Hace
muchos, muchos años, tuve la ocasión de acudir invitado a casa de Isabel y
Carlos.
La verdad,
es que eran buena gente y no tenían nada de particular, a excepción de su
evidente, indiscutible y nada discreto, posicionamiento político. Si a los
primeros falangistas, se les denominaba “camisas viejas” para diferenciarlos de
los “nuevos” o posibles advenedizos, a los primeros socialistas del PSOE,
habría que llamarles “los de la pana”, para diferenciarles de los que más tarde
llegaron y se compraron chalets adosados en la zona oeste de Madrid, o sea,
Pozuelo, Majadahonda y demás. Lo dicho, nada criticable. Pues Isabel y su
marido, eran los de la pana, o lo que es lo mismo, comienzos de los ochenta.
Posiblemente
se debiera a ese posicionamiento político activo la razón por la cual, los
anfitriones, nos deleitaron a sus invitados con toda una pléyade de artistas como
Víctor Jara, Mercedes Sosa, Luis Eduardo Aute, Joan Baez, Violeta Parra o
Atahualpa Yupanqui, por poner sólo algunos ejemplos. Y por supuesto, no podían
faltar, Pablo Milanés y el ya mencionado Silvio Rodríguez.
Como
anécdota colateral a este tema tengo que decir que el matrimonio engendró a un
varón, quien no hace muchos años, apareció en la prensa envuelto en un turbio
asunto relacionado con cierto tema de corrupción en el PSOE y una supuesta
escritora, que además de que su identidad era falsa, había recibido ciertas
subvenciones millonarias del PSOE y para más INRI, era la ex mujer del
mencionado vástago de Isabel y Carlos. Todo lo cual, unido a su nombramiento en
el FMI, obligó al susodicho, a dejar el carné del PSOE.
Pero
volvamos a lo de Silvio Rodríguez.
En casa
toca limpieza los domingos. Limpiar, como el del chiste, tiene mucho de sexual,
porque me jode un mogollón, como a casi todo el mundo que conozco. Incluso a
los que no conozco. Pero además, hacerlo en domingo, creo que tiene un plus de masoquismo.
El caso es
que yo soy el encargado de pasar el aspirador. Un aparato que me recuerda a
otro chiste en el que un individuo le dice a la prostituta que le está haciendo
una felación “para, que se me está empezando a meter la sábana por el culo”. Tal
es la potencia del aparatito que más que aspirar, yo creo que extrae, y claro,
lo que mantengo con el mismo, es una lucha a brazo partido, porque tengo que
tener especial cuidado con las cortinas, por ejemplo, porque estoy seguro que
se tragaría hasta la barra de donde cuelgan. Y ni te cuento con las alfombras.
A veces, pienso que cualquier día voy a llevarme una baldosa del suelo de
mármol. O sea, que si ya de por sí limpiar es un coñazo, hacerlo con un succionador
cuasi incontrolable de todo tipo de materia, se convierte en un suplicio. Pero
la cosa no termina ahí.
El momento
de comenzar las tareas domésticas por las cuales, la mayoría paga por no
realizar, no comienza a toque de cornetín de órdenes, como en la mili. Eso te
quedaba claro en cuanto escuchabas al corneta comenzar con su tarea. Tampoco se
inicia con una orden explícita del estilo de “hay que…” frase impersonal,
porque no tiene sujeto, pero que da igual porque sabes que va dirigida a ti.
No. La señal de inicio del suplicio dominical comienza con un trapo del polvo
en manos de mi santa y por alguna razón que desconozco, un disco de Silvio
Rodríguez. Y ahora es cuando se entiende claramente el por qué de mi creciente
animadversión a tan insigne autor, cuyos planteamientos ideológicos no sólo no comparto,
sino que lógicamente, identifico inexorablemente con la execrable y odiosa
tarea de tener que empezar a pelearme con el puto aspirador.
A Dios
pongo por testigo que en cuanto pueda, contrato a una ucraniana para que
disfrute con el aparatito.
Menos mal,
que después del suplicio, por lo menos viene el aperitivo. Si no, sería
insufrible.