domingo, agosto 25, 2024

Los recuerdos perdidos.

Septiembre marca la frontera del fin del verano, aunque, en realidad, esa frontera invisible no está determinada por la temperatura. Viene definida por el regreso a las rutinas, al trabajo, el inicio del curso escolar, etc. Y todo ello nos empuja a regresar a un estado de indolente felicidad anterior. Una situación que hemos perdido. Huimos a refugiarnos en la nostalgia de revivir ese pasado reciente, repasando, tanto mentalmente, como las fotos de las que hemos ido haciendo acopio y todo lo que ellas encierran en su contorno.

En esas fotos intentamos atrapar esos momentos únicos e irrepetibles y serán el testigo de todo lo que almacenamos en nuestra memoria, en nuestro cerebro. Aquel amanecer; aquella puesta de sol; esos jardines tan exuberantes; la playa semi desierta; aquella alegre comida y su larga sobremesa; aquella excursión en barco. Esas fotos notarizan lo vivido.

Hasta la aparición de las cámaras digitales esos recuerdos se imprimían en papel y se guardaban cuidadosamente en los álbumes, debidamente clasificados por años, junto con las anotaciones de fecha y lugar en donde fueron tomadas. Y lo mismo cabe decir de las películas, mudas, por supuesto.

Pero, incluso con el advenimiento de la tecnología digital, a nadie se le ha pasado por la cabeza desprenderse de esos recuerdos encapsulados en unos álbumes y en unos pequeños trozos de papel. Unos pedazos que con el tiempo van perdiendo la intensidad de los colores originales, como si los personajes allí encerrados fueran desapareciendo de nuestra vida, poco a poco. Y a veces, sucede.

El ser humano, desde que pisa la Tierra, ha sentido la necesidad de dejar su huella allá por donde ha estado. Las pinturas rupestres, los petroglifos, las grandiosas construcciones que, en ocasiones, confunden a los expertos por desconocer cómo se hicieron o la razón de por qué. Los restos de civilizaciones antiguas que desaparecieron sin motivo aparente, son sólo algunos ejemplos del interés del ser humano por dejar un legado a quien venga después. Por eso, la aparición de la fotografía y de la película, no son sino, una continuación de la historia que intentaban contar aquellos hombres y mujeres que vivieron en las Cuevas de Altamira o en Atapuerca. En realidad, los techos de Altamira son la precuela del muro de Facebook.

Nuestros antepasados más cercanos, abuelos y bisabuelos, utilizaban la fotografía, también como una distinción social. Los pobres, los obreros, no solían aparecer en las fotografías de antaño. Bastante tenían con intentar no desaparecer de la faz de la tierra debido a enfermedades, guerras, hambre o vaya usted a saber qué. No tenían mucho que recordar.

Pero en esas fotos nos reconocemos como integrantes de una tribu, de un clan, de nuestra familia. Sabemos quienes eran, de dónde venimos. Nos proporciona seguridad. Nos hablan de otros tiempos, de otras costumbres. El señor sentado en un sillón, símbolo de autoridad y poder, mientras la esposa y los hijos, permanecen alrededor del amo de sus vidas. Anacrónico para nuestros días, pero fiel reflejo de lo que fue en su momento una sociedad matrimonial. La foto de los rostros del matrimonio, con aspecto serio, como peces fuera del agua.

Y de alguna manera sucede lo mismo con las fotos actuales. Da igual si se trata de un viaje, una escapada, unas vacaciones o un cumpleaños. Dan fe de nuestra existencia y de quienes estaban a nuestro lado en esos momentos. Con la diferencia de que estas fotos, ahora digitales, se pueden guardar de diversas formas, no exclusivamente en papel. Y eso, proporciona una ventaja, aunque no elimina del todo los riesgos de perderlo todo.

Los recuerdos que sólo se pueden tener en papel están expuestos a multitud de riesgos, que, en caso de producirse, pueden arruinarlos y hacerlos desaparecer. Una mudanza en la que se pierde una caja; un incendio fortuito en la vivienda; un fenómeno natural que lo destruye todo, como un terremoto, un tsunami o un volcán. Esos recuerdos en papel, son el único vestigio de nuestro origen más cercano. La prueba irrefutable del parecido razonable con esa figura. Nuestro lazo de unión con nuestro pasado. El eslabón anterior de nuestra historia.

Y ¿qué sucede si lo perdemos? ¿Qué sensación queda cuando, debido a circunstancias ajenas, te ves en la situación de dar por perdidos todos esos recuerdos?

Recuperar la copia de la escritura de la casa, puedes hacerlo. Todos los papeles de índole legal, con más o menos esfuerzo, los puedes recuperar. Tendrás que peregrinar de un lado a otro, pero puede hacerse. Lo que no puedes recuperar, son las fotos de tus antepasados; las tuyas de aquellas primeras vacaciones cuando ni siquiera existían las cámaras digitales. Aquellos recuerdos de una vida anterior, la tuya, que ahora, tras el desastre, ya sólo anidan en tu memoria y en la de aquellos que compartían su vida contigo en esas fotos.

Cuando los abuelos se fueron, dejaron su impronta y su sello. Ellos ya no estaban, pero había métodos para poder recordarlos. Ahora, esas herramientas, esos recuerdos apresados en una foto, han desaparecido. Se ha roto el eslabón de la cadena y a la pérdida de los enseres y de los bienes materiales, se une el valor sentimental de los recuerdos de los que nos precedieron.

Para mantener vivo el recuerdo de nuestros mayores, no nos quedará más alternativa que apelar al método tradicional; el que utilizó la humanidad durante siglos: la tradición oral. Un método infalible para transmitir historias y recuerdos.

 

lunes, agosto 19, 2024

DIARIO DE UN PRINGAO. LUNES. 12-08-2024

Hoy tenemos cita con el cirujano, nuevamente. Nos ha citado en el mismo hospital en el que operó a mi mujer, el Hospital Marítimo de Torremolinos, a las 10.30, hora en la que teóricamente, dispone de un descanso, pero prefiere dedicarlo a trabajar.

Como siempre, hemos llegado con tiempo de antelación. Me ha sorprendido comprobar que, en el aparcamiento del recinto, había plazas más que suficientes. He pensado que, por una vez, había tenido suerte, porque no es normal encontrar tantas plazas a esas horas. ¡Ingenuo!

Después de aparcar he ido hacia la entrada a ver si algún celador podía prestarme una silla de ruedas. El hecho de tener que llevar la cabeza siempre mirando al suelo, hace que ese método sea el más sencillo.

La primera sorpresa me la he llevado cuando he asomado por la puerta de entrada. En los infinitos pasillos que se extienden tanto a mi derecha como a mi izquierda, no se divisa un alma. Es un desierto. Me ha parecido algo extraño. Lo normal, lo habitual, es que esos mismos pasillos sean un constante ir y venir de personas, unos con sus batas blancas o verdes, otros con sus sillas de ruedas o con andadores, y sus acompañantes. Había algo inquietante en ese vacío, pero el hecho de que el doctor nos indicara que la atendería en su hora de descanso, nos ha despistado. Todavía no hemos sido conscientes de lo que estaba a punto de ocurrir.

Por ventura, por el pasillo aparece una pareja de enfermeros. Me dirijo a ellos como un náufrago en busca de tierra firme para preguntar por la consulta del doctor, pero, sobre todo, para conseguir una silla de ruedas para mi mujer. Con respecto a la primera pregunta, me indican por dónde queda la consulta y aunque no son del área en cuestión, me proporcionan una silla de ruedas.

¾     Después, cuando termine, por favor déjela ahí – me dicen-. Ahora, si quiere, vaya a traer el coche hasta aquí, a la puerta. Yo me quedo esperando con la silla.

Y en efecto, eso es lo que he hecho.

Una vez que mi mujer está en la silla de ruedas, yo he ido a aparcar, porque ese lugar está reservado exclusivamente para las ambulancias. A mi regreso, el enfermero que me ha ayudado, me indica que ha llevado a mi mujer a la consulta de Oftalmología. Y allí que voy.

Hasta el momento todo está yendo de maravilla. El coche no ha pinchado, no ha explotado; hemos llegado con tiempo de sobra; tenemos una silla…pero lo realmente extraño es que en el hospital apenas hay nadie en ningún sitio y en la consulta de oftalmología, no hay más que unas puertas cerradas a cal y canto. Ni un solo paciente. Se puede decir que somos los únicos en todo el hospital. La cosa empieza a parecer una película de terror, pero la imagen, en realidad, resulta patética. Mi mujer en una silla, en un lugar que parece abandonado, y manteniendo la cabeza baja.

Estamos frente a la consulta, sin saber si en el interior está el doctor con otro paciente. No hay más personas a nuestro alrededor. Esperamos pacientemente que se abra una puerta y nos indiquen que pasemos. Pasan los minutos. No vemos a nadie. Entonces decido intentar algo. Llamo a lo que se supone que es la centralita del hospital para ver si de ese modo consigo localizar al doctor y aclarar lo que sucede. Llamo al teléfono en cuestión y una voz mecánica me informa gentilmente:

“su llamada ocupa la posición…14”.

Creo que ya lo he dicho en alguna que otra ocasión, pero me c…. en la p…. madre de los Call Center.

Después de un buen rato paseando arriba y abajo sin encontrarme con nadie, con el móvil pegado a la oreja, escuchando en forma de bucle lo de “su llamada ocupa la posición…”, finalmente consigo establecer contacto con un ser humano telefonista.

    - Buenos días. Páseme, por favor, con la consulta de oftalmología.

    - Le paso con la secretaria.

    - Vale. Gracias.

El teléfono sonaba y sonaba sin parar y yo tenía la impresión de estar llamando al zapatófono del Super Agente 86.

Unos quince minutos después de hacer la llamada, no tenía sentido continuar allí. Por fin, hemos llegado a la conclusión de que, por algún extraño sortilegio, el doctor no nos va a atender. La única alternativa es encaminarnos hacia el Hospital Clínico, en Málaga. Al fin y al cabo, sólo son 12 kilómetros y unos 20 minutos de diferencia.

Menos mal que tenemos Google Maps.

Llegar no ha sido nada complicado. El problema es que, si en el Marítimo aparcar no siempre es sencillo, en el Clínico es directamente imposible. Y una vez más, tengo que resolver el tema de la silla de ruedas. Dejo el coche en medio del paso de cebra, algo que se está convirtiendo en norma. Encuentro la silla, coloco a mi mujer, la deposito en la sala de espera, que está – esta sí – a rebosar de personal y voy a la secretaría a preguntar a ver si el doctor pasa consulta hoy allí, al tiempo que rezo para que mi coche no estorbe.

La persona que estaba delante de mí sólo necesitaba un justificante, pero eso no es obstáculo, óbice o impedimento, para que la que estaba detrás de la pantalla del ordenador, tardara tanto como si estuviera escribiendo la biblia en un grano de arroz. Finalmente, el compañero que estaba a su lado, pronuncia la palabra mágica:

    - ¿Siguiente?

    - Buenos días. El doctor … ¿está pasando consulta ahora?

    - Sí.

    - ¡Ah! Es que nos ha citado en el Marítimo y allí no había ni Dios.

    - ¿No les han llamado el viernes pasado?

    - No. Hemos sido los únicos, porque no había nadie más perdido.

Ya sólo queda esperar a que llamen a mi mujer, pero yo tengo que quitar el coche del paso de cebra. Abandono a mi mujer y me dirijo al coche. Después de estar dando vueltas, desisto de seguir intentando encontrar lo que no existe: un parking. Decido quedarme en una calle ancha, bajo la sombra y en doble fila con los intermitentes dados. Espero que me den la señal para ir a recoger a mi mujer.

Al menos, el doctor da las mejores noticias.

Un día más disfrutando de la inefable eficacia española en diversos ámbitos. De todos los pacientes que tenían cita con el doctor, ¿de verdad que hemos sido los únicos a los que no se ha llamado?

sábado, agosto 17, 2024

DIARIO DE UN PRINGAO. SÁBADO. 10-08-2024

Hoy es el gran día. Hoy puede pasar de todo.

Los marroquíes que deberían irse a las 11.00 de Marbella, han decidido por sus musulmanes atributos que se van a las 12.00. El supuesto argumento es que, como la mujer está embarazada necesita tiempo para hacer las maletas. Me pregunto si cuando cogieron el Ferry de Tánger a Algeciras también llamaron al capitán para decirle que les esperase.

Eso implica que los otros marroquíes que entran por la tarde, no podrán hacerlo hasta las 15.00 como mínimo. Y eso teniendo en cuenta que nos dé tiempo a mí y a mi amiga Cinthia – la chica que nos ayuda en estas tareas – a hacerlo todo en ese tiempo.

Con el fin de prever inconvenientes, me he levantado temprano. O sea, como últimamente vengo haciendo. La idea es intentar arrancar el coche y si sucediera lo peor posible, llamar al seguro para que vengan a arrancar el coche, y salir zumbando. Pero para eso, tengo que contar con el tiempo que tardaría en llegar el del seguro. Además, a las 11.00 tengo que pasar a recoger a Cinthia que sale de trabajar de otro sitio y no tiene coche.

Me dirijo al coche y giro la llave de contacto con más miedo que un perseguido por la Mafia. ¡Sorpresa! Arranca. Aprovecho y de paso voy a la farmacia a comprar unas cosas y al Mercadona a comprar la comida. La verdad es que no sé a qué hora voy a comer o siquiera, si voy a comer. Al menos, todo eso me sirve para que la batería se vaya cargando y cuando termino, me dirijo directamente a recoger a Cinthia.

Después de recogerla no tardamos mucho en llegar a nuestra urbanización, pero como hemos llegado con tiempo de sobra y los otros han dicho que no se iban hasta las 12.00, aprovechamos y nos tomamos un café.

A la hora convenida llegamos a casa y compruebo que efectivamente se han ido. ¡Menos mal! Y Cinthia y yo nos ponemos a lo nuestro. Terminamos a las 14.30 y avisamos a los siguientes que el apartamento ya está listo. Pero en realidad no aparecen hasta las 15.30. Media hora más es lo que empleo en contarles las cosas más importantes, los consejos de lo que no deben hacer, etc.

He llegado al garaje y me he metido en el coche confiado de que no iba a tener ningún problema con la batería. Pero justo al dar el contacto, el motor no se ha encendido. Entonces es cuando durante una milésima de segundo, me he empezado a jurar en arameo; ciscarme en el infierno y en Satán. He comenzado a imaginar cómo serían las siguientes horas: llamada al seguro, tiempo de espera, batir récords por la N-340, correr hasta casa y salir escopetado – sin comer y sin ducharme – a Norauto para no llegar tarde a mi cita. Y todo eso en un milisegundo. Por puro instinto, giro de nuevo la llave del contacto y el motor se pone en marcha. Ahora, sólo necesito que en Calahonda no se forme el atasco que se suele formar, generalmente por algún estúpido accidente de tráfico, o que a uno se le ha incendiado el coche, o cualquier bagatela de esas. Me pongo en marcha. Son las 16.00.

Al llegar a casa son las 17.00, pero necesito más una ducha que comer. Mi mujer tampoco ha comido. Me ducho, preparo una ensalada, caliento la comida que he comprado esta mañana en Mercadona y me tomo un café casi de pie. Son las 18.00 y aunque no se tarda mucho en llegar hasta Norauto, el hombre me sugirió que llegara un poco antes. ¡Qué suerte: he podido engullir a las 17.00!

He llegado a las 18.45, he dicho que tenía cita previa, me ha pedido las llaves del coche y me ha dicho que ya me avisarían.

¾     ¿Cuánto tardarán, una hora? – he preguntado.

¾     Más bien hora y media.

Afortunadamente, en la zona hay varias cafeterías, incluso algún sitio de tapas. Elijo la cafetería de las tartas y me dispongo a esperar hora y media.

La verdad es que a los diez minutos tengo la espalda hecha polvo. Las tartas están muy ricas y el café está bueno, pero las sillas creo que son medidas disuasorias para que te largues cuanto antes. Un auténtico suplicio.

Estoy harto de estar allí sentado, incómodo y aburrido. Para colmo, la batería del móvil está baja y no quiero usarlo mucho por si me tienen que llamar los del taller y no pueden contactar conmigo. Por eso, un poco antes de las 20.15 me dirijo hacia el taller, aunque no me hayan enviado ningún SMS. Falta poco para que se cumpla el tiempo estimado de intervención. Y si tengo que esperar un poco, allí también tienen unos sillones y el aire acondicionado es mejor.

He llegado al sitio y me he sentado en uno de los sillones. Sin duda, aunque no es que sean la octava maravilla, son más cómodos que los de la cafetería de las tartas. Y el aire acondicionado está más fuerte. Me dispongo a esperar lo que creo que van a ser unos minutos. Al final, esos pocos minutos se han convertido en 45 más. No es hasta las 21.00 que recibo el famoso SMS de que ya puedo retirar el vehículo.

Bien. Ya tengo neumáticos delanteros nuevos. Ahora hay que planificar cuándo cambio los traseros.

Dice una de las leyes de Murphy que, si algo puede ir mal, irá mal. Y el destino me tenía preparada una sorpresa.

Al salir del taller sólo tengo que llegar a una gran rotonda, dar la vuelta y regresar a casa. En total unos 30 segundos, mal contados. Bien, pues me he encontrado con uno de esos atascos por los que Madrid se ha hecho famosa. Un atasco gigantesco, de esos que parecen sacados de una ciudad del sudeste asiático, donde los coches están sin orden ni concierto, intentando llegar cada uno a su destino, entremezclados unos con otros, mientras las motos, la mayoría con dos ocupantes, serpentean con habilidad sorteando a los coches por todos los flancos, menos por arriba del techo. Un océano de coches, que me ha recordado a aquella famosa ardilla que podía cruzar España sin pisar el suelo, solo que en esta ocasión era Fuengirola. Los vehículos configuran una especie de masa informe y colorida hasta donde alcanza la vista. Una masa que, en ocasiones, sufre una breve y rápida convulsión cuando alguno de esos coches – aquí y allá - consigue moverse tan sólo unos pocos centímetros.

Y lo más kafkiano es que hay guardias de tráfico, pero no dirigen nada. Sólo observan en primera fila.

Lo que normalmente me lleva 30 segundos, me ha llevado en realidad 30 minutos. Así es que, media hora después de subirme al coche para regresar a casa, he conseguido sortear la marabunta de coches y de motos que pasaban por todos lados y he conseguido enfilar camino a casa.

Ha sido un día magnífico, repleto de aventuras. He llegado a las 22.00.

Si la próxima vez que arranque el coche de mi mujer funciona, lo primero que tengo que hacer es poner gasolina. Que no se me olvide.

viernes, agosto 16, 2024

DIARIO DE UN PRINGAO. VIERNES. 09-08-2024

Cada vez tiene peor pinta lo de los neumáticos de mi coche, así es que, si mañana sábado quiero estar en Marbella no me queda otra que llamar al seguro para hacer funcionar la batería del Ibiza.

Al cabo de un rato, aparece un chico joven con una moto. Bajamos al garaje, pone en marcha el coche y charlamos sobre cómo es el mejor proceder.

De entrada, echa un vistazo debajo del capó y me dice que de anticongelante está a cero. Que le ponga por lo menos agua, no vaya a ser que al calentarse, la cosa empeore más.

    - Vaya usted a por agua – me dice el chaval. - Pero apague el motor, no se vaya a calentar. Yo le espero aquí, porque después la batería no va a poder arrancar sin mi ayuda.

     - OK. Enseguida vengo.

A mi regreso, relleno el recipiente con agua porque anticongelante, y en el mes de agosto, no parece que sea necesario. Ni siquiera lo es en enero.

Y efectivamente, la batería no tiene suficiente potencia y tengo que arrancarla con su ayuda.

    - Si me doy una vuelta por el pueblo, ¿será suficiente para que se cargue? – le pregunto.

      - Mucho mejor si lo saca a carretera – me responde.

      - Pero ¿voy a tener que cambiarla por otra nueva?

     - En principio pruebe a ver qué pasa. Siempre puede ir y decir que está en período de garantía y que no sabe por qué se le ha descargado. Así tal vez le den otra.

No es esa una de mis opciones.

     - Ok. Entonces me daré una vuelta en coche.

He estado una hora circulando con el coche para que se cargue la batería. Además, he procurado no usar el mando de la llave para abrir o cerrar el vehículo, para no gastar batería.

Sigo sin saber nada de los neumáticos de Norauto. Cada vez tengo más claro que mañana sábado, me va a tocar conducir el Ibiza, que, por cierto, como no lo usamos, tampoco tiene gas de aire acondicionado.

Finalmente, a eso de las 5 de la tarde, recibo el tan ansiado SMS indicando que ya tienen las ruedas. En ese momento me pregunto si no me habría traído más cuenta comprarlos por Amazon, o Aliexpress, que vienen del mismo sitio y en 24 horas.

Como es lógico llamo por teléfono para concertar cita, pero obtengo el mismo éxito que todas las veces anteriores. No me queda otra que desplazarme personalmente en persona, como diría Catarella. (Comisario Montalbano)

Al llegar frente al mostrador le explico la situación al dependiente, que, por su comportamiento, me parece que es nuevo en esta plaza.

     - ¿Y le han dado cita para colocar los neumáticos para hoy? – me pregunta con una cara de extrañeza como si me hubiera vuelto loco.

      - No, no. Me han dicho que ya han recibido el producto y ahora es cuando vengo a que me den cita.

       - ¿Y por qué no se la dieron cuando pidió las gomas?

     - Pues porque según me informaron, el sistema no permite hacerlo siempre que haya un pedido de material. Y hasta que el material no esté aquí, no se puede dar cita.

Después de consultar con un compañero porque no encontraba mi pedido, me responde finalmente.

      - Mañana, sábado a partir de las 19.00. ¿Va bien? Si no tendría que ser ya para el lunes.

       - Vale. Mañana sábado a las 19.00.

Confirmado: mañana, sábado, me toca ir a Marbella con el Ibiza. Ya sólo me queda rezar para que mañana arranque el coche.

jueves, agosto 15, 2024

DIARIO DE UN PRINGAO. JUEVES. 08-08-2024

El plan B consistía en llamar a la asistencia del seguro para que desplazara a alguien a conseguir que el coche de mi mujer arrancara. Pero tampoco podía dejarlo hasta última hora, hasta el sábado, no fuera a pasar que la batería hubiera que cambiarla por otra nueva y no diera tiempo. Así es que, mientras el asunto de los neumáticos seguía su curso, también debía prepararme para ver si tenía que comprar una batería al Ibiza.

Desde por la tarde he estado llamando al teléfono de Norauto para ver si me podían informar de cómo estaba el asunto de los neumáticos. En la inmensa mayoría de las veces, después de pasarme colgado al teléfono varios minutos escuchando música y mensajes repetitivos de que “todos nuestros operadores están tocándose el higo…”, al final o no conseguía hablar con nadie, o si conseguía hablar con un ser humano, no me resolvía nada.

El resumen de mis llamadas tanto del jueves como del viernes, es el siguiente:


952 197 133

3:29

0,18 €

952 197 133

11:26

0,18 €

952 197 133

9:20

0,18 €

952 197 133

9:48

0,18 €

952 197 133

4:36

0,18 €

952 197 133

10:52

0,18 €

49:31

1,08 €

 

O sea, más de 49 minutos de tortura telefónica “pa ná”.

Así es que no quedaba otra que esperar…y esperar…y esperar, como aquellos que aguardaban en Casablanca el visado para ir a Lisboa y mientras tanto, por la noche visitaban el Rick’s Café.

miércoles, agosto 14, 2024

DIARIO DE UN PRINGAO. MIERCOLES 07-08-2024

Antes de pasarme por Norauto para la sustitución de los neumáticos, siempre me gusta navegar por internet, por su web y ver las características, precios, marcas, ofertas y demás. Eso ya lo había empezado con anterioridad e incluso había solicitado un presupuesto por internet. Pero lo que recibí era inasequible y, sobre todo, no entendía cómo la información que yo estaba viendo en su propia web no cuadraba ni de lejos con lo que me enviaban en el presupuesto.

Me he presentado en la tienda y allí mismo me han ofrecido diversas alternativas. Después de seleccionar una que se parecía bastante a lo que yo había visto antes, llegamos a un acuerdo.

     - Vale – me dice el dependiente-. Ya lo he pedido.

    - ¿Y cuándo lo tienen? – he preguntado yo pensando que esto de los neumáticos es como en las farmacias, que lo pides por la mañana y lo tienes por la tarde.

    - El sistema me dice que mañana jueves está aquí. Pero yo no me lo creo – me confiesa el hombre.

   - Verá. Es que el sábado tengo que estar en Marbella y si los neumáticos no llegan a tiempo tengo un problema, porque el coche de mi mujer yace en el garaje sin batería – le digo intentando apelar a algún sentimiento de misericordia.

     - Lo entiendo, pero yo no le puedo prometer nada que no dependa de mí. Y esto no depende de mí.

     - Vale – le digo-. Entonces ¿estarán el viernes?

     - Es muy probable, sí.

     - OK. ¿Y a qué hora me paso entonces para instalar los neumáticos?

   - No se preocupe. Cuando nosotros los recibamos le enviamos un SMS.

     - Ya, pero y la cita para colocarlos, ¿cuál es, el viernes a qué hora?

   - No, no. Si llegan el viernes ya le enviaremos un SMS. Entonces viene usted o nos llama por teléfono y pide cita. El sistema no permite concertar cita si hay un pedido de material pendiente de entrega.

Así las cosas, había bastantes posibilidades de que el sábado por la mañana no tuviera los neumáticos listos y colocados. Y eso significaba que tenía que afrontar el plan B.

Pero para eso tendría que esperar al jueves. O incluso el viernes.

Sólo me queda esperar. Esperar y rezar.

martes, agosto 13, 2024

DIARIO DE UN PRINGAO. MARTES 06/08/2024

Al día siguiente de la operación el cirujano quería verificar qué tal había ido todo. Nos ha citado a las 08.30 en la consulta del Hospital, así es que, hoy también me he levantado a las 06.00 de la madrugada. No conviene ir con prisas y hay que evitar atascos de todos los que tienen horario de verano. Al menos hoy hemos desayunado, no como ayer.

Al salir del garaje de casa noto un ruido raro en la rueda delantera derecha. En cuanto me es posible, paro y me bajo a comprobar qué puede ser. Pensaba que sería algún tipo de piedrecita o algo que se hubiera clavado en el neumático, pero lo cierto es que no he visto nada. Continúo la marcha y prosigue el ruido, pero parece que cuando accedo a la autopista y aumento la velocidad, el ruido desaparece.

En un momento dado en el panel del interior del coche me aparece un mensaje: “pérdida de presión en el neumático delantero derecho”, al tiempo que compruebo que el coche se vence hacia ese lado y escucho un ruido característico. Está claro: pinchazo. Vale. No hay porqué alarmarse. Mi compañía de seguros tiene una súper APP, que además han mejorado hace unos meses y enseguida me mandarán una grúa. Tal vez lleguemos un poco más tarde de lo esperado, pero nada más.

Como estoy en medio de una autopista busco un pequeño espacio donde apartar el coche del peligro y encuentro que es una vía de incorporación. Ahí, en ese espacio “cebra”, detengo el coche con los cuatro intermitentes encendidos y me dispongo a usar mi súper APP.

Primer contratiempo: el usuario y contraseña no coincide. ¿Ha olvidado la contraseña? Pues juraría que no. Voy a probar escribiendo un cero a la izquierda de mi DNI. Pues tampoco.

El tiempo pasa, los coches y los camiones vuelan por mi flanco izquierdo y yo empiezo a perder la poca paciencia que tengo. Pero, sobre todo, vamos a llegar tarde a la cita con el médico y eso sí que es serio. Dado que al parecer la nueva súper APP ha cambiado algo los datos que tienen de mí desde hace veinte años, intento contactar por teléfono con un ser humano. Mala suerte. “nuestro horario de oficina es desde las 09.00…” A partir de ahí es cuando ya me empiezo a ciscar en todo lo que se mueve. Mientras, en el asiento de atrás y con la cabeza apoyada sobre el dispositivo para mantener la postura hacia abajo, mi mujer usa su móvil para pedir auxilio a la compañía de seguro. Llamar a la Guardia Civil no nos resuelve el problema. Necesitamos una grúa.

Después de no pocos intentos telefónicos, conseguimos contactar con un ser humano. ¿Dónde se encuentra en estos momentos? - me pregunta la señorita-. Pues en mitad de una autopista de circunvalación de Málaga.

¾     No se preocupe. Le acabo de enviar a su móvil un mensaje, si responde yo recibo su ubicación exacta. ¡Perfecto, señor! Ya tengo su ubicación. Dentro de 45 minutos llegará la grúa.

Menos mal que nos habíamos levantado temprano para intentar evitar sorpresas y no llegar tarde. Menos mal que mi compañía de seguros había desarrollado una súper APP que la había mejorado tanto, que tenía que volver a introducir los mismos datos que ya tenían desde hacía veinte años. Menos mal que había conseguido encontrar un reducido espacio en el que estacionar el coche, a la espera de la grúa, que solamente va a tardar casi una hora en venir. ¡Qué suerte tengo!

La grúa llegó, se colocó frente al coche y el conductor me guio a la hora de subir mi coche a la rampa. Luego, todo consistía en bajarse del coche sin matarse, ni caer en la autopista y ser arrollado por un vehículo, y subir a la cabina de la grúa.

Allí, evidentemente, estaba prohibido proceder al cambio de la rueda, así es que le he dicho al buen hombre que fuera camino del hospital y que ya buscaríamos un lugar apropiado para sustituir el neumático. Él mismo apuntó que, había una gasolinera y que allí podríamos sustituir el neumático por el de repuesto.

No he pinchado en mi vida y la única vez que he tenido que cambiar una rueda pinchada fue a un tío mío y hace 50 años o así. Después de ver todo lo que ha tenido que hacer el de la grúa, me alegro mucho de haberle llamado.

De un tiempo a esta parte las ruedas de repuesto ya no son del mismo modelo que las que lleva el vehículo. Ahora te ponen una rueda para “salir del paso”. Alguna parece que son de juguete o que se la has quitado al coche de tu niño de tres años. La mía en concreto parece normal, aunque lleva unas pegatinas muy llamativas de color amarillo fosforito, pero no les presto atención.

Cuando el hombre sacó la rueda pinchada, me la enseñó. Tenía dos rajas en el lateral del neumático, de unos 5 centímetros cada una y no a mucha distancia una de la otra. Si en vez de romperse poco a poco hubiera reventado de golpe, todavía estarían recogiendo con una aspiradora nuestros restos. ¡Qué suerte tengo!

Solventado el problema del pinchazo, retomamos la marcha con la rueda de repuesto camino de la consulta con el médico.

Mi idea, dado que mi mujer seguía estando con la cabeza apoyada en esa almohada especial, era llegar hasta la puerta de entrada del consultorio, que buscaran una silla e informar al médico que estaba allí. Total, sólo eran las 10.30 de la mañana y llegábamos dos horas tarde. Esa era mi idea, pero alguien debió leerme el pensamiento.

El acceso a la puerta del consultorio estaba vallado. Al parecer alguien había decidido que en ese espacio sólo tenían cabida las ambulancias y no los particulares. Así es que no me ha quedado más alternativa que dejar el coche justo al lado de la parada de taxis, sobre el paso de cebra. Pero tenía que dejar pasar por detrás al resto de vehículos, principalmente a los que se dirigieran a URGENCIAS que estaba a continuación.

He puesto los cuatro intermitentes y he ido a buscar una silla de ruedas para poder trasladar a mi mujer. En el consultorio siempre tienen una…pero no en ese momento. ¡Mala suerte! He tenido que ir a la entrada de urgencias a ver si allí podrían prestarme una. He encontrado una, he vuelto al coche, he sentado a mi mujer, la he llevado al consultorio, hemos informado al médico de que estaba allí y me he quedado con ella esperando que la llamara, mientras con el otro ojo estaba pendiente del coche por si estorbaba. De momento allí seguía, sobre el paso de cebra y no parecía que estorbara a nadie.

Cuando el médico la ha llamado, la he dejado en su consulta y he ido a encontrar una plaza de aparcamiento.  Lo he intentado, pero sin éxito. Cuando el doctor dio por terminada su labor, para recogerla no he tenido más remedio que repetir la operación de aparcar el coche sobre el paso de cebra. Una vez que mi mujer se ha acomodado dentro, he regresado a urgencias para devolverles la silla que me habían prestado.

Odisea completada. Ahora había que solventar el problema de los neumáticos.

Al llegar a casa, ya más tranquilo me ha llamado la atención – ahora sí – lo peculiar de la rueda de repuesto y sus colores. Además, parecía tener algo escrito a lo largo de la circunferencia, pero con la escasa luz que hay en el garaje y que yo veo menos que un gato de escayola, he decidido hacer una foto con el móvil. Ya lo vería más tarde, en casa.

Después de acomodarnos, he ido al ordenador y en un momento dado he puesto la foto que le acababa de hacer a la rueda de repuesto en el garaje. El texto en amarillo fosforito y en varios idiomas, decía así: “velocidad más aconsejable 80 km/h”.

Lástima no haberlo sabido antes, porque yo he circulado a 120 – tal vez más – para regresar a casa antes. Habría sido una total fatalidad que hubiera tenido un segundo percance con los neumáticos en el mismo día y con un intervalo tan corto de tiempo.

Una vez que he conseguido que los “congojos” se hayan reubicado en su espacio natural, he empezado a navegar por internet para saber un poco más acerca de las ruedas de repuesto. Como he dicho antes, la última rueda de repuesto que tuve que cambiar, fue en el siglo pasado. Y aprendí mucho.

Por ejemplo, que ahora las de repuesto, además de que te limitan la velocidad, también te aconsejan que no las uses más de 100-200 kms como mucho. O sea, que lo de sustituir la de repuesto por una de verdad, debes hacerlo cuanto antes.

Si el neumático derecho había muerto - y podíamos dar gracias de la forma en la que murió- el izquierdo llevaba el mismo camino, porque los dos tenían los mismos años y el mismo número de kilómetros. El problema era que ya era martes, más de mediodía y yo el sábado tenía un compromiso ineludible en Marbella. Los tiempos andan algo apretaditos, pero no queda otra que intentarlo.

Pero eso lo resolvería, mañana. Miércoles.

(no os perdáis los siguientes capítulos)

lunes, agosto 12, 2024

DIARIO DE UN PRINGAO. LUNES. 05/08/2024

Hoy me he levantado a las 6 de la mañana. Hacía mucho que no hacía esas obscenidades. Probablemente desde los tiempos en que vivía en San Lorenzo de El Escorial y tenía que bajar a Madrid a trabajar. Además, en los días más crudos del invierno, tenía que ponerle las cadenas al coche. Por lo de la nieve y eso. Pero astutamente, deduje que, si las ponía la noche anterior y movía el coche sólo un poco, evitaba que nadie me las robara y por la mañana perdía menos tiempo. Pero eso sí, cuando llegabas a la A-6, tenías que parar y quitarlas, como hacían todos los vehículos estacionados en el arcén. ¡Qué tiempos aquellos de frío, nieve y atascos!

Pero no, el motivo de levantarme hoy a las 6 no era la nieve ni que tuviera que ir a trabajar a ninguna parte. Lo que tenía que hacer, aparte de ducharme, era estar en el hospital a las 08.00 porque operaban a mi mujer. A pesar de ser agosto y de que medio mundo está de vacaciones, hay gente que todavía trabaja y no quería que por cualquier circunstancia pudiera encontrarme con un problema de tráfico que me impidiera llegar a la hora. Soy un firme seguidor de las enseñanzas de Will Grissom, el de CSI Las Vegas: “Espera lo inesperado”. Además, estaba el tema del aparcamiento y cuanto antes llegáramos al hospital más probabilidades teníamos de aparcar dentro del recinto y no “por los alrededores”.

Hemos salido con tiempo suficiente y nos hemos dirigido hacia el hospital. En el camino, ambos hemos ido algo preocupados; más ella que yo, claro. La doctora que le había atendido previamente le había dado un pronóstico muy pesimista para su ojo. De hecho, fue tan pesimista que la propia doctora confesó que le sorprendía mucho la “entereza” con la que mi mujer afrontó el diagnóstico. Básicamente, le transmitió que había bastantes posibilidades de que saliera del quirófano con el ojo en un bolsillo y que después sólo se trataba de escoger uno de cristal que hiciera juego con el bueno, o decantarse por un parche como la princesa de Éboli o la tristemente desaparecida, María de Villota.

Claro, la doctora confundió lo que ella creyó que era “entereza” con lo que realmente pensaba mi mujer que era más cercano a la “incredulidad”. Pero lo que esa doctora no sabe es que mi mujer sabía que no pasaría nada de eso porque no lo había visto en su carta Astral. Y si ella no lo ve en la carta astral, simplemente no sucede. Y así ha sido.

Y por fortuna, la doctora se fue de vacaciones y el cirujano que le iba a operar sería otro compañero, de rango superior.

Antes de acudir a la cita del quirófano, mi mujer se hizo un curso avanzado y en modo exprés, del tipo de intervención, las diferentes técnicas, lo que te hacen, cómo, las posibles consecuencias, el índice de éxito, el posoperatorio…Yo creo que, si se presentara a un examen en la Universidad, aprobaría (sin cartas de recomendación, no como otras). Como Leonardo di Caprio en esa película con Tom Hanks: “Atrápame si puedes”. Según decía, estudió una semana, se presentó al examen de derecho del Estado de Georgia y aprobó. Realmente, era abogado (más o menos).

Bueno, volvamos al hilo principal.

Hemos llegado con tiempo suficiente al hospital; hemos aparcado dentro del recinto y hemos ido a la ventanilla que nos han dicho. Luego nos han dado el número de la habitación a la que debíamos ir.

Al entrar en la habitación hacía un calor sofocante. Había un aparato de aire acondicionado, pero el mando a distancia estaba en el puesto central de enfermería. He sospechado que me iban a cobrar por usarlo y he preferido abrir el ventanal de la terraza que da a un jardín. Al hacerlo, he comprobado que los dos millones de cotorras argentinas que debían habitar el árbol que hay justo enfrente, mantenían una animada charla entre ellas, todas a la vez y luchando por ver quién piaba más fuerte.

Lo de la tele sí que va pagando. Hay un cartel en el que te indican qué debes hacer y cómo para poder ver la TV. Nosotros hemos dado por hecho, que no pasaríamos la noche en el hospital. Y por eso he pasado de la tele.

Un poco después ha venido una pareja de enfermeros y la han preparado para bajar al quirófano. Me han dejado acompañarla hasta la puerta de entrada al mismo. Después, sólo quedaba esperar. Nos habían hablado de 3 o 4 horas de operación. Eso fue la que pronosticó lo del ojo en la mano. Así es que, como yo tampoco había desayunado me he ido a la cafetería.

Al cabo de media hora, como mucho, ya estaba sentado frente al quirófano, esperando la salida. He hecho acopio de toda la paciencia de la que soy capaz, porque iba preparado para estar allí sentado varias horas.

Un par de horas después, un poco antes de mediodía, ha salido el cirujano y me ha puesto al día. Al parecer, antes de entrar al quirófano, mi mujer ha mantenido con él una conversación acerca de cómo iba a operarla y según me ha confesado el propio doctor, estaba muy satisfecho de haberla “casi” convencido del todo de que podía confiar en él. Podría decirse que ha sido una especie de negociación entre el cirujano y la paciente. Todo había salido bien.

Todavía han tardado una hora y media en sacarla de la zona de quirófanos. Era pasada la una, pero ha salido totalmente recuperada hablando y riendo.

A partir de ahora, empezaba la segunda parte de este proceso.

Una parte esencial para el éxito en este tipo de operaciones de retina consiste en que el paciente debe estar con la cabeza mirando al suelo todo el tiempo, sin excepción, durante 2 semanas. Mi mujer – por supuesto – ya lo sabía porque lo había aprendido en su curso acelerado por YouTube, pero en ningún momento, nadie del hospital le había predispuesto a un entrenamiento psicológico para poder afrontar esta dura etapa del posoperatorio.

Como lo sabíamos de antemano, antes de la operación comenzamos a buscar – ella comenzó a buscar – una tienda donde alquilasen una silla especialmente diseñada para estos menesteres. Por supuesto, hay una versión china, que al parecer es un “cagarro” y luego está la otra, la buena. La buena, además, también lleva incorporado el paquete para descansar en la cama, porque en la cama, también debes permanecer boca abajo. Así es que, el kit completo lo forman una silla que hay que montar como si te la mandara IKEA, y un kit para la cama, lleno de cojines y almohadones y un soporte para apoyar la cabeza.

Encontramos una tienda en Madrid que la alquila por semanas. La encargamos por internet y la teníamos en casa en 24 horas.

A media tarde, mi mujer estaba hasta el gorro de estar en el hospital y quería regresar a casa cuanto antes. Así es que iniciamos el protocolo de salida.

Previsoramente, ya nos habíamos traído de casa el dispositivo para apoyar la cabeza en él dentro del coche. Tiene forma de herradura, con una altura de unos 10 cms entre la base, que apoyas en las rodillas o en cualquier superficie plana y el cojín, en el que apoyas la cabeza.

Llegamos a casa sin problemas.

 (continuará)

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