lunes, mayo 13, 2019

Eslovaquia. Banská Štiavnica.

Banská Štiavnica es una ciudad situada en el centro de Eslovaquia, en el centro de una inmensa caldera creada por el colapso de un antiguo volcán. Debido a su tamaño, la caldera es conocida como Montañas Štiavnica. Incluida como Patrimonio de la Humanidad por Unesco, es uno de los lugares más interesantes del país, con un gran conjunto monumental de edificios.

Banská Štiavnica

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La verdad es que es una ciudad pequeña, de unos 10.000 habitantes, pero es preciosa. Sus empinadas calles me recordaban a El Escorial, donde todo es cuesta arriba...incluso cuando bajas. 

En sus entrañas se encuentra la mina más antigua de Eslovaquia, de donde se extraían oro y plata, y por eso, es visita obligada a un minúsculo recorrido que reproduce lo angosto de los especios, lo duro de las excavaciones y los materiales empleados.






En memoria de aquellos tiempos duros, aunque prósperos, de la minería que se tradujo en riqueza, existe una exposición con elementos móviles, que intenta reproducir las actividades que normalmente se desarrollaban en las minas. Todo ello, realizado a mano y en madera.








Aquí, la cámara me jugó una mala pasada. Intenté hacer un vídeo para ver cómo se movían las piezas y por alguna extraña razón, no se grabó. Tal vez fuera el espacio que quedaba disponible en la tarjeta. El caso es que me quedé sin vídeo como el Madrid sin Liga.
De aquellos tiempos de bonanza económica, perdura hoy en día una rica arquitectura, una ciudad hermosa, muy agradable de pasear a pesar de sus constantes desniveles, con varias cafeterías que enseguida se llenaron de clientes y con un hotel en el que la noche cuesta 160€. Su prestancia, la del hotel, era una provocación a la que no pudimos sustraernos y entramos a disfrutar - cómo no! - de un café y un trozo de tarta.



La verdad es que sólo por disfrutar de entornos así, merecía la pena entrar. Lo de la tarta, es aparte. 
Y me llamó mucho la atención ver entre las publicaciones disponibles al público esto.



Después de disfrutar de este precioso enclave entre montañas, salpicado por edificios llenos de encanto y belleza; después de adquirir un recuerdo en la tienda para los turistas y después de reponer fuerzas, nos encaminamos a pasar la noche en una casa rural, en mitad de Eslovaquia.

De entrada y a sugerencia de nuestros amigos y anfitriones, llevamos con nosotros toda clase de alimentos tanto para la cena como para el desayuno del día siguiente. Eso, nos hizo sospechar acerca del tugurio en el que nos querían meter y nos fuimos preparando psicológicamente para una experiencia paranormal. 

El camino hasta llegar al destino, se iba haciendo cada vez más angosto y sinuoso, aunque el paisaje era una auténtica delicia, pues estábamos atravesando una zona boscosa. Eso sí, el firme de la mal llamada carretera, parecía el resultado de un reciente bombardeo.

Con todos estos antecedentes, finalmente llegamos a nuestro destino sanos y salvos. Y entonces fue cuando nos llevamos la sorpresa. Eso no era una casa rural cualquiera. Era un hotel rural que en España tendría 4 o 5 estrellas. La quinta la tendrá cuando termine de construir la piscina.

Situada en mitad de ninguna parte, todo el terreno circundante de la enorme finca, pertenece al propietario: Myroslav. Que a falta de mayor interés, prefiere vivir completamente solo en aquel casoplón con capacidad para unas cuentas personas y que tiene como más fieles visitantes, a los cientos de jabalíes que viven por la zona.

Esto, forma parte del gigantesco salón.


Y este es Myroslav. Un hombre, parco en palabras, que aunque sólo habla eslovaco y ruso, se desvive por complacerte.  
Por ejemplo, de entre los pertrechos que habíamos traido con nosotros, había alguna botella de vino tinto que no estaba mal, pero que murió en cuanto nos sentamos alrededor de la chimenea a charlar en varios idiomas: del eslovaco al inglés o al español o al holandés. Y cuando la botella se terminó, Myroslav desapareció y volvió al cabo de unos minutos con una botella del año 2007. Cuando nos ventilamos la botella, fue a por otra, pero le convencimos de que ya era tarde y debíamos retirarnos a descansar, antes de que termináramos por no conocernos entre nosotros.



Interesante lectura para las largas noches en solitario.


Otro ejemplo de la bondad de Myroslav como ser humano. Lo que se ve al final de la foto, es una mesa de ping pong plegada. Creo que la última vez que jugué yo tenía unos 16 años. Cogí una paleta y una pelota y empecé a juguetear yo sólo y Myroslav tardó 0,5 en desplegar la mesa, empezar a pelotear conmigo y finalmente hasta echamos un partido. Me ganó, por supuesto, pero eso era lo de menos. Después de eso, se puso a prepararnos un plato típico eslovaco, a base de patatas, que acompañamos debidamente con la botella del 2007 que sacó de su bodega.











Y esta es la visión que tienes desde tu habitación cuando te despiertas al amanecer. En Eslovaquia, no es costumbre usar persianas. Y no todos usan visillos o cortinas. O sea, que cuando amanece, no te libra ni la paz ni la caridad.



Esto era el salón. Al otro lado hay otra habitación.



La escalera en el primer piso. El pasillo que se ve conduce al otro ala de la casa.



Calefacción central por pelets, cuartos de baño enormes y perfectamente provistos de todo tipo de productos.

¿Precio? 30€ la habitación.

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