viernes, febrero 07, 2025

Despedir, pero con clase.

Mamen Gorostiza Ireaparralde era una mujer a las que se suele definir como “con carácter” o de armas tomar.

Su voz grave y profunda junto con el elevado tono que normalmente utilizaba hacía que cualquiera que hablase con ella, tuviera la sensación, no ya de que te estaba abroncando por algo que incluso desconocías, sino que en breve te iba a soltar una yoya. Realmente, intimidaba. Su imagen - desgarbada y poco femenina -, sus uñas inexistentes y unas manos con dedos morcilleros, no ayudaban precisamente a tener de ella una agradable impresión. Como profesional era estricta, perfeccionista y extraordinariamente trabajadora y responsable.

Desde su papel de asistente del máximo director del proyecto debía estar involucrada en el día a día de las diferentes áreas, coordinar y supervisar el desarrollo de las mismas de acuerdo a la estrategia definida, planificar tiempos, recursos, gestionar riesgos y todo lo que un puesto como el suyo implica en un proyecto. O dicho de otra manera, le dedicaba muchas horas a su trabajo y lo hacía por sistema.

Un viernes cualquiera - serían las 21.00 o así - estaba en su mesa de trabajo, cuando se le acerca la máxima responsable del cliente, en el proyecto.

-        ¿Tú qué haces aquí? - le espetó sin anestesia.

-        ¿Perdón? - respondió confundida Mamen.

-        Que ¿qué haces aquí, digo? - repitió insolente la gorda.

-        Estoy organizando el calendario de reuniones para la próxima semana, y la información a recabar y presentar…

La gorda, no la dejó acabar.

-        Que digo que cómo es que sigues aquí?

Mamen no entendía nada. Intentaba explicarle a la gorda y ésta la interrumpía.

-        Esta mañana he hablado con tu empresa y ya les hemos comunicado que no vengas más.

Mamen, no daba crédito a lo que estaba escuchando. Una cosa es que te despidan y otra que además, te escupan.

Recogió sus cosas y se marchó preocupada a su casa, donde la esperaban sus dos hijos a los que tenía que mantener en solitario.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Siempre hay gente que no conoce la impatia

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