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domingo, julio 09, 2023

Sobre censuras

Como parte de la campaña política de las próximas elecciones del próximo 23 de julio, algunos de esos que se autodenominan progresistas, están enarbolando la bandera de la lucha contra una supuesta censura y, cómo no, en pro de lo que ellos entienden por libertad de expresión. En realidad, lo que esta gente califica como censura no es más que una llamada a la lógica, al buen gusto y a la normalidad. Lo de salir al escenario en pelotas quedará muy bien, siempre y cuando lo exija el guion, que era la frase preferida de las actrices españolas en la época del cine llamada “del destape”. Pero de ahí tampoco se puede inferir que cada vez que a alguien se le ocurra salir en bolas, los demás no tengamos derecho a protestar o incluso a protegernos. Nosotros, los que no nos autodenominamos progresistas, también tenemos nuestros derechos y al parecer, con esta errónea manera de entender la vida, los únicos que tienen derechos son los que abusan de nuestra condescendencia.

Y como suele ocurrir en infinidad de ocasiones, estos mismos que claman por sus derechos y su libertad de expresión, consideran que dichos derechos y libertades les pertenece en exclusiva, porque para eso son “progres” y ya se sabe que el progreso está por encima de todo lo demás. Supongo que debe ser esa mentalidad la que ha llevado a la Yoli Carolina Herrera, la propuesta de expulsar del periodismo a los informadores que "manipulen y desinformen". Pues si eso no es censura, ya me contarás.

Entonces, deduzco, que de lo que se trata no es de abolir la censura sino de imponer una censura sobre otra; es decir, de imponer SU censura sobre cualquier tipo de información que contraríe lo que los progres consideran incuestionable. Curioso. Esta manera de pensar es la que mantienen todas las religiones del mundo, además de que es la base de cualquier régimen totalitario.

Lo de controlar qué información ve la luz y qué debe ocultarse es una obsesión de los partidos totalitarios o neo-totalitarios, entre los cuales tengo que incluir al PSOE de Sánchez. Es este giro hacia posiciones extremas – da igual que sean de derechas o de izquierdas, porque ambas buscan lo mismo – lo que motivó en su momento la creación del llamado “ministerio de la verdad”.

“El Gobierno de Pedro Sánchez ha creado un organismo para vigilar las «noticias falsas» difundidas por internet, a cuyo frente figuran dos altos cargos de La Moncloa: el jefe de gabinete del presidente y el secretario de Estado de Comunicación. La orden publicada en el BOE reserva al Ejecutivo la potestad de determinar qué informaciones son erróneas y cuáles no, sin precisar los criterios en los que se ha de basar tal decisión.” (Diario La Verdad – 7/11/2020)

Y a lo que se ve, Yoli CH sigue en sus trece, llegando a sugerir la inhabilitación a perpetuidad de quien osara cometer tamaño delito. Llama la atención que, en cuestiones de principios éticos, la Yoli no se haya pronunciado sobre los políticos corruptos, los malversadores o los que abusan de menores tuteladas, pero sí contra ciertos periodistas. En fin, cosas del progresismo.

Durante la pandemia y el confinamiento, por cierto, ilegal, al que nos sometió Sánchez, éste puso un especial interés en la eliminación de todo aquello que el gobierno consideró calificarlo de bulo. Cierto es que los hubo, pero en un país libre y democrático la desinformación no se combate con restricciones o censura; se combate con más datos, con más verdad. Pero Sánchez prefirió amargarnos la sobremesa de los fines de semana, con unas intervenciones maratonianas en televisión, al más puro estilo Fidel, en las que, en su opinión, esa era la única verdad en la que había que creer. Estaba tan convencido de que estaba en posesión de la verdad absoluta, que nunca admitió preguntas y cuando lo hizo, fue filtrando los medios que formulaban las cuestiones y las preguntas que más le interesaban; o sea, una censura de facto.

Más tarde y por si no hubiéramos tenido suficiente, Sánchez se las arregló para cerrar el Congreso - con la excusa de la pandemia-, durante 6 meses. Tiempo más que suficiente para que el gobierno siguiera emitiendo decreto tras decreto, a la vez que nadie le podía pedir cuentas porque el parlamento estaba cerrado. Otra forma de censura.

Cuando a Sánchez se le ha pedido que publique los gastos ocasionados por sus permanentes viajes en Falcon, ha decidido que esa información es secreto de Estado y que, por tanto, no puede hacerse pública. O sea, más censura.

Durante la pandemia y las medidas de confinamiento, se nos hizo creer que había un comité de expertos del que, a pesar de la insistencia de los informadores, nadie conocía sus nombres y responsabilidades o experiencia. Se nos dijo que era para protegerlos de las presiones externas. Finalmente, supimos que jamás hubo ningún comité de expertos, o que el único que formaba parte de él era el mismo tarado que vaticinó que en España habría un caso o dos de COVID.

Eso también es censura.

Si la desinformación fuera delito, Tezanos estaría condenado a la perpetua.

Lo irónico del tema es que ahora, Sánchez se queja de que han sido los medios de comunicación los que han desprestigiado su imagen.

Censurar es hurtar a la población más joven su propia historia, eliminando aquellos hechos que no interesan por razones oportunistas, tergiversando, manipulando o retorciendo el resto hasta hacer la historia irreconocible. Ese es el objetivo de la llamada ampulosamente la “ley de memoria democrática”.

Censurar es enterrar el asunto de las cuarenta maletas de Delcy Rodríguez en Barajas y mentir siete veces a los españoles.

Como vemos, una vez más se da la circunstancia de que los que ahora se quejan amargamente de ser víctimas de una supuesta censura, son los mismos que llevan tiempo aplicando una férrea censura sobre todo aquello que les concierne directamente y han decidido mantener en la más absoluta oscuridad.

Para terminar, lo haré con una frase atribuida a uno de los personajes que siempre está en boca de todos los llamados progresistas:

¿Es que ha visto usted algún censor que no sea tonto?

Francisco Franco Bahamonde


viernes, enero 13, 2023

Adios y gracias a MASTICADORES.


Fue a comienzos de 2020 cuando inicié mi colaboración en Masticadores. Más tarde, ese mismo año, Juan, el artífice de todo este tinglado, me propuso -para mi sorpresa- convertirme en uno de los editores, algo que siempre agradeceré por su confianza.

Masticadores siempre ha representado un espacio de libertad en su más amplia expresión. Libertad de pensamiento, libertad de expresión y respeto por las opiniones ajenas, sobre todo, cuando no coinciden con las nuestras. Pero todo eso está a punto de saltar por los aires.

Recientemente, ha surgido la primera censura en Masticadores. La víctima de esa censura soy yo y la frase de la discordia, la que ha desencadenado un enfrentamiento personal ha sido la siguiente:

“Hola a todos, todas, todes y todus”.

Dicha frase recibió la desaprobación de Mercedes G. Rojo, quien el 31 de diciembre y desbordada por el espíritu navideño, respondió:

“Buenas noches a tod@s (la guasita del todes, tudus, lo siento, pero me sobra)”.

La cosa no ha terminado en esa censura, porque hoy mismo, he vuelto a repetir el saludo. Y hoy, la que ha tomado la iniciativa ha sido Felicitas Rebaque quien ha comentado:

“Carlos, en este equipo siempre nos hemos regido por el respeto máximo, entre nosotros, por nuestras ideas y sentires. Mercedes te comento en el anterior correo, su opinión, que comparto, a tu saludo. Si sabes que nos molesta, no entiendo que insistas sobre ello. No lo entiendo ni siquiera como broma. Me parece que te importa poco lo que pensemos y creo que no es comenzar con muy buen pie.” 

Dejo a cada uno la interpretación de estas intervenciones, en un espacio, insisto, donde se supone que la libertad de expresión es total, con las más elementales normas de convivencia como referencia, pero cuando en un país, o en un espacio de libertad como Masticadores, se empieza por censurar algo, es seguro que eso sólo es el primer paso de una estrategia encaminada a hacer comulgar con ruedas de molino a todos.

A continuación, mi respuesta:

“El respeto es una vía de doble dirección y nadie va a cambiar mi sentido del humor, sobre todo, cuando quien se ofende, lo hace no por recibir un exabrupto, sino por cuestiones políticas.

Yo no le he pedido a nadie que modifique sus planteamientos para que me agraden.

Si aceptara vuestra propuesta, este sería el primer paso de un camino sin fin, de una solicitud tras otra, hasta transformar el comportamiento de una persona a vuestro gusto.

Ya lo dijo Billy Wilder: "Nadie es perfecto". Los hay que me aceptan y los hay que no. Lo asumo.”

Llegados a este punto, me parece evidente que una cierta filosofía que no voy a calificar, intenta abrirse paso en un ambiente de libertad para, en sucesivos pasos, ir adueñándose de todo el entorno, hasta convertirlo en algo propio y totalmente desconocido con el espíritu que lo originó. O sea, como un cáncer ideológico, pero con las letras como excusa. Masticadores se ha convertido en un magnífico altavoz y ya hay gente que parece que quiere usarlo para fines espurios.

Cierta filosofía imperante en estos días en el panorama social y político de España, intenta destruir nuestro lenguaje, retorciendo conceptos y palabras hasta el ridículo, y manoseando el idioma, de tal forma que vaya calando en la sociedad sus ideas totalitarias. Con la manipulación del lenguaje, se manipulan las mentes.

Así, se ha llegado a aceptar como natural el hecho de que, sobre ciertos asuntos, ÚNICA Y EXCLUSIVAMENTE, puedan opinar sobre ellos determinadas personas pertenecientes a un determinado género. “Esos asuntos” ya no son de dominio público, han pasado a formar parte de un reducido grupo de personas que representan el estandarte del movimiento que los defiende y pobre de aquel que osare intervenir en tales asuntos, porque será vilipendiado.

Los símbolos son – y siempre lo han sido – importantes. Las banderas son un claro ejemplo, pero también lo es el uso torticero que de ellas se hace. Y también el lenguaje forma parte de esos símbolos, de ese patrimonio que tanto puede unir como separar, en función del uso que se haga de él.

El problema no es la existencia en sí de tales movimientos. El problema es su pretensión inequívoca de exterminar a todo lo anterior, de enterrarlo y de instaurar un nuevo orden en el que por encima de todos los demás, prevalezcan sus personales intereses.

Y si eso se da en Masticadores, eso no fue lo que me motivó a iniciar mi colaboración ni a convencer a algunas amistades para que también lo hicieran.

Como quiera que no está en mi ánimo obligar a nadie a hacer lo que no le apetece y teniendo en cuenta que no voy a aceptar, de ninguna manera, que se me censure o se me indique qué tipo de humor es el que se acepta de mí y cuál no, creo que lo único coherente es despedirme de todos.

Quiero hacer una mención muy especial a Juan, de quien siempre he tenido la mejor opinión, precisamente por ese espíritu libre que ha sabido impregnar en Masticadores. Una persona de la que siempre me ha asombrado su capacidad de trabajo, su fuerza, su visión y su entrega.

Para ti, querido Juan, un abrazo muy especial. He disfrutado de este largo y fructífero período de escribir, por el mero placer de hacerlo.

Decía uno de los siete sabios griegos: “Sé fiel a ti mismo”. Y lo voy a ser.

Me gustaría terminar con una frase de mi admirado Groucho Marx, un hombre, irónico, a veces sarcástico, otras socarrón y siempre genial. Un hombre que se reía de todos, empezando por él mismo:

“Nunca pertenecería a un club en el que admitieran a gente como yo”.

Buenas noches y buena suerte.


PD Este post TAMBIÉN ha sido censurado en Masticadores.

©  Carlos Usín