Dice un viejo proverbio español: “diez mil millones de moscas no pueden equivocarse: comamos mierda”.
En demasiadas ocasiones, en
política se apela al número, a la mayoría, para justificar que la medida es
justa, es legal y además se sustenta en un amplio consenso. En un principio
podría parecer un argumento sólido y si, además, lo aderezamos con epítetos
como impecable, la impresión general que da es que no hay argumentos en contra
que pudieran hacer mella. Pero sí que los hay.
Sánchez presume de disponer de 12
millones de votos que le respaldan en su decisión de ley de amnistía. Pero
olvida, que detrás de cualquier norma, por muchos que sean sus adeptos, sus
votantes o quienes las promulguen, siempre hay un factor inmaterial, en
paralelo, que es la ética de esa medida, de esa decisión.
Por ejemplo, la esclavitud era
perfectamente legal en todo el mundo desde los tiempos de los romanos e incluso
antes. Todos la practicaban y había todo un mercado de esclavos, tanto en
Europa, como en la recién descubierta América, como en Asia. La esclavitud
siempre ha existido, pero ello no la hace éticamente aceptable.
Dando un salto en el tiempo nos
vamos a Argentina, a mediados de los 70. Golpe militar, millares de secuestros,
desapariciones y asesinatos, hasta 1983.
En 1986, el presidente Alfonsín,
promulga la llamada "Ley de punto final", cuyo objetivo no era otro
que olvidarse de todos los responsables de tamaño terrorismo de estado,
orquestado desde las propias estructuras de gobierno.
La bronca (como dicen los
argentinos) que se armó fue de órdago a la grande. Después de muchas idas y
vueltas, la ley se derogó en 1998 y se anuló en 2005. La ley podría ser legal,
pero no respondía al concepto de justicia, de ética que toda medida requiere.
Más ejemplos.
Hitler y su parlamento también
tenían mayoría absoluta cuando promulgaron las leyes contra los judíos.
Y lo mismo cabe apuntar de los gobiernos
de EE. UU, en lo referente a las leyes de exclusión social, racismo y derechos
civiles de los negros. O del tratamiento a las tribus indígenas, masacradas de
modo inmisericorde hasta su casi extinción.
O del gobierno de Suráfrica, con
su apartheid.
Es posible que todas esas
medidas, todas esas leyes, fueran legales porque así se autoproclamaron en sus
respectivos parlamentos, pero como ya hemos visto a lo largo de la historia, el
concepto de legal ha sido siempre movible. Porque, por encima de todos estos
vaivenes temporales, están ciertos principios que debieran ser aplicados a
todos los seres humanos por el mero hecho de serlo. Y estos principios debieran
responder a conceptos como la ética, vista desde un punto antropológico.
Por eso, porque hay que saber
distinguir (y porque tenemos que hacerlo) entre lo que es legal de lo que es
ético, se organizaron los juicios de Nuremberg contra los nazis. Fue la ética
la que impulsó a juzgar a esos asesinos y sus cómplices.
Por lo que respecta a EE. UU, es
cierto que también acometió cambios en su ordenamiento jurídico, aunque aún perduran
prejuicios, pero lo importante es que se entendió que esa situación de
desigualdad, era insostenible.
Suráfrica, terminó eligiendo a
Mandela como presidente del país.
Las leyes tienen que responder a
verdaderas necesidades reales de los ciudadanos y nunca deben aplicarse de
forma que se beneficie a unos por encima de otros. Esos planteamientos en los
tiempos de las monarquías absolutistas, eran lo normal, pero son inadmisibles
en una democracia europea en el siglo xxi. Las leyes tienen que resolver
problemas, no crearlos.
La ley de amnistía que prepara el
gobierno, no responde a principios de equidad entre ciudadanos y eso es
inadmisible hoy en día en Europa y en una democracia. Un gobierno no puede
promulgar leyes que establezcan diferencias legales entre unos ciudadanos y
otros, como no son aceptables, las diferencias entre negros y blancos,
católicos o musulmanes, judíos y budistas. Como tampoco responden las medidas
que se adoptaron para despenalizar los golpes de estado, o la malversación de
dinero público.
Nos obligan a comulgar con ruedas de molino para más tarde,
desandar lo andado, y terminar haciendo lo que hicieron los argentinos, los
demócratas en Nuremberg o en Suráfrica.
Y suerte tendremos si podemos hacerlo a tiempo.
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