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domingo, diciembre 08, 2024

Galicia – capítulo 1

Recientemente, hemos hecho un viaje recorriendo algunos puntos de Galicia.

Por un lado, mi mujer no había estado por allí nunca, salvo una breve visita a Monforte de Lemos siendo niña. Por otro, tengo una vinculación especial con esa región. De muy niño solía pasar los dos meses de verano en un pueblito de la “mariña” lucense, Foz, y de esa corta época, guardo recuerdos imborrables. Lo de que tengo primas que viven por allí es secundario, porque como suele suceder a veces, son parte de esa familia a la que no has visto casi nunca. Y en esta ocasión, tampoco.

Como ya tenemos una cierta edad, en la programación del viaje y los alojamientos, descartamos el uso de mochilas, campings, albergues y demás. Nos regimos, pues, por estrictos motivos de salud y comodidad. Por ello, decidimos peregrinar modestamente de Parador Nacional en Parador Nacional, comenzando por el de Baiona.

Vivir en la costa del Sol tiene bastantes ventajas, excepto cuando te planteas viajar en coche justo al otro lado del país. Entonces empiezas a darte cuenta de la cantidad de kilómetros que vas a tener que hacer. Además, en las fechas que teníamos previstas, las previsiones del tiempo auguraban lluvia todos y cada uno de los días que íbamos a estar, a pesar de lo cual, no nos amilanó en absoluto y lo afrontamos con un espíritu positivo y gallardo.

Nuestro primer objetivo, como ya he dicho, era el Parador de Baiona, o lo que es lo mismo, más de mil kilómetros y unas diez horas de conducción ininterrumpida desde casa, lo cual, de facto se convertiría en unas doce o así. A mí me gusta conducir, pero nunca he apostado por heroicidades al volante y jamás he tenido la tentación de participar en las 24 horas de Lemans. Así es que, se hacía necesario que, antes de completar la primera etapa, debíamos encontrar un punto a mitad de camino. La sorpresa fue que en Portugal hay un alojamiento perteneciente a la red de Paradores Nacionales. Se trata de “Casa de Insua”, situado en la localidad de Penalva do Castelo, a la módica distancia de 767 kms y unas ocho o nueve horas conduciendo, incluyendo las paradas técnicas.

A medida que ascendíamos hasta Ciudad Rodrigo el cielo se fue oscureciendo, aunque la lluvia nos dio la bienvenida al traspasar la frontera con Portugal y -con mayor o menor insistencia- ya no nos abandonó hasta que llegamos a nuestro destino.

A pesar de que no era demasiado tarde, como en nuestro país vecino llevan la hora de Canarias, llegamos de noche cerrada y lloviendo. Y entonces sucedió algo muy curioso. Estábamos en un patio central rodeado de edificios y con una fuente en el medio. Pero entre la lluvia, la oscuridad y las escasas indicaciones, no alcanzaba a adivinar por dónde estaba la entrada a Recepción.


Después de sacar las maletas y mientras conseguíamos averiguar dónde estaba la entrada, nos cobijamos de la lluvia bajo un arco de uno de los edificios. Desde allí, justo enfrente, podíamos ver una entrada a otro edificio, pero el hecho de que hubiera una escalera nos inducía a pensar que ese no era el camino más natural para llegar hasta Recepción. No parecía lógico tener que acarrear con el equipaje mientras subías unas escaleras.

Aquello estaba oscuro, lloviznaba y no se veía un alma. Así es que no me quedó más alternativa que llamar por teléfono al establecimiento para pedir socorro. Imagino que el recepcionista se sorprendió al recibir mi llamada preguntando dónde estaba la entrada. Pues la entrada estaba justo donde parecía que no era lógico que estuviera: subiendo las escaleras. Así es que cruzamos casi a tientas hasta el otro edificio donde un diligente recepcionista había descendido desde su despacho hasta la puerta de entrada a recibirnos y ayudarnos con el equipaje.

Después de inscribirnos nos acompañó por un laberíntico recorrido hasta nuestra habitación. Tras tomar posesión de ella, nos arriesgamos a salir en busca de la cafetería-restaurante. Necesitábamos relajarnos y la copa de bienvenida que te ofrecen en todos los Paradores parecía lo ideal.

La encontramos sin necesidad de volver a llamar al joven de Recepción y nos sentamos a la espera de que apareciera algún camarero. Estábamos solos. Cuando apareció el camarero le pedimos un par de copas de vino del que ellos mismos producen. En el entorno del Parador, también tienen producción propia de quesos, miel de distintas clases, cerámica y diversos productos típicos de la zona. Al cabo de un rato, apareció otra pareja, también españoles. Éramos los únicos hospedados en el hotel, así es que tanto el recepcionista como el camarero, podíamos decir que estaban a nuestro servicio exclusivo. Esto lo pudimos confirmar al día siguiente durante el desayuno. Un espléndido bufet, en un amplio y luminoso comedor donde sólo estábamos nosotros y el camarero de la noche anterior.

Tras el desayuno nuestra intención era visitar las dependencias adyacentes para ver si nos llevábamos de recuerdo algún queso, algún tarro de miel o alguna botella de vino. 


Lamentablemente, la lluvia nos empujó a tomar la decisión de continuar nuestro camino en dirección a Baiona.

Aún a riesgo de parecer un discapacitado mental, he de confesar que, al salir de la habitación en busca de la salida, me perdí. La total ausencia de indicaciones que orienten a los huéspedes junto con una distribución algo tortuosa, fueron las razones. Todo fue una confabulación en mi contra. 


Emulando el comportamiento de Windows: en caso de problemas, reinicia. Regresé al punto de inicio, o sea, mi habitación, y como un ratón en busca de la salida del laberinto, o del trozo de queso, fui recordando por dónde había pasado la primera vez para no caer de nuevo en el mismo sitio.

Por puro orgullo personal, me negué a volver a llamar otra vez al recepcionista para solicitar su ayuda y que nos condujera a la salida. Fue justo antes de decidir usar el ascensor cuando descubrimos una puerta semiabierta y nos avalanzamos en busca de aventuras. Y allí estaba: el recepcionista de la noche anterior, cómodamente instalado tras su mesa de despacho. Tan solo nos quedaba intentar bajar las malditas escaleras, con las maletas a cuesta y no dejarnos los dientes – o algo peor - en el empeño. Conseguimos llegar sin novedad hasta el coche.

Después de colocar el equipaje en el maletero, le indicamos al GPS que nos sacara de aquel precioso lugar y nos condujera hasta Baiona. Pero algo iba mal. El móvil no conseguía acceder a internet. Algo que no tenía sentido, porque nos había llevado hasta allí. Lo intentamos una y otra vez durante algunos minutos. Finalmente, tuvimos que acudir a los ajustes del teléfono y modificar un parámetro. Parámetro que nadie había tocado.

Estábamos de nuevo en ruta camino de Baiona.

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