Un instrumento y complemento de moda con origen en oriente, pero que con el paso del tiempo y al igual que los italianos se adueñaron de la pasta cuyo origen comparte con el abanico, los españoles nos apropiamos de él y lo hicimos tan nuestro como la paella.
Del abanico existen referencias de
abanicos tanto en China, - al menos desde la dinastía XIX-, como en Japón o en
la propia tumba de Tutankamón.
En relación a su uso en España se
tiene constancia de ello en el reinado de Pedro IV de Aragón (1319-1387),
aunque los primeros fabricantes españoles de los que se tiene noticias datan
del siglo XVII.
Aparte lo delicado y laborioso
que puede llegar a ser la fabricación de un abanico, - que en ocasiones es una
auténtica obra de arte - para mí, lo más fascinante es el lenguaje que se
desarrolló en torno a él.
En efecto, en una sociedad
encorsetada – literalmente – y atada a unos convencionalismos extremos, la
comunicación entre hombres y mujeres debía respetar una serie de normas, entre
las que mantener la distancia física entre ellos, era una de las principales.
De hecho, muchos siglos después, en pleno siglo XX, cuando se hablaba de que
una pareja estaba comprometida, una forma de expresarlo era decir “están
hablando”, lo que debería interpretarse como una herencia del más lejano pasado
en el que si te veían hablar con alguien del otro sexo, se podía considerar que
existía algún tipo de interés o compromiso.
Los musulmanes, por ejemplo, hoy
en día, no pueden dirigirse a una mujer ni darle la mano, si no es de la
familia. Mi mujer y yo nos quedamos muy sorprendidos cuando ella le tendió la
mano a uno y el hombre, le ofreció la muñeca.
Precisamente, para evitar ese
tipo de comentarios insidiosos o malentendidos, se inventó un sistema de
comunicación mediante el uso del abanico, que reunía algunas ventajas: era
discreto, respetaba la distancia social y podía ser tan explícito como la dama
que portase el instrumento deseara, todo lo cual me lleva a preguntarme: si al
final, todos conocían los códigos que se utilizaban, aunque fuese en la
distancia, ¿dónde estaba la discreción y el secreto?
El lenguaje codificado del uso
del abanico representa una auténtica joya antropológica. Una joya que estaba en
las exclusivas manos de las damas, quienes, con su sabia utilización,
proporcionaban la información pertinente a los caballeros.
“Deseo novio, estoy comprometida,
te amo, pienso en ti, indiferencia, estoy celosa, soy tuya, sufro, tengo que
hablarte, nos espían, soy tímida pero dispuesta, bésame…” etc. Son algunos de
los mensajes que las señoras podían enviar a los caballeros, algo que, imagino,
llevaría años de práctica y en ocasiones, generaría algún malentendido que
otro, porque la verdad, me parece más complejo que programar en Javascript.
Es una lástima que se haya
perdido la sutileza, la seducción, el galanteo, la incitación, la pasión
contenida que encerraba un simple elemento decorativo sabiamente manipulado.
Lástima que el abanico haya sido sustituido en el lenguaje por la grosera peineta.
Actualmente, el uso del abanico
prevalece tan solo entre algunas señoras de mediana edad - la mayoría-, y
básicamente en España y su área de influencia en Latinoamérica.
Un abanico podía ser toda una
experiencia sexual.
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