De vez en cuando nos vemos sorprendidos por hechos, acontecimientos o situaciones que nos llaman la atención, ya sea por unas razones u otras. La apariencia de algún visitante, un coche de época, una caravana de moteros…en definitiva, algo que se sale de lo habitual. Y esta es precisamente la situación de la que voy a hablar ahora.
Circulaba yo tranquilamente por
el centro de Jerez de la Frontera en mi camino a Rota, cuando de la manera más
inesperada veo aparecer una figura berlanguiana, de auténtico esperpento, como
sacada de una película del neorrealismo italiano.
Subido en su escúter, mientras
con una mano conducía su vehículo, con la otra llevaba las riendas de un
caballo. ¡Sí, sí! ¡Un caballo! La imaginación no me alcanza a comprender la
razón última por la cual, el jinete motorizado no decidió ahorrar gasolina, -que
está a precio de favor sexual -, y subirse a la grupa de su montura, si es que
lo que pretendía, como así parece indicar la imagen, era que tenía que sacar al
equino para que hiciera ejercicio. Parece lo lógico que, si el caballo debe ejercitarse,
le pongas la montura y salgas a pasearlo subido en él. Lo que no había visto
nunca, era que un individuo tirase de las riendas de un caballo, subido en una
moto. El tío, no el caballo.
El animal le seguía dócilmente.
Al menos es lo que pude ver fugazmente por el retrovisor, aunque me imagino que
en cuanto apretara un poco el acelerador de la moto, ambos saldrían disparados
en una suerte de carrera desenfrenada entre el animal, que huiría despavorido
en un galope sin sentido y sobre asfalto, y el de la moto, que, por cierto, no
llevaba casco.
Intento imaginarme la cara de la
patrulla de la Guardia Civil que, alertada por algún conductor asustado, les hubiera
puesto en antecedentes. La patrulla se acercaría y vería que mientras el
conductor de la moto la conduce con una mano, no lleva el casco puesto y con la
otra mantiene a un sorprendido caballo al que el individuo obliga a llevar un
trote “alegro ma non tropo”.
Una vez recuperados ambos agentes
de la sorpresa y del ataque de risa por ser testigos de semejante escena,
obligarían a parar a la pareja. El caballo, relinchando después del trote al
que le habría sometido su paseante, agradecería el descanso. El otro, el de la
moto, debería enfrentarse a los civiles.
¾
¿Usted no sabe que para conducir una moto hay
que llevar el casco? – le diría uno de los agentes.
¾
Verá usted, es que he salío un momentito a
pasear al bischo; que es que mi cuñao no le venía bien y me ha disho, ¡ea, ve
con Damián!
¾
¿Con Damián? – le preguntaría el civil.
¾
Damián. Aquí está. ¡Es más güeno el animal!
¾
¡Ah! Damián es el caballo.
¾
Sí señor.
¾
¿Tiene usted la documentación?
¾
¿La del caballo?
¾
¡A que te meto, gitano! Menos guasa a ver si
pego un tiro al aire y te pasas una semana buscando a Damián por el Puerto de
Santamaría.
¾
Pos mire usté, señor agente. Es que ma pillao un
poco asín, ¿sabe? He salío mu deprisa y me se ha orvidao.
¾
Ya. O sea, que ni documentación, ni casco, ni
conducir la moto con las dos manos en el manillar, ¿no? ¿Y no será que acaba usted de robar este
animal?
¾
No señor.
¾
Bueno, de momento venga a la comandancia y así
lo aclaramos todo.
¾
Pero, hombre, señor agente, ¿qué hago con
Damián?
¾
Saque usted la mano por la ventanilla y mantenga
las riendas. Damián nos acompaña. ¿No tenía que hacer ejercicio?
¾
Ya. ¿Y con mi amoto? Si la dejo aquí no la
vuelvo a ver.
¾
Que la recoja su cuñado.
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