Hoy es el gran día. Hoy puede pasar de todo.
Los
marroquíes que deberían irse a las 11.00 de Marbella, han decidido por sus musulmanes
atributos que se van a las 12.00. El supuesto argumento es que, como la mujer
está embarazada necesita tiempo para hacer las maletas. Me pregunto si cuando
cogieron el Ferry de Tánger a Algeciras también llamaron al capitán para
decirle que les esperase.
Eso
implica que los otros marroquíes que entran por la tarde, no podrán hacerlo
hasta las 15.00 como mínimo. Y eso teniendo en cuenta que nos dé tiempo a mí y
a mi amiga Cinthia – la chica que nos ayuda en estas tareas – a hacerlo todo en
ese tiempo.
Con
el fin de prever inconvenientes, me he levantado temprano. O sea, como
últimamente vengo haciendo. La idea es intentar arrancar el coche y si
sucediera lo peor posible, llamar al seguro para que vengan a arrancar el
coche, y salir zumbando. Pero para eso, tengo que contar con el tiempo que
tardaría en llegar el del seguro. Además, a las 11.00 tengo que pasar a recoger
a Cinthia que sale de trabajar de otro sitio y no tiene coche.
Me
dirijo al coche y giro la llave de contacto con más miedo que un perseguido por
la Mafia. ¡Sorpresa! Arranca. Aprovecho y de paso voy a la farmacia a comprar
unas cosas y al Mercadona a comprar la comida. La verdad es que no sé a qué
hora voy a comer o siquiera, si voy a comer. Al menos, todo eso me sirve para
que la batería se vaya cargando y cuando termino, me dirijo directamente a
recoger a Cinthia.
Después
de recogerla no tardamos mucho en llegar a nuestra urbanización, pero como
hemos llegado con tiempo de sobra y los otros han dicho que no se iban hasta
las 12.00, aprovechamos y nos tomamos un café.
A
la hora convenida llegamos a casa y compruebo que efectivamente se han ido.
¡Menos mal! Y Cinthia y yo nos ponemos a lo nuestro. Terminamos a las 14.30 y
avisamos a los siguientes que el apartamento ya está listo. Pero en realidad no
aparecen hasta las 15.30. Media hora más es lo que empleo en contarles las
cosas más importantes, los consejos de lo que no deben hacer, etc.
He
llegado al garaje y me he metido en el coche confiado de que no iba a tener
ningún problema con la batería. Pero justo al dar el contacto, el motor no se
ha encendido. Entonces es cuando durante una milésima de segundo, me he
empezado a jurar en arameo; ciscarme en el infierno y en Satán. He comenzado a
imaginar cómo serían las siguientes horas: llamada al seguro, tiempo de espera,
batir récords por la N-340, correr hasta casa y salir escopetado – sin comer y
sin ducharme – a Norauto para no llegar tarde a mi cita. Y todo eso en un
milisegundo. Por puro instinto, giro de nuevo la llave del contacto y el motor
se pone en marcha. Ahora, sólo necesito que en Calahonda no se forme el atasco
que se suele formar, generalmente por algún estúpido accidente de tráfico, o
que a uno se le ha incendiado el coche, o cualquier bagatela de esas. Me pongo
en marcha. Son las 16.00.
Al
llegar a casa son las 17.00, pero necesito más una ducha que comer. Mi mujer
tampoco ha comido. Me ducho, preparo una ensalada, caliento la comida que he
comprado esta mañana en Mercadona y me tomo un café casi de pie. Son las 18.00
y aunque no se tarda mucho en llegar hasta Norauto, el hombre me sugirió que
llegara un poco antes. ¡Qué suerte: he podido engullir a las 17.00!
He
llegado a las 18.45, he dicho que tenía cita previa, me ha pedido las llaves
del coche y me ha dicho que ya me avisarían.
¾
¿Cuánto
tardarán, una hora? – he preguntado.
¾
Más
bien hora y media.
Afortunadamente,
en la zona hay varias cafeterías, incluso algún sitio de tapas. Elijo la
cafetería de las tartas y me dispongo a esperar hora y media.
La
verdad es que a los diez minutos tengo la espalda hecha polvo. Las tartas están
muy ricas y el café está bueno, pero las sillas creo que son medidas
disuasorias para que te largues cuanto antes. Un auténtico suplicio.
Estoy
harto de estar allí sentado, incómodo y aburrido. Para colmo, la batería del
móvil está baja y no quiero usarlo mucho por si me tienen que llamar los del
taller y no pueden contactar conmigo. Por eso, un poco antes de las 20.15 me
dirijo hacia el taller, aunque no me hayan enviado ningún SMS. Falta poco para
que se cumpla el tiempo estimado de intervención. Y si tengo que esperar un
poco, allí también tienen unos sillones y el aire acondicionado es mejor.
He
llegado al sitio y me he sentado en uno de los sillones. Sin duda, aunque no es
que sean la octava maravilla, son más cómodos que los de la cafetería de las
tartas. Y el aire acondicionado está más fuerte. Me dispongo a esperar lo que
creo que van a ser unos minutos. Al final, esos pocos minutos se han convertido
en 45 más. No es hasta las 21.00 que recibo el famoso SMS de que ya puedo
retirar el vehículo.
Bien.
Ya tengo neumáticos delanteros nuevos. Ahora hay que planificar cuándo cambio
los traseros.
Dice
una de las leyes de Murphy que, si algo puede ir mal, irá mal. Y el destino me
tenía preparada una sorpresa.
Al
salir del taller sólo tengo que llegar a una gran rotonda, dar la vuelta y
regresar a casa. En total unos 30 segundos, mal contados. Bien, pues me he
encontrado con uno de esos atascos por los que Madrid se ha hecho famosa. Un
atasco gigantesco, de esos que parecen sacados de una ciudad del sudeste
asiático, donde los coches están sin orden ni concierto, intentando llegar cada
uno a su destino, entremezclados unos con otros, mientras las motos, la mayoría
con dos ocupantes, serpentean con habilidad sorteando a los coches por todos
los flancos, menos por arriba del techo. Un océano de coches, que me ha
recordado a aquella famosa ardilla que podía cruzar España sin pisar el suelo,
solo que en esta ocasión era Fuengirola. Los vehículos configuran una especie
de masa informe y colorida hasta donde alcanza la vista. Una masa que, en
ocasiones, sufre una breve y rápida convulsión cuando alguno de esos coches –
aquí y allá - consigue moverse tan sólo unos pocos centímetros.
Y
lo más kafkiano es que hay guardias de tráfico, pero no dirigen nada. Sólo
observan en primera fila.
Lo
que normalmente me lleva 30 segundos, me ha llevado en realidad 30 minutos. Así
es que, media hora después de subirme al coche para regresar a casa, he
conseguido sortear la marabunta de coches y de motos que pasaban por todos
lados y he conseguido enfilar camino a casa.
Ha
sido un día magnífico, repleto de aventuras. He llegado a las 22.00.
Si
la próxima vez que arranque el coche de mi mujer funciona, lo primero que tengo
que hacer es poner gasolina. Que no se me olvide.
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