Este es el primer capítulo de mi próximo libro, al que aún, no he bautizado.
Hoy, precisamente hoy, se cumplen nueve años del magno evento descrito.
Creo que es un buen aperitivo.
Que lo disfrutéis.
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La tienda de telefonía, estaba a rebosar. Parecía
que lo regalaban. Rafa, hacía poco que había tenido que cambiar su obsoleto
teléfono móvil, un modelo más propio del siglo xvi, por uno un poco más
moderno. La razón obligada de dicho cambio no era otra que la batería, que le
duraba menos que un pastel a la puerta de un colegio y la compañía a cambio de
los puntos conseguidos, le permitió comprar otro.
Hacía calor, lo cual si tenemos en cuenta que era
finales de agosto, no era novedoso. Pero cuando hay una fila enorme de personas
que espera su turno y además hace calor, suelen ser dos factores poco
recomendables en la misma ecuación.
Rafa y
Holanda - el original nombre de su última pareja sentimental –, llevaban
un buen rato esperando su turno. Había tanta gente que entre el número de
personas que había y el calor, el aire acondicionado de la tienda no era
suficiente y las puertas del establecimiento estaban de par en par lo cual por
cierto, no ayudaba mucho a que el aire acondicionado surtiera el efecto
deseado. A pesar de todo, las cosas se iban desarrollando de manera normal y
civilizada. Hasta que entró “el animal”.
El animal, era un tipo alto y fornido. El típico
listo que se cuela siempre en todas las colas de espera, ya sea la de la
carnicería, la del banco o la de telefonía, como era el caso. El que va con su
4X4 y ocupa 2 plazas en el parking. El que te quita la plaza de parking que tú estabas esperando a que se quedara
libre, simplemente porque él te mete el morro a toda velocidad y su coche es
más grande. El que no respeta los pasos de cebra, ni los ceda el paso, ni los
STOP. El que se te cruza en mitad de la autopista, sencillamente porque ha
decidido que quiere correr por tu carril. Ese, que le ves de lejos y piensas
“vaya pinta de chulo putas”. O sea, el típico gilipollas. Pues ese, entró en la
tienda y se coló.
Se dirigió al encargado de la tienda y éste le sentó
en una mesa aparte y comenzó a atenderle. En ese momento, Holanda, como una
hembra alfa de la manada – de cualquier manada – le afea al animal su conducta.
-
Hombre,
muy bonito. Estamos aquí esperando los demás y viene usted y se cuela. Muy
bien!
Había otro señor mayor, también a la espera y se
unió a la reprimenda de Holanda hacia el animal.
-
Sí,
jeje, ya ve. Cosas que pasan – respondió el animal haciéndose el patoso.
-
Pues
muy mal! – le espetó Holanda. Usted lo que tiene es mucha cara dura!
-
Pues
sí, ya ve – continuó con si burla el animal.
Hasta ese preciso momento, Rafa, se había mantenido
en un segundo plano sin intervenir. Pero esa última frase, burlona y
pronunciada con desprecio, fue superior a él.
-
Así
es que, no tiene usted ningún reparo en admitir que efectivamente, es un cara
dura – le dijo Rafa abandonando la fila y dirigiéndose a él.
-
Y
tú un chulo! – gritó el animal mientras al ponerse en pie para intentar
amedrentar a todos los presentes, tiraba la silla en la que estaba sentado por
los suelos.
-
Ya.
Pero tú eres un caradura y además, lo confirmas, no?
Dado que el objetivo del animal, - que no era otro
que el de acallar cualquier crítica a su actitud- no había surtido efecto con ese desplante
chulesco, sacando pecho y gritando, al quedarse sin más argumentos, lanzó un
puñetazo a Rafa, que consiguió esquivar. De hecho lanzó varios puñetazos a los
que Rafa, sólo pudo responder retrocediendo, dada la envergadura del animal.
Cuando Rafa en su mapa mental, pensó que se estaba quedando sin espacio a sus
espaldas, en el último paso atrás, no fue lo suficientemente amplio y el animal
le alcanzó.
Cayó al suelo aturdido por el puñetazo. Al tiempo,
comenzó a sangrar por la nariz a chorros, literalmente. Se volvió de su lado
izquierdo para poder evacuar la sangre y no ahogarse en ella. Todavía inerme,
en el suelo sin poder levantarse, aturdido por el golpe y sangrando como un
cerdo por la nariz, el animal pretendió patearle sus partes nobles, a lo que
Rafa respondió con sendos plantillazos, al más puro estilo “tarjeta roja”. El
animal, encolerizado, fuera de sí y probablemente dolorido por los plantillazos
sufridos, ávido de más sangre, cambió de objetivo y girando hacia el lateral
izquierdo de Rafa, ahora lo que pretendía era reventarle los intestinos a
patadas. Rafa no tenía otro modo de defenderse que colocar su brazo derecho.
Después de dos coces salvajes del animal, Rafa se percató que tenía el brazo roto
y simplemente se quedó tendido boca arriba, esperando lo que tuviera que
suceder.
Finalmente, entre varias personas de los presentes,
entre los cuales estaba el encargado de la tienda, Holanda, el señor mayor de
la fila y alguno que otro, consiguieron hacer entrar en razón a la bestia y
ésta, paró en su intento de asesinar a golpes a Rafa. Ni qué decir tiene que la
tienda se había quedado desierta hacía ya rato.
Tumbado en el suelo, sangrando a borbotones y con el
brazo derecho roto, todavía tuvo tiempo de comprobar cómo el animal, se sentó
otra vez delante de la mesa en la que estaba cuando se inició todo y continuó
siendo atendido por el encargado. Se trataba sólo de un asalto y el árbitro
había hecho sonar la campana.
Allí tumbado, aturdido y malherido, esperó la
llegada de la ambulancia que le llevaría, con sirena incluida, al Hospital.
Aunque los que llegaron primero fueron los de la policía municipal. Estos se
limitaron a tomar la filiación de los allí presentes.
La expectación a las afueras de la tienda, debió ser
como en los tiempos de Elliot Ness y Al Capone. La llegada de la ambulancia a
una zona que además era peatonal, añadió dramatismo a la escena. La gente se
agolpaba en busca de morbo, como buitres. La llegada al hospital no resultó
menos impactante para el usuario, aunque en un sitio así, ya estuvieran
acostumbrados.
Rafa pasó unas 12 horas en el hospital, en las
cuales le hicieron toda clase de pruebas, alguna, incluso por duplicado, para
cerciorarse de que la fractura del brazo y de la nariz, eran las únicas a tener
en cuenta. Le dieron unos calmantes para soportar el dolor. Lo de la nariz, no
era exactamente fractura, sino desplazamiento de los huesos propios. Después de
una anestesia local, el otorrino colocó - como si se tratara de un mecano- los huesos en su sitio, al tiempo que dentro
de las fosas nasales, introducía una especie de armazón de yeso para sostener
la estructura y evitar que se moviera. Todo ello convenientemente cubierto por
un aparatoso vendaje. Una vez terminó el galeno su trabajo, Rafa tuvo un mareo.
Según indicó el médico, era muy normal que se produjera después de su
intervención, fruto sobre todo, de la tensión. Después de finalizar su trabajo,
el aspecto que ofrecía Rafa era como si se hubiera enfrentado a Mohamed Alí.
Lo del brazo, era harina de otro costal. Después de
transcurridas unas 4 horas de los sucesos, finalmente procedieron a escayolarle
el brazo. Fue entonces cuando le informaron que tenían que operarle.
-
¿Operarme?
– preguntó espantado Rafa. Pero ¿Por qué, qué pasa?
-
El
radio, está astillado. No basta con la escayola. Es necesario colocar una placa
de titanio.
-
Joder!
Rafa iba de un lado a otro del hospital en una silla
de ruedas con respaldo alto. La gente cuando le veía con un aparatoso vendaje
en la nariz y el brazo escayolado y en cabestrillo, pensaría que le habría
atropellado un tren, pero sólo había sido objeto de una agresión, por parte de
un peluquero de Majadahonda, dueño de media docena de establecimientos en la
zona, en uno de los cuales, Rafa solía acudir para que le cortase el pelo el
hijo del animal. Aunque lo más kafkiano sin duda, estaba todavía por ocurrir.
Serían las 20.00. Rafa seguía desde el mediodía de
un lado a otro del hospital. De repente, suena su móvil y lo coge Holanda.
-
Toma
es para ti. Dice que es la Guardia Civil. - dijo ella.
-
¿Dígame?
-
Buenas
tardes. D. Rafael Montealto?
-
Sí,
dígame.
-
¿Es
usted?
-
Sí,
¿quién llama?
-
Le
llamo de la comandancia de la Guardia Civil de Majadahonda.
-
Dígame.
-
Es
que tiene usted una denuncia interpuesta por un individuo que afirma que usted
le ha agredido. ¿Piensa usted hacer algo al respecto?
-
Pues
sí, claro. Le tengo que denunciar.
-
¿Cuándo
se va a pasar por nuestra oficina?
-
Pues
cuando salga del hospital.
-
….¡!
¿Está usted en el Hospital?
-
Sí
señor. Llevo desde el mediodía aquí.
-
¿Y
cuándo va a salir?
-
Pues
cuando me den el alta después de operarme.
-
¡¡!!
¿Le tienen que operar?
-
Sí
señor. Me tienen que operar del brazo derecho. Lo tengo roto.
-
¿Y
cómo se ha hecho eso?
-
Ha
sido el que me ha puesto la denuncia a mí.
-
¿Y
cuándo le van a operar?
-
Pues
de momento, me han dicho que el lunes que viene.
-
Bueno
pues en ese caso, cuando usted pueda, pásese por el puesto y preste
declaración, por favor. Y mientras tanto, que se mejore.
-
Muchas
gracias. Lo intentaré.
A eso de las 20.45, mientras Rafa llevaba esperando
y esperando, y prueba va y prueba viene, ve venir de frente al animal. Caminaba
tan campechano, como si viniera de tomarse una cerveza con los amigos. Por un
momento, Rafa pensó que a lo mejor venía a rematarle, pero se dio cuenta de que
había muchos testigos en la sala de espera.
Al cabo del rato, le vio salir de la consulta, con
el brazo derecho en cabestrillo, como si le hubiera pasado algo. Evidentemente,
formaba parte de su estrategia el aparentar e intentar confundir al juez,
porque desde luego, si había una cosa clara en ese momento, es que iba a haber
juicio.
Sería cerca de la medianoche cuando un médico joven
de los que estaba de guardia, le informó que debía esperar un poco hasta que le
preparasen la habitación.
-
Pero,
habitación, ¿para qué?
-
¿No
le han dicho que le van a operar el lunes?
-
Sí,
pero hoy es viernes. ¿Eso quiere decir que me voy a pasar el fin de semana
aquí?
-
Pues
me temo que sí.
-
Y
pregunto, ¿por qué no me voy a mi casa y vengo el lunes a operarme?
-
Lo
siento. Tiene que estar disponible para las diferentes pruebas previas a la
operación. Además, después de la operación, debe permanecer en observación unos
días, por lo que tiene que ser ingresado. Sólo se operan a las personas que
están ingresadas y para ello, le tienen que asignar una habitación. Ahora, hay
una habitación y no sabemos si el lunes puede haberla o no. Así es que me temo,
que no hay otra alternativa.
-
Vale
– fue el lacónico comentario de un resignado Rafa.
La habitación era amplia, nueva y cómoda. De hecho,
era una habitación para dos personas, pero Rafa, estaba solo. Una vez que se
hubo instalado en ella, la enfermera le informó de los procedimientos, los
horarios y de cómo podía llamarlas en caso de necesidad. También le proporcionó
un calmante para que durmiera mejor y Rafa, a pesar de ser agosto, pidió una
manta. A eso de las 02.00 de la madrugada, ya no quedaba otra cosa que intentar
conciliar el sueño. No tenía sentido que Holanda se quedara esa noche. Ni esa
noche ni ninguna. Poco o nada podía hacer. Rafa tenía a mano – la izquierda,
claro – el timbre de llamada a la enfermera. Así es que se despidieron no sin
antes escuchar de los labios de Holanda, una auto inculpación.
-
Siento
que estás aquí por mi culpa. Lo siento.
Pasó el fin de semana deseando que llegara el lunes
para ser operado. La idea era tan aterradora para alguien que se puede marear
sólo con ver una bata blanca, que cuanto antes pasara ese cáliz, mejor. Eso sí,
mientras le iban tomando nota para los preparativos, él repetía sin cesar a
todo el que le quisiera escuchar que era alérgico a ciertos medicamentos.
Fue el mismo lunes cuando le dieron la noticia que
no le iban a operar ese día. Había surgido una urgencia imprevista y le habían
pasado al martes. Mientras tanto, iba tirando a base de calmantes. Y como tenía
la mano derecha, inservible, o bien la enfermera o bien Holanda, le daban de
comer y le ayudaban en todo aquello que necesitara.
El martes, finalmente, irrumpieron en su habitación
en tropel un ejército de enfermeros, médicos, camilleros y demás. Se lo
llevaban al quirófano. A partir de ahí, las pulsaciones empezaron a dispararse.
Al llegar al quirófano – la segunda vez en su vida que entraba en uno – le
colocaron en la mesa de operaciones. A duras penas cabía el cuerpo y el brazo
derecho lo tenía fuera, apoyado sobre un soporte, listo para que comenzaran a
cortarle la escayola y comenzar la intervención. Hacía frío o al menos, esa era
la sensación. Bastante frío.
Le taparon con una sábana verde para evitar que viera
la operación, al tiempo que el anestesista le indicó:
-
Bueno,
caballero, pues vamos a proceder a la anestesia local.
-
¿Quéeeeeeeee?!!!!! No, no, no!!!. De eso nada. ¡Anestesia
general! – saltó como un poseso el pobre Rafa.
-
No,
no se preocupe que no va a sentir nada.
-
No,
no. Si es que no quiero ni verlo, ni sentirlo ni escucharlo. Póngame la
general, por favor.
-
Mire
no le pongo la general porque usted ha dicho que es alérgico a ciertos
medicamentos. Así es que es para evitar males mayores.
-
No
se preocupe, oiga, que ya me han operado otra vez con general y no me ha pasado
nada. Asumo los riesgos y le firmo lo que sea. Eso sí, con la izquierda.
-
No
se preocupe, señor. Ya verá cómo no siente nada. A ver, enfermera procedamos.
En ese instante, a Rafa le empezaron a colocar cosas
por todas partes y le pusieron un aparato en el tobillo. Y de pronto, se oye la
voz del anestesista:
-
Alto!
Todos quietos! – clamó como Tejero en el Congreso.
Y dirigiéndose a Rafa, al oído, por detrás de él y
casi en plan de confidencia, le preguntó:
-
¿Está
usted nervioso?
-
Sí,
mucho.
-
Normalmente,
cuánto tiene usted de tensión.
-
12
/ 7, más o menos.
-
Bueno.
Ahora le voy a poner un calmante para que se tranquilice un poco. Es que ahora
mismo está usted en 21 y no es bueno.
Por supuesto que la anestesia fue local. Y así, el
pobre Rafa, el aprensivo Rafa; el mismo que cuando va a extraerse sangre mira
para otro lado porque las agujas le producen angustia; el mismo que, muchos
años atrás, fue a visitar a una amiga que acababa de ser madre y casi pierde el
conocimiento mientras ella le contaba el parto; el mismo que el mero hecho de
entrar en un hospital le produce taquicardias y dice que los hospitales huelen
a algo especial; el Rafa al que la tensión se le pone en 21 sólo por escuchar
que la anestesia va a ser local y no general; ese Rafa, fue testigo de
excepción de cómo le abrían su brazo derecho para colocarle una placa de
titanio en el radio, y de cómo la placa fue fijada al hueso, con una especie de
black & decker, que identificó por el ruido característico al rotar.
Pero antes, el anestesista, tenía que cerciorarse
dónde estaba la conexión con el nervio adecuado para proceder a la inyección.
Por eso, le anunció:
-
Ahora
va a notar una especie de calambre. No le va a doler, pero es un poco incómodo.
El especialista no había terminado de pronunciar
esas palabras y ni siquiera le había dado tiempo a Rafa de hacer la pregunta
típica: “¿Qué tipo de incomodidad?”, cuando de repente, Rafa nota cómo su brazo
derecho comienza a sufrir unos espasmos, como si tuviera vida propia, al tiempo
que comprobó que, efectivamente, las descargas eléctricas a las que le estaba
sometiendo el anestesista, eran incómodas. Pero incómodas de cojones. Rafa,
sentía cómo su brazo se movía solo, como respuesta a esos impulsos eléctricos y
parecía hacer señales a alguien desconocido y lejano para que se uniera a la
fiesta. Tal era el comportamiento de su extremidad superior derecha.
-
No
se preocupe. Ya hemos terminado – intentó tranquilizarle el aspirante a
Frankestein que tenía tras él.
La operación fue todo un éxito, en boca del
traumatólogo. Había salido todo muy bien y ya sólo quedaba esperar un mes con
la escayola que le habían puesto. Eso sí, la mano derecha, que ya de por sí en
estado de reposo parece más la mano de un carnicero o un pelotari vasco, en
esta ocasión y como consecuencia de la operación, parecía la de King Kong. La
hinchazón había multiplicado el tamaño de la mano por dos. Tanto, que no había
espacio entre los dedos, lo que obligaba a pasar entre ellos, con sumo cuidado,
un algodón humedecido en colonia, para proceder a limpiar la suciedad que se
iba acumulando. Del dolor, mejor no hablar.
Durante los días siguientes, estuvo en la habitación
atendido como un marqués, por unas enfermeras, en general, tan jóvenes como
buenas profesionales y cariñosas. Poco a poco fueron cambiando la medicación,
la dosis y eliminando la vía intravenosa que le colocaron el primer día.
No recibió muchas visitas de sus amigos. Tan sólo
pasaron a visitarle un matrimonio, amigos y ex vecinos de Holanda, con los que
mantenía una cierta relación y que tuvieron a bien regalarle unos guantes de
boxeo. “Para que a la próxima, estuviera mejor equipado”, dijo él.
Al cabo de una semana en el Hospital y después de
comprobar que no había complicaciones, recibió el alta y se marchó a casa. A
partir de ese momento, comenzó una nueva etapa en la que tendría que aprender a
hacer un montón de cosas con la mano izquierda, pero desde luego, de todo punto
insuficientes para cubrir todas sus necesidades. Para ducharse, además de
taparse la escayola con una bolsa y mantener el brazo fuera del alcance del
agua, necesitaba de la ayuda de Holanda. Y lo mismo para trocear la carne y
todo aquello que no pudiera ser ensartado por un tenedor o recogido por una
cuchara.
El brazo derecho seguía doliendo a pesar de
continuar con las instrucciones recibidas de los médicos y de las medicinas que
le habían recetado para mitigar el dolor. El descomunal tamaño de la mano de un
principio, parecía que poco a poco, iba dejando de ser tan aparatoso para
convertirse en simplemente llamativo.
A los pocos días de regresar a casa, tuvo la
agradable visita de dos amigas y ex compañeras de trabajo – Terelu y Lola - con
las que había coincidido en un proyecto hacía unos meses. Fue muy de agradecer
que se tomaran la molestia de desplazarse hasta allí, viviendo donde vivía cada
una, mientras otros, que vivían bastante
más cerca y de hecho ya habían estado en su casa cenando, no habían dado
señales de vida. Ni en el hospital ni cuando ya estuvo en casa.
Mientras disfrutaban de una copa en el jardín, Rafa
pasó a exponerlas los hechos con toda clase de detalles, lo que las dejó
estupefactas e indignadas. Estupefactas por el nivel de desproporcionada
agresividad y salvajismo del “peluquero asesino”, e indignadas por su cinismo
sin límites, al interponer él mismo una denuncia contra Rafa y hacerse pasar
por víctima, fingiendo unas lesiones que no eran tales.
Al despedirlas y después de agradecerlas su interés
y su visita, Holanda se descolgó con una supina estupidez, con una incoherencia
que dejó a Rafa tan estupefacto como se habían quedado Terelu y Lola:
-
Lola,
está enamorada de ti.
Rafa,
se quedó como si en ese instante hubiera aterrizado en el jardín de su casa un
ovni con media docena de enanos verdes saliendo por la escotilla.
-
Pero
¿qué dices? ¿A santo de qué vienes ahora con esa estupidez?
-
Se
la nota – sentenció Holanda, que la mayor parte de las veces, cuando hablaba,
lo hacía ex cátedra.
-
¿Qué
se la nota? ¿En qué? ¿Pero tú estás bien de la cabeza?
Por algún extraño motivo, a Holanda se le había
metido esa estúpida idea en la cabeza. Una idea sin sentido alguno para Rafa
que sabía, entre otras cosas, que Lola tenía pareja. Rafa, todavía tardaría
algún tiempo – no mucho - en descubrir cuáles eran las intenciones que
albergaba Holanda para un futuro inmediato y de cómo estas intenciones estaban
estrechamente relacionadas con ciertas actitudes que ella misma había estado
manteniendo en el pasado más reciente. Pero no adelantemos acontecimientos.
Unos días antes de proceder a quitarle la escayola,
tuvieron que extraerle una aguja especial que al mismo tiempo que el yeso, le
habían insertado en la muñeca y que le atravesaba en diagonal hasta sobresalir
por el otro extremo. La idea, según le explicaron, era que cierto hueso de la
muñeca no se fusionara con otro y para ello insertaron esa aguja; aguja que
había que extraer, lógicamente.
Habida cuenta de la debilidad de Rafa en temas
sanitarios, hospitales, curas y demás, el día que acudió a que le retiraran la
aguja de la muñeca, solicitó al médico – más bien le imploró – que a tenor de
esas debilidades, había muchas posibilidades de que perdiera el conocimiento o
estuviera cerca de ello sino se le sometí a una anestesia.
-
Pero
hombre – decía el médico mientras caminaban ambos por los pasillos del
hospital, camino de la cabina donde se realizaría la intervención- Si esto se
tarde 3 segundos en extraer la aguja. Si no duele. Sólo habrá que darle un
punto de sutura que apenas lo va a notar.
-
Doctor
– replicó Rafa, en tono más de súplica que de ruego – yo he llegado a sufrir
una lipotimia porque una amiga estaba describiendo su parto. ¡Por favor,
póngame una anestesia!
Finalmente, el médico se apiadó de él, le administró
una anestesia muy suave y Rafa no sintió absolutamente nada ni cuando le
quitaron la aguja ni cuando le dieron el punto de sutura. De hecho, se quedó en
un estado de letargo, medio adormecido que culminó con una ligera cabezada y
con un par de ronquidos.
Ahora tocaba eliminar el yeso y comenzar con la
rehabilitación programada.
En la fecha indicada, transcurrido un mes desde la
operación, Rafa acudió al hospital y procedieron a quitarle la escayola. Al
tiempo, recibió instrucciones básicas de cómo debía comenzar en su domicilio a
introducir el brazo y la mano en agua con abundante sal y comenzar a realizar
unos ejercicios muy sencillos, a fin de desentumecer los dedos que se habían
quedado agarrotados como consecuencia de la inactividad. Lo que en términos
médicos se conoce como “dedos en forma de garra”.
Al cabo de unos minutos, inmediatamente después de
eliminar la escayola, debía presentarse en el área de rehabilitación del
hospital para comenzar con los ejercicios prescritos por el especialista. Al
quitar la escayola, quedó al descubierto una cicatriz en el antebrazo derecho
de casi 15 centímetros de longitud y aunque la hinchazón de la mano y del
propio brazo, no eran tan acusadas como al principio, produjo un cierto grado
de asombro en el personal del área de rehabilitación.
-
Uy,
Dios mío! Pero eso qué es? – exclamó Patricia medio escandalizada, cuando vio
el brazo.
-
Es
que me han quitado la escayola hace un rato.
-
No,
no. De momento no podemos trabajar con eso así. Pero cómo te has hecho eso? Un
accidente de moto?
-
No,
un peluquero asesino.
-
¿Qué?
– preguntó con una sonrisa y como si no hubiera escuchado correctamente.
-
Me
lo ha hecho un peluquero de aquí, de Majadahonda.
-
Bueno
de momento, en casa, mete la mano en agua templada con sal. Intenta ir moviendo
los dedos poco a poco. Si lo puedes hacer un par de veces al día o tres, mejor.
¿Ves que tienes los dedos en forma de garra?
-
Sí,
claro. Llevo así un mes.
-
Pues
eso va a ser lo primero que tenemos que trabajar. Ir moviendo los dedos para
eliminar esa forma de garra que se te ha quedado. Ven la semana que viene y
vemos cómo está. ¿De acuerdo?
-
Pues
hasta la semana que viene.
Durante los siguientes 9 meses, cada día a la misma
hora y sin faltar uno solo, Rafa se presentaba en rehabilitación. Fue un
proceso largo y doloroso, aunque finalmente, muy positivo y fructífero. Los
primeros días, Patricia, su rehabilitadora, - una treintañera madre de un niño
pequeño y esposa de un informático- , se centró en recuperar la movilidad de
los dedos “en garra”. Simplemente forzando y estirando los dedos y la palma de
la mano, poco a poco, pero con firmeza. Con la suficiente fuerza como para ir
venciendo el agarrotamiento y al mismo tiempo, con la delicadeza necesaria para
evitar infundir un mayor sufrimiento a Rafa, quien, en una actitud colaboradora
y sufriente, acallaba los quejidos de dolor, hasta quedar empapado de sudor, y
rojo de tanto esfuerzo.
Al principio, claro, ante la imposibilidad de poder
conducir, era la propia Holanda quien le llevaba y le recogía, aunque ese
servicio, realmente duró poco. Al cabo de un mes de idas y venidas, el esfuerzo
que tenía que hacer era excesivo para su egolatría y obligó a que Rafa, condujera, casi con una sola mano.
Lo malo fue el momento y las formas escogidas. Un día, cuando ya estaban casi a
las puertas del hospital, Holanda se desmarca con una frase incomprensible:
-
A
la vuelta, te coges un autobús y te vuelves a casa tú solo. Yo no puedo estar
yendo y viniendo porque tengo mucho trabajo.
-
Eso
me lo tendrías que haber dicho antes de salir de casa. Ahora, es una encerrona.
-
No
es una encerrona, se trata de una elección. Puedes elegir.
-
No
puedo elegir cuando me dejas tirado en el hospital, sin avisarme de tus
intenciones y sin que yo haya podido elegir entre intentar conducir por mí
mismo o venir en autobús. Además, ni siquiera he cogido dinero para el billete.
Llévame a casa.
-
Ya
estamos llegando. Te dejo y te vuelves en bus.
-
¡Me
volveré en lo que me salga de los putos cojones! ¡Llévame a casa ahora! Y deja
de tocarme los huevos con tus falsos argumentos.
Finalmente, Holanda, que llevaba tiempo tensando la
situación entre ellos, le devolvió a casa, cogió las llaves del coche y se
dirigió por primera vez él solo, conduciendo al hospital. Todo eso, motivó que
llegara muy tarde a su cita, planificada y organizada como un plan militar y
tuvo que dar explicaciones a Patricia con la que había iniciado una cierta
relación de cercanía, de complicidad. Les dio tiempo para hacerse algunas
pequeñas confidencias, compartir algunos secretillos y hacerse un poco amigos.
-
Ya
creía que no ibas a venir y me extrañaba que no hubieras avisado – recriminó en
tono amable Patricia.
-
Lo
siento. Es que he tenido una movida con mi pareja y por eso he venido tan
tarde. He tenido que venir conduciendo yo mismo.
-
Pero
todavía no estás para eso, Rafa! – exclamó algo preocupada Patricia. ¿Has
venido bien?
-
Bueno.
Conduzco con una mano, la izquierda. Vengo despacio y cuando tengo que cambiar
de marcha lo único que hago es sujetar sólo un poco el volante con la derecha,
mientras con la otra, cambio de marcha. Todavía no tengo seguridad en “la
buena” para hacer esas cosas.
-
Ten
mucho cuidado, por favor. Ya sabes que no puedes coger peso, ni hacer
esfuerzos, ni siquiera planchar. ¿Lo sabes, verdad?
-
Sí,
sí. No te preocupes, que todo eso lo llevo a rajatabla, pero es que pretendía
traerme y dejarme aquí tirado y que después me volviera en bus. Y eso me lo
dice casi cuando ya estamos en la puerta.
-
¿Qué
mal, no? – dijo Patricia poniendo un gesto como de asco.
-
Pues
sí.
Aunque fue un lento y doloroso proceso el de rehabilitación,
sin embargo, no estuvo exento de momentos graciosos, como cuando un día
Patricia, le confesaba a Rafa en voz baja mientras manipulaba su mano maltrecha
y le obligaba a Rafa a realizar ciertos ejercicios para recuperar la fuerza:
-
Fíjate
qué curioso. Con la cantidad de gente que pasa por aquí, tanto hombres como
mujeres de todas las edades y nunca se ha creado una pareja entre ellos. Jamás.
-
Pero
cómo va a haber rollo, criatura – le decía Rafa en voz baja también – si esto
parece el taller del Dr. Frankestein! Si el que no va en silla de ruedas, va
con muletas y si no, no puede hablar o lleva el brazo en cabestrillo.
Patricia empezó a partirse de la risa.
-
Pero
tú imagínate, Patricia, la siguiente escena: ¿Nos tomamos una cerveza? – dice
uno. Bueno, pero no corras que yo voy en silla de ruedas. No si yo tengo las
muletas, no puedo correr. Y además tengo que tomar la cerveza con paja. ¡Es que
no es posible! ¡No hay sex appeal!
Y Patricia, que ya había empezado a llorar de la
risa, llamó la atención de todos los que estaban en la sala y la preguntaron
qué la pasaba, porque la veían llorar en silencio y no se habían percatado de
que se moría de la risa. Y cuando se lo
contó a sus compañeras, se montó un escándalo porque todas irrumpieron en una
carcajada al unísono. Sólo había un par de hombres en el área, así es que era
un mundo dominado por las féminas.
Patricia, también fue de las primeras personas
en enterarse cuando Holanda y Rafa rompieron.
1 comentario:
Tu nuevo libro promete mucho, Carlos, me parece que va a ser muy interesante. La narrativa tan detallada que utilizas logra que se entre rápidamente en situación, como si se estuviese allí presente viviendo la escena. Además, quien mas,quien menos,todos hemos encontrado algun "semianimal" en nuestras colas y tememos, mas que a los hospitales, lo que nos puede ocurrir en esos mundos desconocidos y en los que debemos hacer actos de fe ante las indicaciones medicas esperando que todo salga bien. Estas situaciones son muy cercanas a la mayoria de lectores, asi que nos podemos sentir muy identificados con las experiencias del pobre Rafa. Deseo que la inspiracion te siga acompañando por el camino iniciado y ya avisaras cuando lo publiques, lo estaremos esperando.
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