sábado, noviembre 18, 2023

Me gusta la fruta.

Rafael Altozano – Rafa para los amigos – era un chico de familia modesta, que gracias a algún contacto consiguió su primer empleo en una empresa de capital público, aunque ninguno de sus empleados tendría jamás, categoría de funcionario. Rafa tenía perfectamente definido cuál iba a ser su futuro. El trabajo con el que iba a empezar significaba sólo un peldaño en la escalera profesional que él había imaginado. Lo primero, sería aprender qué tenía que hacer y después, una vez que ya se moviera con soltura, intentaría progresar. Además, una de las consecuencias directas de ese progreso hacia categorías superiores, significaría dejar de tener que trabajar a turnos, lo que, sin duda, era un serio problema para la salud, en primer lugar, y un símbolo de su bajo estatus profesional.

Al cabo de un año o así, llegó a la conclusión que el trabajo que estaba realizando, tenía una componente excesivamente mecánica y repetitiva, y por supuesto, estaba muy por debajo de su valía, de su ambición y de sus expectativas. Así es que optó por, - además de cumplir con sus obligaciones, por las cuales recibía un salario-, aprender por su cuenta aquello que era imprescindible para poder seguir impulsando su incipiente carrera. Sabía dónde quería llegar y cómo tenía que hacerlo. El primer paso era aprender a ser programador.

Para ello, empezó por recordar lo que ya había estudiado años antes y lo contrastaba con el trabajo que hacían otros programadores de su empresa, que sí sabían y tenían más experiencia. Fue un sistema basado en el auto estudio. Comenzó a dar sus primeros pasos, a enfrentarse con sus primeros inconvenientes y problemas, a aprender a identificarlos y resolverlos. Comenzó desde abajo. Avanzaba poco a poco, pero él notaba que efectivamente, progresaba. Empezó a hacer sus primeros programas, que, con el tiempo, él mismo se fue exigiendo que fuesen algo más complejos que el anterior. El dominio que ya había adquirido en su trabajo, y lo monótono de éste, le proporcionaba mucho tiempo libre que él, con su ambición por progresar, intentaba aprovechar al máximo. De manera autodidacta, sí, pero, al fin y al cabo, no disponía de otro sistema.

Esa actitud suya de pretender “volar” por sus propios medios, de tener sus propias ambiciones, de pretender ser el dueño de su destino, de tener un carácter y una personalidad firmes, no terminó de ser bien encajada por alguno de sus superiores, que vieron en él a alguien difícil de manejar y manipular. Y cuando un jefe basa su influencia en el miedo, el despotismo y la manipulación y se encuentra con alguien a quien no puede amedrentar ni achantar, se pone muy nervioso porque se encuentra inerme. Todos esos esfuerzos por parte de Rafa por intentar mejorar profesionalmente, no fueron bien entendidos ni aceptados. Se veían con recelo, casi como si Rafa fuera un enemigo, un espía.

Un día, uno de esos programas que hacía Rafa a modo de ejercicio para ir adquiriendo experiencia, dio un problema y suscitó una reunión de los máximos responsables del centro. Al fin tenían la excusa que durante tanto tiempo habían estado esperando.

Para no aburrir al lector con tecnicismos, la reunión terminó de la siguiente forma:

    - Se va a eliminar el usuario que estabas utilizando para hacer esos programas. Tienes prohibido hacer ninguno más. Y a partir de hoy, todos los manuales de la instalación, estarán bajo llave y si alguien necesita uno, tendrá que justificarlo.

Salvo que desobedeciera las órdenes – algo que no descartaba – le habían segado de raíz todas sus expectativas de futuro. Era como si lo hubiesen condenado a galeras de por vida, sin posibilidad de remisión. Él, desde luego, no tenía la más mínima intención de permanecer en esa empresa mucho tiempo. Una empresa que no solamente no favorecía la progresión de sus propios trabajadores, sino que, en su caso, utilizaban toda la fuerza para negarle esa mejora profesional y personal.

Ni que decir tiene que las relaciones a partir de ese momento se convirtieron en un infierno. Rafa no cruzaba palabra con ninguno de los responsables de tamaño abuso, aunque en el pasillo se dieran hombro con hombro.

Era viernes al mediodía y se procedía al cambio de turno. Rafa preguntó por la quiniela de fútbol de la peña que tenían montada y un compañero se la dio y le dijo:

    - Cópiala rápido que me voy, que tengo prisa, y la copiadora está estropeada.

Quiso el diablo que en el momento en el que Rafa procedía a copiar la quiniela, pasara por las dependencias el mayor responsable de esa medida coercitiva que la empresa le había impuesto, la de no intentar hacer ningún programa más. José Luís - que así se llamaba el sujeto-, también conocido como “Richelieu”, por su personalidad intrigante y maquinadora, haciendo uso tanto de su mala baba como de un discutible sentido de la oportunidad, dijo:

    - Don Rafael, podría aprovechar mejor estos momentos para aprender algo en vez de hacer quinielas de fútbol.

A lo que Rafa, utilizando el arma más peligrosa que tenía –su lengua – le respondió en un tono para que todos los presentes le oyeran:

    - Todo lo que se refiere a mi trabajo, ya lo sé. Y aquello a lo que aspiro a conocer, y que no es de mi trabajo, está bajo llave y hay que pedírsela al amo del calabozo.

El resto de los presentes enmudeció. Nadie se atrevía hablar en ese tono a “Richelieu”. La cosa, aparentemente, se quedó ahí. Pero sólo en apariencia.

Al cabo de unos minutos, uno de los compañeros, que por cierto no estaba presente en el momento de la disputa verbal, pasó por esas dependencias y se hizo eco de algunos comentarios que “Richelieu” había realizado en relación al hecho.

    - Creo que has tenido una discusión con “Richelieu” – dijo dirigiéndose a Rafa.

    - No. Simplemente le he recordado algo que él mismo debería saber y es que en esta empresa, los manuales están bajo llave y para consultarlos, hay que pedir la llave a quien se supone es el amo del calabozo, o sea, él.

    - Pues ha dicho que va a dar parte de ti…….

Rafa, no le dejó terminar la frase a su compañero.

    - Dile al gilipollas de tu jefe, que se vaya a tomar por culo. De mi parte.

El mensajero, después de echar la gasolina al fuego, intentó apagarlo, pero ya era tarde.

Pocos días después, Rafa, recibió una nota oficial del Departamento de RRHH en el que se le acusaba de una falta grave por insultar a un superior y llamarle “gilipollas”. Y que le daban unos días para proceder a enviar un escrito de alegaciones, y que después de ser estudiadas, se procedería en consecuencia.

Rafa, enfureció aún más. Era una persecución personal de este individuo y no iba a consentir que se fuera de rositas. Pelearía hasta el final con todas las armas de las que dispusiera. Dada su buena relación con el Presidente del Comité de Empresa – un individuo cuyo espíritu beligerante hacía de Gengis Khan, una hermanita de la caridad - acudió en busca de consejo.

    - ¿Pero le llamaste gilipollas?

    - Sí, pero no estaba presente. Dice que me oyó. En cualquier caso, siempre puedo aducir que no era un insulto, sino un diagnóstico – intentó esgrimir Rafa.

    - Joder, ¡con el Heidi de los cojones! – exclamó Antonio, el presidente del Comité.

    - ¡Coño! Me acabas de dar una idea, macho.

    - ¿Cuál?

    - Pues decir que no dije Gilipollas, sino HEIDI DE LA POLLA.

    - Jajaja. ¡Ah!, pues eso puede valer. Bueno puede valer, pero te van a castigar igualmente, aunque no con la misma contundencia. Y otra cosa: cuando hagas el escrito, antes de mandarlo, lo vemos juntos. Y después, cuando ya esté todo listo, me lo mandas a mí, al presidente del Comité de Empresa y lo colgamos en el tablón de toda la empresa. Así sabrá este gilipollas – porque estamos de acuerdo, Rafita, es un gilipollas – con quién se las gasta.

José Luís, alias “Richelieu”, también era conocido por otro mote que, como cabe suponer, no le hacía ni pizca de gracia: “Heidi”. El mote despectivo de Heidi, provenía de la frecuencia con la que al susodicho, se le enrojecían los pómulos y los mofletes, confiriéndole una imagen grotesca. Él, sabedor de esta circunstancia intentaba ocultarlo, pero con nulo éxito. Así es que la venganza estaba servida: cualquier empleado de la empresa, en breve podría leer en los tablones de anuncios que un trabajador había sido sancionado por llamar HEIDI DE LA POLLA al tal José Luís.

Rafa argumentó en sus alegaciones, que debía haber una confusión por parte del ofendido; que en primer lugar, dicho señor, no tenía sobre él ningún tipo de jerarquía ni orgánica ni funcional; que al no estar presente, pudo escuchar mal; que todos conocen el mote que le dedican “cariñosamente” de Heidi; y que sin duda, esa respuesta tan fuera de lugar, debía deberse al grado de estrés y crispación que José Luís venía sufriendo durante las últimas semanas, motivado por el volumen de trabajo y responsabilidad.

A Rafa le expedientaron con 3 días de empleo y sueldo.

    - Barato – sentenció Rafa. Me ha salido barato llamar gilipollas a un gilipollas.

En todos los tablones de la empresa, se publicó la sanción y todos supieron identificar desde ese momento a Heidi como Heidi de la polla.

Tiempo después Rafa descubrió por casualidad, que la empresa, estaba dando una beca de formación a empleados para promocionarlos a programadores. La mayoría de ellos eran compañeros suyos del mismo departamento, los cuales, siguiendo órdenes expresas recibidas de “Richelieu”, mantuvieron en secreto ese curso de formación; el mismo curso por el que tanto tiempo había luchado Rafa y por los mismos intereses por los que le habían prohibido hacer programas. También supo, que, a los becarios del curso, se les había llamado para realizar una prueba de admisión en el departamento de RRHH y que todos fueron admitidos.

Esta información finalmente la consiguió de uno de sus compañeros, becario del curso, que avergonzado del trato que se había tenido con él, un compañero suyo, decidió desoír las órdenes de Richelieu y se convirtió en su confidente.

Rafa pensó que los culpables de tamaña afrenta, no solamente era Heidi, sino el propio departamento de RRHH, que, a sabiendas de sus legítimas aspiraciones, le ninguneó y le apartó del curso de formación que sí recibirían sus compañeros.

Nuevamente se puso en contacto con el Presidente del C.E, para informarle. Aconsejado por éste, envió una carta de protesta al Director de Personal, exponiendo su queja por la situación y reclamando las mismas condiciones de igualdad que se le habían proporcionado al resto de becarios. La respuesta oficial de RRHH, fue aducir que “no había superado las pruebas que había realizado”, a lo que Rafa, respondió a su vez:

    - Ignoro a qué pruebas se refieren ustedes. A no ser que hagan referencia a las que realicé hace varios años, cuando me incorporé a esta compañía y que, en ningún momento, tenían como finalidad la de adquirir méritos para recibir una beca de formación en programación años después.

Una vez que ya habían hecho el ridículo y que se había destapado toda la farsa, poco se podía hacer. Los de Recursos Humanos intentaron lavar su imagen y cubrir el expediente, invitándole a realizar un examen de aptitud para acceder a la beca, a lo cual, aconsejado por Antonio, el Presidente del C.E., prefirió renunciar, toda vez que era bien patente que no existía el más mínimo interés por parte de la compañía de proporcionarle ninguna posibilidad de mejora en su carrera profesional.

Aunque Rafa llevaba intentando salir de esa tumba, de esa galera en la que no había ningún futuro, mucho tiempo, en verdad le costó varios años conseguirlo.

Finalmente, al cabo de unos años, Rafa anunció oficialmente y por sorpresa que abandonaba la empresa en el plazo de 15 días. Le habían ofrecido un puesto en una multinacional americana. Ganaría el doble, dejaría de trabajar a turnos y se quitaría de encima a toda esa caterva de indeseables.

Cuentan quienes le escucharon, que cuando Richelieu conoció la noticia, exclamó:

    - Pues habrá que hacer una fiesta.

A lo que Rafa, añadió a quien hacía de mensajero:

    - Pues dile de mi parte a Heidi, que yo pongo el champán.

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