La persiana debe su nombre a la antigua
nación conocida como Persia (hoy Irán) de donde procedían a partir del s.
XVIII.
Que la persiana es un gran
invento, no voy a descubrirlo ahora. Un mecanismo sencillo, de sube y baja. No
se traslada a los laterales, no necesita un sofisticado sistema de GPS ni nada
por el estilo. Sencillo: subir y bajar. El sistema más habitual consiste en
enrollarla para recogerla en un tambor superior y desenrollarla para
desplegarla. Para ello, la persiana se compone de listones que se pliegan o enrollan en el
caso de las persianas enrollables.
En las persianas enrollables,
existen diferentes métodos para conseguir que la persiana se pliegue o
desenrolle del tambor. El más antiguo consiste en una cinta que va de arriba abajo
en el lateral de la ventana y que tirando de ella, la persiana se enrolla en el
tambor superior, permitiendo el paso de la luz (si hay) y soltándola con
cuidado y controlando el efecto de la gravedad, se baja total o parcialmente,
en función del deseo del usuario. Por otro lado, está el sistema más sofisticado,
que consiste en un motor oculto a la vista y que realiza las mismas funciones
de subir y bajar la persiana, pero de modo automático y sin esfuerzo físico.
Hay un tercer sistema, que sustituye el uso manual de tirar y destensar la cinta,
que se basa en una manivela, que, en vez de una cinta, maneja un cable de acero
normalmente, y que es el que recoge o suelta la persiana, haciendo que suba o
que baje. Esto, al parecer, para la mayoría de europeos, supone un sudoku
mental indescifrable que les trastorna su única neurona y tan complejo, como el
de un folio partido por la mitad, que para algunos gilipollas supone un puzle.
En efecto.
El uso de la manivela para subir
y bajar la persiana es tan sencillo como que, si giras la manivela en el
sentido de las agujas del reloj, la persiana sube y cuando ha llegado al tope,
paras. Y si giras en sentido contrario, es impresionante, pero la persiana
baja. Pues bien, este mecanismo tan sencillo, tan simple, similar al de un
orinal, apto para cualquier imbécil, resulta sorprendente comprobar lo extraordinariamente
complejo que supone para ciertos cerebros mono neuronales.
Estos individuos, que no
solamente desconocen el concepto de persiana, sino que el concepto de la lógica
les es absolutamente ajeno, son incapaces de entender la simpleza del mecanismo,
de tal forma, que cuando pretenden subir la persiana, giran la manivela en el
sentido equivocado y viceversa. Todo ello, lo que provoca en realidad, es un descojone
en el cable de acero que es el responsable de enrollar o desenrollar la
persiana. Si el proceso se repite infinitas veces, en el mejor de los casos se
consigue que el movimiento de la manivela para subir y bajar la persiana, sea
exactamente el contrario al original, consiguiendo que el cable de acero dentro
del cajetín, gire en sentido contrario. Así, si giras en el sentido de las
agujas del reloj, la persiana en vez de subir baja y viceversa.
Pero claro, con tanto gilipollas tocando
los cojones con la puta persiana, llega un momento en el que tarde o temprano,
tienes que llamar a un especialista en persianas para que arregle el
desaguisado que han organizado entre todos. Lo malo es que cuando se trata de
un sábado, la cosa se empieza a poner un poco más complicada. De todas formas,
después de contactar con varios especialistas, de esos que se anuncian como 24
horas y que después de pedirte toda clase de datos como el teléfono y el email,
te dicen que te llaman en 5 minutos y no vuelves a saber nada más de ellos en
todo el día, finalmente contactas con uno. Después de hablar con él, la
planificación que tenías, salta por los aires, porque tú tenías pensado dedicar
la mañana a dejar listo el apartamento y regresar a casa a comer. ¡Una mierda!
El persianero o persianista, te ha dicho primero una hora, luego otra y
finalmente, después de prometer que podría llegar entre las tres y media y las
cuatro, llega a las cinco. Todo lo cual, evidentemente, ha hecho que tuvieras
que verte obligado a modificar tus planes y comer por la zona; una zona en la
que una cerveza y una hamburguesa, te cuesta 10 euros. Por dos, veinte.
Llega el persianero o persianista,
que lleva todo el día recorriendo la Costa del Sol para arriba y para abajo y
se pone manos a la obra. Después de desmontar el cajetín y comprobar que el
cable de acero en la zona del tambor de arriba está correcto, procede a
desmontar el mecanismo de la dichosa manivela. Y claro, como era de esperar,
allí hay montado un carajal de mil pares de narices. El hombre se esmera,
desenrolla el cable, lo endereza, intenta arreglar aquellas partes que, como
consecuencia de tanta estúpida manipulación, comienzan a deshilacharse, coloca
el cable en su posición correcta, lo enrolla y termina la faena con dos orejas
y vuelta al ruedo. Total, el trabajo en sí le ha llevado una media hora y el
precio son 73 euros de nada, que le puedes pagar por transferencia y que él
agradece, porque si le pagas con tarjeta (que para eso se ha traído el
datáfono) los del Banco de Santander le sangran con las comisiones.
Y así, el sábado que tú habías
previsto que ibas a pasar en casa a partir de la hora de la comida, debido a
todo este tipo de imprevistos, llegas a tu casa a las ocho de la noche,
baldado, con más bolsas que un emigrante, recordando a todos los árboles
genealógicos de los paramecios que no saben usar la manivela para subir y bajar
ese objeto tan especial, tan peculiar, tan extraño, como es una persiana.
Y hoy domingo, esperamos no sin
cierta desesperación, la llegada de una familia de nuestro querido Marruecos. Una
familia que, por supuesto, no ha comunicado a qué hora piensan llegar. Así es
que el asunto, promete.
Seguiremos informando.