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domingo, marzo 26, 2023

Oficios perdidos.

Cada día en las noticias se mencionan los puestos de trabajo que incluso con 3 millones de desempleados, se quedan vacantes. Se necesitan profesionales cualificados en la construcción, en hostelería y en multitud de otras ocupaciones. Pero al mismo tiempo y en paralelo, hay una serie de oficios que van desapareciendo como algo inevitable ante las nuevas costumbres sociales.

Hoy en día a nadie se le ocurre echar en falta al afilador, ese hombre errante, que con una bicicleta adaptada a su trabajo, iba visitando los diferentes barrios de la ciudad – y localidades de la comarca -, haciendo sonar su flauta de pan y ofreciendo sus servicios para afilar los cuchillos y tijeras de las amas de casa.

Como tampoco nadie sabrá que en su día existieron los vendedores ambulantes de lana que servían para rellenar los primitivos colchones, antes de que aparecieran los de muelles.

O los puestos donde se vendía carbón para que los particulares lo usaran bajos sus camillas, en invierno, y estar calientes, aquellos que no disfrutaban de una buena calefacción central.

Hoy en día hay oficios que siguen desapareciendo poco a poco. Uno de ellos es el de zapatero.

Atrás ha quedado para la historia esos talleres repletos de zapatos de todas las tallas y colores, que esperaban para ser cambiadas las tapas, las suelas, los tacones; esas máquinas que pulían el cuero, esas colas que proporcionaban un perfume especial al local y ese hombre, con su mandil y sus manos ennegrecidas dejando reutilizables unos zapatos. Tal vez fuera la época de crisis que se vivía, la escasez económica, la imposibilidad de comprar unos zapatos nuevos, lo que obligaba a reutilizar los viejos. Reutilizar, un concepto que se ha puesto de moda mucho tiempo después.

Fuere por lo que fuere, lo cierto es que hoy en día cuando descubres un taller de reparación de calzado, normalmente lo haces al tiempo que descubres que te venden copias de llaves, de mandos a distancia, de cremas y betunes para zapatos, plantillas y demás. De hecho, estoy seguro que el tipo de remiendos de los zapatos son cada vez más escasos y menos rentables, y de ahí la proliferación de otras ofertas que nada tienen que ver con el calzado. Y todo ello porque la sencilla razón de que hoy en día nadie lleva zapatos. Hoy todos llevan – y hablo en tercera persona – deportivas.

Algo parecido ocurre con las tiendas donde se reparaban bolsos. Los bolsos, tal y como los hemos conocido, eran u complemento esencial de la mujer. Probablemente por las mismas razones de escasez económica, creció la necesidad de reparar los escasos bolsos que tenían las señoras, las pobres, se entiende. Pero hoy en día, las que todavía llevan bolso, se pueden comprar el que quieran por internet si el que usan habitualmente se ha quedado inservible. Es más barato tirarlo. Además, todas las demás, las jóvenes y no tan jóvenes, ya no llevan bolso. Llevan mochila.

Las peleterías ya no existen. No recuerdo cuándo fue la última vez que vi una. Lo que otrora fue un signo externo de riqueza, de posición social y económica, con el devenir de los tiempos y el sentimiento ecologista, llevar un abrigo de piel era la forma más sencilla para que te insultaran y llamasen asesina.

El sereno, el vendedor de hielo, la reparadora de medias, el reparador de las máquinas de coser…

Todos ellos han desaparecido o lo hacen poco a poco. ¿Quién necesita un sereno para abrirle la puerta del portal si tienes el telefonillo? ¿Quién usa medias hoy en día y si se produce una carrera, necesita remendarla en vez de comprarse un par nuevo? ¿Quién sabe usar una máquina de coser y, sobre todo, quién tiene tiempo de ponerse a ello?

La vida hace que los oficios evolucionen y algunos desaparezcan por no ser necesarios. Por eso, no nos resulta extraño comprobar cómo unos robots trabajan en la cadena de montaje de los vehículos y lo hemos asumido como natural.

Tal vez, pronto veamos que, ante la escasez de personal cualificado, comience a usarse robots como camareros o albañiles. No se quejan de las horas extras, les importa cero la actitud de los clientes, son eficaces y cobran poco.