El nuevo director general hacía escasamente tres meses que había aterrizado en la empresa. A pesar del tiempo transcurrido la verdad es que era prácticamente un fantasma. Ni siquiera se conocía muy bien su aspecto físico. Sólo se sabía el nombre y que era de origen español, aunque con nacionalidad y pasaporte americano, condición sine qua non para ser elegible para un puesto como el suyo.
Con su
nombramiento se quiso reconocer su trabajo realizado en Marketing en Florida y
por ello, el puesto de General Manager de la entidad en España se consideraba
no sólo un espaldarazo, sino también un importante paso adelante en su
ascendente carrera. Además, venía a un mercado en auge, que había superado los
últimos años los objetivos marcados y el éxito estaba casi asegurado.
Cuando
todos los trabajadores esperaban – casi ansiaban – conocer cuáles iban a ser
las grandes líneas maestras a desarrollar, los grandes objetivos por los que
trabajarían como grupo cohesionado, la estrategia, en suma, que había diseñado
el nuevo virrey de la compañía, todos se llevaron una sorpresa mayúscula cuando
empezaron a escuchar por los pasillos sus “andanzas”.
Así,
por ejemplo, José Luís, quien según sus propias palabras, vivía en “el Bronx”,
con un peculiar uso del lenguaje, salpicado de expresiones y términos en caló,
coincidió con el director general en el ascensor un día y mantuvo este extraño
e inquietante diálogo:
- Tú ¿por qué no llevas camisas como nosotros? – preguntó de improviso
el director general.
A José
Luís, le pilló totalmente desprevenido. Jamás se le habría pasado por la
imaginación que alguien abordase en un ascensor un tema como ese y menos a él, que,
aunque vivía en el Bronx, siempre cuidaba mucho la imagen. A su estilo, pero
siempre procuraba ir maqueado.
- ¿Como vosotros? ¿Quiénes? – preguntó atónito.
- Pues como nosotros, los directores y gerentes.
El
pobre José Luís no sabía si aquello era parte de una broma que se solía gastar
en Florida o si de verdad, el mamarracho que tenía a medio metro en el ascensor
y que le hablaba con un acento raro y con voz rota, se lo decía en serio.
- ¿Y cómo son vuestras camisas? – preguntó con ganas de conocer a ver
por dónde salía.
- Blancas.
- ¡Ah! Bueno, hombre, esta no está mal. Es rosita, pálido – dijo
intentando convencerle.
Como el
trayecto no dio para más, el jefe se bajó en su planta y José Luís continuó su
ascenso, hasta la suya, pellizcándose para comprobar que lo que acababa de
vivir era cierto y no un sueño.
A los
pocos días se supo que otro compañero, esta vez del departamento de Marketing,
tuvo un encuentro en la tercera fase con el extraterrestre del jefe en
similares circunstancias y por idéntico motivo. Aunque en esta ocasión, a D.
Manuel, - el jefe - le preocupaba que el ancho de las rayas de la camisa que
llevaba el interfecto, eran excesivamente grandes. Por ello, ni corto ni
perezoso, le envió de vuelta a su casa a que se cambiara de camisa, no sin
antes aconsejarle que, a partir de ese momento, procurase que las rayas de las
camisas fueran líneas estrechas y no rayas anchas. Cuanto más estrechas, mejor.
Javier,
un compañero de departamento de José Luís, y persona extraordinariamente culta,
vestía habitualmente con pajarita. Javier, trabajaba en lo que se conocía como
“la pecera”, un recinto al que sólo accedía personal autorizado y con tarjeta
magnética especial. Por tanto, cualquier visita exterior, estaba tajantemente
prohibida, según las normas internas del Departamento de Auditoría de
Seguridad. A pesar de tales limitaciones y condicionantes, el director de
Personal, le llamó a su despacho para hacerle ver que la empresa vería con
buenos ojos que modificara ligeramente su atuendo y cambiara la pajarita por
una corbata. Javier, que por entonces estaba rondando los 40, puso cara de
póker y a partir de ese día, como si se tratara de un mono de feria, al llegar
a su puesto de trabajo, en la pecera, se cambiaba la pajarita por una corbata
que guardaba en un cajón.
Este
tipo de anécdotas, fueron la comidilla en las máquinas de café, durante las
comidas en las cafeterías de la zona, mientras se tomaban una cerveza a la
salida del trabajo. Y comenzaron las bromas, las chanzas, los chascarrillos y
el cachondeo en general, en relación al extraño personaje que les habían
enviado desde Miami para cambiarles, - a ellos, que vivían en un país que
imponía moda -, una nueva moda importada probablemente de la Little Habana.
Aunque
lo mejor aún estaba por llegar.
Llegados
a este punto hay que señalar que, por supuesto, todos los caballeros, del
primero al último, vestían correctamente traje y corbata y las damas, iban
perfectamente vestidas, como corresponde a una empresa seria. Pero por algún
extraño sortilegio, el General Manager de la compañía en España estaba
obsesionado con el tema de la indumentaria. Y esa fue la razón por la que hizo
llamar a su despacho a Germán Moratalla, el Gerente de un departamento en el
que trabajaban unas 40 mujeres.
- Germán, te he hecho venir para comentarte algunos cambios que tenemos
que introducir en el modo de vestir de tus empleadas.
Germán,
de origen colombiano, pero con bastantes años de residencia en España,
escuchaba pacientemente la nueva ocurrencia del virrey.
- Mira – continuó D. Manuel – las mujeres de esta empresa, tienen que
llevar medias todo el año.
- D. Manuel, es que aquí en verano, ya verá que hace mucho calor.
- En Miami también hace mucho calor y allí las llevan – sentenció el extraterrestre.
- Además, deben llevar siempre los hombros tapados; nada de camisetas
con tirantes y las faldas, por debajo de la rodilla.
Germán,
que conocía el percal, pensó “éste no sabe dónde se está metiendo”, imaginando
lo que iba a ocurrir a continuación.
- Así es que, hazme el favor reúne a tus chicas y las pones al
corriente.
Siguiendo
sus instrucciones, Germán, aparte de reunir el valor necesario, convocó una
reunión en la que, de viva voz, se limitó a transmitir las instrucciones que
había recibido del ET venido de Miami. Como cabía esperar, las 40 féminas allí
reunidas, muchas de las cuales, eran madres y tenían ya sus añitos de
experiencia, montaron un escándalo de padre y muy señor mío. Pero como buenas
guerreras, la cosa no quedó en un simple cacareo en la reunión.
A
partir del día siguiente por los pasillos de la empresa, nunca se habían visto
escotes más vertiginosos, minifaldas más cortas ni tacones tan altos como los
que empezaron a llevar las “guerreras de Germán”. Tal fue la mutación que
sufrieron, que era frecuente que los caballeros mirasen dos veces a la dama con
la que se habían cruzado por el pasillo, con el fin de verificar que esa misma
damita era la misma que habían visto en otras ocasiones y que jamás llamó su
atención. Las “guerreras de Germán”, por si no había quedado claro, se lo
dijeron a él con todo cariño, a sabiendas de que él poco o nada tenía que ver
con esas medidas:
-
Germán y si tienes huevos, nos despides.
No se tiene noticias de que ninguna de las guerreras fuera despedida por su vestimenta. Otra cosa era que, a la vuelta de la baja por maternidad, - cuando ocurría tal eventualidad - sistemáticamente, se les enseñaba la puerta de salida.
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