Cada día en las noticias se mencionan los puestos de trabajo que incluso con 3 millones de desempleados, se quedan vacantes. Se necesitan profesionales cualificados en la construcción, en hostelería y en multitud de otras ocupaciones. Pero al mismo tiempo y en paralelo, hay una serie de oficios que van desapareciendo como algo inevitable ante las nuevas costumbres sociales.
Hoy en día a nadie se le ocurre
echar en falta al afilador, ese hombre errante, que con una bicicleta adaptada
a su trabajo, iba visitando los diferentes barrios de la ciudad – y localidades
de la comarca -, haciendo sonar su flauta de pan y ofreciendo sus servicios para
afilar los cuchillos y tijeras de las amas de casa.
Como tampoco nadie sabrá que en
su día existieron los vendedores ambulantes de lana que servían para rellenar
los primitivos colchones, antes de que aparecieran los de muelles.
O los puestos donde se vendía
carbón para que los particulares lo usaran bajos sus camillas, en invierno, y
estar calientes, aquellos que no disfrutaban de una buena calefacción central.
Hoy en día hay oficios que siguen
desapareciendo poco a poco. Uno de ellos es el de zapatero.
Atrás ha quedado para la historia
esos talleres repletos de zapatos de todas las tallas y colores, que esperaban
para ser cambiadas las tapas, las suelas, los tacones; esas máquinas que pulían
el cuero, esas colas que proporcionaban un perfume especial al local y ese
hombre, con su mandil y sus manos ennegrecidas dejando reutilizables unos
zapatos. Tal vez fuera la época de crisis que se vivía, la escasez económica,
la imposibilidad de comprar unos zapatos nuevos, lo que obligaba a reutilizar
los viejos. Reutilizar, un concepto que se ha puesto de moda mucho tiempo
después.
Fuere por lo que fuere, lo cierto
es que hoy en día cuando descubres un taller de reparación de calzado, normalmente
lo haces al tiempo que descubres que te venden copias de llaves, de mandos a
distancia, de cremas y betunes para zapatos, plantillas y demás. De hecho,
estoy seguro que el tipo de remiendos de los zapatos son cada vez más escasos y
menos rentables, y de ahí la proliferación de otras ofertas que nada tienen que
ver con el calzado. Y todo ello porque la sencilla razón de que hoy en día
nadie lleva zapatos. Hoy todos llevan – y hablo en tercera persona –
deportivas.
Algo parecido ocurre con las
tiendas donde se reparaban bolsos. Los bolsos, tal y como los hemos conocido,
eran u complemento esencial de la mujer. Probablemente por las mismas razones
de escasez económica, creció la necesidad de reparar los escasos bolsos que
tenían las señoras, las pobres, se entiende. Pero hoy en día, las que todavía llevan
bolso, se pueden comprar el que quieran por internet si el que usan
habitualmente se ha quedado inservible. Es más barato tirarlo. Además, todas
las demás, las jóvenes y no tan jóvenes, ya no llevan bolso. Llevan mochila.
Las peleterías ya no existen. No
recuerdo cuándo fue la última vez que vi una. Lo que otrora fue un signo
externo de riqueza, de posición social y económica, con el devenir de los
tiempos y el sentimiento ecologista, llevar un abrigo de piel era la forma más
sencilla para que te insultaran y llamasen asesina.
El sereno, el vendedor de hielo,
la reparadora de medias, el reparador de las máquinas de coser…
Todos ellos han desaparecido o lo
hacen poco a poco. ¿Quién necesita un sereno para abrirle la puerta del portal
si tienes el telefonillo? ¿Quién usa medias hoy en día y si se produce una
carrera, necesita remendarla en vez de comprarse un par nuevo? ¿Quién sabe usar
una máquina de coser y, sobre todo, quién tiene tiempo de ponerse a ello?
La vida hace que los oficios
evolucionen y algunos desaparezcan por no ser necesarios. Por eso, no nos
resulta extraño comprobar cómo unos robots trabajan en la cadena de montaje de
los vehículos y lo hemos asumido como natural.
Tal vez, pronto veamos que, ante la escasez de personal cualificado, comience a usarse robots como camareros o albañiles. No se quejan de las horas extras, les importa cero la actitud de los clientes, son eficaces y cobran poco.