Desde antes de que Marruecos fuera Marruecos, ya eran una molestia y un incordio. Desde los tiempos de Muhammad Ibn 'Abd el-Karim El-Jattab, más conocido como Abdelkrim, el que fuera líder de los rifeños y que encabezó una lucha independentista contra Francia y España a inicios del pasado siglo xx. Una guerra que España pagó cara y en donde forjó su merecida fama como militar un tal Francisco Franco. Desde entonces, Marruecos ha sido y es un dolor de muelas.
El gran problema de Marruecos es
que es un país africano al que le gustaría disfrutar de las ventajas de estar
en Europa, lo cual, es absolutamente kafkiano. La situación geográfica puede ser
cercana, pero la cultural e ideológica está a años luz. Mientras Europa es un
espacio de libertad y democracia basado en los principios cristianos, Marruecos
es un país anclado en un concepto musulmán, feudal, regido por una monarquía
absolutista, disoluta, corrupta y traicionera. Intentar mezclar Europa con
Marruecos es como intentar unir el agua y el aceite.
El país africano busca su
expansión económica al otro lado del Mediterráneo, ya que sus vecinos más
próximos no disfrutan ni de la estabilidad política, ni económica, ni social,
que permita establecer relaciones constantes en el tiempo. Sólo Europa puede
ofrecer un mercado continuo, estable, fiable. Y eso, ya es un problema en sí
mismo. Mohamed VI pretende que el mundo gire alrededor de su ombligo y que el
resto del planeta se adapte a sus caprichitos, tal y como está acostumbrado que
suceda en su feudo con sus súbditos, que no ciudadanos.
Así las cosas, la estrategia del
monarca – que es quien manda, ordena, organiza y planifica – consiste en
obligar a Europa a transigir con sus demandas. Y como frontera exterior de la
UE, España sufre en primera persona los embates de este reyezuelo, - que pasa
más tiempo en París que en Rabat – acogiendo a cientos de miles de marroquíes
en territorio europeo. Cientos de miles Caballos de Troya, todos ellos jóvenes,
fuertes, musulmanes y obedientes sólo a su amo, su majestad.
Según datos del INE, el año 2022,
en toda España residían más de 883.000 marroquíes. De ellos, más de 235.000 residían
SOLAMENTE en Cataluña.
La verdad es que eso de conseguir
invadir un país enemigo y meter a un millón de los tuyos a base de pateras, hay
que reconocerlo, tiene su mérito. Y encima, se lo estamos financiando nosotros
a través de las ayudas que recibe, tanto de España como de la UE, para,
supuestamente, evitar que sus fronteras sean tan permeables y luchar contra el
tráfico de personas. ¿De verdad alguien se cree que miles y miles de personas
pueden atravesar las fronteras de Marruecos hasta llegar a las playas de
lanzamiento de pateras contra España, y todo ello sin que Marruecos tenga la
más mínima idea y no pueda resolverlo?
En esta guerra permanente la
estrategia a largo plazo de zapa y mina, se basa en la lucha demográfica como
herramienta fundamental. Siempre se ha hecho así y no ha cambiado mucho a lo
largo de la historia. Cuando una minoría quiere obligar a la mayoría a obedecer
sus requerimientos, sólo hay dos opciones: o una limpieza étnica (País Vasco, Yugoslavia,
Turquía, Camboya…) o procrear tantos ciudadanos como sea posible. De esta
forma, siempre llegará un día en el que se adquiera el derecho de exigir una
representación política en las instituciones del país invadido, en este caso
España, aunque sea traicionando a la propia esencia de la democracia y se
tengan que comprar votos para conseguir una representación política en
determinados feudos, aunque esos votos sean más falsos que un euro de madera.
Y para ir probando la capacidad
de la fuerza de la que se dispone, se podrían organizar todo tipo de
manifestaciones, algaradas, disturbios, o incluso atentados (¿11-M?), ya sean
en nombre de Alá, de la libertad – esa misma que no se disfrutan en su país - o
de lo que sea. Para eso sirven los saltos organizados y bendecidos por las
autoridades marroquíes a la valla de Melilla, con la pasividad de los guardias,
o la invasión de nuestras fronteras a través del mar, aunque sea a nado. Sólo
así se pueden encajar las piezas sueltas del rompecabezas de los atentados del
11-M, la invasión de nuestras fronteras de 8.000 marroquíes que fueron
trasladados desde el interior del país hasta la frontera en autobuses del
gobierno, y en estos días, la compra de votos por correo, que al parecer lleva
años en funcionamiento en Melilla. Y la pregunta es: ¿cuánto tiempo van a
tardar en hacer lo mismo en Cataluña y en toda España? Al fin y al cabo, ¿no es
exactamente, así como funciona la “democracia” en Marruecos?
Y qué decir de Pegasus y el
espionaje a los móviles de Sánchez, de la ministra de Defensa y vaya usted a
saber cuántos más. Un tema sobre el que se ha lanzado una manta negra para
taparlo todo lo posible, como las maletas de Delcy, o cualquier otro asunto del
que este gobierno “decretista” haya decidido ocultar a los españoles.
El enésimo ejemplo de esta “colaboración
fraternal” entre España y Marruecos, al más puro estilo Caín – Abel, es lo de los
votos en Melilla. Tal vez en más sitios; en todos aquellos donde la presencia
de musulmanes marroquíes aconseje luchar por lo que ellos consideren sus
derechos.
Tenemos una bomba de relojería
debajo del asiento y no sabemos cuándo va a explotar. Esa era la definición de
Alfred Hitchcock de lo que era el suspense: el espectador sabía de la
existencia de la bomba pero el sujeto que estaba sentado sobre ella, no tenía
ni idea.