Si aborreces las multitudes y las muchedumbres te dan alergia, el estar jubilado – entre otras ventajas – te aporta la gran ventaja de poder viajar cuando te venga en gana. De esta forma no sólo te conviertes en el dueño de tu tiempo y de tu libertad, sino que, además, es posible que, por viajar fuera de temporada, obtengas algunos beneficios extra a la hora de pagar. Así es que, no sólo pagas menos, sino que tampoco sufres aglomeraciones.
De nuestro apacible paseo por
Combarro, en el que disfrutamos tanto del excelente tiempo como de la belleza
del lugar, nos dirigimos a nuestro siguiente destino: Cambados, considerada la
capital del vino de Albariño.
El Parador
Nacional de Cambados se encuentra en medio de la localidad, lo cual ofrece
la gran ventaja de poder aparcar el coche en su interior para, a continuación,
andar arriba y abajo de su paseo marítimo o por sus estrechas callejuelas donde
los bares, tabernas, restaurantes y demás, se suceden sin solución de
continuidad, ofreciendo diversas especialidades gastronómicas. Aquí, tapas,
allá mariscos y pescados, y acullá, menús.
En un principio nos temíamos que
al estar tan céntrico tal vez nos pudiera afectar el ruido del entorno, pero,
para empezar, la habitación – cómoda y espaciosa - daba a la parte posterior
del edificio, justo con vistas a la piscina. Tal vez en otra época más
bulliciosa, las condiciones sean distintas, pero en esta ocasión, no.
En Recepción nos dieron unas
indicaciones generales, pero suficientes: a la derecha, para comer. A la
izquierda, para comprar. Nos fuimos a la derecha.
Enseguida nos vimos caminando por
unas intrincadas y silenciosas callejuelas, la mayor parte de ellas peatonales,
repletas de bares, tascas, mesones, tabernas y restaurantes para todo tipo de
momentos y de bolsillos. Algunos de esos locales permanecían cerrados, lo que
parecía indicar que serían sólo de temporada, aprovechando las mareas humanas
que seguro se producen en los meses de verano. Con todo ello no nos quedaban
muchas más alternativas y elegimos una para calmar nuestro apetito.
Llegados a este punto he de decir
que si bien parece que son otras Comunidades las que tienen la fama en eso de
hacer el aperitivo, en Galicia no les van a la zaga. La diferencia, tal vez,
estriba en que, mientras en otros lugares después del aperitivo la comida es
algo más frugal, en Galicia, cuando dicen que es tiempo de comer no hacen
prisioneros.
Al día siguiente, después de un
desayuno opíparo y antes de partir en dirección a nuestro próximo destino,
decidimos conocer un poco más de Cambados. Para ello regresamos al núcleo de la
población y continuamos un poco más allá. Pronto llegamos a una calle
principal, ancha, con diversos locales comerciales y por la que podían circular
los vehículos, aunque la calzada era de piedra.
Al llegar a una amplia plaza supimos que estábamos en la Plaza de Fefiñáns, y que el enorme edificio que domina todo el entorno es el famoso Pazo del mismo nombre. A un lado de la enorme plaza, se encuentra la iglesia de San Benito.
Estar en Cambados y no salir de
allí con una o dos botellas de Albariño, además de una solemne estupidez,
debería estar castigado por la vía penal. Por fortuna, en la distancia
atisbamos justo en la esquina de la avenida principal, una tienda especializada
en productos típicos de la región. Como no era posible catar el vino, tuvimos
que solicitar la ayuda de un experto y el camarero que atendía el bar adyacente
nos señaló a un señor mayor que, en un rincón de dimensiones ridículas,
amontonaba botellas con diferentes tipos de vinos.
Le pedimos ayuda a la hora de
llevarnos un buen Albariño y le preguntamos si ese que aparecía a nuestro lado,
con la etiqueta de ser el ganador del concurso del 2024, realmente hacía honor
a su fama. La cosa empezó a complicarse cuando le preguntamos si había tanta
diferencia entre el primero y el segundo clasificado, y ahí, ahí fue cuando
salió el gallego que todo gallego lleva dentro y ante la duda metafísica, nos
llevamos las dos. Total 31€. Las botellas han hecho un largo recorrido por
Galicia, Castilla León y Extremadura, en el maletero del coche, hasta llegar al
trastero de casa donde reposan ahora. Las tenemos reservadas para estas
fiestas, junto con una botella de champán francés que nos regalaron unos amigos
franceses al regresar a Benalmádena.
Antes de abandonar el lugar,
tuvimos tiempo de intercambiar algunas palabras con el anciano. Resulta que el
hombre, cuando tuvo que hacer la mili, le destinaron a Madrid, al Ministerio de
Marina. Pensándolo bien, hay que tener mucha mala leche para enviar a alguien
al ministerio de Marina a Madrid, siendo como eres gallego y, además, vivir al
lado de la costa, porque si fueras de las montañas de Lugo, todavía tendría un
pase, pero esto parecía más la venganza de algún gerifalte que quería alejar al
joven de la moza por la que estaba interesado el hijo del almirante. No sé,
digo yo.
También nos dijo que vivir en
Cambados era un privilegio. Que la máxima concentración de personas que era
capaz de aceptar era Pontevedra, que tenía un tamaño asumible, pero que los de
Vigo, están locos. Que no se acercaría ni de visita.
Así es que, con el botín a buen
recaudo y habiendo conquistado los últimos objetivos vinícolas, nos dispusimos
a enfilar a nuestro siguiente destino.