Sostiene Jorge Valdano que el “fútbol es un estado de ánimo”. Así, si un equipo no está en su mejor momento y las dudas le atenazan, todo ello repercute en sus decisiones y, por tanto, en su juego. Con las personas mayores sucede exactamente lo mismo.
Hay personas que se sienten
viejos, a pesar de que su edad no se corresponda, ni de lejos, con un estado
mental así. Yo tenía un amigo – un cretino – que entró en una especie de crisis
existencial cuando cumplió los treinta. Decía que eso de comenzar a escribir tu
edad con un 3 en vez de un 2, tenía mucho significado. Bueno, cada uno se pega
el tiro donde le apetece.
Además, el concepto de vejez, es
algo que se ha ido modificando con el tiempo. En tiempos de Cervantes, por
poner un ejemplo, llegar a los sesenta años era todo un logro o una suerte. Los
avances médicos, culturales, sociales; la evolución de la filosofía del trabajo,
de sus condiciones; la propia evolución de la sociedad, han ido prolongando la
vida media de las personas, proporcionando más posibilidades de vivir más
tiempo. Vivir más, no significa vivir mejor, pero el menos te permite
intentarlo. Desde el hoyo es totalmente imposible.
Desde hace ya algunos años ha
surgido todo un nuevo concepto entorno a las personas que antaño recibían el
término peyorativo de viejos. Hasta ahora, había toda una lista de palabras –
bastante amplia y con tintes despectivos – para referirse a esas personas
mayores: anciano, abuelo, vejestorio, matusalén, decrépito, veterano, maduro,
senil, achacoso, longevo, vetusto, centenario, añoso, arcaico, anticuado,
pretérito, antiguo, rancio, fósil, lejano, trasnochado, tradicional,
antediluviano, arqueológico, gastado, estropeado, deslucido, ajado, usado,
destartalado.
Por el contrario, para referirnos
a lo joven, disponemos de pocos términos: adolescente, chavea, pollo, zagal,
mancebo, mozo, muchacho, novato, nuevo, imberbe, novicio, inexperto, bisoño,
verde, tierno, fresco. Algunos de estos vocablos, tampoco les falta una carga
despectiva.
Creo que cuando un idioma destina
un considerable número de expresiones a definir lo que se considera viejo y no
tantos a sus antónimos, representa un claro posicionamiento ideológico acerca
de lo poco atractiva que resulta la vejez.
Pero como decía antes, esto ha
ido cambiando con los avances médicos, técnicos y sociales. Ahora, si uno
quiere ser políticamente correcto, no puede plantearse utilizar esa clase de
terminología. Más bien debería inclinarse por utilizar unos anglicismos como “senior”,
o “vintage”, algo que odio profundamente, porque soy un nacionalista a ultranza
del español y de la defensa contra los barbarismos. Pero es que los tiempos han
cambiado.
No ha mucho tiempo acaecía, que,
una vez alcanzada la jubilación, el hombre – la mujer no trabajaba fuera de
casa y por tanto no se jubilaba nunca – se recluía en una especie de cascarón o
de burbuja, que cada día se hacía más y más pequeño, hasta que un día llegaba
el último adiós.
Pero hoy en día las cosas son muy
diferentes.
Hoy hay todo un negocio alrededor
de las personas que no hace tanto tiempo se les asignaba esos términos tan
peyorativos. Hoy, los mayores de cincuenta y sesenta, son objeto de una
especial atención por parte de todo tipo de industrias. La farmacéutica, sin
duda alguna, que se afana en suministrar toda clase de complementos
nutricionales para convertir a esos “mayores” en deportistas casi de élite y
así poder jugar con sus nietos. O en proporcionarles otro tipo de sustancias y
soluciones para mejorar su vida sexual, una dentadura que le permita comer
bocadillos sin quedarse sin los dientes en el esfuerzo, o medicinas milagrosas
que te proporcionan una energía casi inagotable. Es decir, intentan combatir el
inexorable paso del tiempo y sus huellas en nuestro organismo, intentando
convertirnos en algo más jóvenes.
Dentro de esta nueva filosofía de
vida, los nuevos mayores y dependiendo de su poder adquisitivo, pueden
dedicarse a disfrutar de la vida en plenitud de facultades y no como antes,
cuando la jubilación era simplemente el paso previo al cementerio. Hoy, las
personas mayores viajan con el IMSERSO, conocen la playa y el mar, bailan en
los salones del hotel de Benidorm donde se alojan y – me imagino – tendrán sus
escarceos románticos, tal y como me confirmó un caballero viudo que, forzado
por sus hijas, se unió a uno de esos viajes.
Los que disponen de más medios
económicos, se dedican a viajar, a pasar más tiempo en lugares en los que el
clima es más benigno que en sus países nórdicos de origen; a jugar al golf, a
comer en buenos restaurantes; a visitar balnearios tanto en España como en el
extranjero; a hacer turismo gastronómico-cultural y, en definitiva, a disfrutar
de la vida.
Según cuentan las revistas que de
estas cosas saben mucho, Robert de Niro y Mick Jagger, van a ser padres, y
ambos son octogenarios. Se me ocurren un montón de comentarios al respecto
desde diferentes perspectivas, pero lo voy a dejar ahí.
Incluso los seguros de salud, que
no hace mucho tiempo expulsaban de sus pólizas a los que cumplían cierta edad,
ahora todos, tienen una rama de sus negocios dedicada en exclusiva a los que
ellos llaman “senior”, sin límite de edad. No hay nada como convertir a dinero
una oportunidad para que te presten atención.
Por supuesto que el paso de los
años va dejando huella en nuestro organismo y algunas son irreversibles, pero
incluso en esos casos, hay personas que no se resignan a imitar a aquellos que
antaño, tras la jubilación, se quedaban a la espera de la parca, y deciden
aprovechar las oportunidades que se les está brindando, ya sea conocer Burgos o
Viena.
Siempre habrá gente que se sienta
mayor cuando haya cumplido los treinta, los cuarenta o cualquier otra cifra que
cada uno se marque. Pero también hay personas que a los ochenta o noventa años,
siguen practicando deporte y manteniendo una vida activa. El objetivo no es
batir una marca, conseguir un récord o ser famoso. El objetivo no es sentirse
joven. El objetivo es ser feliz.
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