sábado, octubre 21, 2023

El auditor

Como en toda multinacional americana que se precie, en el diseño de su organización la figura del D. Financiero no depende ni jerárquica ni funcionalmente del D. General, sino de un Súper Director Financiero, en la sede central de la empresa, normalmente, NY o Londres.  De esta manera se controla el funcionamiento de la sucursal, en este caso España, y se evita que el posible compadreo entre el General Manager y el financiero, acarree consecuencias no deseadas.

Este tipo de organización funcional, lleva aparejada la existencia de un departamento de auditoría interno, una especie de “asuntos internos” de la policía que vemos en las películas. Este departamento de auditoría interno, vela por el fiel cumplimiento de todas las normas de la empresa, no sólo los aspectos económicos o financieros, sino operativos, administrativos, de seguridad y ejecutivos. Su poder es temible y sus informes pueden hacer terminar a más de uno en la cola del paro si no le pone remedio a los consejos, directrices y sugerencias que emiten antes de abandonar el país.

Y para hacerlo más divertido, los auditores internos te visitan sin avisar. Es decir, que un día, un señor al que no conoces de nada y que habla americano – no inglés – llama a la puerta del despacho del D. Financiero y dice algo así: “Hello. I am the auditor and this is my team” o lo que es lo mismo: “aquí estamos porque hemos venido.” Es entonces cuando al financiero, se le caen sus atributos masculinos al suelo y empieza la partida.

Y exactamente así fue como José María, el D. Financiero de la compañía americana instalada en España, se enfrentó a los auditores de la empresa. Bueno, así, así, no exactamente. Fue su mano derecha, Marisa, la que recibió a los auditores porque José María no estaba en ese momento en su despacho. Marisa salió corriendo – literalmente –en busca de su jefe para informarle de la desagradable novedad. Salió con la cara desencajada y algo preocupada por la sonrisa algo sardónica que le había parecido atisbar en la cara del que se había presentado como auditor. Parecía que la sentencia estaba dictada de antemano y que el muy cabrón del auditor, no sólo lo sabía, sino que disfrutaba con su trabajo. Por eso, cuando José María se encontró de frente con Marisa y vio su cara, se preguntó qué estaría pasando.

Con la calma, parsimonia y seguridad en sí mismo que caracterizaban a José María – algo que algunos confundían con chulería madrileña – se paró frente a Marisa que a duras penas podía respirar. Entre que se había subido dos plantas por las escaleras, corriendo y el susto del auditor, su respiración parecía la de alguien a punto de sufrir un infarto.

-          Pero Marisita, hija, ¿dónde vas tan corriendo, que parece que te persigue Mefisto?

Marisa aguardó unos segundos hasta recuperar un poco el resuello y poder articular una frase inteligible.

-          Están………abajo………los ……….auditores – consiguió pronunciar no sin esfuerzo.

José María encajó el golpe con la serenidad de un flemático inglés, al que le acaban de anunciar que el té ya está listo y haciendo uso de su más que reconocido sentido del humor, no exento de mucha sorna e ironía, le respondió:

-          ¿Y por qué corres, criatura? No te preocupes. Hala, vamos a conocer a nuestros nuevos amigos – dijo con la intención de tranquilizar a Marisa.

Bajaron en el ascensor y así a Marisa le dio tiempo de recuperar totalmente el control y la respiración. Al salir en la planta 3, se dirigieron hacia el despacho de José María y fue entonces cuando se dio cuenta de que el auditor, parecía recién salido de un equipo de baloncesto de la NBA.

-          Pero, mira, Marisita. Si nuestro auditor es moreno – dijo en tono irónico haciendo referencia al color negro de la piel del individuo.

-          Buenos días – respondió “el negro” en perfecto español-. Me llamo Kevin T. Washington y soy el auditor asignado a su oficina. Hablo un poco de español – le espetó a la cara mientras gentilmente le alargaba la mano para estrechar la del alucinado José María que a duras penas podía mantener la boca cerrada y los ojos muy abiertos.

Había que estar allí para ver la cara de estupor y de vergüenza que se le quedó al tal José María. Pasó de estar convencido de que iba a dominar la situación desde el principio, a pensar que era muy probable que “el negro se la encalomara” por vía rectal hasta las amígdalas, como venganza por su comentario poco afortunado y con ello, pusiera en riesgo la credibilidad de toda la compañía en España, la de todo su personal, incluyendo al D. General, y su propio puesto de trabajo. Afortunadamente, Kevin, era un tipo majo, probablemente acostumbrado a comentarios peores en su propio país y no se tomó ninguna represalia por el inapropiado comentario de JM.

Después del revuelo inicial que se organizó en la compañía al conocerse la noticia de la presencia de los auditores, todo el mundo – en primer lugar - corrió a cambiarse la ropa interior y a prepararse para unas jornadas intensas y a permanecer a expensas de las solicitudes de los directores y gerentes a sus colaboradores más directos, a fin de satisfacer los requerimientos de los nuevos “inquisidores”.

Fue unos días después cuando Kevin aterrizó en el Departamento de Proceso de Datos, DP para los amigos. Allí, Kevin fue presentado a todo el personal – 15 personas – desde el director del departamento, hasta el último mono. Fue allí donde el pobre Kevin pudo comprobar que sus escasos conocimientos de español, tuvo que ponerlos en entredicho al escuchar hablar a José Luís en su “slang” particular.

José Luís , vivía según sus propias palabras en “El Bronx”. Al menos así calificaba él a esa parte del barrio de Manoteras donde vivía con su pareja y muy cerca de su madre. José Luís, solía mezclar palabras en castellano con otras que eran puro argot. Así solía hablar de “peluco” cuando se refería a un reloj, “tequi”, cuando hablaba de un coche y “colorao” cuando se refería al oro. Algunos de sus compañeros, tenían que pedirle de vez en cuando que tradujera los conceptos para poder seguir la conversación.

José Luís llevaba tiempo en la empresa, habiendo realizado trabajos administrativos. Debido a la política de la compañía de promocionar personal interno hacia otras funciones, se presentó a las pruebas para optar a un puesto en DP con resultado positivo. Fue así como comenzó a trabajar en dicho departamento, aunque manteniendo al principio la categoría anterior.

Fue justo en esos días de la presencia del auditor en DP, cuando recibió la nómina con la consiguiente revisión de su categoría y del salario asociado. La esperaba como agua de mayo, ilusionado por el cambio que ello le podría significar. Pero al abrir el sobre y ver la nómina, se escuchó en todo el departamento sus quejas y quebrantos:

-          ¡¡Me cago en mi puta madre!! – exclamó en una expresión muy típica de él-. ¡¡Que palmo pelas por currar!! ¡¡No te jode!!

El pobre Kevin, el auditor, que estaba enfrascado en su tarea y sus números, trabajando en un entorno donde no entendía el 99% de las cosas que se decían, y donde no hablaba con nadie salvo cuando se trataba de solventar alguna duda sobre algún aspecto de la auditoría, se vio sobresaltado por los aspavientos y los gestos de José Luís, que, a tenor de lo visto, miraba un papel como si le hubieran enviado forzoso a Vietnam, sin esconder en absoluto su más que justificado enfado.

El estupor de Kevin, que no entendía nada, se vio acrecentado cuando el tal José Luís, - que se había transformado en una milésima de segundo, de un aparente tipo majete y simpático, en una suerte de fiera corrupia de difícil control – se dirigió hacia él con un papel en la mano izquierda mientras que con la derecha, no dejaba de  golpearlo una y otra vez, como si le hubieran anunciado un embargo, un desahucio o la muerte de un ser querido, y gritando al mismo tiempo algo que Kevin no entendía:

-          ¡¡Que palmo pelas por currar!! – le gritaba José Luís al negro que hacía un esfuerzo sobre humano para intentar entender esa parte del español que sabía que se le estaba escapando, mientras aquel joven, evidentemente enfurecido, no hacía más que mostrarle un papel – origen sin duda de su encabronamiento – al que le estaba metiendo una paliza con su mano derecha.

Ante la cara de Kevin, mitad susto - porque ante la evidente actitud agresiva de José Luís, no sabía si en breve tendría que poner en práctica sus más que probables conocimientos de supervivencia callejera, adquiridos vaya usted a saber si en el Bronx auténtico - mitad incredulidad, José Luís intentó tranquilizarse y explicarle al negro, la situación que tanto le estaba afectando. Al principio, intentó explicárselo en castellano, pero habida cuenta de las dificultades que había de entendimiento entre el argot de José Luís y los escasos conocimientos de español de Kevin, finalmente José Luís, intentó explicarle el problema en inglés. Fue mucho peor, porque José Luís intentaba encontrar la traducción exacta de “palmar pelas por currar” y no supo.

Como colofón, después del berrinche que se llevó José Luís, Kevin – que consideraba que por el hecho de haber compartido con él ese dolor, le podía considerar un amigo – intentó preguntar en español algo que ni José Luís ni ninguno fue capaz de entender al principio. Parecía que Kevin quería visitar “El Pardo”, algo que sorprendió a todos. Después de un arduo intercambio de intentos, todos llegaron a la conclusión de que El Pardo, no tenía nada que ver con lo que Kevin quería. Finalmente, a uno se le encendió la única neurona y pronunció la palabra mágica que arrojó luz sobre la cuestión:

-          ¿Museo del Prado?

-          ¡¡YES!! - exclamó entusiasmado Kevin, viendo por fin cumplido su deseo de hacerse entender.

Después de indicarle dónde estaba y cómo ir, llegaron a la conclusión de que era poco probable que ese auditor, con aspecto de velocista olímpico, que hablaba un poco de español, tuviera ninguna relación con ningún barrio tipo “Bronx”. No encajaba con el perfil.

 

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