Como en toda multinacional americana que se precie, en el diseño de su organización la figura del D. Financiero no depende ni jerárquica ni funcionalmente del D. General, sino de un Súper Director Financiero, en la sede central de la empresa, normalmente, NY o Londres. De esta manera se controla el funcionamiento de la sucursal, en este caso España, y se evita que el posible compadreo entre el General Manager y el financiero, acarree consecuencias no deseadas.
Este
tipo de organización funcional, lleva aparejada la existencia de un
departamento de auditoría interno, una especie de “asuntos internos” de la
policía que vemos en las películas. Este departamento de auditoría interno,
vela por el fiel cumplimiento de todas las normas de la empresa, no sólo los aspectos
económicos o financieros, sino operativos, administrativos, de seguridad y
ejecutivos. Su poder es temible y sus informes pueden hacer terminar a más de
uno en la cola del paro si no le pone remedio a los consejos, directrices y
sugerencias que emiten antes de abandonar el país.
Y para
hacerlo más divertido, los auditores internos te visitan sin avisar. Es decir,
que un día, un señor al que no conoces de nada y que habla americano – no
inglés – llama a la puerta del despacho del D. Financiero y dice algo así:
“Hello. I am the auditor and this is my team” o lo que es lo mismo:
“aquí estamos porque hemos venido.” Es entonces cuando al financiero, se le
caen sus atributos masculinos al suelo y empieza la partida.
Y exactamente así fue como José María, el D.
Financiero de la compañía americana instalada en España, se enfrentó a los
auditores de la empresa. Bueno, así, así, no exactamente. Fue su mano derecha,
Marisa, la que recibió a los auditores porque José María no estaba en
ese momento en su despacho. Marisa salió corriendo – literalmente –en busca de
su jefe para informarle de la desagradable novedad. Salió con la cara
desencajada y algo preocupada por la sonrisa algo sardónica que le había
parecido atisbar en la cara del que se había presentado como auditor. Parecía
que la sentencia estaba dictada de antemano y que el muy cabrón del auditor, no
sólo lo sabía, sino que disfrutaba con su trabajo. Por eso, cuando José María
se encontró de frente con Marisa y vio su cara, se preguntó qué estaría
pasando.
Con la calma, parsimonia y seguridad en sí mismo que
caracterizaban a José María – algo que algunos confundían con chulería
madrileña – se paró frente a Marisa que a duras penas podía respirar. Entre que
se había subido dos plantas por las escaleras, corriendo y el susto del
auditor, su respiración parecía la de alguien a punto de sufrir un infarto.
-
Pero Marisita, hija, ¿dónde vas tan corriendo,
que parece que te persigue Mefisto?
Marisa aguardó unos segundos hasta recuperar un poco el resuello
y poder articular una frase inteligible.
-
Están………abajo………los ……….auditores – consiguió
pronunciar no sin esfuerzo.
José María encajó el golpe con la serenidad de un flemático
inglés, al que le acaban de anunciar que el té ya está listo y haciendo uso de
su más que reconocido sentido del humor, no exento de mucha sorna e ironía, le
respondió:
-
¿Y por qué corres, criatura? No te preocupes.
Hala, vamos a conocer a nuestros nuevos amigos – dijo con la intención de
tranquilizar a Marisa.
Bajaron en el ascensor y así a Marisa le dio tiempo de
recuperar totalmente el control y la respiración. Al salir en la planta 3, se
dirigieron hacia el despacho de José María y fue entonces cuando se dio cuenta
de que el auditor, parecía recién salido de un equipo de baloncesto de la NBA.
-
Pero, mira, Marisita. Si nuestro auditor es
moreno – dijo en tono irónico haciendo referencia al color negro de la piel del
individuo.
-
Buenos días – respondió “el negro” en perfecto
español-. Me llamo Kevin T. Washington y soy el auditor asignado a su oficina.
Hablo un poco de español – le espetó a la cara mientras gentilmente le alargaba
la mano para estrechar la del alucinado José María que a duras penas podía
mantener la boca cerrada y los ojos muy abiertos.
Había que estar allí para ver la cara de estupor y de
vergüenza que se le quedó al tal José María. Pasó de estar convencido de que
iba a dominar la situación desde el principio, a pensar que era muy probable
que “el negro se la encalomara” por vía rectal hasta las amígdalas, como venganza
por su comentario poco afortunado y con ello, pusiera en riesgo la credibilidad
de toda la compañía en España, la de todo su personal, incluyendo al D.
General, y su propio puesto de trabajo. Afortunadamente, Kevin, era un tipo
majo, probablemente acostumbrado a comentarios peores en su propio país y no se
tomó ninguna represalia por el inapropiado comentario de JM.
Después del revuelo inicial que se organizó en la compañía
al conocerse la noticia de la presencia de los auditores, todo el mundo – en
primer lugar - corrió a cambiarse la ropa interior y a prepararse para unas
jornadas intensas y a permanecer a expensas de las solicitudes de los
directores y gerentes a sus colaboradores más directos, a fin de satisfacer los
requerimientos de los nuevos “inquisidores”.
Fue unos días después cuando Kevin aterrizó en el
Departamento de Proceso de Datos, DP para los amigos. Allí, Kevin fue
presentado a todo el personal – 15 personas – desde el director del
departamento, hasta el último mono. Fue allí donde el pobre Kevin pudo
comprobar que sus escasos conocimientos de español, tuvo que ponerlos en
entredicho al escuchar hablar a José Luís en su “slang” particular.
José Luís , vivía según sus propias palabras en
“El Bronx”. Al menos así calificaba él a esa parte del barrio de Manoteras
donde vivía con su pareja y muy cerca de su madre. José Luís, solía mezclar
palabras en castellano con otras que eran puro argot. Así solía hablar de
“peluco” cuando se refería a un reloj, “tequi”, cuando hablaba de un coche y
“colorao” cuando se refería al oro. Algunos de sus compañeros, tenían que
pedirle de vez en cuando que tradujera los conceptos para poder seguir la
conversación.
José Luís llevaba tiempo en la empresa, habiendo realizado
trabajos administrativos. Debido a la política de la compañía de promocionar
personal interno hacia otras funciones, se presentó a las pruebas para optar a
un puesto en DP con resultado positivo. Fue así como comenzó a trabajar en
dicho departamento, aunque manteniendo al principio la categoría anterior.
Fue justo en esos días de la presencia del auditor en DP,
cuando recibió la nómina con la consiguiente revisión de su categoría y del
salario asociado. La esperaba como agua de mayo, ilusionado por el cambio que
ello le podría significar. Pero al abrir el sobre y ver la nómina, se escuchó
en todo el departamento sus quejas y quebrantos:
-
¡¡Me cago en mi puta madre!! – exclamó en una
expresión muy típica de él-. ¡¡Que palmo pelas por currar!! ¡¡No te jode!!
El pobre Kevin, el auditor, que estaba enfrascado en su
tarea y sus números, trabajando en un entorno donde no entendía el 99% de las
cosas que se decían, y donde no hablaba con nadie salvo cuando se trataba de
solventar alguna duda sobre algún aspecto de la auditoría, se vio sobresaltado
por los aspavientos y los gestos de José Luís, que, a tenor de lo visto, miraba
un papel como si le hubieran enviado forzoso a Vietnam, sin esconder en
absoluto su más que justificado enfado.
El estupor de Kevin, que no entendía nada, se vio acrecentado
cuando el tal José Luís, - que se había transformado en una milésima de
segundo, de un aparente tipo majete y simpático, en una suerte de fiera
corrupia de difícil control – se dirigió hacia él con un papel en la mano
izquierda mientras que con la derecha, no dejaba de golpearlo una y otra vez, como si le hubieran
anunciado un embargo, un desahucio o la muerte de un ser querido, y gritando al
mismo tiempo algo que Kevin no entendía:
-
¡¡Que palmo pelas por currar!! – le gritaba José
Luís al negro que hacía un esfuerzo sobre humano para intentar entender esa
parte del español que sabía que se le estaba escapando, mientras aquel joven,
evidentemente enfurecido, no hacía más que mostrarle un papel – origen sin duda
de su encabronamiento – al que le estaba metiendo una paliza con su mano
derecha.
Ante la cara de Kevin, mitad susto - porque ante la evidente
actitud agresiva de José Luís, no sabía si en breve tendría que poner en
práctica sus más que probables conocimientos de supervivencia callejera,
adquiridos vaya usted a saber si en el Bronx auténtico - mitad incredulidad,
José Luís intentó tranquilizarse y explicarle al negro, la situación que tanto
le estaba afectando. Al principio, intentó explicárselo en castellano, pero
habida cuenta de las dificultades que había de entendimiento entre el argot de
José Luís y los escasos conocimientos de español de Kevin, finalmente José
Luís, intentó explicarle el problema en inglés. Fue mucho peor, porque José
Luís intentaba encontrar la traducción exacta de “palmar pelas por currar” y no
supo.
Como colofón, después del berrinche que se llevó José Luís,
Kevin – que consideraba que por el hecho de haber compartido con él ese dolor,
le podía considerar un amigo – intentó preguntar en español algo que ni José
Luís ni ninguno fue capaz de entender al principio. Parecía que Kevin quería
visitar “El Pardo”, algo que sorprendió a todos. Después de un arduo
intercambio de intentos, todos llegaron a la conclusión de que El Pardo, no
tenía nada que ver con lo que Kevin quería. Finalmente, a uno se le encendió la
única neurona y pronunció la palabra mágica que arrojó luz sobre la cuestión:
-
¿Museo del Prado?
-
¡¡YES!! - exclamó entusiasmado Kevin, viendo por
fin cumplido su deseo de hacerse entender.
Después de indicarle dónde estaba y cómo ir, llegaron a la
conclusión de que era poco probable que ese auditor, con aspecto de velocista
olímpico, que hablaba un poco de español, tuviera ninguna relación con ningún
barrio tipo “Bronx”. No encajaba con el perfil.
No hay comentarios:
Publicar un comentario