el acelerador de partículas) sólo para ver qué pasa cuando dos partículas chocan entre sí y ¿no vamos a ser capaces de construir un estanque sin luz, para que las algas fabriquen hidrógeno? ¿Mandamos ingenios a Marte y no somos capaces de producir hidrógeno que es el elemento más extendido en el Universo? Las estrellas, los planetas gaseosos, tienen hidrógeno y además aparece unido a otros elementos formando gran variedad de compuestos químicos, como el agua (H2O) y la mayoría de los compuestos orgánicos.

Entonces, ¿porqué estamos pensando en usar elementos como el níquel, el cadmio o el litio?

sábado, octubre 07, 2023

Aventuras de un yankee en la corte del rey Borbón

Cuando a Don Manuel le comunicaron su nuevo destino en la compañía en la que trabajaba, creyó que tocaba el cielo: Madrid, España. La tierra de sus ancestros. Regresar al origen y poner en práctica sus experiencias y conocimientos durante su exitosa carrera en el Nuevo Mundo. ¡Actualizar a ese país tan atrasado!

El cargo llevaba aparejado una serie beneficios adicionales a un salario escandaloso. La casa, el coche, chófer, gastos de representación y una larga lista de bonus en función de los objetivos.

La vivienda, por ejemplo. Se escogió en una urbanización de lujo de los alrededores de Madrid y el precio fue de 100 millones de pesetas (al cambio, unos 600.000€). Si hoy en día no es demasiado corriente, encontrar una casa con este precio en 1988, lo era aún menos.

Después vino la elección del coche. El anterior director general utilizaba un Ford Granada, pero D. Manuel, lo encontró poco representativo para un personaje como él, que venía desde Miami, Florida, EEUU. Prefirió elegir un “Mercedes”. El problema vino después, cuando se verificó que el modelo de coche que había elegido, era mejor que el del jefe de su jefe, lo cual, en una multinacional, no estaba bien visto. Por eso, inmediatamente después de haber procedido a la compra del vehículo, se tuvo que proceder – sin estrenarlo – a su venta, con la consiguiente pérdida de miles de euros.

Acostumbrado a una actitud prepotente y a un mundo donde las reglas eran diametralmente opuestas, Don Manuel intentó implantar en la España de finales de los 80’ la misma mentalidad y comportamiento que traía aprendidos de su querida Miami, donde había trabajado anteriormente.

          -  María José – dijo a su secretaria – dígale al presidente de Iberia y al propietario de la cadena de grandes almacenes, que se pasen por mi despacho por favor. Que acuerden con usted el día y la hora y usted me gestiona la agenda.

María José – más conocida como Pepa en los ambientes – se espantó de lo que estaba oyendo. Pero se libró muy mucho de llevarle la contraria al Ser Supremo. Prefirió utilizar un camino alternativo, involucrando al director Financiero. José María, subió a hablar con Manuel y ubicarle mejor en dónde estaba.

           -  Mira, Manuel, no sé cómo se harán estas cosas en Miami, pero aquí, en España, es diferente. Tienes que ser tú el que pidas audiencia al de Iberia, y a ver si te puede recibir. Y lo mismo con el de los grandes almacenes. Y con el de RENFE.

A Don Manuel se le ocurrió una idea que él consideró brillante, simplemente, porque era suya. En una reunión de la cúpula directiva de la empresa, en la que estaban representados, tanto el primer como el segundo nivel de dirección, dijo:

            - Jacinto, vamos a hacer una capea y vamos a invitar a todos los empleados a que vayan con sus familias a pasar el día. Un sábado. Encárgate de organizarlo todo: la finca, la vaquilla, el traslado de los que no quieran ir en coche propio, el buffet…todo.

El pobre Jacinto, rezó en ese momento para que los Infiernos se abrieran y se llevaran a su demonio que, en forma de director general, les habían enviado desde allí abajo.

El director general era consciente de una - cada vez más – creciente ola de insatisfacción del personal, en su conjunto, debido a diversas medidas que había ido adoptando y a otras que, aunque se quedaron en grado de tentativa, prometían ser igual de desafortunadas. Dichas medidas, a juicio de los empleados, invadían un terreno que consideraban estrictamente personal, como, por ejemplo, las normas que pretendía imponer en relación a la manera de vestir de las mujeres en la empresa. También la de los señores, pero en lo tocante a ellas, el impacto fue mayor. Con la idea de la capea, pretendía crear él una atmósfera más propicia, sin darse cuenta – porque era muy torpe – que se estaba equivocando, otra vez.

A pesar de todo la capea se llevó a cabo. Jacinto, se pasó la mayor parte del tiempo desatendiendo a su trabajo cotidiano para dedicarse al nuevo encargo recibido del Ser Supremo. Y su trabajo, lo hizo bien. Pero la fiesta fue un fiasco.

En la siguiente reunión del equipo directivo, que tenía lugar cada quince días, Don Manuel, profundamente contrariado, nuevamente abordó el tema:

           - Yo no entiendo que la gente no vaya, si es gratis – dijo ignorando que, en España, hay valores que no tienen precio. -  Jacinto, ¿informaste a todo el mundo de la fiesta y que era gratis?

           - Sí, claro – respondió Jacinto, que todavía se temía que le endosaran la responsabilidad del fiasco.

           - Y entonces, ¿alguien me puede decir por qué la gente no asistió?

Fue entonces, cuando el bocazas de Rafa, abrió la suya mientras todos los demás la tenían bien cerrada.

           - Es que lo importante no es que sea gratis o no. Es que hay que tener en cuenta los gustos de la gente. Por ejemplo, los fines de semana, son para la familia, no para actos de empresa, aunque sean gratis. Hay gente a la que no le gustan los toros, ni las vaquillas, ni las capeas, ni el campo, ni los picnics. Y hay gente que prefiere quedarse en casa y comer con sus hermanos, sus padres o sólo.

Don Manuel, le miraba como si Rafa acabara de salir de un platillo volante. ¡Este chico debe estar cracy! Pensaría.

          - Jacinto, encárgate de averiguar por qué la gente no ha ido a la capea.

Uno de los que no asistió a la capea fue el propio Rafa. Otro, el director de Marketing. A este último, su osadía le costó ser trasladado a Londres, algún tiempo después.