jueves, diciembre 29, 2016

La última Navidad



Rafael sabía que aquella iba a ser la última Navidad que pasara junto a su hijo de apenas dos años. En los meses venideros, el divorcio de su matrimonio, que ya estaba en su última fase, enviaría a la madre y a su hijo lejos de su entorno cercano. No tanto como para perderle para siempre, pero lo suficiente como para que cambiaran sustancialmente los hábitos que se habían llevado hasta entonces. Aunque la verdad, en ese momento, todavía no era consciente de cuánto iba a cambiar su vida, ni en cuánto iba a afectar a la relación con su pequeño.

Se propuso, por tanto, que aquella Navidad, aquel Papa Noel con sus regalos, fueran algo muy especial, difícil de olvidar. Le consumía la duda de si la distancia pudiera ejercer una influencia fatal en su futura relación padre-hijo. Por tanto, el regalo tenía que ser impactante, sorprendente, fascinante. Así que se puso a pensar y darle vueltas y vueltas, hasta que un día pasó por casualidad por unos grandes almacenes y vio algo que le llamó la atención. Se trataba de una moto eléctrica pensada para niños pequeños y que desarrollaba una velocidad tal, que el adulto podía ir andando - a buen paso, eso sí - al lado del pequeño. Eso, sin duda alguna, no sólo le iba a gustar, sino que en los años próximos, cuando su presencia no fuera cotidiana, - sino a expensas de las fiestas disponibles, vacaciones y puentes- esperaba que su hijo le recordara siempre que utilizase la moto. El precio, nunca supuso un obstáculo, aunque lo cierto, es que era una barbaridad. Pero esperaba que le durara varios años.

El regalo, no venía listo para sacar de la caja y comenzar a usarlo. Había que montar unas pocas piezas y a Rafa se le ocurrió la idea de que el mejor sitio para hacerlo, era el día de Navidad, muy temprano, antes de que su hijo se levantara y en el salón de la que hasta hacía poco, había sido su casa. Por ello, tuvo que adelantar a su ya ex, cuáles eran sus planes, para que el día señalado ella no se asustara de escuchar ruidos en la planta de abajo.

A eso de las 6 o 6.30 de la mañana, Rafa entró sigilosamente, casi como un ladrón, en su ya antigua casa, haciendo uso de la llave que aún guardaba. El salón quedaba justo a la derecha de la entrada, en la planta principal, así es que no tuvo que arrastrar aquel mamotreto de moto por toda la casa. Allí, a los pies del árbol de Navidad, primorosamente adornado, había varias cajas, de diferentes tamaños para el rey de la casa. 

Cerró la puerta del salón y procuró hacer el menor ruido posible. No se necesita hacer mucho, la verdad, para atornillar unas pocas piezas y enchufar la batería a la red para que se cargara.

Cuando ya había casi terminado, escuchó bajar por las escaleras a su ex, también en modo sigiloso, para no despertar al pequeño que aún dormía. 

     - Hola. ¡Pero qué es eso!?
     - Hola. Pues una moto. Ya lo ves - respondió él a lo que era evidente.
    - Pero si es enorme! Enric no va a poder subirse ahí! - dijo la madre hondamente impresionada.
    - Subirse, sí. Lo que tal vez no pueda, sea sentarse en el sillín.
  - ¿Cuánto te ha costado? - preguntó ella preocupada por algo secundario.
    - Eso no importa.

Al cabo de unos pocos minutos, se escuchó bajar por las escaleras al enano, ansioso de comprobar qué le había traído Papa Noel. Y cuando vio la moto, su padre supo que había acertado. Esa era exactamente la cara y la reacción que esperaba de su hijo.
Tardó milisegundos en subirse a la moto, con una mezcla de sentirse que todavía estaba soñando y de ilusión desbordada.

    - ¿Es para mí? - preguntó el pequeño con los ojos muy abiertos y la boca aún más abierta.
    - Claro. ¿Te gusta?
   - Síiiiii. Mucho. ¡Es enorme! - dijo mientras se confirmaba que si quería usarla, se debería contentar con ir de pie, ya que el asiento le quedaba demasiado alto para su edad.
Mientras tanto, Rafa, le dio las primeras instrucciones.
   
     - Este es el acelerador

El pequeño lo probó de inmediato y la primera víctima por atropello fue una maceta de interior, enorme, que cayó al parquet llenándolo todo de tierra y de abono. Menos mal que no se rompió porque las propias ramas y las hojas frenaron el impacto.

    - Perdón - dijo el pobre niño compungido.
   - Bien. Ahora ya sabes que en casa, no se puede usar. Cuando quieras utilizarla, deberá ser siempre en compañía de tu madre o yo y por sitios seguros.

Aquella fue la última Navidad que compartió con su hijo. A partir de las siguientes, Rafa tendría que dividir el período navideño en dos: Nochebuena- Navidad, con los abuelos, para que su hijo recibiera todos los regalos de la familia, como era su costumbre. Y de paso, también Reyes, por si hubiera algún rezagado y que no se lo perdiera. Las fechas de en medio, para él.

Aquella última Navidad, nunca la olvidó.

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